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El final de una epopeya

viernes, 16 de diciembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Este 22 de marzo marca en la vida de El Espectador el final de una epopeya: la epopeya de los Cano. Don Fidel Cano, que en 1887 funda el periódico en Medellín –en una casa destartalada de la calle de El Codo–, nunca llega a imaginarse las penalidades que él y tres generaciones más de su familia habrán de sufrir hasta la venta del diario, 111 años después.

El modesto taller donde se edita, formado por unos cuantos chibaletes y una maltrecha prensa «Washington», es adquirido a plazos por los amigos de don Fidel, cuotas que él devolverá más tarde en forma religiosa. Este precario inventario es símbolo de la nada, frente a las gigantescas rotativas que hoy posee la empresa en plena era de la revolución tecnológica.

El ideal es grande. «El Espectador –dice don Fidel en la primera edición–  trabajará en bien de la patria con criterio liberal, y en bien de los principios liberales con criterio patriótico». Con este lema ha librado todas sus batallas. Ha combatido los abusos oficiales y ha defendido la justicia y la libertad. Nunca se ha dejado seducir por el capital, ni ha cedido ante el poder de los dineros corruptos.

Cuando en 1981 denuncia los abusos de un poderoso grupo financiero que explota la confianza del público, lo hace con vehemencia y sin tregua, por espacio de seis años, sacrificando sus propias finanzas al serle retirados los numerosos avisos publicitarios que el consorcio sostiene en la prensa nacional.

Meses después de su fundación, el periódico es suspendido durante seis meses por el gobierno de Núñez. Al año siguiente llega otro cierre de seis meses por orden del presidente Holguín. En 1893, el gobernador de Antioquia lo silencia durante 31 meses y reduce a prisión a su director. Los cierres más prolongados ocurren a partir de octubre de 1899 (cuatro años) y a partir de diciembre de 1904 (ocho años). En la vida del diario se cuentan ocho recesos, que en total suman alrededor de 17 años.

En 1892, se le impone es multado por publicar un suelto que se considera subversivo. En su comunicación, el ministro de Gobierno se despide, como es la usanza de la época, con el «Dios guarde a usted». El director le responde: «Puede su señoría disponer del dinero que según su telegrama ha resuelto exigirme forzosamente. Dios me guarde de usted. Fidel Cano».

El 6 de septiembre de 1952 son incendiadas y saqueadas sus oficinas. En la dictadura de1l general Rojas se le ordenan dos multas: una de $ 10.000, sin precisar los motivos; y la otra de $ 600.000, por presuntas inexactitudes en las declaraciones de renta, multa que meses después es revocada por el Tribunal de lo Contencioso Administrativo. Por esos días escribe el director, don Gabriel Cano, dos de sus más célebres editoriales: El tesoro del pirata y La isla del tesoro.

Cuando al fin se siente un respiro, exclama don Gabriel: «Esta es la vieja y la nueva historia de El Espectador: una historia de pobreza, de lucha, de trabajo; una batalla del esfuerzo coronada al fin de muchos años con unos   pocos gajos del esquivo laurel del triunfo». El victorioso director –¡oh ironía!– está muy lejos de sospechar que años después su hijo Guillermo, el mártir mayor del periodismo colombiano, será asesinado por sus valerosas luchas contra el narcotráfico.

El fuego de la palabra

El periódico, a lo largo de su agitada historia, ha sido victima de censuras, persecuciones, atropellos, suspensiones, incendios, multas, intimidaciones, cárceles, asesinatos… Difícil encontrar en el mundo entero otro periódico que haya resistido tantos y tan violentos ataques de quienes buscan la destrucción de la palabra. Pero como El Espectador no deja morir los principios éticos, siempre, como el ave fénix, sale victorioso de las cenizas.

Cuando los narcotraficantes destruyen las instalaciones del diario con implacables cargas de dinamita, parece que la historia hubiera llegado al final. Pero no: desde los escombros humeantes se escucha aquel día –día de muerte y resurrección– la voz de José Salgar, que escribe editorial del día siguiente: ¡El Espectador sigue adelante! Es la propia voz de Guillermo Cano, que había dicho: «De las ceniza de equipos calcinados resurgirá siempre el fuego de la palabra».

Inmolado don Guillermo, sus hijos Juan Guillermo y Fernando se ponen al frente de la nave, todavía con el eco de la dinamita en el alma. Se asesoran de José Salgar, maestro de periodistas y el amigo más fiel de la casa. Prenden de nuevo los motores y el mar se encrespa con nuevos torbellinos. Luchan los tres –111–, y detrás de ellos toda la familia, por salvarse del naufragio que amenaza a la casa Cano como consecuencia de sus luchas heroicas.

Y cuando ya no queda más por hacer, el periódico se vende. Pero no se va a pique. Osuna, que opina que hubiera sido mejor hundirse con la nave, se marcha. Otros opinan como él y también se marchan. A El Espectador lo compra el mayor grupo financiero del país, que a Osuna le produce urticaria.

Así llega a su final esta epopeya periodística de 111 años. El número parece cabalístico. Es como si la hojita aquella fundada en Medellín por don Fidel Cano hubiera quedado reducida a tres palitos –111–: Juan Guillermo, Fernando y José. Ellos son los últimos mosqueteros de esta casta de titanes que defendieron hasta última hora el imperio de la palabra y las normas tutelares de la casa, en la peor guerra económica que haya tenido periódico alguno.

Arranca el año 112

Desde entonces la historia de El Espectador queda dividida en dos. Ahora arranca el año 112, en la antesala del siglo XXI. Siglo más azaroso que el vislumbrado por don Fidel Cano cuando cometió la quijotada de hacerse periodista. El Grupo Bavaria y el nuevo director del diario, Rodrigo Pardo, manifiestan que mantendrán los principios fundamentales de los Cano como la columna vertebral de la empresa. A la gente hay que creerle. Muchos esperamos que así ocurra, cumpliéndose la ley de las cosechas: la semilla bien sembrada germina siempre.

El Espectador, Bogotá, 22-III-1998

* * *

Mensaje dirigido al doctor Rodrigo Pardo García-Peña al asumir la dirección de El Espectador:

Después de leer la edición donde se conmemoran los 111 años de vida de El Espectador queda la sensación de que continúa  vivo el espíritu que motivó a don Fidel Cano a fundar el periódico. Muchas cosas cambiarán en adelante –hombres, estilos, diagramaciones–,  pero lo importante es que no desaparezca lo fundamental: la independencia crítica para decir la verdad, y el profesionalismo periodístico para mantener un diario de alta calidad informativa e ideológica.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

 

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