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La nave que no naufragó

miércoles, 11 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Los Cano de la hora presente –es decir, los que comandaron el bar­co en la mayor tempestad que haya resistido periódico alguno en Colombia– no pueden sentirse derrotados por la transacción comercial a que tuvieron que  acceder para evitar el naufragio. No había otra alternativa: o se vendía la mayor parte del capital a una empresa poderosa, o se clausuraba el periódico.

Los nuevos socios han ofrecido respetar los severos códigos morales e intelectuales y la independencia sostenida du­rante 110 años y por primera vez el perió­dico deja de ser un diario de familia.

No fue eso lo que soñó el fundador de El Espectador, don Fidel Cano, que en 1887 hizo surgir de la nada una elemental imprenta de provincia, y que en los años siguientes tuvo que sufrir cárceles y per­secuciones por defender sus ideas. Ni fue eso lo que soñaron don Luis, don Gabriel y don Guillermo Cano –este último in­molado al pie del cañón–, los intrépidos capitanes que en los tiempos sucesivos li­braron valerosos combates, cada cual en su hora, animados por los mis­mos principios que habían inspirado al fundador.

Pero los tiempos cambian. Lo que era una moderada empresa de familia, sin ambiciones ni pretensiones excedidas, que dejaba razonables rendimientos y permitía combatir la sinrazón y el atro­pello, al paso de los días fue deteriorando sus cifras, como consecuencia de los enfrentamientos con los poderosos, hasta llegar al colapso por todos conocido. Los últimos directores, Juan Guillermo y Fernando Cano, nunca periclitaron en esa lucha desproporcionada.

Ellos, junto con los otros Cano que comandan el periódico en la hora más aciaga de su existencia, son los campeo­nes finales de este periodismo de héroes. También lo es José Salgar, el periodista más veterano del país, y que por eso se conoce como maestro de periodistas, nom­brado director temporal durante el pe­ríodo de la transición, y que debe ser nombrado director titular para que se garantice la supervivencia ideológica de El Espectador.

Otro campeón, que acaba de entregar sus arreos de mosquetero –pero no sus lanzas y sus plumas– es Héctor Osuna, el incomparable carica­turista a la par que combativo columnista, que ha dado al traste con tanto reye­zuelo de la farándula política del país.

En fin, son campeones todos los que navegan y navegaron a bordo del diario por las aguas de un mar embravecido que atenta contra la libertad de expresión. La sociedad necesita de una crítica rigurosa, nítida, vehemente, libre, practicada con altura, como siempre la ha ejercido El Espectador. Yo no sé si el Grupo Bavaria lo permitirá. Parece que va a intentarlo. Hoy lo importante es sa­ber que el periódico no ha naufragado.

El Espectador, Bogotá, 6-XII-1997.
La Crónica del Quindío, 10-XII-1997.

 

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