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Las fugas del amor

martes, 27 de octubre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

La carrera literaria de Esperanza Jaramillo se inicia con el libro Caminos de la vida, publicado por la Gobernación del Quindío en 1979. Desde entonces, todo lo que ha escrito en libros, periódicos y revistas muestra el mismo sello romántico que afloró en su primera obra. Su segundo libro, Testimonio de la ilusión, ve la luz en 1986, con el auspicio del Banco Central Hipotecario, cuya oficina en Calarcá estaba dirigida por la escritora.

En este almácigo de delicadas prosas líricas, la autora revela un alma sensible frente a los prodigios de la existencia. Es la suya una vocación diáfana que desde temprana edad le permite escuchar el llamado claro de sus dioses tutelares. Su fina sensibilidad la conduce desde la niñez a sumergirse en su propio mundo interior, lleno de resonancias poéticas, que ella  fortalece con la lectura de Whitman, Novalis y Francisco de Asís.

En su carrera de escritora no habrá titubeos ni desfallecimientos, si bien la atención de su actividad bancaria la desvía por épocas del propósito irrenunciable de hacer literatura. De un lado está la fibra espiritual con que nació y creció, que le hace concebir mundos de ensueño, y del otro, el hecho material de ganarse el pan -el duro pan de los escritores- en medio de los agobios que invaden la atmósfera febril de los negocios. Es la eterna lucha entre las letras de cambio y las letras del espíritu.

Esperanza porta en la sangre el don del canto, como nieta de los poetas Juan Bautista Jaramillo y Blanca Isaza de Jaramillo, quienes en  la capital de Caldas plasmaron su brillante obra literaria, de alta ponderación nacional. Ellos legaron para los nuevos tiempos su revista Manizales, que lleva 62 años de labor continua, tribuna gloriosa que hoy dirige la hija de los poetas fallecidos, Aída Jaramillo, abanderada infatigable de la cultura caldense.

Esperanza Jaramillo, oriunda de Manizales, se establece en Calarcá a la edad de doce años. El Quindío, embrujada tierra de cafetales, horizontes abiertos y fascinantes estampas bucólicas, ha visto germinar sucesivas cosechas de escritores y poetas. Comarca fecunda de donde brotaron en el pasado  célebres cuentistas, como Eduardo Arias Suárez y Adel López Gómez; que posee figuras de excelencia en la poesía, como Carmelina Soto y Baudilio Montoya, y que cuenta además con exponentes connotados en los géneros del ensayo, la novela y el costumbrismo, esa comarca sería tierra pródiga para la joven viajera venida de las cumbres manizaleñas, quien se convertiría en quindiana auténtica por su identificación entrañable con el paisaje y la gente.

A Esperanza la conocí en el Quindío. Llegado también de otras latitudes, por aquellos días actuaba yo como gerente de un banco en la ciudad de Armenia y al mismo tiempo me desempeñaba en las letras y el periodismo, hazaña que, sin duda con exceso de arrojo, logré culminar con buena fortuna. Esperanza fue la primera directora de la Casa de Cultura de Calarcá, antes de ingresar al sector bancario, en el cual lleva más de veinte años de labores, cumplidas entre Calarcá, Armenia y Bogotá, ciudad esta donde hoy ocupa una destacada posición en Bancafé.

Esto señala que pisamos el mismo terreno, lo cual explica nuestra fusión solidaria en el acto académico de esta noche, en el que la distinguida amiga me ha dispensado el honor de decir unas palabras con motivo de la edición de su primera novela, El brazalete de las ausencias y los sueños. Ante todo, he de resaltar el esfuerzo enorme, ignorado e incomprendido por la mayoría de la gente, que significa escribir una obra dentro del clima agitado de los números. Como el dinero y las letras marchan por diferente camino, son dos campos opuestos y de difícil articulación entre sí, que por eso mismo representan un choque de trenes para quienes busquen cumplir los dos oficios a la vez. Sin embargo, de tarde en tarde se presentan excepciones ejemplares, como esta de Esperanza Jaramillo.

Alguna vez llegué a suponer, a raíz del largo receso que se había producido después de su última obra, que la atmósfera ejecutiva, que suele marear la personalidad con peligrosos espejismos, estaba ahogando a la escritora. Por fortuna, la literata se salvó, sin sacrificar a la ejecutiva, como lo revela la edición que hoy festejamos. Cuán significativo resulta el hecho de que sea Corbanca -cooperativa de empleados de Bancafé- la patrocinadora del libro, lo cual merece franco reconocimiento para la entidad y un caluroso aplauso para la banquera-escritora.

Pasando a la novela, lo primero que aprecio es que con este trabajo se produce un viraje frente a los dos libros anteriores. No porque se haya pasado de la poesía a la narrativa, si de todas maneras la novela está escrita con aliento poético, sino por la postura desenfadada con que la autora maneja el ambiente y los personajes. La plasticidad con que mueve los episodios hace recordar la principal exigencia del arte de novelar: dibujar la vida con realismo. En efecto, la escritora trama en su novela, dentro del juego de las posibilidades, lo que acontece en la vida real. Y hace de la ficción una vivencia cierta. Si en este género literario los hechos dejan de ser probables, se pierde la credibilidad en lo narrado y decae el interés del lector.

Tras la sutil elaboración de su prosa lírica, aparece hoy la narradora vigorosa -y algo torrencial- que no se da tregua ni respiro para hacer caminar la historia. Historia que se convierte en una constante búsqueda del amor y la felicidad. Los seres que pinta Esperanza son protagonistas de las vicisitudes eternas que giran en torno a las querencias, frustraciones y anhelos del corazón. El amor, para la mayoría de ellos, es esquivo, si bien algunos lo disfrutan en idilios de aparente estabilidad, que luego se extinguen, como sucede con el ímpetu de los volcanes, que primero rugen y después se silencian durante años o para siempre.

Alma, la heroína de la novela, es la muchacha elemental de todos los pueblos y de todos los escenarios sociales, que siente el ansia de amar y ser amada. Ese fluir de los sentimientos le permite a temprana edad su primera experiencia amorosa, la que cree que será eterna. Pero como el corazón es voluble, llega el desengaño. Curada de su desilusión, surge otro romance, y más tarde un nuevo fracaso, seguido de fallidas ilusiones por hallar en alguna parte el amor verdadero.

La protagonista pasa años enteros buscando respuesta a sus ansiedades, y conforme vive perturbadores episodios, se acrecienta la sospecha de que la felicidad no existe. En su vida errante se cruza con seres desdichados, con ocasionales compañeros de un momento efímero de pasión, con actores caricaturescos de la comedia humana, y descubre que todos son víctimas, como ella, de la soledad y la melancolía.

En esta forma conoce la falsía mundana, lo mismo que las turbulencias del corazón. Su mundo cotidiano se vuelve un tránsito continuo de personas tristes y negadas para el amor, que a la vez persiguen, sin hallarla, la fuente de la felicidad. En medio de este ambiente heterogéneo, el corazón se siente sofocado.

No es aventurado imaginar que Alma, la protagonista, encarna la propia alma de la escritora. La ficción literaria es el género que más se presta y se utiliza para la autobiografía. Sin darse cuenta, el narrador vierte en sus escritos sus propios sentimientos, en forma simbólica o subconsciente. Cuando a Flaubert le preguntaron por el significado de su heroína, respondió: “Madame Bovary soy yo”.

Esperanza ha escrito una buena novela. En sus páginas describe un mundo movido con crudeza y sensibilidad, donde ocurren escenas duras y turbadoras, algunas matizadas de fino erotismo. La obra representa una emotiva y verídica historia de los sentimientos humanos, y le mereció a José Luis Díaz Granados las siguientes palabras, en carta a la autora: “Tu novela es el primer cuento de hadas que conozco que se escribe con crudeza, con el corazón y las entrañas en la mano, de manera descarnada y en ocasiones llena de áspera poesía”.

La búsqueda del amor y la felicidad será siempre el gran reto de la humanidad. Batalla que nunca se dará por terminada, por lo mismo que el alma no se resigna a la orfandad y a la derrota de su naturaleza espiritual y de su esencia sensitiva. El hombre no puede perder el derecho a soñar, el más sagrado de sus derechos. Eso es lo que defiende Esperanza en su novela.

El Espectador, Bogotá, 27 de febrero de 2003.
Revista Manizales, Manizales, abril de 2003.

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