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La Dorada, centro dinámico

jueves, 20 de noviembre de 2003

Por: Gustavo Páez Escobar

Muy diferente La Dorada que conocí en 1959 -hace 44 años- a la actual. Era entonces un pueblo pequeño, cuya población apenas llegaría a veinte mil almas, y hoy es un pujante centro comercial con cerca de cien mil habitantes. No sólo ha cambiado la dimensión urbana, sino que los vestigios del antiguo poblado son irreconocibles. Ahora encuentro una ciudad nueva que se edificó sobre la anterior y la transformó casi hasta borrarla. En los últimos años, más allá de lo que señalan los índices demográficos, el municipio ha crecido en forma acelerada. A ese crecimiento vertiginoso se suma el fenómeno nacional de los desplazados, que en el caso de La Dorada significa una numerosa población flotante que todos los días llega a su territorio por  diferentes caminos, atraída por el próspero municipio ganadero.

Es la ciudad caldense que ha tenido mayor desarrollo en menos tiempo. Y se trata de una de las ciudades más jóvenes del país. Se erigió como municipio en 1922, o sea que hoy tiene 81 años, edad juvenil en la vida de los pueblos. Situada al lado del río Magdalena, sus temperaturas habituales pasan de 30 grados y están entre las más ardientes de Colombia. La circundan varios ríos importantes, hecho fundamental para que la población disfrute de eficiente suministro de agua.

Su privilegiada posición geográfica la convierte en un nervio de comunicaciones. Está situada a 180 kilómetros de Manizales, y hay vías fáciles hacia Bogotá, Ibagué, Medellín y la Costa. A La Dorada se le recuerda como uno de los puertos vitales para la navegación por el Magdalena. Aunque esta actividad ha disminuido en los tiempos actuales, todavía se practica. En viejas épocas fue buen productor de oro, y siempre ha sido zona ideal para la cría y la comercialización ganadera.

Especial atención me causó el aseo urbano -que se inicia a las cuatro de la mañana-, aspecto que se suma a la rica arborización que existe en el casco urbano y en los alrededores. Como en el ordenamiento municipal las cosas no se dan solas, supe que estos y otros frentes han sido afán prioritario del alcalde César Alzate Montes, joven y dinámico funcionario que ha hecho de su administración un ejemplo de pulcritud y eficacia. Entre las obras significativas que el alcalde entrega a la ciudadanía, y que en reciente visita fueron ponderadas por el presidente Uribe, están el coliseo cubierto, la vía circunvalar de doble calzada, la central de abastos y el acueducto por gravedad.

Tuve oportunidad de observar estos logros en compañía de mi viejo amigo Bernardo Nieto Quijano, notable dirigente cívico de la ciudad, que promueve hoy la creación del Museo Histórico y Cultural de la Dorada. El rescate que se va a hacer del patrimonio histórico, y que cuenta con el apoyo decidido de la Alcaldía, el Club Rotario y la Cámara de Comercio, ha despertado enorme acogida entre los habitantes.

En su planeación han tomado cuerpo facetas tan destacables como la historia de la ganadería (mediante la recolección de antigüedades y demás signos del desarrollo regional), o la historia de la aviación (con los aportes que hará la base de Palanquero), o el salón dedicado a mostrar en fotografías la vida de la localidad y de su gente, o la fundación de una biblioteca con obras de escritores caldenses. Me parece que podría pensarse en establecer una gran biblioteca pública, aprovechando el espacio que proporciona la antigua Casa Inglesa, donde funcionará el centro cultural.

El odontólogo Bernardo Nieto Quijano -que es, además, gerente-fundador del Gimnasio Palma Real, uno de los principales centros docentes de La Dorada-,  me invitó a dictar una conferencia sobre la importancia de la lectura, con motivo de la inauguración de la biblioteca infantil del colegio. Ocasión propicia para haber hecho este recorrido gratificante por el municipio incipiente que conocí en 1959, y que entonces sólo tenía 37 años de vida administrativa.

Y vuelvo de La Dorada con la imagen de una ciudad en desarrollo, que ha salido de los estrechos marcos parroquiales, que ha derrotado la nociva politiquería de otra época y que mira al futuro con esperanza.

El Espectador, Bogotá, 20 de noviembre de 2003.
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