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Historia de un chamizo

martes, 27 de octubre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

El médico cardiólogo Bernardo Tovar Gómez ha escrito un libro novedoso: El retoño de un chamizo, salido de los talleres de Editorial Códice. Veinticinco años duró confeccionado la obra y al paso del tiempo se sintió asaltado por no pocas dudas para darla a la publicidad. Hasta que resolvió editarla en días pasados, cuando consideró que la idea estaba madura y valía la pena revelar esta historia familiar de dramático contenido humano –la suya propia–, que despertaría interés en el público. En la solapa se lee esta anotación que parece transmitir el mensaje que el autor desea entregar a sus lectores: “Convertido en chamizo en algún momento de su vida, sólo quien verdaderamente ama tiene la capacidad de florecer y descubrirse a sí mismo”.

Es la primera vez que me tropiezo con un chamizo como personaje de una novela. Digamos de una vez que la historia, elaborada con los ingredientes de la autobiografía, se convirtió en novela apasionante. El relato encaja muy bien en el género novelístico, sin dejar de basarse en la auténtica descripción de los hechos. Tal vez no fue esa la intención del médico-narrador, en cuyo ánimo prevaleció el deseo de hacer una denuncia de familia como ejemplo moralizante para la sociedad.

El escenario de los sucesos es un territorio rural situado a corta distancia de Bogotá, en la carretera del Guavio y en proximidades de La Calera, donde el médico nace en 1938 como miembro de un hogar de siete hermanos. Su niñez y juventud transcurren en el ambiente de las fincas, alrededor de las cuales gira  la historia, la que desencadena una serie de ambiciones, reyertas y odios encarnizados que destrozan la unión familiar. La lucha entre parientes por el dominio de la tierra se vuelve catastrófica y agita una verdadera guerra campal entre hermanos, alentada por el deseo de posesión y el culto al dinero.

La violencia que se vivía en el país bajo el turbión del sectarismo político parecía calentar el clima de rivalidades que se respiraba en aquellas tierras feraces de La Calera, castigadas por la eterna maldición que Caín hizo caer sobre la humanidad. No era que todos los hermanos Tovar abrigaran el mismo sentimiento de animadversión y ventaja, pero el afán de riquezas de algunos resquebrajaba la armonía y producía ruina moral en el hogar. Al frente del grupo familiar se encontraba la abuela impositiva y severa, cuya autoridad desenfrenada, en medio de rosarios y puritanismos, repercutía en todos los dominios.

La familia crece, se ramifica y se extiende hacia nuevas propiedades, y así mismo aumentan los enredos y se desbordan los apetitos por el usufructo de la fortuna. Hay momentos en que parecen enfrentados todos contra todos, y algunos organizan consejas y trampas contra los incautos. A lo largo del tiempo, las personas van falleciendo y llegan otras a sustituirlas. Cada clan  tiene un jefe, y las alianzas surgen como estrategia de mando. El sentido de la hermandad queda destruido: solo predominan la sed de lucro, el resentimiento, la envidia, el egoísmo.

Y llega la tragedia de las herencias. En la penumbra se urden maniobras para atropellar derechos e ignorar la existencia de los hijos naturales. Ulpiano, ser siniestro, tirano y despojador, pretende quedarse con todo. Su hermano Luis, a quien por ironía se le conoce como ‘el noble’, es personaje enredador, rastrero y diabólico, que termina haciendo una alianza perfecta con Ulpiano, en contra de sus otros hermanos. En algunas páginas del libro se escuchan trifulcas y disparos y se percibe el olor del incendio criminal que arrasa una de las propiedades. La sucesión de muertes naturales, siendo ley de la existencia, parece más bien una danza macabra dentro de la familia manejada por la codicia, la brutalidad y el odio, y hundida en la desintegración.

Sin duda, el testimonio que sobre este drama de su propia familia presenta el médico Tovar Gómez en El retoño de un chamizo no solo es estremecedor sino además valiente y moralista. Con lenguaje sencillo y ágil, cumple el cometido que se había trazado 25 años atrás: desenmascarar la farsa social, común a muchas familias, y ofrecer motivos para meditar. En algunas partes saltan chispazos de filosofía y surgen historias sueltas llenas de ternura, jocosidad e ironía. Historias humanas y aleccionadoras. Además, la obra contiene interesantes pasajes sobre la actividad médica y la ética de la profesión. Al pintar la vida del campo y las costumbres reinantes en la segunda parte del siglo XX, rescata un país que ya no existe. Libro espiritual y comprometido con la verdad.

El Espectador, Bogotá, 26 de enero de 2005.
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