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La palabra enamorada

sábado, 11 de febrero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

(Prólogo del libro Nostalgia de la luz,

de Inés Blanco)

Toda la obra poética de Inés Blanco, compuesta por seis libros, converge a un solo concepto: el amor. La escritora ha hecho del amor –vivido o idealizado– el soplo mágico que explora las inti­midades del alma y traduce en bellas palabras el caudal de las emociones, para su propio placer es­tético y el gozo de sus lectores. Desde que en 1993 inició su carrera literaria con la obra Paso a paso, hasta los días actuales, cuando entran en circula­ción los títulos Nostalgia de la luz y Los ojos de la noche, su producción ha sido un himno cons­tante al amor.

Sobre el amor todo está dicho, pero su lenguaje nun­ca se agota. Jamás se agotará, porque el alma, la gran dispensadora del amor, nunca muere. La persona envejece, pero el amor, para quienes saben pro­tegerlo y consentirlo, permanece joven a pesar de las arrugas del tiempo. Los poetas han empleado todas las palabras imaginables para expresar el idioma del corazón, y no obstante las infinitas creaciones y obras maestras que han salido de todos los idiomas, la mina de la emotividad continúa inextinguible.

Inés Blanco, que desde la edad adolescente ya incursionaba en los predios de la poesía, ha sabido afinar su inspiración en la búsqueda de los vocablos y las imágenes que transmiten sus emo­ciones. Prima en su obra la brevedad de la palabra, en enlace musical con la metáfora y el ritmo. Ha escogido el verso libre como recurso, muy propio de su estilo, para elaborar con donaire las ideas e imprimirle modulación al poema. La sola brevedad no sería suficiente para cumplir dicho pro­pósito si no estuviera movida por la magia de la elo­cuencia.

Con la economía expresiva del lenguaje, que se ma­nifiesta en su escritura desde el primer libro, se ha hecho maestra en el arte de la síntesis, quizá el mayor atributo de la poesía. Muchos poetas sacrifican a veces la fluidez y la claridad en aras de los cánones impuestos por la métrica. Creo que Inés Blanco es buena discípula de Luis Vidales, que en 1926, con Suenan timbres, rompió los moldes tradicionales de la poesía y estableció el ver­so libre como canal apropiado de comunicación, escuela que desde entonces ha conquistado nume­rosos adeptos.

De todos modos, sea cualquiera la pauta que se utilice para hacer poesía, si esta no tiene ritmo, em­brujo y melodía y carece de fuerza para conmover el espíritu e irradiar la belleza, deja de ser poesía. Debe anotarse, por otra parte, que si el poema no brota del corazón, su autor marcha en contravía de lo que debe ser la obra de arte. La alquimia poética, que es como un sortilegio preparado por dioses ocultos, debe conducir al encanta­miento. Si logra este objetivo, el poeta está salvado.

Leyendo el poemario Nostalgia de la luz, que Inés Blanco pone en circulación luego de cinco años de silencio editorial, encuentro, para mi personal deleite, que las premisas anteriores están cumplidas. El canto al amor que brota de estas páginas es el mismo, aunque con diferentes matices, que ha marcado sus libros anteriores.

El amor en su obra es persistente, delicado y diáfano. La transparencia de la palabra enamorada ilumina todas las entretelas del sentimiento humano, que van desde el placer hasta el dolor, desde la alegría hasta la pesadumbre, desde el deseo hasta la soledad. Libro hecho de pre­sencias y ausencias, de silencios y nostalgias, de sue­ños y quimeras, de evocaciones y esperanzas. Ese es el amor.

Amor también son el padre, o la madre, o los hijos, o la flor que siente la cercanía del poeta, o el ave que revolotea por su entorno. Amor es la patria, esta patria lacerada y cubierta de dolor y lágrimas, que hiere la sensibilidad de la escritora y estremece el alma nacional.

Cuando se degustan los cantos de Inés Blan­co, se escucha como un sutil movimiento de alas que pasa sobre amantes invisibles para eternizar el sentido romántico de la vida. El amor intemporal, que puede ser también el amor inmaterial, y que los poetas saben glorificar en sus poesías sin tiempo, hace posible hoy La nostalgia de la luz y Los ojos de la noche, dos poemarios unidos por el mismo sentimiento.

Bogotá, julio de 2007.

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