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Archivo para la categoría ‘Poesía’

Poemas recuperados

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En junio de 2004 viajé a Armenia a presentar la novela Un veterano encuentra su destino, de César Hincapié Silva. En aquella ocasión le pregunté a un amigo quindiano por los poemas inéditos que había dejado Carmelina Soto, muerta el 18 de marzo de 1994. El amigo me dio esta noticia desconsoladora: dichos poemas habían desaparecido y posiblemente habían ido a dar al cesto de la basura, cuando fue desocupado el apartamento de la poetisa.

En columna publicada el 22 de marzo de 1995  en La Crónica del Quindío, con ocasión del primer año de la muerte de Carmelina, revelé una simpática historia relacionada con dos poemas suyos, inéditos, titulados Llama y Brasa, de los que me había apropiado en un homenaje que sus amigos le tributamos en su propio apartamento, en octubre de 1979, con motivo de la medalla al mérito literario que le otorgó la Gobernación del Quindío. Y di a la publicidad tales poemas junto con la citada columna de La Crónica.

En aquel octubre de 1979, Carmelina me llevó a un libro de su biblioteca donde guardaba dichos poemas, me los leyó, y yo quedé encantado con ellos. Le rogué que me los obsequiara, a lo que no accedió. Me dijo que no valían la pena y que de todas maneras se trataba de un borrador. Luego se retiró a seguir disfrutando del encuentro con los amigos.

Ni corto ni perezoso, aproveché su ausencia para extraer del libro los poemas y pasarlos a mi bolsillo. Dije en mi nota de La Crónica, 15 años después: “Si la acción ha de llamarse robo, que lo sea. No me avergüenzo de ella: robar para la literatura es un placer delicioso”. Mi cometido quedaba cumplido al publicar aquellos poemas, ya muerta la poetisa. Cuando en el 2004 me enteré en Armenia de que toda su poesía inédita había desaparecido, me regocijé conmigo mismo al haber salvado del naufragio los dos poemas robados.

Pero mi sorpresa ha sido grande al llegar en estos días a mis manos el libro La casa entre la niebla, publicado en el año 2007 como homenaje póstumo a la poetisa, libro del cual son autores Luis Fernando Suárez Arango y Carlos A. Castrillón, el primero como realizador de una investigación adelantada sobre la poetisa para presentar su tesis de maestría de literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, y el segundo como crítico literario de la Universidad del Quindío y erudito en la obra de la poetisa quindiana.

En este libro se recogen 20 poemas inéditos de Carmelina Soto, “más uno cuya primera versión data de 1979 –se anota en las palabras de presentación–, y que fue corregido y mecanografiado en limpio en la misma época del conjunto principal”. Vengo ahora a saber que la señora Marleny Garay, que cuidó de  Carmelina en sus últimos años, fue la persona silenciosa que salvó sus archivos. Este archivo está constituido por unos 500 folios (artículos, cartas, ensayos, guiones para radio y televisión, documentos personales, y su poesía inédita, ahora recuperada en su totalidad).

Enhorabuena por este rescate digno de aplauso para las letras quindianas. En él aparecen los dos poemas de mi historia, pero transformados por el riguroso arte con que Carmelina elaboraba su obra. Hasta los títulos de ellos –Llama y Brasa– fueron cambiados por La llama y La brasa: de esta manera les imprimió mayor contundencia.

En este libro-homenaje presentan sus autores detenidos estudios sobre la vida y la obra de la inmensa figura de la literatura colombiana. Los estudiosos de su obra encontrarán en La casa entre la niebla (título de uno de los poemas rescatados, que sirvió de bautizo para el libro) la profundidad y la belleza con que Carmelina forjó su paraíso lírico, ahora aumentado con nuevos motivos para la admiración y el asombro.

El Espectador, Bogotá, 8-III-2011.
Eje 21, Manizales, 9-III-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-III-2011.

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La poesía de Marta Nalús

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Dos breves libros, de 110 y 62 páginas –El amante (2002) y Mar de noviembre (2006)–, conforman la obra poética de Marta Nalús editada hasta el momento. Prepara su tercer poemario, al que le tiene asignado el título de Momentos, y trabaja con lentitud y grandes paréntesis en la novela La sombra del mar.

Sobre esta novela, me dice que dentro de sus propósitos más deseados está el de darse su año sabático para concluir la obra en Viena, ciudad que la seduce desde que vivió allí en los años 70. En aquella época, ya graduada en Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana, partió para Europa en plan de ampliar su formación, y se especializó en Filosofía y en Psicología en Roma y Viena.

Se me ocurre pensar que su fascinación por la capital de la música surge en su espíritu no solo por los recuerdos que le dejó su residencia en aquella ciudad, sino por el afecto entrañable con su hijo Valeriano Lanchas, el niño prodigio del canto lírico que surgió en el mundo bajo la dirección de Pavarotti. Hay lazos invisibles que manejan las acciones humanas, y en este caso de madre e hijo aliados por el influjo del arte, sus propios destinos se atraen y se compenetran.

La intensa actividad de Marta Nalús en el campo educativo, como profesora,  directiva universitaria y consultora en Educación y Desarrollo Humano, no le ha impedido el ejercicio de las letras. Pero lamenta que su vida cotidiana, que se mueve dentro de un ajetreo agobiante, no le haya permitido avanzar con el ritmo que quisiera en la escritura de sus libros.

Marta Nalús ha sido poetisa desde siempre. Apenas tierna adolescente, ya elaboraba sus primeros versos en Soatá, frente al río Chicamocha, los que durante años mantuvo en secreto en el cuaderno escolar que crecía con sus inquietos ensueños. Es posible que desde entonces le naciera la imagen del agua como parábola de vida y esperanza, que años después irradiaría en Mar de noviembre, según lo expresa en el siguiente verso: Quiero cesar de consentir nostalgias / y quiero avivar el fuego con el agua. / Detener el viento con la playa / y fundirnos, / tú y yo, / en el mar de la esperanza”.

Se capta un hilo conductor en ambos poemarios: el acento intimista manejado por bello sentimiento romántico, que a buen seguro persistirá en los libros posteriores, ya que hay signos vitales en la creación literaria, sobre todo en la poesía y en la narrativa, que nunca se borran en la obra del escritor. El alma sensitiva de Marta deja su impronta en El amante con ardientes expresiones y sutiles metáforas movidas por la ilusión y el ansia amorosa.

La poetisa conoció en Santa Marta, a los doce años de edad, el mar con que soñaba frente a las aguas del río Chicamocha, en la plácida Soatá de nuestros ancestros. Desde entonces, el agua marina se convirtió en el mayor aliento para su inspiración poética. El mar, que es rugido y tempestad y bonanza, configura, en los versos de esta eterna enamorada que es Marta, el sentido pleno de la vida.

No hay vivencia, ni sentimiento, ni regocijo, ni dolor, ni paisaje alguno que no estén representados en el mar. Eso es Mar de noviembre: una alegoría de los hechos reales, y sobre todo de las emociones del alma romántica, frente a ese mar abierto, a veces bravío y a veces reposado, que baña las páginas de este hermoso poemario. Alborozos y pesares, sueños y desengaños, presencias y olvidos, lejanías y esperanzas… son hálitos en la poesía de Marta con que ella sabe conjugar los arcanos de la vida.

El mar no cesa: vendrá más tarde La sombra del mar, la novela aplazada que algún día hará realidad, cuando logre disfrutar de su año sabático ojalá bajo el marco musical de Viena.

El Espectador, Bogotá, 16-II-2011.
Eje 21, Manizales, 18-II-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-II-2011.

 

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Juan Castillo Muñoz

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Me enteré de la muerte de Juan Castillo Muñoz por la caricatura de Osuna publicada el 11 de diciembre. El caricaturista de El Espectador, periódico donde Castillo Muñoz tuvo alta figuración en tiempos pasados, da esta información que al mismo tiempo implica una duda: “Murió don Juan Castillo, ¿no lo sabían?”.

En el fondo de la caricatura se pintan unos rostros entre sorprendidos y conmovidos, y en el grupo aparece el propio Osuna cerca a Fidel Cano, director de El Espectador. Estas palabras rematan la deplorable noticia: “Quiso que sus cenizas se esparcieran en un salto de agua… ¡Se diluyó el gran colega y amigo!”.

Osuna, que también es clarividente, sabía que la muerte del periodista y escritor boyacense iba a pasar inadvertida. En el momento de escribir esta nota han pasado once días desde la fecha del deceso, y Castillo Muñoz, colaborador que fue de El Espectador, El Siglo, La Patria, El Tiempo, El Colombiano, La República… no ha recibido los honores que merece.

Retrocediendo en el tiempo, este personaje de las letras, el periodismo y la historia fue director general de noticias de Radio Cadena Nacional, redactor del noticiero Todelar de Bogotá, director de información de la Presidencia de la República, jefe de prensa de Telecom, libretista de Colombia Viva, entre otras posiciones.

Es autor de varios libros de diferente género, como El extraño, Solitario en la sombra, Peregrino inútil, Motivos de Eros, Perfil del hombre, Palabras del hombre sin estirpe, Primera antología de la poesía boyacense, Un pueblo cualquiera, El sueño de la montaña. El poeta antioqueño Jorge Montoya Toro calificó la obra general de Castillo Muñoz con estas palabras certeras: “Canción desde la tierra, título de uno de los poemas de Juan Castillo, nos da la tónica del ámbito poético de toda su obra, signada por la inquietud existencial y cercana a los más palpitantes problemas humanos”.

Fue miembro de varias organizaciones de periodismo y concurrió a diversos encuentros internacionales del gremio. En el campo académico, perteneció a la Academia Boyacense de Historia y a la Sociedad Bolivariana del Magdalena. Deja una silenciosa obra inédita que ojalá se encarguen de recuperar el municipio de Moniquirá y la Gobernación de Boyacá.

Juan Castillo Muñoz era hombre discreto. Huía de la vana ponderación y se recogía en su ancho universo creativo, distante de las vanidades mundanas. Cuando yo residía en Armenia, me hizo llegar, tiempos ha (agosto de 1978), dos de sus libros, que he vuelto a repasar con hondo aprecio. Sobre Motivos de Eros me dice lo siguiente: “Le incluyo un ejemplar de un librillo que publiqué en 1974 y que estaba destinado a mejor suerte editorial, que fracasó por razones económicas. Sin embargo, así, humilde y desnudo, mereció comentarios muy favorables aquí y en el exterior”.

Hay una faceta que pocos conocen sobre este escritor boyacense que se menciona como nacido en Moniquirá. En realidad, su cuna nativa es el municipio caucano de Inzá, de donde emigró muy joven. Dando vueltas por distintas latitudes del país (fue además viajero internacional por muchos países), llegó a Moniquirá y allí estableció sus reales. Se enamoró de la tierra boyacense. En Moniquirá lideraba una intensa actividad cultural, entre la que estaba el tradicional “Encuentro de la palabra y la música”.

Dispuso que sus cenizas se esparcieran, como supongo que ya ocurrió, por el Salto de Pómeca, situado a cinco kilómetros de Moniquirá. Es una hermosa cascada que tiene una altura de 17 metros y cae en un pozo cristalino. Allí se mezcla el esplendor del paisaje con el misterio de los símbolos indígenas de Boyacá. Y allí reposará para siempre el alma de este gran hombre, bondadoso, andariego y productivo, sobre quien Osuna llamó la atención al acompañarlo en su viaje infinito con la caricatura efusiva, con sabor crítico, que se recoge en esta nota.

El Espectador, Bogotá, 16-XII-2010.
Eje 21, Manizales, 17-XII-2010.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-XII-2010.

* * *

Comentarios:

Gracias por hacernos saber quién fue Juan Castillo. Tal vez ningún medio publicó el obituario. Al no haber estado envuelto en algún escándalo, nadie lo conocía. Paz en su tumba. Robin Hood (correo a El Espectador). 

Bien por agregarse esta columna a la voz de Osuna en memoria del periodista y escritor fallecido a los 81 años. Pienso que su obra completa debe ser publicada por alguna entidad. Espero que aparezcan más artículos acerca de Juan Castillo Muñoz y de otros que andan en el olvido. José Antonio Vergel, Ibagué.

La última vez que vi a Juan Castillo Muñoz y charlé con él fue en el Pasaje Santander, centro de Bogotá, hace unos cinco años. Me encantaba la tertulia con él. Fui su amigo por mucho tiempo. Y compartíamos los ritmos de la lira. Poco se le había valorado como lo haces tú. Ramiro Lagos, Greensbore (Estados Unidos).  

El perenne tema del amor

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Prólogo del libro Alba de otoño,

de Fernando Soto Aparicio)

Se me ocurre pensar que con este poemario, compuesto por 114 sonetos de impecable factura y fulgurante belleza, Fernando Soto Aparicio corona su creación como poeta del amor. Puede asegurarse, sin duda alguna, que toda su obra literaria ha sido no sólo trabajada con amor, como la fuerza motriz de su alma romántica, sino dirigida a probar que el amor es lo único que puede salvarnos.

Por encima del novelista de renombrada prestancia, que todos conocemos a través de sus obras estelares, prevalece el poeta –poeta de alma y convicción–  que dio sus primeros pasos en las letras por medio de su Himno a la patria, publicado a la edad de 17 años, y de Oración personal a Jesucristo, a los 20. Estas cartas de presentación en el panorama nacional, cuando aún no era novelista, son mensajeras de lo que sería su destino en el campo poético.

Después, a lo largo del tiempo, vendrían títulos de gran valía en dicho género, como Diámetro del corazón, Palabras a una muchacha, Sonetos en forma de mujer, Motivos para Mariángela, Lección de amor, Las fronteras del alma. Todos ellos afirman la dimensión del sentimiento como energía vital del ser humano. Y gradúan a su autor como un perito en asuntos del corazón.

Ahora, con esta Alba de otoño, que da a la estampa en las horas de su sereno atardecer, el poeta sale de nuevo a proclamar que el amor no envejece y mueve el cielo y las estrellas. Fernando sabe, siempre lo ha sabido, que la mujer es la justificación del hombre, y sin ella no tendría sentido el ejercicio de vivir. Por eso, su constante canto a la gracia femenina está difundido a los cuatro vientos.

Este es un libro de júbilos, categórico, pleno de embeleso ante el eterno hechizo femenino. Sonetos sensitivos, imbuidos de encanto y ternura, y manejados por las ansias y las esperanzas del alma romántica que no encuentra ocaso para su sed de amar. Sonetos que andan en busca de la belleza que irradia la mujer, y cuentan los pesares, los deseos y las pasiones de todos los enamorados, para que ella calme sus pesadumbres y disipe sus temores.

El amor, que no tiene edad, florece aquí con toda plenitud cuando brillan las luces del otoño. Si en ocasiones aqueja la soledad o perturba la nostalgia, la fusión de las almas logra el milagro del retorno a la esperanza. El amor compartido se vuelve vivificante y destierra la tristeza. El mismo miedo a la muerte, que se advierte en algunas páginas del libro, se mitiga con la presencia de la mujer, faro luminoso que borra la angustia y restablece la claridad.

La obra recoge, además, otros enfoques ligados a percepciones sentimentales  o estéticas del autor, como su canto a Tunja y su sentido de la libertad. Tales motivos se enlazan con el tema perenne del amor para señalar un itinerario marcado por el apego a las causas nobles del espíritu.

Fernando Soto Aparicio es maestro del soneto clásico. Lo ha trabajado con rigores de orfebre, en horas de meditación y diálogo con sus dioses tutelares. Auténtico exponente del preciosismo, la magia y el destello que logra el verdadero cultor del género, reúne en Alba de otoño deslumbrantes joyas enaltecen la literatura colombiana.

Bogotá, septiembre de 2008

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La palabra enamorada

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Prólogo del libro Nostalgia de la luz,

de Inés Blanco)

Toda la obra poética de Inés Blanco, compuesta por seis libros, converge a un solo concepto: el amor. La escritora ha hecho del amor –vivido o idealizado– el soplo mágico que explora las inti­midades del alma y traduce en bellas palabras el caudal de las emociones, para su propio placer es­tético y el gozo de sus lectores. Desde que en 1993 inició su carrera literaria con la obra Paso a paso, hasta los días actuales, cuando entran en circula­ción los títulos Nostalgia de la luz y Los ojos de la noche, su producción ha sido un himno cons­tante al amor.

Sobre el amor todo está dicho, pero su lenguaje nun­ca se agota. Jamás se agotará, porque el alma, la gran dispensadora del amor, nunca muere. La persona envejece, pero el amor, para quienes saben pro­tegerlo y consentirlo, permanece joven a pesar de las arrugas del tiempo. Los poetas han empleado todas las palabras imaginables para expresar el idioma del corazón, y no obstante las infinitas creaciones y obras maestras que han salido de todos los idiomas, la mina de la emotividad continúa inextinguible.

Inés Blanco, que desde la edad adolescente ya incursionaba en los predios de la poesía, ha sabido afinar su inspiración en la búsqueda de los vocablos y las imágenes que transmiten sus emo­ciones. Prima en su obra la brevedad de la palabra, en enlace musical con la metáfora y el ritmo. Ha escogido el verso libre como recurso, muy propio de su estilo, para elaborar con donaire las ideas e imprimirle modulación al poema. La sola brevedad no sería suficiente para cumplir dicho pro­pósito si no estuviera movida por la magia de la elo­cuencia.

Con la economía expresiva del lenguaje, que se ma­nifiesta en su escritura desde el primer libro, se ha hecho maestra en el arte de la síntesis, quizá el mayor atributo de la poesía. Muchos poetas sacrifican a veces la fluidez y la claridad en aras de los cánones impuestos por la métrica. Creo que Inés Blanco es buena discípula de Luis Vidales, que en 1926, con Suenan timbres, rompió los moldes tradicionales de la poesía y estableció el ver­so libre como canal apropiado de comunicación, escuela que desde entonces ha conquistado nume­rosos adeptos.

De todos modos, sea cualquiera la pauta que se utilice para hacer poesía, si esta no tiene ritmo, em­brujo y melodía y carece de fuerza para conmover el espíritu e irradiar la belleza, deja de ser poesía. Debe anotarse, por otra parte, que si el poema no brota del corazón, su autor marcha en contravía de lo que debe ser la obra de arte. La alquimia poética, que es como un sortilegio preparado por dioses ocultos, debe conducir al encanta­miento. Si logra este objetivo, el poeta está salvado.

Leyendo el poemario Nostalgia de la luz, que Inés Blanco pone en circulación luego de cinco años de silencio editorial, encuentro, para mi personal deleite, que las premisas anteriores están cumplidas. El canto al amor que brota de estas páginas es el mismo, aunque con diferentes matices, que ha marcado sus libros anteriores.

El amor en su obra es persistente, delicado y diáfano. La transparencia de la palabra enamorada ilumina todas las entretelas del sentimiento humano, que van desde el placer hasta el dolor, desde la alegría hasta la pesadumbre, desde el deseo hasta la soledad. Libro hecho de pre­sencias y ausencias, de silencios y nostalgias, de sue­ños y quimeras, de evocaciones y esperanzas. Ese es el amor.

Amor también son el padre, o la madre, o los hijos, o la flor que siente la cercanía del poeta, o el ave que revolotea por su entorno. Amor es la patria, esta patria lacerada y cubierta de dolor y lágrimas, que hiere la sensibilidad de la escritora y estremece el alma nacional.

Cuando se degustan los cantos de Inés Blan­co, se escucha como un sutil movimiento de alas que pasa sobre amantes invisibles para eternizar el sentido romántico de la vida. El amor intemporal, que puede ser también el amor inmaterial, y que los poetas saben glorificar en sus poesías sin tiempo, hace posible hoy La nostalgia de la luz y Los ojos de la noche, dos poemarios unidos por el mismo sentimiento.

Bogotá, julio de 2007.

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