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Revista Manizales: 55 años de labor continua

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Si la revista no hubiera tenido un receso en el gobierno del general Rojas Pinilla al ordenársele a la Imprenta de Caldas que suspendiera su publicación, en octubre de 1995 –cuando cumple 55 años de fundada con la edición 653–  habría llegado al número 660. Hoy el ejemplar consta de 20 páginas, lo que daría, calculando un promedio de 16 páginas por emisión a lo largo de 55 años, un total de 10.000 páginas editadas.

No sólo se trata de un milagro de supervivencia sino de un fenómeno cultural. Imaginemos una colección contenida en 10.000 páginas de 23 por 34 cms., y hagamos cuenta del espacio que necesita una biblioteca para albergarla. No hay que pensar sólo en el papel que se ha consumido, que pesa toneladas, sino en el acervo de cultura que guardan estas hojas silenciosas.

Blanca Isaza, la fundadora, nacida en Abejorral en enero de 1898, llega a Manizales de tres años de edad. Cuarenta años después, ya consagrada poetisa, pone la primera piedra –o sea, la primera línea– en esta pirámide de papel. Por otros caminos arriba a la misma ciudad el con el tiempo también connotado poeta Juan Bautista Jaramillo Meza, nacido en Jericó en mayo de 1892.

Dos antioqueños andariegos que se habrán de encontrar para realizar una proeza. Muy jóvenes –ella de 18 años, y él de 24– se casan en agosto de 1916. Su sangre de poetas fertiliza las letras caldenses con una cascada de libros que les hacen conquistar sitios de honor en la literatura colombiana. En diciembre de 1951 son coronados poetas, el máximo trofeo del arte otorgado en aquellas calendas.

Blanca Isaza de Jaramillo dirige la ga­ceta hasta el día de su fallecimiento, ocurrido en septiembre de 1967. Al desaparecer la capitana, su esposo, el copiloto, se pone al frente de la nave y allí permanece también hasta el momento de su muerte, que tiene lugar en abril de 1978. Han corrido 38 años desde que se inició la publicación men­sual. Todo hace suponer que Manizales, la ciudad señera, se quedará sin su atalaya espiritual, la revista Manizales. Mas en forma inesperada, como otra sorpresa de la fecundidad del pensamiento, surge la tercera re­velación: Aída Jaramillo Isaza.

Nadie la conoce en el campo del pe­riodismo. Se sabe que es la hija ama­da, calurosa y coloquial en el ámbito hogareño, pero se ignoran sus artes de escritora. Tal vez es una vocación que se mantiene adormecida a la espera de la señal precisa. Por aquellos días re­sido yo en la ciudad de Armenia y ha caído en mis manos la página añeja de una revista local donde descubro a la futura directora vistiendo hábitos de monja como sor María de la Miseri­cordia, en compañía de sus padres y al lado de una publicidad que anun­cia: Poker – Costeña – Maltina, tres cervezas de Bavaria.

Desde luego, no me imagino a Aída Jaramillo el día de su toma de  hábitos (enero de 1955), en medio de un ambiente cervecero. Le remito la foto curiosa y ella me dice que algún día me hablará «sobre ese pasado ma­ravilloso que ocupó apenas dos años de mi vida». Cuando asume la direc­ción de Manizales, que parece le hu­biera llegado como herencia inex­cusable, alguien me cuenta que la anti­gua monja viene, desde años atrás, al frente de la Fundación Santa Ana, obra benemérita que hoy cumple 45 años de existencia. Se había retirado de la comunidad religiosa para desem­peñar como laica una productiva fun­ción social.

Hoy lleva 17 años como directora de la gaceta. No sólo ha sido la continua­dora eficaz de una labor admirable, sino que le ha inyectado a la publica­ción su propia personalidad. Sin ella, el empeño cultural de sus padres ha­bría fenecido. Dotada de fina sensibili­dad humana, que compagina con su fibra espiritual, en cada número expla­ya ideas avanzadas sobre los hechos sociales y el mundo cultural.

Los bre­ves y ágiles escritos con que encabeza las ediciones (y este juicio ha de herir su modestia proverbial) tienen el ca­rácter de editoriales de prensa grande. Ojalá alguna entidad caldense recogie­ra en libro, para gloria de las letras regionales, estos ensayos elaborados con rigor gramatical, firmeza y claridad intelectuales y bello estilo.

No he de privarme del agrado de expresar estas verdades, como tri­buto a los ilustres progenitores al co­ronar su revista 55 años de glorioso batallar. Parece que ellos continuaran vivos, y en realidad lo están, ya que la hija solícita rescata sus escritos en cada número, en asocio de las páginas selectas de otros autores. Para que ellos vivan, el alma de Aída anda suelta por los surcos de la edición.

La Patria, Manizales, 20-IX-1995.

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Revista Kanora

lunes, 12 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Dirigida por Humberto Senegal, desde Calarcá, esta revista de arte y literatura le hace honor a la provincia colombiana. En la provincia se en­cuentra la fuente de la cultura na­cional. Las páginas de Kanora están dedicadas, sin egoísmos y con alta mira, a difundir los valores colom­bianos y hacer conocer los escritores de otros países. Humberto Senegal, escritor que avanza con éxito y crea polémica por su estilo inde­pendiente de decir sus verdades, es autor de los libros Desventurados los mansos (cuentos) y Pundarika (poe­sía).

El Espectador, Bogotá, 19-IV-1987.  

 

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Revista Cultura

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Con la muerte de Eduardo Torres Quintero, ocurrida en Tunja el 10 de mayo de 1973, desapareció la revista Cultu­ra, que él había fundado en 1950 y que realizó uno de los recorridos más fecundos en las letras boyacenses. Como homenaje póstumo a su me­moria, a los pocos meses de su fallecimiento se publicó el número final que el ilustre escritor —conocido como el caballero andante de la cul­tura de Boyacá— había al­canzado a corregir desde su lecho de enfermo.

Fue uno de los órganos culturales más prestigiosos del país y de él se sentía orgullosa la comarca boyacense. Muerto el director, se demostró que antes que las ciudades y las regiones son los hombres los que en realidad hacen la cultura.

Luego de tres ediciones posteriores, cumplidas por sus sucesores con gran esfuerzo, la revista entró en prolongado receso. Han corrido 18 años desde la muerte de Eduardo Torres Quintero, el insomne trabajador intelectual que no se dejó ganar la partida por falta de recursos oficiales (que él siempre halló con la linterna de Diógenes), o por indiferencia de los gobernantes de turno, y menos por desa­liento del propio director frente a los conocidos escollos que surgen en este tipo de activi­dades.

Como director por lar­gos años del Departamento de Extensión Cultural de Boyacá, le correspondió librar duros combates tanto para mantener la calidad de la revista como para hallar los fondos necesa­rios para sacarla al aire.

Respecto a la edición final, que no alcanzó a ver en circu­lación, me escribía lo siguiente en abril de 1972: “La Imprenta Departamental, donde edito Cultura, se quedó en mora de entregarme la edición, que ha debido salir en diciembre del año pasado. Estamos en el cuarto mes del nuevo año y todavía no aparece la consabida revista…» Transcurrió en las mismas condiciones el resto del año, y así continuó el co­mienzo de 1973 —cuando ya la salud de Torres Quintero acusaba grave deterioro—, y en definitiva no apareció ese número en vida suya. Todo esto señala lo que significa hacer cultura.

Ahora, con motivo de la Feria Internacional de la Cultura —programada a partir del 31 de mayo— que de nuevo rea­liza Boyacá como uno de los sucesos más importantes de la región, se reanuda la revista gracias al empeño del doctor Ramiro Abella Soto, director del Instituto de Cultura y Be­llas Artes de Boyacá, y a la dedicación del doctor Octavio Rodríguez Sosa, quien venía actuando como secre­tario general de la entidad, y cuyo retiro resulta en realidad lamentable. Así se llega, luego de tan incom­prensible silencio, al número 134. Este es un triunfo para la cultura boyacense.

Con este órgano cultural —el álter ego de Eduardo Torres Quintero, sangre de su espíri­tu— la tierra boyacense recibe aire fresco. Fue en sus manos una cátedra airosa, donde campeaban la gracia y la bizarría del pensamiento, la novedad de los temas, la de­fensa de la gramática y la hospitalidad al escritor de la tierra. Allí ventiló toda materia que revistiera interés para la comunidad, con apego a las tradiciones, la casticidad del idioma y los valores funda­mentales del individuo.

Hay que confiar en que el actual entusiasmo editorial de la entidad rectora de la cultura boyacense —cuyo presupuesto lo cercenan a veces afanes menores— se manifieste en adelante con sucesivas ediciones de esta tribuna que tanta falta hace a Boyacá y al país.

El Espectador, Bogotá, 28-VI-1991.

 

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50 años de la revista Manizales

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Es la revista que tiene hoy más años de labor conti­nua. En este octubre, cuando cumple 50 años de fundada, lanza una edición extraordinaria con el número 593. Se­rían 600 ediciones si en el gobierno del general Rojas Pinilla no se hubiera presentado una interrupción como consecuencia de la orden de no publicarla más en la Im­prenta de Caldas, donde se editaba.

Este trastorno significó para sus directores, los esposos y poetas Juan Bautista Jaramillo Meza y Blanca Isaza de Jaramillo, una dolorosa tregua de siete meses mientras buscaban y encontraban financiación privada. Su actual directora, Aída Jaramillo Isaza, manifiesta que la dictadura le dejó a la revista una «honrosa ci­catriz patriótica».

El comercio y la industria de Manizales han colabo­rado desde entonces, con sus pautas publicitarias, en la marcha de esta gaceta que nunca ha estado vinculada a intereses políticos o financieros y que hoy corona su edad cincuentenaria como una antorcha de la noble villa. Lo mismo que al celebrar la efemérides se aplau­den la constancia y el fervor de las ideas que han es­crito esta historia memorable, se exalta la importancia del apoyo económico que ha hecho posible su larga vi­da. Empresas como Luker y la Industria Licorera de Caldas vienen asociadas a este empeño desde los inicios de la revista.

Manizales fue fundada en octubre de 1940 por la poetisa Blanca Isaza, quien la dirigió hasta su falle­cimiento en 1967. Luego la sustituyó su esposo, hasta 1978, año de su muerte. Desaparecido éste, cuando to­do hacía suponer el cierre definitivo, saltó al timonel la hija del matrimonio, Aída, escritora entonces anónima que iba a manifestar, como lo ha hecho de mane­ra elocuente, sus calidades intelectuales.

Ella, que en otros tiempos había vestido hábitos re­ligiosos, hoy nos sorprende con sus pene­trantes enfoques sociales sobre el país y el mundo contemporáneo. Dirige en Manizales la Fundación Santa Ana, meritoria entidad dedicada a la causa de los pobres, que acaba de cumplir 40 años de existencia.

Manizales es un centinela de la cultura caldense. Sus páginas han estado al servicio de los es­critores colombianos. Escritos maestros de todos los tiempos, seleccionados con riguroso criterio, forman el acervo de las 593 ediciones que engrandecen este brillante itinerario de realizaciones y fidelidad a las causas del espíritu.

Es preciso rendir, con esta ocasión, homenaje a la memoria de los esposos Jaramillo Meza, los andariegos poetas antioqueños (ella de Abejorral y él de Jericó) que formaron en Manizales, en plena época de la cultura grecocaldense, una admirable pareja de enamo­rados del arte y de la vida. Ambos dejaron obra exten­sa y valiosa, recogida en numerosos libros y en publi­caciones sueltas, y que su hija se ha encargado de refrescar, entrega por entrega de la revista, desde que asumió la dirección. Parece como si ellos estuvieran vivos con la vitalidad de sus escritos, y es que en realidad viven en el corazón de la ciudad que los aco­gió con entusiasmo y los recuerda con nostalgia.

En diciembre de 1951 fueron coronados poetas ante la faz de Manizales. Y en este octubre de 1990 reviven con la sangre de su revista y con el afecto de la hija guardiana de la heredad.

El Espectador, Bogotá, 15-X-1990.

 

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El final de la revista Nivel

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Con la edición número 308, del mes de agosto pasado, Germán Pardo García dio por finalizada la existencia de su revista Nivel, que había fundado en Méjico, a instan­cias del presidente Eduardo Santos, en enero de 1959. Cerca de 31 años de labor continua de esta gaceta cultu­ral que puso en alto el nombre de Colombia por los países latinoamericanos significan una proeza.

Dos motivos fundamentales determinaron esta dura de­cisión para quien ve concluido un esfuerzo gigante: el encarecimiento de los costos de impresión y la salud, cada vez más menguada, del poeta-director. Germán Pardo García, tan ajeno a los afanes monetarios, sostuvo con su propio peculio la vida de la revista, haciendo verdaderos milagros para que cada número viera la luz y lle­gara a escritores notables del continente e in­cluso del mundo.

No lo movía interés diferente al de ren­dirle tributo a la cultura, sin reparar en su propio bolsillo cada vez más estrecho, y divulgar la obra de los escritores. Nivel fue siempre una revista abierta a todas las ideas y todos los trabajadores de las letras.

Como no recibía avisos publicitarios, lo que para él era casi una ofensa, bien se comprenderá hasta qué gra­do de abnegación, que al propio tiempo lo es de elegancia, llegó nuestro poeta. En los últimos números apa­recía, solitario, un mensaje de divulgación del Museo de Oro del Banco de la República, que más se asemejaba a una noticia cultural que a una propaganda, y que Pardo García, a regañadientes, aceptaba por amable presión de Otto Morales Benítez para conseguir algún apoyo financie­ro en momentos apremiantes de la publicación.

En otra época crítica, años atrás, el doctor Belisario Betancur le llevó, siendo presidente de la Repúbli­ca, una partida generosa con la que se aseguró por buen tiempo la continuación de la revista. Esto lo revela aho­ra el poeta, con honda gratitud, al final de su ago­tadora jornada, en reportaje concedido al periódico Excelsior donde comunica al pueblo de Méjico, en el cual lleva 58 años de residencia, el final doloroso de su ti­tánica empresa.

Se confiesa agobiado por la edad (87 años) y sobre to­do derrotado por  vieja dolencia que lo ha reducido a una silla. Yo lo vi erguido por las calles de Méjico, hace apenas año y medio, y aprecié su maravilloso esta­do mental y envidiable memoria.

Así, lúcido y espartano, este roble de América que tanto ha enaltecido el nombre de Colombia como autor de una de las poesías más bellas que se hayan escrito jamás, entrega el trofeo por él conquistado en forma modesta y silenciosa. Se lo ofrece, ante todo, al mundo de las letras, y luego al amplio círculo de escritores que recibieron su apoyo a lo largo de tres décadas de lucha creadora.

Germán Pardo García le ha dado más a Colombia de lo que ha recibido de ella. Ha sido esquivo a los laureles. El Premio Nóbel de Literatura, para el que fue varias veces candidatizado, hubiera cumplido en su caso un acier­to indudable. Pero su gloria reside en su poesía: lo de­más es transitorio.

«He aceptado mi suerte con la impasibilidad con que los estoicos griegos aceptaban sus enfermedades», dice en el reportaje a que antes se hizo alusión. Su riguro­sa formación griega, de donde extrajo su amplio bagaje cultural, lo conduce hoy, en la hora de los crepúsculos y las plenitudes, por el universo de su propia producción iluminada, que le deja al mundo una obra de cerca de 40 tomos de imperecedera memoria.

El Espectador, Bogotá, 12-II-1990.

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