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Elogio del soldado

martes, 27 de octubre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

Te fuiste, hijo. Todavía no has cumplido los 18 años y ya eres un soldado de la patria. Dicho así, soldado de la patria, la tristeza se amortigua. Apenas eres un niño, pero dizque el Ejército te hará hombre en volandas. Y eso es lo malo. Te hubiéramos querido tener siempre niño, como se conserva una ilusión, pero ya se troncharon nuestros sueños.

Sentimos el primer latigazo cuando esta mañana nos dijiste que te había llegado la hora. Te pusiste el peor pantalón, la peor camisa, los zapatos de goma más deslucidos, como si te fueras a mendigar por los caminos. Te ibas de campaña y te sentías vanidoso. Te quitaste el reloj y la cadena porque en adelante no los necesitabas. Las horas te llegarían mascadas, con la severidad de la milicia, y en el cuartel no llevarías lujo sino fusil y municiones. En tu ropero quedó, con la constancia del estreno, el hermoso vestido con que te graduaste de bachiller.

Te fuiste, hijo. Con el cartón de bachillerato, que no alcanzaste a consentir, vas ahora a graduarte de soldado raso. No permitiste, como la mayoría de tus amigos, que se hiciera nada para evitar tu enganche en las filas. Los demás temblaban, mientras tú sonreías. Por ahí, en reuniones con tus condiscípulos, sabíamos de dineros clandestinos con que se iba a comprar –según la consigna común– la libreta militar. En Colombia todo es posible, hasta burlar, con billetes, lo que ha dado en llamarse servicio militar obligatorio, que sólo es para unos pocos, los que en realidad aman su patria.

Te marchaste resuelto, casi con la misma euforia de todos los días. Apenas tenías algo de nervios, y esto es natural, si todavía eres menor de edad. Cuando a última hora se presentó la opción de ser excluido para ingresar a otro en lugar tuyo, dijiste que no. Y tú, con increíble coraje (o con berraquera, que es tu palabra paisa preferida para calificar el valor), diste el salto al bus, como todo un hombre, así fuera rompiendo con dolor los sentimientos que te unen a tus padres y tus hermanas.

Se te metió en la cabeza que el Ejército te maduraría y te haría hombre. Luchaste por una convicción, y esto está bien. Mañana, cuando de verdad seas hombre, sabrás lo que vale la decisión como factor de éxito.

Tu vacío en la casa es inllenable, bien lo sabes. Y es más grande porque ni siquiera te dejaron en Bogotá, donde nos hubiéramos hecho a la idea de sentirte más cerca. ¿Pero sabes una cosa? También somos fuertes como tú. Tu madre llora –y pronto le pasarán las lágrimas– pero está orgullosa de ti. Puede que en el momento tu hombría sea precoz e imberbe, pero tu actitud es valerosa. Admirable.

No permitiste que nadie de la casa te acompañara a la entrega, para evitarnos la angustia y no aparecer débil. Cuando en el frío del amanecer te di el abrazo de la despedida, en silencio ahogué una lágrima y dejé que cogieras tu libre camino. Supe allí, exactamente, que ya eras un hombre, antes que el Ejército te aplicara sus normas.

Ahora voy a hablarte un poco de Colombia, un tema que a ti y a mí nos apasiona.

La patria está destrozada, hijo. Está maltrecha por la insensatez de políticos y revoltosos. A diario se asesinan soldados y policías y campesinos, pero también doctores y potentados e hijos de papi. Es una locura colectiva que nadie entiende pero todos fomentan. Y hay que salvar a Colombia, hijo. No la salvaremos con disparos sino con justicia y con fórmulas sociales.

Me valgo de tu ejemplo para personificar en ti a todos los soldados de Colombia que renuncian a las comodidades para prestar un servicio en hora tenebrosa. Eso es querer a Colombia, hijo. Díselo a tus compañeros. Puede que hayas madurado antes de tiempo, pero no importa. Eres una berraquera de hombre.

Para que compagine con tu decisión, este es el mensaje que te puse cuando cumpliste 15 años de edad, ayer nada más: “Cuando seas grande y de voz gruesa recuerda que un día fuiste niño alegre y juguetón. Conserva en la vida la alegría y el buen juicio y serás feliz”.

Te fuiste, hijo. Contigo marchan hoy muchos bravos de Colombia. Tus padres y hermanas nos sentimos grandes por tener un hombre guapo –en todo el sentido de la palabra– y sabemos que pronto regresarás victorioso. El mundo es de los valientes.

El Espectador, Bogotá, 12 de enero de 1989.
Revista Aristos Internacional, n.° 31, Torrevieja (Alicante, España), mayo de 2020.

Comentarios
(mayo de 2020)

Como hace 31 años, este artículo tan emotivo me llega al alma. Es el reconocimiento de un gran hijo que con valentía da un paso importante y transformador. La sabiduría del papá lo llevó por el camino normal de la vida, donde así haya fuego abrasador, las grandes lecciones aprendidas en el hogar lo han mantenido firme, sensible y motor de ideas que fomentan la unión de la familia. Liliana Páez Silva, Bogotá.  

Qué buen artículo. En tres décadas no ha perdido nada de actualidad. Y qué buena pluma. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Me gustó mucho tu Elogio del soldado en el que contrastas la firme decisión del hijo y la congoja de sus padres cuando el primero opta por pagar su servicio militar. Me quedó la duda sobre si lo narrado corresponde a una realidad familiar o es el resultado de tu ingenio. Eduardo Lozano Torres, Bogotá. (Respuesta. El protagonista de esta historia es mi hijo Gustavo. GPE).

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