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Ejemplo paisa

sábado, 28 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Dos días duró cerrado en Mede­llín el Parque Comercial El Tesoro luego del atentado dinamitero que buscaba aniquilarlo. Los efec­tos del carro bomba, cuando se presentaba enorme congestión de público, causaron la muerte a una persona e hirieron a más de cincuenta, aparte de destruir 180 vehículos y 30 locales comerciales, con daños calculados en $ 2.000 millones. Esta acción criminal sólo pueden concebirla mentes desequilibradas.

En medio de la chatarra y los escombros, el alcalde de Medellín, Luis Pérez Gutiérrez, le­vantaba su voz adolorida para in­vitar a la población a luchar con­tra los terroristas: «No nos podemos dejar asustar. Nos tene­mos que unir para rechazarlos». La respuesta fue inmediata: los 170 locales y los 2.800 empleados que conforman la fuerza material y humana del centro comercial le dijeron un no rotundo a la violen­cia y en dos días abrieron sus puertas.

Esta actitud valerosa demues­tra los deseos de la raza paisa de no dejarse dominar por el miedo y se­guir adelante. Medellín y Antioquia fueron lugares azotados por una de las peores épocas de terror de la historia colombiana, y toda­vía se recuerdan los días y noches tenebrosos, hace apenas diez años,  en que el sicariato se adueñó de las calles y de la tranquilidad pública bajo el imperio de las balas y las explosiones de la dinamita.

Fue aquélla una época de abso­luta intimidación ciudadana, donde la gente se recogía en sus vi­viendas al terminar la tarde y no se podía transitar de noche. Me­dellín, en horas nocturnas, pare­cía un fantasma, y lo digo porque lo viví. La masacre ciega de aquellos días se saciaba en cual­quier transeúnte, y con mayor preferencia en los policías, sobre quienes se había ofrecido un precio para eliminarlos.

Ahora, con el atentado de El Tesoro, los habitantes han vuelto a rememorar aquella épo­ca de perplejidad y pánico. Han vuelto a escuchar el estallido de la dinamita y están dispuestos a no permitir el regreso de la barbarie. La locura y sevicia de los delin­cuentes buscan desestabilizar el país con toda clase de tropelías. ¿No es acaso diabólico el acto de pretender destruir, sin saber por qué, uno de los mejores centros comerciales de la ciudad, del que depende la subsistencia de nu­merosas familias?

Un aviso colocado en los perió­dicos es la mayor muestra de va­lor ciudadano y de sentimiento patriótico que recoge el clamor de toda la urbe: «Las hojas sólo caen en otoño y nosotros estamos en la ciudad de la eterna primavera. Los antioqueños llevamos en el corazón la esperanza de alcanzar la paz y ése es un tesoro que nadie nos puede quitar».

Edificante ejemplo para toda Colombia. No es sólo Medellín la que está bajo la mira de los asesi­nos: es el país entero. Aquí se per­dió el sentido de la vida y se carece de protección para la actividad económica. El Estado es inoperante para garantizar la paz de los ciudadanos, y la ley para casti­gar el delito. La masacre cotidia­na que se ha enseñoreado de vi­das y bienes no permite un minuto de sosiego.

Ver los noticieros o leer los dia­rios es otra tortura. Todos se preguntan: ¿Hasta cuándo? La desesperanza es hoy el mayor sig­no perturbador del país. La gente no cree en las autoridades, por­que los hechos no lo permiten.

Pero se presentan mensajes estimulantes como éste de los an­tioqueños, que hacen renacer la esperanza. Seguir adelante, co­mo ellos, es no dejarse amedrentar, para encontrar algún día el tesoro de la paz.

El Espectador, Bogotá, 23-I-2001.

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