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Memorias de un acordeón

domingo, 29 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

El primer acordeón lo tuvo Carlos Eduardo Vargas Rubiano en 1938, a los 18 años de edad, pero podría decirse que nació con él debajo del brazo. Ha sido su compañero de toda la vida. En tal forma se identifican mutuamente, que no puede mencionarse al uno sin dejar de pensarse en el otro. Es difícil encontrar una simbiosis tan perfecta entre un instrumento musical y su ejecutante. No se sabe, en realidad, si Carlosé es el dueño del acordeón, o el acordeón es el dueño de Carlosé.

Mi dilecto amigo y paisano boyacense nació con alma musical. Esto se puso de manifiesto desde sus primeros años, cuando ya tarareaba canciones y manejaba con ritmo sus aventuras infantiles. A los 15 años, con evidente disipación de sus estudios escolares, pero con ánimo jubiloso, tocaba al piano los tangos de Gardel. Cuando tiempo después viajó a Buenos Aires, fue a visitarlo al cementerio de La Chacarita y allí le confesó que sus tres ídolos musicales de América Latina eran Agustín Lara, Carlos Gardel y José A. Morales.

El niño músico que sorprendió a la sociedad de Tunja con sus melodías tempranas, insólitas dentro del frío ambiente de la urbe monacal, tiene hoy 81 años. Y sigue siendo niño, ya que no ha perdido su espíritu festivo y ha conjugado siempre la vida, en todo tiempo y lugar, con alegría y entonación admirables. Según él, los ciclos de la existencia ocurren cada 20 años, por lo cual la suya es la cuarta edad, y no la tercera, quizá porque le han rendido más los años.

Así lo vimos, eufórico y colmado de satisfacciones en el cálido homenaje que le rindieron sus hijos en el Hotel Radisson, al que asistimos complacidos un numeroso grupo de sus amigos, con motivo de la presentación de su libro Memorias con mi acordeón y del disco Se nota que no sé nota. Ambos títulos a la altura de su jocosidad vitalizante.

Como el acordeón hace parte de su carácter y de su estado físico (y sin él no sería Carlosé sino un ser común), ha adquirido carta de identidad en los salones sociales y en cuanta posición ha desempeñado. Fue alcalde de Tunja a los 25 años, y su mandato se hizo más sonoro con los acordes de su inspiración, lo mismo que sucedería como gobernador de Boyacá en 1987.

Durante 28 años dirigió las relaciones públicas de la Flota Mercante Grancolombiana, y desde joven comenzó a actuar como periodista de La Linterna –el célebre periódico fundado por Calibán en la capital boyacense–, para vincularse luego como columnista de El Tiempo hasta el día de hoy.

En su larga trayectoria como fugaz funcionario público, relacionista de la Flota Mercante y de cuanto encargo se le ha confiado, ameno periodista y promotor incansable de la tierra boyacense, Carlosé ha hecho valer su pericia musical a lo largo y ancho del país y más allá de nuestras fronteras. De Boyacá en los mares es el título de la formidable caricatura que le dedicó Chapete en 1969, la que es rescatada hoy como carátula del libro. En ella aparece el risueño personaje navegando por los mares del mundo con el agua subiéndole a la cintura, pero armado, claro está, de su inmejorable instrumento musical.

Por demás está decir que Carlosé ha librado y ganado todas sus batallas a punta de acordeón. En tiempos de violencia –que en Colombia parece que son eternos–, unos bandoleros irrumpieron en el sitio donde departía con unos amigos, y mientras éstos cogían las de Villadiego como almas que lleva el diablo, el músico invencible los recibía con una guabina y con ella les refrescaba el alma envenenada. Media hora más tarde, todos departían al calor de una botella de aguardiente, como si fueran viejos camaradas, con las armas depuestas y la risa en los labios.

Cuando yo residía en Armenia, la Gobernación del Quindío le ofreció un coctel en su carácter de directivo de la Flota Mercante, con la mala suerte de que aquel día un terremoto hizo estragos en el Antiguo Caldas. Las caras de los asistentes al acto eran de espanto. El ilustre visitante cambió pronto el ánimo de la concurrencia al ejecutar al piano un aire boyacense en honor de su paisano.

En este libro se recogen simpáticas anécdotas y sucesos memorables que han girado alrededor de su vida y de su comarca natal. En él queda el testimonio auténtico de todo un señor de la simpatía, el humor y la sencillez, que ha puesto una nota grande en el panorama nacional.

Como embajador de la sonrisa y las buenas maneras, del gracejo a flor de labios y de la cordialidad sin límites, ha empleado estos dones para atraer hacia Boyacá las miradas de destacadas figuras del Gobierno y la política, de la empresa privada y los negocios, para conseguir el progreso regional. Es mucho lo que le debe el departamento a este acordeón resonante y tan bien tocado.

Y mucho lo que nos tonifica a sus amigos (continúo hablando en términos musicales) el verlo en la dorada cumbre de su ‘cuarta’ edad rodeado del calor de Marina –a quien él ensalza como «mi última novia y mi primer amor”–, de sus hijos y de todos los suyos. Y orondo de lo que siempre ha sido: el melómano sin tregua, el señor de la gracia y la distinción, el caballero a carta cabal.

El Espectador, Bogotá, 3-I-2002.
Repertorio Boyacense, No. 338, Tunja, abril de 2002.

 

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