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El final de una intransigencia

sábado, 11 de febrero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Guillermo León Sáenz Vargas, o ‘Alfonso Cano’ en su nombre guerrillero, fue hombre inadaptado para la sociedad. Desde muy joven daba muestras del grado de insatisfacción que no le permitiría acomodarse en parte alguna, bien en la vida civil o bien en la guerrillera. Se forjaba un mundo demasiado idealista, y por eso mismo, imposible de alcanzar.

Nació en julio de 1948 dentro de una familia de clase media alta, en el quinto lugar de siete hermanos con ideas izquierdistas Sus padres, que eran académicos, fomentaban ardientes discusiones políticas que incentivaban la vocación de ideólogo del futuro miembro de la insubordinación colombiana. El país vivía por aquellos días el clima turbulento derivado del 9 de abril, y no era difícil que los nacidos bajo dicho signo abrigaran, bajo la bandera de Gaitán, propósitos revolucionarios.

A los veinte años de edad (1968), Cano cursaba estudios de antropología en la Universidad Nacional. Esa carrera estaba hecha a su medida. Sin duda, ella le encendió el alma hacia las causas del hombre. Su primer paso fue matricularse en el movimiento de la Juventud Comunista (Juco). Se casó a mediados de los años 70 y más tarde no tuvo inconveniente en renunciar a su esposa y a su hijo para irse al monte. Su familia no supo de él durante algún tiempo, y con el paso de los días se enteró de que como huésped de la clandestinidad se había vuelto guerrillero.

No solo había renunciado al bienestar familiar sino a su nombre civil. Era la manera auténtica de rebelarse contra todo lo establecido para fijarse su propio derrotero con un fusil en la mano e ideas extremistas en la mente. Su misión era la de cambiar el mundo. Con esa idea obsesiva moriría 33 años después de su ingreso al monte, y el mundo, tal como él lo concebía, no había cambiado. Su lucha había sido inútil.

Dejó un rastro de violencia por cualquier sitio donde pasaba. Fueron 33 años en que no se dio tregua para matar, secuestrar, torturar. Sus ideas sociales, cuando como estudiante de antropología se proponía redimir al hombre, las trocó por el apetito insaciable por el narcotráfico y la extorsión. Se inventó la ley 002 para asaltar el bolsillo de los ricos. El dinero burgués contra el que enfocaba sus actos en la guerrilla se volvió la pasión que le envenenó el alma.

Él mismo era esclavo del dinero. Pero ni siquiera podía gastarlo, porque la selva era una jaula de esclavitud, de privaciones, de angustia y desesperación.  De negación de todo. Cuando las Fuerzas Especiales le dieron de baja, llevaba consigo 194 millones de pesos, fuera de otra suma en dólares y en euros, que permanecían intactos desde que en agosto del 2010 huyó del cañón de Las Hermosas. Apenas disponía, para alimentarse, de mínimas porciones de arroz y algunos cereales. Estaba flaco y enfermo. Y había tenido que despojarse de su barba emblemática, que le transmitía carácter y poder, para que no lo reconocieran. Sin ella, se sintió infeliz. Qué vida miserable y desperdiciada para fines productivos.

Fue una personalidad caótica, arrogante, radical en sus decisiones. Quienes lo trataron de cerca lo califican de ortodoxo, terco, inflexible y dogmático. No era amigo del diálogo. La intransigencia fue quizá su signo más notorio. Alguien lo señala como un solitario político frustrado. Lástima que esa inteligencia y esa preparación intelectual (amante de la literatura, la historia y otras disciplinas) se hubieran torcido hacia la perversidad, hacia la lucha sin sentido.

Hubiera podido ser gran político, o gran académico, o gran ideólogo, pues tenía talante y capacidad para serlo. Prefirió la esterilidad de la selva. “Mató y murió por nada”, es frase dolorosa y dramática que leo en una nota de periódico.

El Espectador, Bogotá, 10-XI-2011.
Eje 21, Manizales, 10-XI-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-XI-2011.

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Comentarios:

Una semblanza triste, amarga e inútil de un pobre guerrillero que dedicó su vida  para hacer el mal a todos sus congéneres. ¿De qué le sirvió tanto estudio y tanta inteligencia?  Solamente siento inmensa tristeza por sus dos perritos que jamás supieron a quién le ofrecían tanta lealtad y que parece fueron los únicos dos seres a quienes trató con amor y reverencia. Luis Quijano, colombiano residente en Houston (USA).

Excelente radiografía de un intransigente que se perdió para la sociedad de bien. Me gustó mucho la frase final, una sentencia: “Mató y murió por nada”. Jaime Vásquez Restrepo, Medellín.

No acaba el ser humano con mente retorcida de calmar su ambición de poder, de dinero y de maldad, todo para terminar muerto encima de millonarias sumas que jamás pudo disfrutar. Inés Blanco, Bogotá.

Esa es la vida desperdiciada de los que toman el mal camino o nunca deciden arreglarlo. Juan Carlos Campuzano, Bogotá.

De todos modos, equivocado o no, le sobró valor para enfrentar el inicuo e injusto sistema que nos rige desde antes de la Independencia y que produce rebeldes de su tamaño. Réquiem para su alma y benevolencia para su juzgamiento celestial.  Elvirulo (correo a El Espectador).

La gran diferencia: entre Cano, el inadaptado, y el pueblo, es que Cano tomó el camino cuesta arriba, el más difícil, mientras el pueblo, inadaptado desde que nace, siempre va cuesta abajo, zombie, dormido en su infinita ignorancia, haciendo el papel de esclavo sempiterno y desde luego el de idiota útil. Cano aró en el mar y murió en su ley; pasará a la historia como un ser enfermizo, que siempre estaba huyendo, y, por sus crímenes, en un psicópata ávido de sangre. La historia juzgará, esperemos que objetivamente, porque siempre se escribe con mentiras. Carimagua (correo a El Espectador). 

Excelente análisis de la personalidad de un perdedor. Un individuo con problemas mentales. Gloria Chávez Vásquez, escritora colombiana residente en Nueva York.

 

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