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Archivo para la categoría ‘Idiomas’

Cuestiones idiomáticas (2)

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Hobby

(El Espectador, 27-VI-1996)

Gonzalo Mallarino, en su artículo Los caballitos de batalla y la vejez, se recrea con la palabra hobby, que no ha ingresado aún al Diccionario Mayor. Por ser un extranjerismo de la lengua inglesa, Mallarino escribe el plural: hobbies. Sin embargo, tratándose de palabra de uso corriente en nuestro idioma desde hace mucho tiempo, cabe pensar que la Real Academia se encuentra en mora de ingresarla al Diccionario. Siendo el habla común la que sanciona los nuevos vocablos, en este caso evidente podemos castellanizar el hobby, sin temor, y asignarle el plural de nuestra propia lengua: hobbys (lo mismo que el de brandy es brandys, y el de whisky, whiskys).

Manuel Seco, en la última edición de su Diccionario de Dudas, manifiesta lo siguiente sobre el término hobby: «Es palabra inglesa que en español se usa como nombre masculino, se pronuncia corrientemente /jóbi/, y se le da el plural hobbys (el plural inglés es hobbies). Como es voz útil y frecuente en nuestro idioma, el lingüista colombiano Luis Flórez propuso, con acierto, que se españolizase en la forma jobi”. Gustavo Páez Escobar. 

Fe de erratas

(El Espectador, 25-IX-1996)

El lunes amanecieron alborotados los duendes del computa­dor, y por eso en la edición de ayer se fueron los siguientes erro­res, por los cuales ofrecemos disculpas:

A Rocío Vélez de Piedrahíta se le rebeló una poetiza, que cambió la ese por la zeta.

En la columna de Cristo García Tapia hubo varios resbalo­nes: a don Alonso Quijano le cambiaron el apellido por Quijana; la congrúa subsistencia, con tilde, hiere el oído; a Faulkner le encimaron una i: Faulkiner; la tilde que sobra en le hace falta a qué: «Que un escritor no tenga nada qué decir»… «no habiendo nada más qué decir» (hay que diferenciar el que relativo del qué interrogativo).

La página del Jet Set registra el matrimonio de John Kennedy como una boda al escondido. Lo correcto es a escondidas, locu­ción adverbial que significa sin ser visto.

Además, en el Jet Set se publicó una foto sobre las damas ho­menajeadas por la Liga Contra el Cáncer y en ella se reseñó a do­ña Ana María de Busquets Cano, cuando en realidad es doña Ana María Busquets de Cano.

A don Gustavo Páez Escobar le agradecemos que nos hubiera hecho caer en la cuenta de la mayoría de estos errores.

Visconversa

(El Espectador, 27-X-1996)

En la edición del 16 de octubre, en Día a día, se habla de la visconversa. Fea palabra. Aparte de fea, no figura en los diccionarios. Sin darnos cuenta, en el habla culta se en­trometen vocablos que no son de grato sabor.

En la sección Así va el mundo, que a veces se inserta en la página editorial, desplazando a columnistas de opinión, el titular del despacho internacional habla de la hor­miga que agrede a otros animales. Agredir es verbo defectivo que sólo se usa en las formas que tienen en su desinencia la vocal i: agredí, agredía, agrediré. Gustavo Páez Escobar.

N. de R. Nuestro cordial amigo, si que también atildado columnista, califica de fea la expresión visconversa, que aun cuando no tiene estirpe académica ni figura en el Diccionario de la Lengua, mucho se usa. No olvidemos que el señor Miguel de Unamuno decía que al idioma hay que dejarlo correr, como el agua, sin obstáculos. Las palabras, las expresiones, no son como las reinas de la belleza. Hay que ir a su íntima significancia. Gracias por su colaboración.

(Han pasado 14 años desde la anotación anterior –estamos en julio de 2011– y el término visconversa no ha ingresado al Diccionario de la lengua española, ni al Diccionario panhispánico de dudas. GPE)

El hacha

(El Espectador, 2-XI-1996)

Perdonen mi intromisión, pero voy a señalar un error en edición de la semana pasada: en uno de los Microlingotes se lee: La hacha también es muda. Lo correcto es el hacha. Aunque el sustantivo es femenino, la regla gramatical establece, por razón de eufonía, el uso del artículo en masculino (el, un) cuando la primera sílaba del sustantivo femenino empieza por a o por ha acen­tuadas: el agua, el águila, el hacha. Una de las pocas excepciones es la del nom­bre de las letras: la a, la hache. Caprichos del idioma: es correcto la hache e in­correcto la hacha. Gustavo Páez Escobar.

Fe de erratas

(El Espectador, 9-XI-1996)

Recibimos la siguiente misiva de nuestro colaborador Gustavo Páez Escobar, sobre dos errores ortográficos en nuestra sección editorial, por lo que ofrecemos disculpas a nuestros lectores con el compromiso de que en lo posible no volverá a suceder:

«La letra h amaneció hoy (ayer) domingo haciendo travesuras por los predios de los directores, con el ojo permisivo del corrector. Vea­mos: (renglón 13)… ‘porque ha ambos parece’… Aquí hay que fusilar la h.

Nunca en domingo: (renglón 44)… ‘los colombianos, ¿ha?’… Aquí hay que invertir la h: ¿ah? Sobre el vocablo ha, dice Manuel Seco: ‘En el Dic­cionario de la Academia se registra también la grafía ha, pero no se ad­vierte que tal grafía es anticuada y hoy no se admite. Y Femando Co­rripio: ´Forma del verbo haber (llegó ha tiempo); no debe confundirse con la interjección ¡ah!».  Gustavo Páez Escobar.

¿Los Cano o los Canos?

(El Espectador, 23-III-1997)

En mi concepto, ambas expresiones son correctas, según como se usen. Pero Sófocles es de otra opinión, y así lo manifiesta: «Eso de usar los apellidos en singular con artículo plural es una ventolera nueva que, en mi modesta opinión, aparece después de la invasión de películas gringas en nuestra televisión: los Clinton, los Turner, etc.«.

Por lo tanto, Sófocles no está de acuerdo con la siguiente norma del Manual de Redacción de El Tiempo: «Los apellidos hacen el plural con la s final cuando se hace referencia a una dinastía (los Capetos, los Estuardos) o cuando se quiere referir a los que tengan o hayan tenido ese apellido (los Garcías de Colombia son millones). Pero si la referencia se limita a los miembros de una familia, el apellido irá en singular (los Pastrana están metidos en política desde 1950)».

Con perdón de Sófocles, creo que la costumbre –la gran maestra del idioma– tiene establecida desde mucho tiempo atrás la regla fijada por El Tiempo. En la obra La fuerza de las palabras, del Reader’s Digest (1977), se dice que «los apellidos se usan siempre en la forma singular en el trato diario, y los plurales han quedado relegados, si acaso, al lenguaje literario, o mejor dicho, sólo los vemos ya empleados en los autores clásicos. En la conversación se dice habitualmente: los García, los Varela, los Galindo». Gustavo Páez Escobar.

* * *

(El Espectador, 26-III-1997)

«Cómo así que los García que viven al frente de mi casa son en singular cuando los estoy contando a ellos cinco y en plural cuando termino de contar a todos los demás». Sófocles, El Espectador (93-03-18).

Aquí, que se disculpe otro porque de mi computador salió los Garcías. Aparezco cometiendo el pecado que critico. El columnista Gustavo Páez Escobar aportó un argumento a favor de la singularización de los apellidos basada en el libro La Fuerza de las Palabras, no desconocido por mí; sin embargo, el numeral 2.3.5.b) del Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española, que no transcribo por falta de espacio, califica esa costumbre como impropiedad.

* * *

(El Espectador, 8-V-1997)

Apoyado en Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española, Sófocles insiste en su concepto de que los apellidos deben ir en plural para observar las reglas de la concordancia. La citada obra, que lleva más de veinte años de depuración, es todavía un proyecto de la Real Academia para una nueva edición de su gramática de la lengua española, y por consiguiente carece de validez normativa. El uso ha consagrado el singular de los apellidos, y así lo practican escritores de alta valía. En el lenguaje, todo es cuestión de costumbre y uso.

Afirma Azorín: «Todo es provisional en el idioma; todo es provisional en la gramática». Dice Manuel Seco: «El uso vacila entre la forma común del plural, que es la más castiza, y la forma invariable, censurada por los puristas, pero muy extendida hoy: los Madrazo, los Quintero, los Argensola». Fernando Corripio anota: «Está muy difundido el empleo de la forma invariable: los Trastamara, los Portocarrero». El filósofo español Salvador Fernández Ramírez tiene esta tesis desde 1951: “En el habla familiar suele ser más frecuente el uso de los plurales. Pero la lengua literaria tiende desde época reciente a suprimirlos». Gustavo Páez Escobar.

Payasesco

(El Espectador, 17-VI-1997)

Felicito al autor del artículo Teatro del Absurdo, acto sin palabras, por la siguiente frase: “Expresaron lo fundamental en tono payasesco y estridente”. La palabra payasesco no figura en los diccionarios (menos en el de la Real Academia) y es la primera vez que la leo. Bienvenida esta innovación de la lengua. Las terminaciones esco, esca se utilizan para formar adjetivos del sustantivo de donde provienen. De ahí burlesco, libresco, bufonesco, donjuanesco. Lo mismo que de payaso sale payasada, ¿por qué no admitir payasesco? Eduardo Caballero Calderón, genio del idioma, se hizo esta consideración: si de hablar sale habladuría, no hay razón para que no suceda lo mismo con pensar; y si de esta última palabra se desprende pensamiento, también es lógico que exista el hablamiento, gústeles o no a los académicos. Y escribió un gran libro: Hablamientos y pensadurías. Gustavo Páez Escobar.

(Pues no: a los académicos no les gusta (hasta hoy, julio de 2011) ni hablamiento, ni pensaduría, ni payasesco. No siempre la innovación lingüística, que es uno de los mayores avances del idioma, llega a esos ámbitos. GPE)

Espuria

 (Semana, Bogotá, 18 de junio de 2017)

En la edición n.º 1832, se dice en el artículo ‘Los bienes de las Farc en la mira’ (página 26): “…los bienes de esa guerrilla, que fueron adquiridos de manera espúrea…”. Lo correcto es espuria (que significa “falsa”, “bastarda”). Esta es una palabra traicionera del castellano, y en este error suelen incurrir incluso escritores de prestigio. Parece que quien así la escribe y la pronuncia pretende mostrarse culto, tal vez bajo el entendido de que es incorrecto decir ‘pior’, en lugar de ‘peor’. Es decir, la ‘i’ juega en este caso una mala pasada.

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El eterno femenino

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Conseguí cambiarle el sexo a una gran periodista: Patricia Lara, dueña de Cambio 16. Ella debe estar jubilosa con mi cirugía. Una cirugía que también van a agradecerme los honorables académicos de la lengua. Que sean los documentos los que hablen.

(Agosto de 1994). Señor director de Cambio 16: Al abrir uno la revista recibe la impresión de que hay dos hombres en las presidencias de la empresa: Juan Tomás de Salas en el Grupo 16, y Patricia Lara Salive en la edi­ción para Colombia. En ambos casos aparece allí el título de presidente, sin distinguir el bello sexo que adorna a doña Patricia. La tendencia del idioma es que los oficios o profesiones de la mujer tengan la debida precisión: médica, abogada, presi­denta, gerenta, jueza, jefa, ministra, poetisa…

Consciente de esta evolución de la lengua que rompe el acartonado machismo de otras épocas, cuando el médico, por ejemplo, era hombre o mujer, doña Patricia Lara suscribe su correspondencia como presidenta, según aparece en la car­ta que dirige a usted en la edi­ción número 61. Demuestra así que ella no está dispuesta a re­nunciar a su sexo en la planta editorial de la revista.

(Febrero de 1996). Periodis­ta Patricia Lara Salive: En agos­to de 1994 escribí una protesta porque a usted le habían cambia­do de sexo. Pero no me hicieron caso: en las sucesivas ediciones siguió siendo usted hombre. Y yo me decía, para mis adentros, que hasta razón tendrían (en este momento de trasmutación de los sexos).

Hoy no se sabe quién es más hombre, si el hombre o la mujer. En esta hora aguda de machismo, ambos se pelean la varonil posición. De lo cual se despren­de que el mundo se está quedan­do sin aroma, sin delicadeza femenina. Por eso vamos como vamos.

Me llega el número 137 y veo que usted ha sido restituida en su legítima condición: presidenta. Tuvieron que correr 17 meses para que sucediera el milagro: una bella conquista, o re­conquista, para la mujer y para el idioma.

Prensa Nueva Cultural, Ibagué, febrero de 1996.

Gramatiquerías

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En mi último artículo, el corrector del periódico me hizo cometer errores que no figuraban en el original. Es­cribí en una sola palabra viacrucis –camino de la cruz– y él me la convirtió en dos: vía crusis. Es lícito escribirla de las dos maneras –aunque la costumbre pre­fiere un solo vocablo–, pero no con la ese horrorosa que se dejó deslizar, con lo cual la sufrida cruz quedó desfigurada. No se entiende por qué el Diccionario de la Real Academia, en contra de lo que consagra el uso popu­lar y admiten casi todos los diccionarios, no ha fusionado en una palabra las dos voces lati­nas. Permite, en cambio, otras expresiones: avemaría, padre­nuestro, sursuncorda, medio­día, medianoche, viaducto

En el citado artículo, donde critico las colas desesperantes del Seguro Social, escribí lo si­guiente: como los consultorios viven atestados de público, la atención será contra reloj. Aquí, al revés del caso anterior, unieron en el periódico dos pala­bras: contrarreloj. Protesto, ya que no se trata de una carrera de ciclismo (y en el Seguro lo menos que saben es de velocida­des), sino de realizar un asunto en tiempo perentorio.

Esto de meterse uno de co­rrector del idioma tiene riesgos serios. Sófocles glosaba en días pasados a un columnista de El Colombiano por haber escrito peresositos, y le indicó que, por provenir la palabra de pereza, lo correcto era perezositos. El maes­tro incurrió en un nuevo error, ya que la terminación del dimi­nutivo cito va con ce. Es decir: perezocitos. (Ojo, amigo correc­tor, con estas mezclas peligro­sas).

En otra Gazapera, Sófocles manifestaba que nunca había escuchado la palabra colinchar­se, utilizada por un redactor de El Tiempo, y que no la había encontrado en ningún dicciona­rio. Pero el término, aunque disonante y con cierto sabor plebeyo, está extendido en el vulgo. Así lo traduce el Nuevo Diccionario de Colombianismos publicado hace poco por el Insti­tuto Caro y Cuervo: viajar aga­rrado de la parte posterior exter­na de un autobús, automóvil, etcétera. O sea, lo que se estila en las calles bogotanas.

El idioma, como ser vivo, es cambiante. Los diccionarios, com­prendido el de la Real Academia, viven desactualizados. El pue­blo es el que impone las normas. Palabras como elixir, exegeta, Nobel (todas sin tilde) cambia­ron de sonido: elíxir, exégeta, Nóbel, y se pueden emplear en forma indistinta. La ortografía es caprichosa. ¿Por qué de pre­tensión (con s) sale pretencioso (con c)? (El último Diccionario de la Real Academia permite ya que se empleen las dos formas).  ¿Por qué de hueco (con h) sale oquedad (sin h)? ¿O de huérfa­no, orfandad; de hueso, óseo; de huevo, ovoide…? En cambio, la h se conserva en hortelano, de huerto; o en hospedería, de hués­ped. Esto parece una dictadura del idioma. Caballero Calderón, espíritu crítico, se inventó hablamientos y pensadurías.

En la revista Cambio 16 pare­ce que dos hombres ocuparan las presidencias de la empresa: Juan Tomás de Salas en el Gru­po 16; y Patricia Lara en la edición para Colombia. En am­bos casos aparece el título de presidente, sin distinción de se­xos. La tendencia del idioma es que los oficios o profesiones de la mujer tengan la debida preci­sión: médica, abogada, presi­denta, gerenta, jueza, jefa, mi­nistra, poetisa… Sin embargo, Patricia firma su corresponden­cia como presidenta, lo que indi­ca que no está dispuesta a re­nunciar a su bello sexo. La desactualizada es la revista.

El Espectador, Bogotá, 19-X-1994

(Ver artículo Códigos de la comunicación social)

 

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Enredos ortográficos

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En el Boletín de la Academia Colombiana de la Lengua, edición número 173, la señora Elizabeth Ávila Roldán pregunta si vocablos como constituido, incluido, sustituido llevan tilde. El secretario de la entidad, Horacio Bejarano Díaz, le responde que de acuerdo con el padre Félix Restrepo en su folleto Nuevas normas de ortografía, tales palabras deben llevar tilde en la i, por la siguiente razón: siempre que una vocal débil acentuada esté combinada con otras vocales sin formar diptongo, lleva tilde. Ejemplos: fluído, restituído, restituír…

Sin embargo, este concepto se opone a normas vigentes de la Real Academia Española, decla­radas de aplicación preceptiva desde el primero de enero de 1959, y que en su artículo 37, letra b, dicen lo siguiente: la combinación ui se considera, para la práctica de la escritura, como diptongo en todos los casos. (A continuación establece excepciones que sí llevan tilde, como casuístico, por ser palabra esdrújula, o benjuí, por ser aguda y terminar en vocal).

Según la regla de la Real Academia Española, los vocablos consultados por doña Elizabeth no llevan tilde. Por otra parte, el citado numeral 37, en su letra c, dispone que los infinitivos en uir se escribirán sin tilde: construir, derruir, huir… Como ambos preceptos son contrarios a lo anotado por Bejarano Díaz, el caso me dejó viendo estrellas. Por lo tanto, le envié una consulta donde le manifestaba confusión.

Y él me cuenta una intimidad que bien vale la pena trasladar a los lectores. Dice que la regla del padre Félix Restrepo –a la que se acoge, lo mismo que a ella se acoge la Academia que él repre­senta como su secretario– había sido aprobada por la Real Aca­demia Española antes de pro­mulgarse las normas de 1959 atrás referidas. Significa esto, en buen romance, que la autori­dad española le aprobó a la autoridad colombiana (padre Fé­lix Restrepo) una norma que luego desautorizó al no incluirla en el texto definitivo. Para defen­der su posición ante doña Eliza­beth, Bejarano Díaz me confiesa lo siguiente: aquí se trata de una especie de desobediencia volun­taria a lo preceptuado por la Real Academia, que no es infalible, apoyado no solamente en la evi­dencia de la autoridad sino en la autoridad de la evidencia.

Ante estas posiciones encon­tradas, la pregunta es elemen­tal: ¿A quién obedecer: a España o a Colombia? Estas disparida­des tan respetables son las que complican el manejo de nuestra lengua. Ni siquiera los sabios se ponen de acuerdo para no tra­bar a los legos. Un signo tan pequeño como la tilde –que parece un mosquito travieso– ha originado una guerra. Por mi parte, esté o no de acuerdo con las razones de la Real Academia –que no saltan a la vista en este caso–, continuaré escribiendo sin tilde las voces del conflicto.

La norma oficial debe obedecerse por disciplina. Y nos queda el derecho de disentir. En periódicos de prestigio, como El Espectador, y por lo general en revistas y libros, se acata dicha norma. Pero hay dos excepciones eminentes que se van por el otro camino, y aquí se enreda más el ovillo: la Academia Colombiana y el Instituto Caro y Cuervo.

Comparto el comentario de que la Real Academia Española no es infalible. Tampoco la nuestra, desde luego. Errar es humano. Sin embargo, mientras no se modifique dicha regla, es difícil apoyar la tesis contraria. Esto demuestra que la ortografía es una moda del idioma, a veces un capricho de los académicos, y que por consiguiente está sujeta a cambios e interpretaciones que se suscitan en el tiempo de acuerdo con diversos criterios gramaticales.

Boletín de la Academia Colombiana, Nos. 181-182, julio-diciembre/1993, junto con un profundo estudio sobre la materia que hace dicha entidad.
El Espectador, Bogotá, 12-IX-1994

* * *

Apostillas:

En misiva dirigida al doctor Gui­llermo Ruiz Lara, director del Bo­letín de la Academia Colombiana de la Lengua, comento:

He leído con el mayor interés el denso estudio que elabora el aca­démico José Joaquín Montes, pu­blicado en el último Boletín (Nos. 181-182), a propósito de mi ar­tículo Enredos ortográficos (El Es­pectador, 12-IX-94). Los argu­mentos que esgrime el miembro de esa entidad para oponerse a la norma de la Real Academia Española, según la cual la combinación ui y los infinitivos en uir no llevan tilde, no sólo merecen el mayor respeto por la autoridad del tratadista sino que están basados en claros preceptos gramaticales. Siendo ello así, no entiende uno el porqué de la norma imperante en la Real Academia. Esto crea confusión en los practicantes del idio­ma. Las tesis expuestas por el aca­démico Montes, por lo categóricas y fundamentadas, harán reflexio­nar a la institución española sobre lo que puede considerarse un error consentido a través de largos años. Bien lo afirma el erudito Ho­racio Bejarano Díaz para apoyar la posición de la Academia Colom­biana:

Aquí se trata de una es­pecie de desobediencia voluntaria a lo preceptuado por la Real Aca­demia, que no es infalible, apoyado no solamente en la evidencia de la autoridad sino en la auto­ridad de la evidencia.

Por el buen conducto del Boletín, felicito al doctor Montes por sus brillantes planteamientos. Y anexo a la pre­sente copia de la carta que he di­rigido al diario El Espectador, cátedra del bien decir. Gustavo Páez Escobar (El Espectador, 10-XI-1995).

* * *

Mi artículo Enredos ortográficos, publicado por este diario el 12 de septiembre de 1994, tuvo eco en la Academia Colombiana de la Lengua, que lo reproduce, seguido de amplio estudio, en su último boletín. Según regla de la Real Academia Española, la combinación ui y los infinitivos en uir no llevan tilde. Dicho precepto lo observa la mayoría de las publicaciones cultas, entre ellas El Espectador, no así la Academia Colombiana de la Lengua y el Instituto Caro y Cuervo, los dos organismos rectores del idioma en nuestro país, que se han rebelado –en «desobediencia voluntaria»– contra la posición de la Real Academia. La tesis que sostienen nuestras dos egregias entidades es muy respetable y algún día hará modi­ficar la norma oficial española. Me permito llevar a conocimiento de us­tedes el interesante y polémico es­tudio a que me refiero. Gustavo Páez Escobar (El Espectador, 20-XI-1995).

 

 

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Instituto Caro y Cuervo

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 50 años –el 25 de agosto– el presidente Al­fonso López Pumarejo sancionó la Ley 5ª de 1942, por la cual la nación se asoció a la celebración del centenario de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo. Era ministro de Educación Germán Arciniegas. Por esa ley se creó el Instituto Caro y Cuervo en honor de estos dos grandes humanistas, nacidos am­bos en Bogotá con un año de diferencia (Caro en 1843 y Cuer­vo en 1844). Como dato curioso, sus edades, al morir, también se llevaron un año de diferencia (Caro murió de 65 años y 8 meses, y Cuervo de 66 años y 8 meses).

Sus vidas fueron paralelas no sólo en el ciclo cronológico sino sobre todo en sus realizaciones como eruditos de la lengua. Cuer­vo está considerado el más grande de los lingüistas españo­les del siglo XIX. Caro es uno de nuestros clásicos más desta­cados. El instituto que se honra al llevar sus nombres resulta el reflejo de los viejos tiempos de­dicados al estudio, la investiga­ción y el trabajo creativo, tan distintos de los actuales que nadan entre la molicie y la frivo­lidad.

Jorge Eliécer Gaitán, un hom­bre superior de este siglo, sien­do ministro de Educación en 1940 fundó el Ateneo Nacional de Altos Estudios, cuya finalidad era dedicarse “únicamente al cultivo de la ciencia pura, a la investigación de la verdad por sí misma y al estudio de los gran­des temas de la naturaleza y del pensamiento humano». Otro de sus propósitos fue el de culmi­nar la redacción del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, obra que que­dó trunca a la muerte de Cuervo, y en la que se sigue trabajando en forma in­tensa.

El Ateneo, del que dependió en principio el Instituto Caro y Cuervo, fue la primera semilla de la magna obra que cumple hoy, para orgullo de Colombia, diez lustros de vida admirable.

No en vano corre sangre pura por las venas de esta institu­ción. Como defensora y difusora de la lengua y la cultura, ningún organismo nacional la supera. Es un semillero que inyecta cien­cia a filólogos, literatos, antro­pólogos e historiadores, incluso de otros países. En su amplia gama de publicaciones se reco­ge, con altura ejemplar, el testi­monio de un país enriquecedor de las letras. Son sobresalientes sus revistas Thesaurus y Noticias Culturales y la serie bibliográfica La Granada Entreabierta.

El hecho de que en 50 años de existencia el instituto sólo haya tenido cuatro directores, denota un triunfo contra los vicios bu­rocráticos. Los personeros de la entidad, pertenecientes a las más altas esferas académicas, cientí­ficas y docentes, y dotados ade­más de eximias virtudes perso­nales, por sí solos pregonan excelencia: Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero, Ignacio Chaves Cuevas. A ellos se suma el nom­bre también ilustre de Fernando Antonio Martínez, que estuvo encargado de la dirección por espacio de varios años. Preciso es destacar, además, el concur­so de distinguidos colaborado­res que han contribuido y con­tribuyen desde diferentes posiciones al engrandecimiento institucional. Estos 50 años re­presentan un júbilo para Colom­bia y las letras castellanas.

Con esta afirmación de patria y cultura, bueno es traer a cola­ción las palabras pronunciadas hace cinco años por el director actual, Ignacio Chaves Cuevas, con ocasión del ingreso de varios socios honorarios:

«Y es que resulta en verdad alentador y vivificante –para una institu­ción como la nuestra– el encontrar en medio de una sociedad desmemoriada y mezquina, per­sonas que todavía se preocu­pan, sienten y viven la cultura y apoyan con su talento y su trabajo la labor de las contadas instituciones que en el país luchan por la construcción y el progreso de la ciencia”.

El Espectador, Bogotá, 30-VIII-1992.

 

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