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Las muñecas de la mafia

viernes, 20 de diciembre de 2013

Gustavo Páez Escobar

El morbo de los televidentes se alimenta con series dramatizadas como la que Caracol Televisión pasó hace pocos años con el título de esta columna. Dicha escenificación obtuvo excelente rating, toda vez que el público goza con la frivolidad, las extravagancias, las ambiciones, los apetitos de comodidades y de sexo en que se mueven las bellas mujeres que cambian la vida sencilla para volverse compañeras sentimentales de los narcotraficantes.

Los reinados de belleza constituyeron uno de los motivos más genuinos de regocijo y emoción del país, como que en ellos se rendía homenaje a la mujer colombiana dotada de virtudes y radiante de encantos y se ponía a competir a las regiones en busca del trofeo nacional. A lo largo de los años, estos eventos fueron cambiando su esencia y se desviaron hacia la belleza artificial y los atributos ficticios. De pronto, el dinero corrupto hizo su aparición en estas fiestas del donaire y la gracia femenina y trocó la autenticidad por la artimaña.

Más adelante se sabría que narcos poderosos entraban a comprar reinas. El arma más efectiva para lograrlo era la seducción del dinero. El primer caso conocido fue el de Martha Lucía Echeverri, señorita Colombia 1974, que cayó en las redes de Miguel Rodríguez Orejuela, capo del cartel de Cali.

María Teresa Gómez Fajardo, señorita Colombia 1981, se casó con el rejoneador Dayro Chica, antiguo peón de la familia Ochoa, la que obsequió a la pareja un ajedrez de oro con la siguiente leyenda: “Para que usted vea cómo un peón se puede comer a una reina”. Más clara no puede ser la entrega de la mujer frágil, de la mujer fatua, a quien el mafioso seduce con el aroma de su fortuna. Ya lo dijo Jardiel Poncela: “Es más fácil detener un tren que detener una mujer, cuando ambos están decididos a descarrilar”.

Uno de los hechos más sonados en la crónica nacional es el de Maribel Gutiérrez Tinoco, señorita Colombia 1990, que renunció al título para casarse con Jairo Durán –alias el ‘Mico’–, su fuerte financiador en el mundo de la belleza. Ella se dejó deslumbrar por el derroche que surgía a su alrededor. La danza de los millones se hacía sentir también en las pasarelas. A pesar de que el nombre de la candidata tenía bajo perfil, resultó la ganadora. Y el concurso quedó desprestigiado. Dos años después, el ‘Mico’ caía abatido en una vendetta entre mafias.

Otro hecho que impresiona es el de la atractiva presentadora de televisión Virginia Vallejo, famosa en los años 70 y 80, que un día cambia su mundo de éxitos para unirse a Pablo Escobar. Muerto el capo, y cuando ella pasaba por serias dificultades económicas, publicó en el año 2007 el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar, que se convirtió en Estados Unidos en el best seller número uno en español. La sombra de Pablo la ayudó a enderezar las cifras, pero no la honra.

Natalia París se casó a los 22 años con el narco Andrés David Mejía –alias ‘Julio Ferro’– y a los pocos años se produjo el asesinato de su esposo. Hoy dice en la revista Bocas que no se arrepiente de ese episodio, pues de dicha relación nació su hija Mariana. Y agrega: “Fue un capítulo en mi vida de niña rebelde y necia (…) Solo me importaba estar con el chico de moda, el guapito”. Desde entonces la persigue el fantasma de aquel suceso sombrío, por más que pretenda ignorarlo.

La lista es interminable y no se detiene. ¿Qué queda de todo esto? Un horizonte de ruinas morales y materiales y una Colombia desvertebrada. Falta preguntar en qué sociedad vivimos, cuando resulta tan fácil cambiar las normas de la compostura, del recto proceder y del camino correcto por el dinero fácil y la vida arrebatada, que solo dejan pesares y desgracias.

El Espectador, Bogotá, 22-VI-2013.
Eje 21,
Manizales, 21-VI-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 22-VI-2013,

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Comentarios:

Se trata de esas mujeres que seguramente quedaron con dinero pero señaladas socialmente, con amistades derivadas de su relación de pareja. Creo que se convirtieron en mujeres superficiales, acostumbradas a vivir en mundos irreales «que solo dejan pesares y desgracias».  Amparo E. López, colombiana residente en Estados Unidos.

El Quindío actualmente pasa por esta terrible situación porque el narcotráfico no sólo ha contaminado a sus mujeres sino también a un amplio grupo de nuestra sociedad, la cual, ávida de riquezas fáciles, se entrega a los lavadores de turno. Raquel Martínez Aguirre, Armenia.

Ante  estas letras, el tema bien tratado y el mensaje bien logrado, solamente puedo decir: “de todo hay en la viña del Señor”. Pero el alma femenina  no deja de estremecerse ante una realidad tan cruda, que logra ilustrar semejante realidad. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Qué recorrido tan triste el de esas bellas mujeres. Cada vez que me entero de desaciertos por parte del género femenino me siento casi que avergonzada, y en cualquier área que se presente: en los cargos públicos, en la banca, etc. Es indignante que la mujer actual no valore los sacrificios, humillaciones y falta de reconocimiento que padecieron millones de mujeres en el mundo, aun nuestras abuelas, y no hagan uso correcto de las inmensas posibilidades que hoy en día tenemos. Tantas mujeres que tuvieron, y algunas aún tienen, como únicas fronteras la cocina de sus hogares. ¡Da pena! Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Siempre he creído en el trabajo honesto de una mujer, y siempre me han asqueado estas niñas modificadas a bisturí que se venden como ganado en feria, pero cada quien elige su vida. Le escribo también para decirle que le faltaron las mises de aquí de Venezuela que se han vendido a capos colombianos, y que luego se hacen las víctimas y los familiares salen llorando por tv. Lic. Dayana Castillo M., Venezuela.

Fácil es criticar a estas niñas cuya única salida de una vida de pobreza es su atractivo físico, ¿pero qué hay de banqueros, constructores, comerciantes, colegios, universidades, iglesias que se están enriqueciendo lavando los activos de los narcos? Ar mareo (correo a El Espectador).

Lo tremendamente triste es que los medios transmiten, a través de esas telenovelas, la idea de que esa es la ruta del éxito. La dignidad, la honestidad, la cultura, la rectitud, como dice el columnista, no quedan ni de últimos. El atajo es el camino, como ya se impuso también en el ejercicio de la política. ali cates (correo a El Espectador).

Al ver una reinita de turno sabemos que no ganó por su belleza y menos por su inteligencia, sino por el padrino o politiquero o mafioso que le compró el título. Las pobres niñas de este país quieren ser ricas y vivir entre lujos por la vía fácil. Los niños quieren ser lo más fácil, o policía o traqueto, o peor, futbolista, nada que tenga que ver con estudio y sacrificio. antónimo (correo a La Crónica del Quindío).

Con razón las llaman “chicas CDT” (carne de traqueto). Pablo Mejía Arango, Manizales.

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