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El rastro de “Contraescape”

sábado, 11 de febrero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

En diciembre de 1970 iniciaba Enrique Santos Calderón en El Tiempo, desde su columna Contraescape, el análisis crítico y ponderado de los grandes temas colombianos, espacio que interrumpió en mayo de 1999 al entrar a ejercer la codirección del periódico, por considerar que «no suspender esta columna me plantearía una dualidad inmanejable». Esta decisión respetable, y lamentada por sus lectores, significó la pérdida de la mejor tribuna de opinión que ha tenido Colombia en los últimos tiempos.

Durante casi tres décadas, Santos Calderón, con mente aguda y pluma ágil y diserta, se convirtió en memorialista certero del convulsionado y al mismo tiempo floreciente tramo de la vida colombiana, en el que ocurrieron grandes perturbaciones sociales y se presentaron sonados sucesos en los campos de la ciencia, las letras y la cultura.

Los escritos elaborados en esta tarea periodística dibujan, mejor que muchos textos doctorales y farragosos de nuestra historia, el perfil de este país que camina entre la adversidad, la paciencia y la desesperanza, por lo general con el ánimo contrito, pero con la fe puesta en un futuro mejor, que año por año vemos que no llega.

Contraescape auscultaba el conflicto narcoguerrillero, las tensiones sociales o la violencia infernal, lo mismo que enaltecía el avance de las letras y los méritos personales, o magnificaba el hecho simple en amena crónica. Recogió el palpitar del mundo en episodios conflictivos, como la revuelta de Chile o la guerra de Vietnam, y sociológicos, como el surgimiento de John Lennon, el significado de los Beatles o la magia negra en Haití, con el telón de fondo de la pobreza, el analfabetismo y la dictadura rampantes en dicho país.

Las columnas de Santos Calderón fueron ejemplo de concisión y equilibrio. Su escritura ha sido elocuente, clara y jugosa. Y deja qué pensar. El periodista estrella de El Tiempo, en otra época militante aguerrido de ideas de izquierda (de lo que dio muestra en la revista Alternativa, entre los años 1974 y 1980), enseña a sus colegas de la prensa el arte de expresar más pensamientos con ahorro de palabras innecesarias.

Esta selección de Contraescape, que se recoge en el libro Fiestas y funerales, pone de presente que la nota rápida, cuando se confecciona con hondura, no muere en las corrientes fugaces de cada día. La diferencia entre el columnista intrascendente y el escritor profesional consiste en que el uno escribe para el momento efímero y el otro para la posteridad. Es cuestión de estilo, marca de calidad, y ya se sabe que el estilo es el hombre.

Santos Calderón es no sólo uno de los periodistas que mejor interpretan el desarrollo social y político del país, sino uno de los colombianos más versados en guerrillas (fue miembro de la Comisión de Paz en 1984), lo mismo que en los fenómenos de la violencia y la droga. Leyendo sus escritos de épocas lejanas, se llega a la conclusión de que todo sigue igual: continúa la guerra sucia, con sus métodos siniestros del secuestro, la extorsión, la dinamita y los genocidios.  Siguen los asesinatos de políticos, periodistas y ciudadanos comunes. Fuera de analizar estos hechos de compleja solución, formula serios planteamientos y lanza severas acusaciones, como si escribiera para los días actuales. En tanto tiempo, nada ha cambiado y el país está peor.

Cuando en 1984 asesinaron a Rodrigo Lara, en 1986 a Guillermo Cano y en 1989 a Luis Carlos Galán, su fibra de periodista y de colombiano se estremeció ante la comprobación de que vivimos en un país de cafres, como lo dijo Darío Echandía. Cuando su dolor de patria llegó al máximo grado de tolerancia, manifestó que por primera vez se sentía avergonzado de ser colombiano. Tremendo testimonio el que traslada de sus notas de ayer a la actualidad de hoy, para volverlas evidencias lacerantes del momento aciago que vivimos.

Esta es la Colombia enferma que no se ha recuperado en largos años de agonía, y que en 1985 hizo exclamar al periodista: «En un país con una violencia política endémica, la paz no se logra de la noche a la mañana, ni tampoco las reformas que no se han hecho en cincuenta años de historia». En estos 18 años nada ha cambiado. Todo continúa en crisis. Con estas crónicas se mide la dura realidad colombiana, la de ayer y la de hoy. La de siempre.

En el lado ameno del libro están los enfoques sobre grandes figuras literarias y públicas: el glorioso Gabo, el disidente Gerardo Molina, el prócer Luis Carlos Galán, el polemista López Michelsen, el carismático Álvaro Cepeda… Y se recrean temas novedosos como la visita deslumbrada a Disney World, el viaje al corazón de la ballena jorobada, el vicio del cigarrillo, el aprendizaje del trago, material salpicado con humor y amenidad, a lo Luis Tejada.

Dice que aspira a no perpetuarse en la dirección de El Tiempo, compromiso que le ha hecho perder su identidad ante el público: «Un día no muy lejano quisiera resucitar mi columna y escribir otras cosas menos pegadas de calientes coyunturas periodísticas». No creo que sea bueno su retiro de la dirección del periódico. Sé que al diario le hace falta Contraescape, espacio manejado con independencia, altura conceptual y gran estilo.

El Espectador, Bogotá, 13-II-2003.

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Comentario:

Me encantó este artículo. Estoy de acuerdo con lo referente a que el país no ha cambiado. Por estas tierras también hay muchos que se han avergonzado de ser colombianos. Uno no debe avergonzarse de la tierra. Que se  avergüence de los corruptos, incluso de los de cuello blanco. La verdad es que en vez de vergüenza siento un dolor inmenso. Estoy leyendo Crónicas de la vida bandolera y allí faltaron todos los vendepatrias, los falsarios, los judas y traidores. Habría que escribir otro volumen e incluir a estos miserables que bajo grandes y medianos apellidos han, como decía Lleras,»descuadernado el país». Qué dolor, salí de Colombia hace casi 15 años y hoy todo es peor. Tengo varios colegas amenazados de muerte. Todo sigue igual. Colombia Páez (periodista colombiana), Miami.

 

 

 

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