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Por la dignidad del Congreso

jueves, 15 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Un numeroso plebiscito se ha manifestado, como lo informaba hace poco Santiago Peña Daza en este diario, en torno a la figura de Carlos Eduardo Vargas Rubiano para postular su nombre al cargo de senador de la República. Este hijo esclarecido de Boyacá, exalcalde de Tunja y exgobernador del departamento, que tanto ha trabajado por su tierra, representa una airosa bandera moral, una reserva ética del país, y como tal entraría a dignificar las deteriora­das costumbres del Congreso.

El hecho de no ser Vargas Rubiano activista político, y huir por otra parte de las intrigas y los cacicazgos que tanto se estilan en su comarca, es posible que se convierta en obstáculo para el noble propósito que anima a sus adherentes. Desde que ejerció la gobernación de Boya­cá en la administración Barco, siendo ministro de Gobierno el actual presidente de la República, sabo­reó, en tragos amargos, las triqui­ñuelas de la vida pública. Por aque­llos días repetía que a su región podía servirle con más eficiencia por fuera del Gobierno, ya que dentro de él era imposible adelantar una buena gestión en medio de las presiones y los desmanes de sus propios paisanos y copartidarios.

Sea cual fuere la decisión que tome el distinguido amigo, vale la pena resaltar, en primer término, la loable intención de los firmantes del plebiscito por buscar una persona sana entre tanta co­rrupción que asfixia al país; y en segundo, ponderar las calidades que posee el personaje para acceder con sobrados méritos a la alta investidura para la cual se le llama.

Viene él de una ilustre casta de boyacenses que le ha dado honores no sólo al departamento sino al país en diferentes campos de acción. Hombre pulcro, laborioso, simpáti­co, agudo conocedor de la idiosin­crasia colombiana, veterano periodis­ta, promotor infatigable de Boyacá, cualquier departamento se lo disputaría como líder regional.

Sin embargo, como dice el refrán popular, nadie es profeta en su tierra. Por eso, las personas que respaldan su nombre saben que es más viable el camino al Senado, por votación nacional, y no a la Cáma­ra, por votación de sus solos paisa­nos. Boyacá, como la mayoría de los departamentos clientelistas (¿ha­brá alguno que no lo sea?), suele sacrificar a sus mejores hombres en la pira de las ambiciones politique­ras. Para aspirar a un renglón regional el primer requisito es per­tenecer a cualquier grupo o subgrupo político, pero sobre todo poseer vocación para las artimañas y los golpes bajos. Y como Vargas Rubiano no está matriculado en esa escuela, es posible que quedara descalificado en su propia tierra.

Esa es la explicación de la poca calidad que en líneas generales llega a las corporaciones públicas. La gente de bien suele excluirse, por propia voluntad, del juego fatuo de la democracia colombiana, la que en lugar de seleccionar a los mejores voceros del pueblo lo que hace es silenciarlos.

Ya vimos, en la pasada legislatura, el capítulo ver­gonzoso de altos dignatarios del Congreso comprometidos no sólo en hechos deshonestos sino inclu­so penales. Esa misma escena se repitió en asambleas, concejos y en cantidad impresionante de al­caldías. Si esa es la representación del pueblo por voto popular, la democracia está muerta.

El fenómeno del abstencionismo es consecuencia natural de la frus­tración y la pereza que acompañan a los colombianos frente al aparato clientelista. Buscar un buen candi­dato, y sobre todo lograr que éste acepte la postulación, se ha vuelto una utopía. Hay que meditar, en esta antesala electoral, en fórmulas sensatas. Deben proponerse nom­bres ilustres en lugar de los oscuros caciques que no dejan progresar al país. Colombia necesita no sólo de uno sino de muchos Carlos Eduardos. Lástima que el elector común no sepa encontrarlos.

El Espectador, Bogotá, 10-I-1994.

* * *

Comentario:

Quiero testimoniar a los excelentes colaboradores de este diario, Santiago Peña Daza y Gustavo Páez Escobar, mis  agradecimientos por las generosas no­tas que sobre mi labor boyacensista escribieron en días pasados. Igualmente agradecerles el respaldo muy valioso que me dieron para que aceptara encabezar una lista al Senado de la Repúbli­ca, que en postulación muy honrosa me hizo el Movimiento Ciudadano Boyacense. Infortunadamente y por poderosas razones, tuve que declinar esta invitación, anunciando que seguiré em­peñado en apoyar los postulados en favor de la moralización de la actividad política y el manejo de la administración pública en nuestro departamento. Boyacá carece de líderes y sólo existe un líder alcohólico que está degenerando al pueblo para poder sostener la enorme burocracia departamental. Yo, que fui un admirador de los dos ilustres jefes liberales sacrificados, Jorge Eliécer Gaitán y Luis Carlos Galán –promotores de la restauración moral de la República–, colaboraré hasta el final para que esto impere en mi procera y abandonada tierra boyacense. A sus dos muy leídos columnistas, Santiago Peña Daza, dignísimo profesional tunjano y destacado profesor universitario en el Canadá y en Colombia, y Gustavo Páez Escobar, notable banquero, escri­tor y periodista muy destacado, nacido en los predios boyacenses de Eduardo Caballero Calderón, mi reconocimiento sincero por tanta nobleza y amistad. Carlos Eduardo Vargas Rubiano, Paipa (Boyacá). (El Espectador, 21-I-1994).

 

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