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De Euclides Jaramillo Arango

lunes, 14 de septiembre de 2009 Comments off

(El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 13 de junio de 1971)

Se dice que en todo pecho de mujer existe un niño dormido. Yo diría que en cada cerebro de hombre hay un chiquillo despierto. Tonterías que se me ocurren leyendo, en el Magazine de El Espectador del domingo último, el cuento conyugal El sapo burlón, del banquero Gustavo Páez Escobar.

Cito el oficio del autor porque me parece extraordinario que un hombre dedicado a las finanzas, seguramente contagiado de la frialdad de los números y en un despacho de gerencia a la espera de las grandes mentiras de los buscadores de crédito, escriba una narración tan simpática, tan deliciosamente ingenua y al mismo tiempo deliciosa y agradable como el cuento que trato de comentar.

El médico esto me recuerda al lejano Chéjov y al Bonilla Naar nuestro está más propenso a caer en la literatura narrativa porque su profesión lo inunda de temas tristes, reales, crueles y hasta risibles; quizás el abogado lo esté por sus historietas de intrigas, delitos y maldades; y así mismo, otros profesionales.

Pero un economista, un banquero intoxicado de intereses, redescuentos, encajes, etc., necesita llevar en su cerebro un chiquillo despierto para llegar a la travesura de una narración tan deliciosa como El sapo burlón, la mejor que trae el Magazine Dominical en su última edición.

El cuento hoy es cualquier cosa. Pero debe ser bien contado. Ya no es necesario, para que el cuento sea bueno, que haya mucha intriga, mucho adorno, mucho suspenso. Hoy lo importante es contar cualquier cosa, pero en forma correcta y de fácil lectura. Me explico: no tener nada que contarse, pero contarlo todo muy bien.

Personalmente no conozco al autor de El sapo burlón. Pero veo que ha escrito un buen cuento, con un final de una ingenuidad que le proporciona más encanto a lo narrado. Véase que perderse el sapito porque lo botaron al río. Me hace recordar al pescador aquel que llevó a su hogar una sabaletica, y se amañó tanto el animalito, que dormía en la cama de los niños, jugaba con estos, se subía a la mesa a comerse las moronas durante las comidas, y hasta acompañaba al señor al portón cuando se iba a la oficina. Desgraciadamente cosas del servicio doméstico, que es tan bruto una criada nueva, acuciosa y compadecida, echó al pescadito al tanque del lavadero que estaba lleno de agua y, naturalmente, la sabaletica se ahogó.

En El sapo burlón, los personajes son magníficos. El pobre marido, borracho; la mujer, rezandera y gruñona; el sapito, el más humano de todos; el cura pueblerino y esa estupenda Dolores que todo marido lleva en la angustia de la soledad de hogar, aun sin conocerla. Dolores, a pesar de que en el cuento no se la describa, aparece perfectamente dibujada como otra apetitosa Canchelo. Por lo demás, el cuento es de gran sentido humano, y el sapito, un personaje adorable.

 

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