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El atardecer de Soto Aparicio

martes, 15 de diciembre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

“Para un hombre que ha cumplido sus deberes naturales, la muerte es tan natural y bienvenida como el sueño”, dice Santayana. Estas palabras parecen escritas para Fernando Soto Aparicio, que penetrado por la idea de la muerte a raíz del cáncer gástrico que lo aqueja, se despide de sus lectores, con poética valentía, en el libro Bitácora del agonizante (Panamericana Editorial, noviembre de 2015).

Desde que se presentaron los primeros indicios sobre el grave deterioro de su salud, me comuniqué con él para expresarle mi voz de solidaridad. Cuando el mal fue confirmado por los médicos, la noticia, no por presentida, dejó de serme traumática. Así define Fernando su sufrimiento: “Me ha tocado (no en suerte; tampoco sé si en desgracia) una de esas enfermedades irreversibles y perversas (un cáncer agresivo y cruel). Pero voy a vivir hasta el último instante, hasta el aliento final, hasta el postrer destello”.

En medio del dolor, mantiene la serenidad. Esta fortaleza espiritual trasciende a su libro del adiós, compuesto por 36 poemas (que él llama salmos) escritos durante los días de la atroz contingencia. Pocas personas tienen el valor de hacer pública esta embestida del destino, y los propios parientes suelen eludir la palabra “cáncer” como causa del deceso del ser querido, y acuden al rodeo de “la penosa enfermedad”. Prurito social que no cabe en el carácter del escritor boyacense.

Soto Aparicio vio la luz en Socha (Boyacá) el 11 de octubre de 1933, pero a los pocos meses sus padres se trasladaron a Santa Rosa de Viterbo, considerada su verdadera patria chica, donde estudió las primeras letras, comenzó a trabajar, se casó e inició su carrera literaria.

Nació con el don de la palabra. Desde muy corta edad ya era lector y escritor. De 10 años escribió 2 novelas a la vez, que más adelante destruyó. Su primera poesía, Himno a la patria, fue  publicada en 1950 (a los 17 años de edad) por el suplemento literario de El Siglo. Hacia la misma época escribió Oración personal a Jesucristo, obra que en 1954 llenó la totalidad de la página literaria de La República, y lo mismo ocurrió en 1964 con el Magazín Dominical de El Espectador.

A los 28 años escribió su novela más nombrada, La rebelión de las ratas, que resultó ganadora del premio Selecciones Lengua Española de Plaza & Janés. De ahí en adelante arrancó su carrera ininterrumpida en todos los géneros literarios. Es de los autores más prolíficos y más brillantes del país. Su obra llega a 70 volúmenes. Ha sido además guionista y libretista para cine y televisión. En el gobierno de Belisario Betancur estuvo vinculado a la diplomacia, como representante de Colombia ante la Unesco, y en los últimos años ha sido asesor de la Universidad Militar Nueva Granada.

“Tengo que escribir para sentirme vivo”, confiesa en reciente entrevista con Marco A. Valencia Calle, escritor payanés (El Tiempo, 8 de diciembre). Y agrega: “Mi rutina es trabajar en un libro e ir investigando sobre el próximo. Algunos críticos dicen que escribo mucho, pero es mi manera de ser, y mi manera de contribuir a que la literatura nos haga entender un poco más de la vida. Ellos que opinen, que yo hago mi trabajo: escribir”.

Ese es Fernando Soto Aparicio: escritor empedernido y obsesivo que desde el día que tuvo consciencia de la función literaria no ha hecho otra cosa que llenar cuartilla tras cuartilla, en irrenunciable alianza con las causas del hombre. De hecho, la temática de sus novelas está dirigida a los asuntos sociales. En 1982, Beatriz Espinosa Ramírez elaboró un sesudo ensayo sobre la calidad de Soto Aparicio en este campo, y lo definió como el novelista más consagrado y el más identificado con la causa del hombre latinoamericano.

Se nace para morir. Nada más cierto que la muerte. Pero la muerte no es igual para todos. No todos merecen morir en paz con la vida. Esto lo sabe muy bien mi infatigable compañero de luchas y realizaciones que, ante la cruda realidad de la parca que acecha, tiene el coraje de afrontar esta verdad inexorable. Quedan los personajes de sus novelas como testimonio perenne de su tránsito por el mundo.

El Espectador, Bogotá, 11-XII-2015.
Eje 21, Manizales, 11-XII-2015.

 * * *

Comentarios

No sabía del grave estado de salud de Fernando Soto Aparicio, que lamento de veras. De Fernando sé desde la época de sus libretos para televisión cuando yo era niño. Le agradezco por darme tan mala noticia, pues la aprovecharé «por el lado amable», como decía Chespirito, y memoraré varias de sus lecturas (las que hice de él), empezando por repasar la vida de Rudecindo Cristancho y su entorno familiar y campesino invadido, usurpado. Sebastián Felipe (correo a El Espectador).

Muy bonita y sentida columna. En el boletín de la Academia Colombiana de la Lengua, segundo semestre de 2015, saldrá un extenso artículo mío: De vuelta sobre Soto Aparicio. Hernán Alejandro Olano García, Bogotá.

Pero la muerte no es igual para todos. No todos merecen morir en paz con la vida. Me temo que esa frase con que encabezo y que es la usada para terminar el bellísimo texto sobre Fernando, días antes de emprender el viaje final, no pega en este país. No entendemos la muerte y, a veces, cuando alcanzamos a estar listos para irnos, nos hemos dado cuenta de que no entendimos todo lo que vivimos. Por el amigo que se está yendo, un abrazo estrecho de gratitud. Gustavo Alvarez Gardeazábal, Tuluá.

Qué triste debe ser escribir una nota para despedir a un amigo, pero también satisfactorio tiene que ser hacerle el reconocimiento público de los méritos cuando está aún vivo. Y lo digo porque en la mayoría de los casos ese reconocimiento es póstumo, y aunque válido, no deja de ser extemporáneo. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Esta columna en honor a Fernando Soto Aparicio es el mejor homenaje al connotado escritor boyacense. Lo mejor de sus expresiones es que con ellas se está interpretando fielmente lo que dice el famoso poema: «En vida, hermano, en vida…» Jorge Enrique Giraldo, Íquira (Huila).

Fernando es una persona entrañable para mí; hace diez años lo invité a Medellín y recorrimos diez bibliotecas hablando de su obra. Nos escribimos por un tiempo y nos veíamos en las ferias del libro de Bogotá. Iván de J. Guzmán López, Medellín.

Leí tu artículo, lo imprimí y descendí al primer piso para leérselo a mi esposa Luz Irlanda. Con voz entrecortada, pues bien sabes del infinito aprecio que guardamos por nuestro compadre Fernando, di lectura a tan bello y sincero comentario. Qué grato y satisfactorio confirmar una vez más el valor y sencillez con que aludes a circunstancia tan difícil, como real y absoluta, por la que está viviendo, porque aún vive y «vivirá hasta el postrer destello», nuestro común amigo. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

Carlos: Sé del hondo aprecio que has sentido por él y recuerdo tu campaña por el Premio Nóbel que le quedan debiendo (escribo Nóbel con tilde, contra el querer de los académicos, como lo pronuncia la gente en español). Gustavo Páez Escobar.

Maravillosa descripción de la vida de Fernando Soto sobre su paso por la vida. Solo Dios sabe cuándo se acaba el tiempo acá, y esperemos que Fernando pueda seguir haciendo lo que más le gusta que es escribir. Son dones especiales que solo quienes los tienen conocen su importancia. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Colombia debe darse cuenta de que se está extinguiendo la vida de un ser humano extraordinario, que nunca buscó la gloria literaria. Pero sus libros serán una guía para millones de colombianos que, como nosotros dos, supimos valorar el contenido social de su obra en conjunto. Ya empiezan a sentirse los homenajes a su vida. La página que le dedicó El Tiempo, dos días antes de publicar mi artículo, fue un bello homenaje a un escritor que ha estado marginado de las páginas de los grandes diarios. José Miguel Alzate, Manizales.

Nacemos para morir. Lo que pasa es que entre uno y otro hecho corre mucha agua bajo los puentes, pero de lo que sí estoy seguro es que con el prolífico escritor se cumple el poema En paz, de Amado Nervo. Por encontrarse en paz y no deberle nada a la vida, tiene esa visión y esas profundas convicciones que le permiten esperar con serenidad el momento final, dando inmenso ejemplo de grandeza y riqueza espiritual. Luis Carlos Gómez Jaramillo, Cali.

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En paz

(…) Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Amado Nervo
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Qué artículo tan lindo. Qué triste es saber que Fernando Soto puede irse pronto. ¡Que Dios lo proteja! Fabiola Páez Silva, Bogotá.

Despides bellamente a un ser humano muy valioso y valiente. Además, a un escritor que honra las letras de nuestro país. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Valientes somos quienes enfrentamos el realismo absoluto. Honor a nuestro querido amigo Fernando. Seguimos transitando este hermoso camino de la vida hasta cuando «la siempre inoportuna» parca se aparece. Eduardo Malagón Bravo, Tunja.

Los grandes escritores jamás mueren. Sus ideas, sus pensamientos, sus obras, sus nombres quedarán en sus libros. La partida del escritor Fernando Soto Aparicio dejará una estela perenne de hombre de bien. De persona impoluta, intachable. De gran colombiano que dedicó su vida a enriquecernos con sus libros. El primer libro de literatura que leí fue Mientras llueve, que conservo en París y que he vuelto a leer dos veces más. Alvaro Pérez Franco, París.

Qué valentía la de Fernando Soto Aparicio. Coger al toro por los cuernos. Examinar el dolor mientras se sufre. Eso para mí es heroísmo. Todo un referente para cuando llegue lo nuestro. Dios lo bendiga y le guarde un sitio de privilegio en su seno. Rezo para que el dolor no se ensañe en él. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Aflige saber la dolencia del maestro, prolífico escritor de la tierra y de la sociedad colombiana, como usted bien lo caracteriza, con total compromiso hacia la literatura. Hugo Hernán Aparicio Reyes, Armenia.

Me alegra que escribas sobre uno de nuestros importantes autores. Fue uno de los primeros que leí en el colegio. Álister Ramírez Márquez, Estados Unidos.

Muchos colombianos crecimos, en nuestra adolescencia, con los personajes creados por Fernando Soto; muchos colombianos, millares, conocimos que la literatura estaba en los libros cuando leímos sus novelas, duras y melancólicas, pero todas muy cercanas a lo que era nuestro país. José Nodier Solórzano Castaño, Armenia.

Dolorosa la noticia y admirable la valentía de Fernando para enfrentar lo irremediable. Está dándole la cara con el arma que mejor conoce: la literatura. Lástima que la muerte no haga excepciones, pues personas tan valiosas, en este mundo plagado de tanto malandro, son las que nos alegran la vida y nos hacen conservar la esperanza. William Piedrahíta González, Estados Unidos.

Tuve la oportunidad de leer el artículo sobre Fernando Soto Aparicio y causa pena saber de la enfermedad que lo aqueja. Quiera Dios que el sufrimiento que el cáncer conlleva lo siga soportando con valentía. Ligia González, Bogotá.

Conmovedor, sentido y casi poético el diálogo entre tú y Fernando Soto Aparicio a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, pero sí de admirar a plenitud. Hazle llegar mi mensaje de solidaridad, no de pesar, porque la muerte es una realidad para todos, pero la valentía para ser consciente sobre su ineluctable ocurrencia es cualidad de mentes brillantes. La frase de tu hija me conmovió. Luis Fernando Jaramillo Arias, Bogotá.

Siento mucho los graves quebrantos de salud de Fernando Soto, figura grande de nuestro país, escritor y hombre de calidades relevantes. Ojalá encuentre mejoría y permanezca con el ánimo que lo ha sostenido. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Qué humana columna sobre Soto Aparicio. Se lee y se relee, y mientras se hace, más se aprecia la pluma de Fernando. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Se fue José Chalarca

jueves, 8 de octubre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Mi conocimiento sobre José Chalarca viene de la época en que publicó su primera obra, Color de hormiga (1973). Dicho trabajo corresponde al número 109 de la serie de bolsilibros del Instituto Colombiano de Cultura. Por aquellos días nos conocimos en Armenia. Nació en Manizales el 25 de abril de 1941, y acaba de morir en Bogotá, este 29 de septiembre, a la edad de 74 años.

Con su libro inaugural se dio a conocer como cuentista talentoso. Del mismo género son Contador de cuentos (1980), Las muertes de Caín (1993) y Trilogio (2001). Se distinguió como ensayista con El oficio de preguntar, Marguerite Yourcenar o la profundidad, La escritura como pasión y El biblionavegante, su último libro, publicado en 2014. Otros títulos de su autoría son Diario de una infancia, Aventuras ilustradas del café, Colombia: café y paisaje. También era pintor, y sus obras fueron divulgadas en exposiciones individuales y colectivas.

En su tierra natal se graduó de bachiller en el Instituto Universitario, en 1962, y en Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas. Ejerció la docencia y durante 3 años dirigió la revista Siglo XX, gran promotora de cultura. Al mismo tiempo era columnista de La Patria y de diversos periódicos y revistas.

Su ingreso a la Federación Nacional de Cafeteros, a la que estuvo vinculado durante largos años, hasta jubilarse, se debió a un hecho fortuito. Pedro Felipe Valencia, alto directivo de la entidad, le encomendó la escritura de un libro sobre un personaje cafetero. Dicha obra le dio auge en la Federación de Cafeteros. A partir de entonces se vinculó a la vida laboral del organismo, y tiempo después fue nombrado jefe de Publicaciones, donde ejerció reconocida labor como investigador y editor.

En dicho contexto, José Chalarca publicó 10 libros sobre el sector cafetero. Su pasión por el grano le incentivó el espíritu de la investigación, hasta el punto de convertirse en la persona que tenía mayor conocimiento sobre la vida cafetera.

En 1989, siendo Jorge Cárdenas Gutiérrez gerente de la Federación, fue publicado el libro Don Manuel, Mister Coffee, en dos tomos de lujo, y 872 páginas en total, como homenaje a Manuel Mejía en el centenario de su nacimiento. La obra fue dirigida por Otto Morales Benítez y Diego Pizano Salazar. El aporte de José Chalarca en el campo investigativo fue fundamental. Sin embargo, no se le dio ningún crédito en la  obra. Lamentable omisión. Yo supe de su frustración.

Hombre prudente, amable y silencioso, mientras más ciencia acumulaba, y más páginas escribía, y mayor bagaje poseía, más huía de la ponderación y de los honores. Lector empedernido, dedicaba todo su tiempo del retiro a los grandes temas que lo apasionaban. Su tierra natal dejó de tributarle el reconocimiento que merecía.

En carta dirigida a Augusto León Restrepo y publicada en Eje 21 de Manizales, el escritor caldense Eduardo García Aguilar, residente en París, dice al respecto: “Deberíamos comprender que a los autores como él hay que escucharlos y difundirlos en vida. Propiciar encuentros, escribir sobre sus obras. Y no condenarlos al silencio”.

Cuando presentía su muerte cercana, decidió obsequiar gran parte de su biblioteca a la Universidad Tecnológica de Pereira, que le puso el nombre de José Chalarca a una de las salas de lectura. Es preciso exaltar la valía de este señor escritor que honra las letras de su comarca y del país.

El Espectador, Bogotá, 2-X-2015.
Eje 21, Bogotá, 2-X-2015.

* * *

Comentarios

Muy justa y ponderada nota sobre José. Te agradezco que la hayas compartido. Permíteme, ahora, distribuirla entre los tantos amigos comunes que siempre exaltaron la labor literaria de Chalarca. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.

Acabo de leer tu columna con pesar. Llegamos a Roma esta mañana. Conocí a José cuando era una niña. Un hombre y un escritor muy valioso. Hacía muchos años que no lo veía, pero seguí el curso de su vida. Esperanza Jaramillo,  Roma.

Me duele mucho la ida de José, quien antes que escritor y pintor era un ser humano íntegro. Muchos recuerdos vienen a mi mente de cuando éramos compañeros de estudios en el Seminario San Pablo, en Itagüí, contiguo a la finca de los Ospina  Pérez, llamada El Ranchito, donde cursamos Filosofía, y era para esos efectos dependencia de la Universidad de San Buenaventura. Allí buscábamos prepararnos para el sacerdocio como franciscanos, pero la vida nos llevó por diferentes senderos. Tengo la certeza de que José está viviendo en el cielo a plenitud y con los reconocimientos reales que se merecía. Luis Carlos Gómez Jaramillo, Cali.

Nos criamos en el Barrio Sáenz, en Manizales. Después lo encontré en Bogotá, cuando se desempeñaba como alfabetizador en el Plan OCA. Luego pasó a la Federación de Cafeteros. Conversábamos con frecuencia, y nos reíamos de nosotros recordando las duras y las maduras de la infancia y adolescencia. Recuerdo nuestra última reunión en el Colombo Americano de la 19 con Avenida Jiménez, en Bogotá. Recibí en casa una invitación a la exposición de pinturas de José Chalarca, en el Centro Colombo Americano. Entonces llamé a José a contarle de su homónimo pintor. Soltó su carcajada de rigor y me dijo: «No, Javier, ese pintor José Chalarca soy yo, el mismo que conoces y con quien estás hablando. Pintar es mi gran oficio, de él vivo… y sobrevivo de lo que hago en la Federación. Te espero allí, tomamos café y seguiremos con el tema». Javier González Quintero, Bogotá.

Lectura tardía

lunes, 25 de mayo de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo primero que leí de Óscar Collazos fue una serie de cuentos publicados en los famosos bolsilibros del Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura), de los que era lector impenitente. Esos cuentos me causaron impacto por la destreza del autor para crear ambientes de tensión y críticos estados sociales.

En agosto de 1978 adquirí su novela Los días de la paciencia, editada por el Círculo de Lectores, le eché un vistazo, vislumbré su contenido y la ingresé con placer y honra a mi biblioteca. Pasaría mucho tiempo, demasiado tiempo para leerla, lo confieso hoy con franqueza.

Lo que nos sucede a los coleccionistas de libros es que la vida no nos alcanza para abarcar tantos temas, tanta literatura apasionante, que a veces se estacionan durante largos años en los anaqueles. Sucede en ocasiones que buena parte de la biblioteca se queda sin leer. Esto nos ocurre a la mayoría de los escritores.

Cabe agregar que una manera de proteger y consentir los libros –aunque no se lean pronto, o nunca se lean– es conservarlos bajo el cobijo y el cariño de las bibliotecas. Por mi parte, debo confesar el nexo afectuoso que nace en mí desde que las obras llegan a mi poder, consistente en acariciar a menudo los lomos, repasar los títulos, limpiarles el polvo del olvido, leer alguna frase escondida. En síntesis, conversar con el autor. Este diálogo silencioso crea lazos nutritivos.

A Óscar Collazos lo seguí en su literatura de combate, reveladora de su compromiso social, y en sus artículos de prensa, atentos siempre a los problemas palpitantes del país. Sobre todo desde su columna de El Tiempo, que escribía desde 1997, no había desviación pública que escapara a su ojo vigilante y a su crítica severa.

Acostumbrado a leer su columna semanal para apreciar su libre opinión sobre los grandes asuntos de la vida nacional, encontré, con alarmante desconcierto, la carta abierta que dirigió el pasado 4 de febrero al neurólogo Rodolfo Llinás, donde le pedía, como dato de interés general, su concepto acerca de la grave y poco común enfermedad que lo aquejaba: la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que le producía la pérdida de masa muscular, el debilitamiento del aparato respiratorio, dificultades de movilidad, de deglución y del habla, aunque mantenía lúcida su capacidad mental.

Y decía que avanzaba en la escritura de una nueva novela. Su obra novelística se acerca a los veinte títulos. Esa circunstancia me llevó a consultar la lista de libros  suyos que estaban en mi poder, y descubrí que habían transcurrido ¡37 años! desde que adquirí su primera novela: Los días de la paciencia. Y aún no la había leído. Hacerlo ahora, como lo he hecho con la fiebre del lector tardío, se convirtió en el mejor homenaje a esta vida meritoria que declinaba en las garras de una enfermedad trágica.

Era la primera novela que ventilaba el drama de Buenaventura, flagelada desde entonces por la violencia, el contrabando, la prostitución, el hambre, los hampones y las bandas criminales. Salido desde muy niño de su pueblo natal, Bahía Solano (Chocó), llega al puerto del Pacífico a los siete años de edad y allí pasa su niñez y su juventud. En la sangre lleva la semilla del escritor, y con esa óptica capta aquel panorama de barbarie y ruindad que se agiganta a su alrededor.

Sabe interpretar la tragedia del hombre. En sus cuentos y novelas no hace otra cosa que repetir, en distintos escenarios y bajo el mismo detonante social, la miseria, la injusticia y la corrupción que destrozan al país. Y muere en paz con su destino de escritor, a los 72 años de edad, luego de coronar una de las carreras más sólidas de la literatura.

El Espectador, Bogotá, 22-V-2015.
Eje 21, Manizales, 22-V-2015.
NTC, Cali, 24-V-2015.

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Comentarios:

Por qué será que tenemos que esperar a que mueran los escritores para leerlos. Lo mismo me pasó a mí con Óscar Collazos. Solo leí un libro suyo, sobre García Márquez, que me pareció muy bueno. Pero nunca leí al novelista.  Solamente leí un cuento de sus primeros años, donde se descubre a un magnífico narrador. José Miguel Alzate, Manizales.

Su Quinta Columna en el diario El Tiempo fue muchas veces soporte de inquietudes mías sobre la vida de nuestro país, pues encontraba coincidencias de criterio con las suyas. Precisamente en estos días pensé en adquirir alguna de sus novelas (aparte de sus columnas, no he leído nada de él), y la leeré de inmediato. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Significativos reconocimientos y homenaje a Óscar Collazos. Incluimos la columna en la compilación que hacemos sobre el escritor. NTCGRA, Cali.

Tuve una excelente relación de amistad y de intercambios de producción bibliográfica con Óscar. Cada vez que vino a Bogotá me llamó para darles marcha a estupendos paliques literarios e históricos. Gracias por esta columna que hace justo homenaje a un buen escritor. Alpher Rojas, Bogotá.

Helena Araújo, la gran ausente

martes, 24 de febrero de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

“¿Para qué público escribo? ¿Para qué público escribimos? Para el público que soporta nuestra rebeldía”. Helena Araújo.

No conocí a Helena Araújo en persona. La conocí por el excelente reportaje que le hicieron en Lausana (Suiza) Ignacio Ramírez y Olga Cristina Turriago y que fue recogido en el libro Hombres de palabra (1989). La conocí a través de la correspondencia que iniciamos en 1990. A través de las cartas establecimos un diálogo que cumplió 25 años. Una muestra de esas cartas está recogida en la sección epistolar de mi página web.

Desde Suiza, me envió sus dos últimos libros: Las cuitas de Carlota (novela, 2007) y Esposa fugada (cuentos, 2009). Otros títulos de su obra son: La “M” de las moscas, Signos y mensajes, Fiesta en Teusaquillo, La Scherezada criolla y Ardores y furores. Además, es autora de numerosos ensayos de índole literaria y académica.

Nació en Bogotá el 20 de enero de 1934 y murió en Lausana, a la edad de 81 años, el pasado 2 de febrero. Hija del político liberal Alfonso Araújo Gaviria, ministro y diplomático en los gobiernos de Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos. Adelantó el bachillerato en Washington, en la Inmaculata High School, donde se graduó a los 15 años, y literatura y filosofía en la Universidad Maryland, materias que continuó a su regreso al país, en 1950, en la Universidad Nacional.

Se casó a los 19 años, sin convicción (como era la moda), con Pierre Albrecht de Martini y con él tuvo cuatro hijas. Se separó en 1971 y viajó con sus hijas a Lausana, donde las educó con sus propios medios. Su decisión de romper el matrimonio causó serio conflicto familiar, y a ella la liberó del ambiente patriarcal y las costumbres gazmoñas que no le permitían a la mujer expresar su propio pensamiento y mantener su feminidad.

En el reportaje de que atrás se habló, manifiesta la escritora: “El sexo, el cuerpo, la política, el tema social eran prohibidos para jóvenes madres de familia como yo. Yo quería escribir viviendo, vivir escribiendo, pero estaba metida en una sociedad asfixiante”.

En Suiza vivió 44 años, y nunca regresó a Colombia. En ese país cumplió notable labor como profesora de literatura latinoamericana, crítica literaria, conferencista y escritora. Se desplazaba por países europeos en plan cultural y como mensajera de la causa femenina. De hecho, sus cuentos y novelas son la refrendación del aire burgués donde nació, imposible de negar, y una denuncia contra la burguesía manifiesta en las posturas frívolas, falsas y prosaicas que no podía compartir. Su literatura es un acto de rebeldía y protesta.

Fiesta en Teusaquillo, primer libro suyo que leí para adentrarme en el conocimiento de la autora, explaya ese mundo aristocrático movido por el lustre social, la intriga, el chisme, la afectación y la mentira, tan propio de los grandes salones que ella respiró en la Bogotá apergaminada de su época. Esa misma atmósfera se repite, en distintos escenarios, en Las cuitas de Carlota y Esposa fugada.

En este intercambio de amistad, libros e ideas, le envié hace diez años la biografía de que soy autor sobre la poetisa Laura Victoria, y Helena me comenta: “Mujer valiente, ¡por Dios! Sufriendo cuarenta años antes que yo las angustias de la separación conyugal. Y autora de poemas sinceros y musicales –con Meira del Mar, una versión de lo femenino sensual que merece análisis semánticos–”.

En el caso de Laura Victoria estaba dibujada su propia historia conyugal. También la poetisa se había escapado a Méjico por conflictos con su marido, y se había llevado a sus tres hijos, a quienes educó con valiente esfuerzo. Allí permaneció hasta su muerte, durante 65 años. Tanto la una como la otra fueron pregoneras del feminismo y lucharon contra la opresión y los rigores sociales de sus épocas. Ambas tuvieron brillante desempeño en las letras. Las dos se adelantaron a su tiempo.

El Espectador, Bogotá, 20-II-2015.
Eje 21, Manizales, 20-II-2015.

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Comentarios

Muy bella columna y muy fiel recuerdo de Helena. Yo tenía pensado visitar a Helena en abril con el fin de grabar su vida para un libro. Hablamos por teléfono cuatro días antes de morir y aunque débil por una cirugía reciente nada hacía presagiar el fatal desenlace. Alberto Donadio, Bucaramanga.

Excelente homenaje póstumo a Helena Araújo. Fui sorprendido con la noticia de su muerte. Por una razón: ni siquiera sabía que estaba fuera del país. Es más, pensaba que había muerto. Todo porque su nombre nunca apareció en los medios. Yo leí Signos y mensajes el mismo día en que el entonces Instituto Colombiano de Cultura lo publicó en una colección donde aparecieron, entre otros, Los pasos cantados de Carranza, Suenan timbres de Luis Vidales,  Las noches de la vigilia de Manuel Mejía Vallejo. José Miguel Alzate, Manizales.

Desconocía del todo a Helena Araújo y quedé con ganas de leer algo de su autoría. Averiguaré si puedo adquirir en librerías la obra Fiesta en Teusaquillo, que debe ser deliciosa. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

No conocía esta  historia y me ha llevado a la inquietud de conocer parte de su obra. Mujeres valientes, decididas y resueltas, como Laura Victoria, y además talentosas, que han dejado un legado y que han luchado a la par por una familia. Inés Blanco, Bogotá.

Me gustó la pregunta que encabeza la columna, porque creo que somos más los lectores que gustamos de los escritores rebeldes. Son ellos los que alimentan nuestra rebeldía dándonos argumentos para criticar este sistema que no es humano. orlandotinoco0826 (correo a El Espectador.com).

Qué mujer tan interesante. Al igual que Laura Victoria, se adelantó a su tiempo. Les correspondió vivir en épocas demasiado difíciles, cerradas, machistas y falsas. ¡Cuántos talentos,  de muchas otras mujeres valiosas,  se debieron perder para mantener las apariencias! Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Entraré a tu página a leer la correspondencia que mantuviste con ella. Amo el género epistolar y envidio de verdad a quienes lo conservan  compartiendo los instantes prolongados de la vida. Marta Nalús Feres, Bogotá.

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Artículo Negociación reservada, de Alberto Donadío sobre Helena Araújo (revista Semana, n.° 2067, 9 al 16 de enero de 2022)

Helena Araújo fue una escritora nacida en Bogotá que vivió casi toda su vida en Suiza, donde falleció en 2015. Se expatrió voluntariamente hace medio siglo debido a una experiencia traumática. En 1971 decidió separarse del marido, un suizo de apellido Albrecht, cuando eso no era permitido socialmente ni por la religión católica. La familia de Helena la internó en un manicomio en España, un castigo que hoy parece ordenado por los talibanes y al cual ella hizo alusión en varios artículos.

Alfonso Araújo, el padre de Helena, ya había muerto. Fue un notable jefe liberal (ministro de Hacienda, de Educación, de Relaciones Exteriores) y falleció siendo embajador de Colombia ante Naciones Unidas. Tal vez él no habría estado de acuerdo con el manicomio. Helena no volvió a Colombia y cortó relaciones con su familia. Dando clases crio a sus cuatro hijas en Lausana. (…) En agosto, durante la Feria del Libro de Bogotá, la Universidad Nacional lanzó Adelaida 1848, obra póstuma de Helena Araújo. (…)

El puño del arrebato

lunes, 9 de febrero de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El periodista barcelonés Xavi Ayén inicia con el siguiente diálogo el capítulo titulado Gabo y Mario. Historia de un fratricidio, de su obra Aquellos años del boom (RBA Libros, Barcelona, 2014):

José Carvajal: ¿Qué fue lo que ocurrió realmente entre usted y García Márquez? ¿Por qué fue que se enemistaron?
Vargas Llosa: Bueno, eso vamos a dejárselo a los historiadores… (carcajada).

Cabe decir que los historiadores, a partir del 12 de febrero de 1976, cuando se produjo el famoso puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de Méjico, no han hecho otra cosa que indagar la veracidad de los hechos. Y se han tejido diversas versiones, que los protagonistas no han refrendado ni han desmentido. Como buenos novelistas, han dejado que el suceso siga en el misterio.

Ahora bien, el relato que trae el libro de Ayén, producto de exhaustiva investigación,  tiene visos de ser el verdadero. En un solo instante, y a raíz de aquel puñetazo fenomenal, se hundió la estrecha amistad que unía a los dos principales integrantes del boom, e ipso facto se disolvió la sociedad de escritores.

La admiración del peruano por el colombiano durante los años sesenta y setenta queda evidenciada en el libro Historia de un deicidio (1971) –tesis doctoral de Vargas Llosa en la Universidad Complutense de Madrid–, lo mismo que en el hecho de que el segundo de sus hijos recibió el nombre de Gabriel Rodrigo Gonzalo (los nombres de García Márquez y sus dos hijos). Los Gabos fueron padrinos del bautizo. Amor correspondido.

El primer encuentro entre ambos escritores ocurrió en el aeropuerto de Maiquetía,  en agosto de 1967, cuando Vargas Llosa iba a recibir el premio Rómulo Gallegos por  La casa verde. Entonces el peruano era más conocido que García Márquez. En junio de ese mismo año había aparecido Cien años de soledad, y el nombre del autor comenzaba a tomar altura. Poco después, la novela se convertiría en el hecho más fulgurante de las letras latinoamericanas y Gabo recibiría el Nóbel de Literatura.

Desde entonces, ellos estrecharon cada vez más su amistad, en asocio de sus esposas, y compartieron premios y aplausos por sus triunfos literarios. Las primeras fisuras en su relación se presentaron al no coincidir en sus ideas políticas: mientras García Márquez era decidido partidario de la causa castrista, Vargas Llosa se oponía a los gobiernos totalitarios. Esta línea divisoria se acentuó con el paso de los días.

La separación comienza a surgir en 1974, y no se origina en causas políticas sino en un asunto privado. El 12 de junio de ese año, listos los esposos Vargas Llosa a volver por barco a Lima desde Barcelona, fueron agasajados por Carmen Balcells con una cena de despedida. Por su parte, el capitán del barco ofreció una cena de gala en honor del escritor, y a su lado, en la mesa principal, situó a una dama importante que se dirigía al mismo destino.

Era Susana D. C. (el libro suministra su nombre, pero no sus apellidos), casada con el arquitecto Andrés B. (tampoco se revela su apellido), amigo de Bryce Echenique. La pareja vivía en Madrid. La atracción del novelista con la dama “es mutua, aunque tal vez no repentina pues ya se conocían de antes”, afirma el autor de la obra. Vargas Llosa baila varias veces con la dama, y esto enfurece a Patricia. Ya en Lima, el escritor se separa de su esposa y efectúa un viaje junto a su amante.

El escándalo se vuelve público entre los miembros del boom. Sin embargo, con el tiempo aparecen versiones desenfocadas, como estas: unos dicen que la misteriosa dama era una azafata sueca, y otros, que una modelo norteamericana. Y otra más absurda: Mario y Patricia habían viajado a Lima en barcos diferentes.

La nueva pareja se instala por un tiempo en Barcelona. A los dos meses, Susana regresa a Madrid. Mario se va detrás de ella, en plan de raptarla en el aeropuerto, como afirma el escritor Jorge Edwards. Allí los tres (la amante, Mario y Edwards) toman un taxi a Barcelona.

En mayo de 1975, Patricia viaja a Barcelona con el fin de recoger algunas cosas, y se instala en un hotel, donde la visitan Gabo, Carmen Balcells y Jorge Edwars. Luego se trasladan a la discoteca Bocaccio, donde abundan las copas. Al día siguiente, Patricia tenía que tomar el avión de regreso a Lima. A las tres y media de la mañana, llegan sus tres amigos, y Gabo se ofrece a llevarla al aeropuerto. Pero pierde el avión. Vargas Llosa dirá que García Márquez intentó llevarse a Patricia a un hotel.

La noche anterior, Patricia le había confesado a García Márquez la frustración que sentía por el affaire de Mario y Susana. Y Gabo bromea: “Pues para vengarte de Mario, nos hacemos amantes”. En el viaje al aeropuerto, él cometió la indiscreción de contarle alguna aventura cometida por su marido en sus años de Barcelona. De esto se enterará Vargas Llosa y sentirá que su amigo de tantos años “ha corrompido la amistad”.

12 de febrero de 1976. Vargas Llosa llega al Palacio de Bellas Artes de Ciudad de Méjico, y García Márquez, al verlo, le extiende los brazos y exclama: “Hermano”. Vargas Llosa le responde con un derechazo en la cara, lo derriba y le dice: “Esto, por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona”. Algunas versiones, entre ellas la de Gerald Martin, autor de la biografía Gabriel García Márquez, una vida (2009), han variado la frase: “Esto, por lo que le dijiste a Patricia”. La frase cambia de sentido.

Este fue el final dramático de una honda amistad. Las dos figuras principales del círculo de novelistas nunca se reconciliaron. Fueron los iniciadores y los sepultureros del boom. A finales de 2005 le preguntaron a Gabo, en Méjico, si sería posible una reconciliación, y Mercedes Barcha se anticipó a responder: “Hemos vivido tan felices treinta años sin él que no lo necesitamos para nada”.

Tras el descarrío llegó la reconciliación entre Mario y su prima Patricia Llosa. Vino la reflexión. Se impuso la madurez. Desde entonces, se les ve como una pareja sólida.  ¿Qué había sucedido? Las alturas marean, distorsionan la personalidad. No se trataba, por cierto, del “demonio de mediodía”, ya que Mario apenas tenía 38 años. Edad peligrosa cuando se está rodeado de oropeles y se es víctima de la fama y la vanagloria. Pregunta: ¿Quién es Susana D. C.? ¿Quién es Andrés B.? Algún lector nos lo contará, y ampliará la historia.

Al recibir el premio Nóbel en Estocolmo, en el 2010, así se refirió Vargas Llosa a Patricia (el escritor tiene 74 años, el doble de la edad que tenía cuando ocurrió su aventura):

…”la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace cuarenta y cinco años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia”.

El Espectador, Bogotá, 6-II-2015.
Eje 21, Manizales, 6-II-2015.

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Comentarios:

Otro asunto es que Vargas Llosa fue una persona violenta y su mujer muchas veces no tenía adónde ir, de manera que la casa de Gabo y su esposa fue el mejor y tal vez único lugar, cuando el peruano andaba embrutecido por el alcohol o sus amoríos. Claro, la otra razón interesante es, naturalmente, que Vargas Llosa, criado en violencia militarista y amigo del neoliberalismo, siempre ha sido amirador de la vena anglosajona, y Gabo tenía una visión política totalmente opuesta, de manera que el asunto no era fácil. Como escritor Vargas Llosa es formidable, como persona es un poco dudoso. Jorge Enrique Ángel Delgado (correo a El Espectador.com).

Quedé bien enterado de cómo fue el asunto. Pero sin tapujos ni esguinces la cosa parece muy clara: Gabo intentó (¿o lo logró?) seducir a Patricia. Ella si no me equivoco era una mujer atractiva. Esto y las circunstancias que favorecían un escarceo hacen pensar que por lo menos Gabo le propuso a Patricia una aventurilla (así en diminutivo, a manera de eufemismo). Si la tuvieron o no, ya es cosa que posiblemente no se sabrá. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.