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Caminos

lunes, 26 de octubre de 2009

ensayos_caminosVa por los mares, picando las olas, y se remonta ligeramente cuando siente sus plumas humedecidas. Pocos espectáculos tan fascinantes como una bandada de golondrinas de mar, que semejan flechas sobre el agua.

cenefita

Prólogo

LA VOCACIÓN LITERARIA DE GUSTAVO PÁEZ ESCOBAR

Gustavo Páez Escobar es boyacense, nacido, concretamente, en el lindo pueblecito de Soatá, que el canónigo Peñuela llamara líricamente «Labranza del Sol» en amorosa monografía publicada hace algún tiempo. Vinculado desde su más temprana mocedad al Banco Popular, ha hecho, gracias a una limpia constancia y a una indiscutible eficiencia, sólida y brillante carrera que lo ha llevado a la gerencia de importantes sucursales en diferentes ciudades del país. Precisamente, en la actualidad ocupa la de la sucursal del Banco en la ciudad de Armenia (Quindío).

«No poseo títulos –anota en algún esbozo de autobiografía–. Me incomoda, me irrita, me desquicia el mote de ‘doctor’ que me acomodan algunos despistados, no sé si por ingenuidad, por adulación o por burla. Es la moda del momento y todos quieren ser doctores. Y si no lo son se lo inventan. Los falsos títulos abundan como la mala hierba, porque el mundo es apergaminado. Somos dados al lustre externo, a la ampulosidad, a los convencionalismos».

Columnista de El Espectador y La Patria, periódicos en los cuales analiza y expone ágil y amenamente muy variados temas del acontecer cotidiano y cultural de los tiempos modernos, es, igualmente, ensayista, cuentista y novelista. Conocedor de los clásicos, ha realizado estupendos ensayos sobre Flaubert –Madame Bovary y Salambó–; y sobre Germinal, la famosa novela de Emilio Zola.

Hombre de férreas disciplinas, madruga todos los días a las cuatro de la mañana y se mete en su biblioteca a leer y a escribir hasta que es la hora de marcharse a ocupar su sillón gerencial. De ahí que pueda vivir muy bien informado y que, de paso, vaya realizando, lenta, firme y calladamente, de espaldas a los consabidos y poderosos sanedrines del privilegio, su obra tanto periodística como literaria.

Tres de sus libros editados hasta el presente son Destinos cruzados, Alborada en penumbra, novelas, y Alas de papel, suma de diversos artículos publicados en los dos periódicos arriba mencionados.

Próximamente, también, el Banco Popular publicará, en su sobria y selecta serie bibliográfica, su primera selección de cuentos, que incluye, obviamente, algunos difundidos en el Magazín de El Espectador.

El de Gustavo Páez Escobar es, pues, como puede juzgarse, un caso de ejecutivo muy especial. De ejecutivo pensante, soñante y opinante. Como quien dice, un caso de doble filo. Riqueza en las cavas y en la cabeza.

Fenómeno trascendente, de veras insólito en el rígido, seco y matemático campo bancario y altamente aleccionador a nivel general.

Fenómeno de doble eficacia, en suma. Con un nombre: Gustavo Páez Escobar. Soatense. Casi, casi tipacoque…

HERNANDO GARCÍA MEJÍA

Comentario aparecido en la revista El Impresor, de la Editorial Bedout, edición de agosto de 1980, de la que es director Hernando García Mejía, poeta y cuentista.

Un fragmento de la obra

LA MUERTE DE UNA GOLONDRINA

A mi despacho bancario acuden con frecuencia las golondrinas. Hay algo que las atrae. Les gusta revolotear alrededor de los ventanales y posarse sobre los voladizos. Algunas veces penetran a la oficina y, al sentirse prisioneras entre cuatro paredes, buscan con torpeza la salida y terminan golpeándose contra los vidrios. En más de una ocasión he recogido del piso al frágil animal, que me mira angustiado y ansioso, y lo he lanzado al aire para que continúe disfrutando de la libertad que no puedo dispensarle en mi recinto. La golondrina es ave tímida y escurridiza, para la que no se hicieron los espacios cerrados. Por eso le gusta el cielo abierto.

Va por los mares, picando las olas, y se remonta ligeramente cuando siente sus plumas humedecidas. Pocos espectáculos tan fascinantes como una bandada de golondrinas de mar, que semejan flechas sobre el agua.

Una vez tomé en mi mano al atontado animal que, inconsciente, había quedado maltrecho sobre la alfombra de mi despacho. Estaba lánguido, pero respiraba. Así doblado, quise indagar en su mínima anatomía el misterio de su existencia huidiza. Era apenas un remedo de esa airosa y sutil raya alada que todos los días veía circuir mis predios de las cifras y los millones ajenos.

Abajo, en al calle, un mundo febril se movía afanoso y apático. Era el torrente de la vida tumultuosa que ignora la indefensión de una pobre golondrina retenida en un cuarto con olor a negocios. En ese momento pensé que tal vez todos los millones que me rodeaban no serían capaces de restituir la vida que se estaba escapando entre mis manos deseosas de milagro.

Tomé con dedos inciertos el cuello abatido y pretendí aplicar conocimientos ignorados. El animal pretendió entender mi afán y entreabrió un ojo confuso. Se encontró, de seguro, con la misma negación de la vida, ya que para ese armonioso suspiro del viento la presencia del hombre debe ser perturbadora. El desvanecido visitante se movió ligeramente. Le insuflé luego calor y observé que se reactivaba.

Pasó en un instante de la muerte a la vida. Lo vi levantarse aturdido y, siempre miedoso, buscó la manera de huir de su salvador. Lo tiré al espacio, como se lanza una ilusión, y permanecí extasiado frene al espectáculo de dos alas raudas y un leve plumaje que ascendía por los aires persiguiendo la vida. Los billetes de banco, entre tanto, seguían en sus bóvedas, prisioneros de la avaricia. Si ellos pudieran sentir, envidiarían el vuelo de las golondrinas.

Otro día la golondrina penetró al laberinto a donde no ha debido llegar. Quiero pensar que la mensajera de los vientos se acostumbró al sitio donde había hallado una mano amiga. Es posible que desde lejos vigilara al circunspecto manejador de cifras, y hasta que le coqueteara desde sus dominios etéreos. Quizá le descubrió el alma que generalmente no se le encuentra al gerente de banco. El diminuto animalejo, que debió de acercarse con curioso instinto, estuvo dando espaciosas vueltas frente a mi ventana e insinuándome, con sus armónicos movimientos, una expresión agradecida.

De pronto se lanzó por el pequeño orificio abierto en el alero de la edificación. Era como una tentación y por allí se introdujo. Estaba como fabricado para su cuerpo. El animal ignoraba que era el respiradero del cemento y que en sus senderos no encontraría sino sombras y frialdades.

Muchas veces, intentando orientarse, se golpearía contra aquellas cavernas, antes de volver a hallar un indicio de luz. Cuando de nuevo lo vi aparecer, ya estaba muerto. Apenas se notaba la cabeza, emergiendo del cautiverio.

Sus compañeras estuvieron una mañana entera tratando de rescatar el cadáver. Las alas habían quedado enredadas contra cualquier obstáculo y ella, mi frágil golondrina, terminó fracturándose todo el organismo. Poco a poco las otras golondrinas halaban, a picotazos, el cuerpo que se resistía a salir del todo. Fue una mañana de incesante solidaridad, y sin duda de angustia, de unos seres minúsculos que no podían hacer nada contra la inclemencia del cemento, pero que tampoco se negaban a abandonar la ímproba labor del rescate.

Qué distinta, pensé, la sociedad humana. Por aquella misma calle que tenía a mi vista rodaba un mundo hostil, ajeno, insolidario. En la esquina un limosnero exponía sus llagas y todos las ignoraban. En los rostros había prevención y en el alma, egoísmo. Y prensado en una ranura traicionera estaba el cuerpo despedazado de la errátil golondrina, enseñándoles a los hombres, como un mensaje a los aires, una lección de amor.

cenefitaComentarios

Fragmentos

Páez Escobar trabaja con reposada mentalidad, en comprimido estilo, con una limpieza conceptual que se realiza en función de pensamientos concretos, sin divagaciones inútiles, a la manera como se pasa sobre las definiciones fáciles para descubrir la almendra verdadera, sin meterse en extravagancias de interpretación o excesos de fronda. Adel López Gómez, La Patria, Manizales, 23 de julio de 1982.

En Caminos encontramos la expresión del autor acerca de aquellas cosas que por lo triviales no tienen menos importancia para el escritor: el diccionario que siempre lo asiste cuando trabaja; la máquina a la que se acostumbra y apega por más que lo tienten otras más modernas… Y lo más importante, el estilo que es la verdadera personalidad del escritor, su sicología, su emoción, su cultura, el diario de su vida sutilmente transmito. José Jaramillo Mejía, La Patria, Manizales, 5 de agosto de 1982.

El autor de Caminos comprueba con algunos de los ensayos incluidos en este tomo que es un exquisito lector y un fino crítico, y que sabe recorrer los caminos que le brindan los libros. En ocasiones se le sale el poeta que lleva escondido en los pliegues de la prosa. Óscar Echeverri Mejía, Occidente, Cali, 11 de agosto de 1982. La Tarde, Pereira, 24 de octubre de 1982.

Cinco libros publicados lleva Gustavo Páez. Hechos de una solvencia igual a la que le ha servido para despachar no se sabe cuántos problemas de descuentos, encajes, giros, comisiones, sobregiros, balances y «culebras» por cazar. Dueño de una caja de caudales adicional: la que guarda los valores escasos de la sensibilidad y la capacidad creadora. Fernando Solarte Lindo, El País, Cali, 12 de agosto de 1982.

Gustavo Páez es un crítico sagaz que sabe penetrar en el fondo mismo de lo que lee y analiza y estudia. Sus opiniones, de gran valoración crítica, tienen el mérito de no ser gratuitas o improvisadas. Su estilo es correctísimo y brillante, de corte moderno, sin afectación alguna. Une a sus virtudes una conciencia límpida y una bondad inagotable. Horacio Gómez Aristizábal, La Patria, Manizales, 14 de agosto de 1982.

Caminos, con sus crónicas, artículos y ensayos cortos, continúa en su línea de testimoniar la presencia cultural de nuestra provincia. Carlos Enrique Ruiz, Manizales, 10 de septiembre de 1982.

Hay en tu prosa esa sugerente plasticidad de las palabras exornadas de la difícil sencillez, que le imprimen al cotidiano acaecimiento el renovante encanto de las evocaciones. Bernardo Pareja, Quimbaya, Quindío, 25 de septiembre de 1982.

Hay en Caminos un depurado castellano producto de las lecturas y el amor a la cultura. Revista Bancos y Bancarios, septiembre de 1982.

Prosa noble, depurada y cristalina. Por este nuevo libro campea una vivaz inquietud pesquisidora. Y la impresión compacta que deja en el lector es la de estarse encontrando cada vez mejor con un escritor llevado a dejar huella perdurable en muchas direcciones. Bernardo Londoño Villegas, La Patria, Manizales, 28 de noviembre de 1982. El Colombiano, Medellín, 17 de diciembre de 1982.

Volumen de ensayos y artículos periodísticos donde se encuentran caminos que conducen a Flaubert, Voltaire, Alberto Lleras, Caballero Calderón, Otto Morales Benítez, a libros y a lugares amados y remotos. Asombra en la lectura de Gustavo Páez Escobar ese hallazgo permanente de la palabra que como en Azorín, recrea la emoción y los recuerdos. José Luis Díaz Granados, El Tiempo, Lecturas Dominicales, 19 de diciembre de 1982.

Gustavo Páez Escobar no es sólo uno de los columnistas bien escritos de este diario de nuestros afectos, sino que más que eso es un escritor. Un buen y depurado escritor de esos para quienes escribir limpia y responsablemente es la única forma de serlo a cabalidad. Consuelo Araujonoguera, La carta vallenata, El Espectador, Bogotá, 8 de enero de 1983.

Hay en Caminos crónicas plenas de gracia y de encanto. Hay además una apreciable cantidad de textos referentes a libros colombianos, que el autor analiza brevemente en forma casi siempre acertada. Su prosa es clara, rica y directa. Prosa de buen periodista. Y de escritor. Germán Vargas, Ventana al mar, El Heraldo, Barranquilla, 10 de enero de 1983.

Caminos, en la Cápsula de El Tiempo. Caminos será un libro obligado para jóvenes escritores. Es la realidad impresa del diario vivir protagonizado por personajes que fueron decisivos en la culturización del país. Nuestro autor ha sido muy refinado al auscultar lo más íntimo de cada personaje, en una obra para la posteridad. Allí están generosos y amplios los caminos que guiarán a las nuevas generaciones. Sobrada razón y sabiduría fue la de El Tiempo para incluir en su cápsula la obra Caminos, la cual rescata del ocultismo algunos escritores nacionales y los enaltece con su pluma. Esta posición de Gustavo Páez Escobar alimenta su vigencia como escritor, periodista y literato. Evelio Pérez Galvis, Meridiano del Quindío, 17 de marzo de 1983.

Caminos no solo encierra un contenido de pluralísima importancia y aquilatado estilo literario, sino que encumbra al autor a los más altos horizontes de la literatura quindiana. Octavio Arbeláez Giraldo, rector de la Universidad La Gran Colombia, Armenia, 4 de abril de 1983.

Caminos traza en sus páginas la verdadera efigie de algunos escritores colombianos. Es labor digna de aplauso esta de recordar los méritos de quienes se han interesado y se interesan por magnificar al país con sus puntos de vista y el relieve de sus ideas. Manuel José Forero, Academia Colombiana de la Lengua, Bogotá, 26 de mayo de 1983.

Caminos recoge una selección de breves notas publicadas en periódicos, sobre diversos temas, la mayoría literarios –y reseñas de libros–. Porque –él mismo lo dice en la primera nota–: …»De pronto el artículo de urgencia, el del afán cotidiano que escarba aquí y allá, es el que perdura». El Tiempo, Carátulas y solapas, 11 de junio de 1983.

Caminos me trajo muchas noticias de Boyacá y reafirmó mi opinión anterior sobre tu elegante desenvoltura, tu manera de expresarte a través de la prosa, con el dinamismo de los artículos de prensa y la vena literaria aunadas. Antonio Martínez Zuláica, Tunja, 22 de junio de 1983.

Con Antonio leímos, en voz alta, Miserias de la literatura, donde usted tiene la gentileza de citar a mi hijo periodista. Aun cuando es un poco tonto tomar un solo tema para referirse a Caminos, debo confesarle que mi preferido es Soatá, Ciudad del Dátil. Como estoy de regreso de tantos recuerdos y, sobre todo, al territorio de mi infancia, cuanto evoque a Boyacá me llena de algo indefinible, pero profundo, como lo es su nota que, inclusive, me ha traído el sabor de los dátiles y de los limones comidos cuando todo sabía a bueno. Próspero Morales Pradilla, Bogotá, 24 de junio de 1983.

La suma de títulos que nos has entregado a quienes comprendemos que la verdadera vida bulle secreta en un destino que solo muestra su perfil cuando el escritor logra el milagro de su verdad y señala su reciedumbre de insomne batallador de la palabra. Hermann Ceballos Duque, Tunja, 25 de octubre de 1983.

De la gama de escritos, son varios los que han atraído nuestra atención. Los hemos leído en el tranquilo discurrir de la redacción del periódico, es decir, en medio de los sonidos repetitivos del teléfono, del ruido lento o ligero de las máquinas, que siempre traducen la prisa de los manejadores de cuartillas. Pero de estos escritos hay uno en especial que nos ha llamado la atención: Defensa del libro. Guillermo García, Apuntes del redactor, El Espectador, 9 de febrero de 1984.

En Caminos encontramos la reflexión del escritor y del periodista que trasegando como bancario espera sus ratos libres que lo alejen de las cifras con el afán de encontrar su equilibrio de caminante y de soñador. Vanguardia Liberal, Libros–Revistas, 18 de febrero de 1985.

Con agudeza crítica, elegante desarrollo de las ideas y un amplio amor por la literatura, este autor hace un recorrido, con su prosa iluminadora, por los ámbitos literarios de Luis Tejada, Flaubert, de Eduardo Arias Suárez a Voltaire, de Otto Morales Benítez a Zola, entre otros, situando dentro de un contexto universal la creación nacional y poética de Colombia. Humberto Senegal, Revista Canora, Calarcá, junio de 1987.

Caminos es un diccionario de la vida periodística de un autor. Este libro está hecho con un estilo preciso, tallado, corto y brillante. Todo el libro se revienta de sentido común, de sensibilidad artística, de perspicacia social y de preocupación estilística. Vicente Jiménez, Independence, Estados Unidos, 18 de julio de 1988.

Caminos contiene una prosa plena, vigorosa, cargada de aforismos y reflexiones filosóficas originales. Es un libro pletórico de pensamientos oportunos y de enseñanzas profundas. Eres un maestro del ensayo corto. Sabes decir en pocas palabras todo un mundo de sabiduría. Nunca había imaginado que eras el maestro sabio de la palabra exacta. José Antonio Vergel, Moscú, 1° de diciembre de 1990.

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