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Memoria fulgurante

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Por: Gustavo Páez Escobar

Carlos Enrique Ruiz, director de Aleph, me descubrió a Emma Reyes a través del reportaje que hizo a la pintora en Burdeos (Francia) y que fue publicado en su revista en septiembre de 1999. En julio de 2003, ella fallecía en  Perigueux, a la edad de 84 años.

Emma Reyes salió de Colombia hacia los veinte años de edad y pocas veces volvió a la patria. Se fue como perfecta anónima, marcada por el abandono y la miseria de su niñez y juventud, y en Francia se cubrió de gloria. Fue considerada la tutora de todos los artistas colombianos que hicieron carrera en París. A su huida de un convento de monjas a donde fue llevada junto con su hermana Helena, en el que permanecieron durante quince años, se embarcó, acosada por la pobreza, en la aventura de ponerse a rodar por varios países suramericanos.

A esa edad era analfabeta e hija ilegítima. Había sufrido terribles penalidades al lado de su presunta madre, que la mantuvo encerrada en una pieza miserable del barrio San Cristóbal de Bogotá, y luego la trasladó a Guateque y Fusagasugá en similares condiciones, antes de llegar al asilo de monjas, donde poco le cambió la suerte. Dice que cuando huyó del convento se fue a buscar a su padre en demanda de ayuda, pero él se negó a reconocerla y apoyarla. Nunca reveló quién era esa persona, pero puede deducirse que era alguien importante.

Enfrentada al desamparo absoluto, se ganó la vida en humildes oficios, hasta arribar a Buenos Aires. Se casó, y en poco tiempo se separó. Tiempo después volvería a casarse, esta vez con el médico francés Jean Perromat, a quien conoció en un barco que zarpaba de Suramérica. Con él estableció una unión venturosa. Cuando Germán Arciniegas la conoció en París, ya era una pintora famosa. Su salto de criatura expósita a brillante pintora parece un cuento de hadas.

Arciniegas quedó asombrado ante la genialidad que mostraba, y se negaba a creer que de esa vida rastrera pudiera surgir un ser lleno de talento, imaginación, riqueza espiritual y semejante creatividad artística. Era conversadora portentosa que mantenía encendida la chispa de la gracia y el don de la distinción, y que lejos de ocultar sus vivencias desastrosas, las exponía como ejemplo de superación y de realización humana. Arciniegas le sugirió que contara por escrito lo que a él le decía en palabras, y Emma le reveló que no había tenido estudios escolares y carecía, por lo tanto, de dotes de escritora. Había aprendido las primeras letras, por su propio esfuerzo, después de los veinte años.

Entonces le pidió que, sin fijarse en reglas de ortografía y gramática, le enviara la primera carta narrándole el comienzo de sus desventuras. Después brotarían poco a poco los demás episodios. Así sucedió con las 23 cartas escritas entre 1969 y 1997 que conforman hoy la obra titulada Memoria por correspondencia, la que va por la tercera edición y está considerada el mejor libro colombiano publicado en el 2012.

Narraciones rebosantes de candor, amenidad, ironía y exquisito talento descriptivo, donde su vida desdichada se dibuja con naturalidad y encanto, sin reflejar el menor signo de rencor o amargura. Esta lectura alucinante hace pensar en una mente privilegiada que por encima de los cánones corrientes fue capaz de plasmar una obra maestra. Lo mismo ocurrió con Las cenizas de Ángela del irlandés Frank McCourt, con la diferencia de que este era profesor erudito.

Emma Reyes es un dechado del arte puro e innato, tanto en su pintura como en estas cartas de desconcertante belleza, convertidas en su obra póstuma, la que hará meditar a los escritores de fama y a los editores mercantilistas que solo se fijan en los nombres ya consagrados. “Ella no pinta con aceite sino con lágrimas”, dijo Germán Arciniegas.

El Espectador, Bogotá, 12-IV-2013.
Eje 21, Manizales, 12-IV-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-IV-2013.
Red y Acción, Cali, 13.IV-2013.

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Comentarios:

Esta columna es la síntesis de un cuento de hadas, como lo afirma el texto, o de una hermosa novela dramática. Gracias por permitirnos conocer nuestra “historia”; entrelazar a la, para mí, hasta hoy desconocida Emma Reyes con el gran Arciniegas. Pienso en tantos seres de nuestra tierra cuyo talento lo podemos conocer gracias a la sensibilidad y precisión de los escritores. Marta Nalús, Bogotá.

Bellísima historia. Muy bien contada. Una verdadera perla es esta artista. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Impresionantes la vida y milagros de Emma Reyes. Sí había oído y leído algo de ella, por su fama como artista, al igual que supe desde sus comienzos de Fernando Botero o de Luis Caballero, todos ellos humildes artistas en su comienzos en Francia, para luego convertirse en grandes íconos mundiales. Pero no sabía de la vida adolescente tan difícil que tuvo Emma Reyes en Colombia. Por libros de Plinio Apuleyo Mendoza sabía que Emma Reyes apoyaba y estaba en todas las tertulias de los artistas y escritores colombianos que comenzaban a abrirse paso en Francia. Eso dice mucho de su amor por Colombia y los colombianos sin asomo alguno de rencor o envidia. Me daré a la tarea de conseguir ese libro de Memoria por correspondencia. Toda esa vida de Emma y de muchos artistas y gente famosa refuerza mi pensamiento de que todos desde que nacemos tenemos ya escrito el libro de nuestra vida. No importa que hagamos o dejemos de hacer, el destino inexorable tiene que cumplirse hasta el final. Luis Quijano, Houston (USA).

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