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Los elegidos

viernes, 20 de diciembre de 2013

Gustavo Páez Escobar

I

La edición de Canal Ramírez data de 1970. Adquirí la obra en la Gobernación del Quindío, siendo su autor presidente de la República, en verdad sin muchos deseos de leerlo pronto.

Quienes coleccionamos libros para leerlos algún día, y mantenemos a la mano los temas que más nos seducen en el momento, abrigamos la esperanza de que la vida nos conceda tiempo para revisar tanto material que va llenando los estantes del futuro. La lectura es ejercicio sin plazo. El verdadero placer reside en la relectu­ra selecta.

Leí el libro varios años después de haberlo adquirido y a los 32 de su primera salida, en 1953 (Editorial Guaranía de Méjico). Como lo recomienda Schopenhauer, llegué a sus páginas con mente abierta y sin el menor prejuicio. El verdadero lector es el que logra valorar el libro por sí solo, con abstracción del autor y de circunstancias favorables o desfavorables que puedan influir en el propio concepto.

En el caso de Los elegidos era fácil dejarse sugestionar cuando su autor, el doctor Alfonso López Michelsen, ocupaba el cargo de presidente de Colombia. Es decir, en momentos de gran efervescencia política.

Los elegidos de 1953, o sea, los privilegiados de la fortuna en cualquier tiempo, son los mismos que han dominado la vida colombiana. Y no se ve que vayan a desaparecer. De ayer a hoy, sin cambios fundamentales en las estructuras de un país que se divi­de entre opresores –la casta burguesa– y oprimidos –el pueblo silencioso–, la novela de López Michelsen nada ha corregido, si ese era su propósito. En algunos casos las distancias se han agrandado. De esta reali­dad no se salva ni el período presidencial del nove­lista (1974-1978).

La fuerza de los poderosos se concentra, en la fic­ción, en el camino de la Cabrera, y en la realidad, en los puestos claves del Gobierno y en los negocios. Es la nuestra una sociedad capitalista que se mantiene inalterable en sus sistemas de poderío y que el escritor no pudo reformar en su propio gobierno.

La influencia del oro, que condena a los desheredados al ostracismo y la soledad, quizás es más pronunciada ahora que en la década de los 40, cuando fue concebida la novela. Ya dentro del terreno narrativo, es posible que a la novela le falte mayor fuerza, más dinamismo en el desarrollo de la trama. En algunas partes el narrador asume el papel de crítico social y trata de sentar cátedra sin permitir que sus personajes se muevan solos. Pero logra mante­ner el interés del lector. Parece que López Michelsen compren­dió la carencia de fluidez y por eso en el prólogo advierte que se trata de un relato. Es, en cualquier forma, excelente radiografía del país.

Y una denuncia social, valerosa en su época, cuando el autor comenzaba a incursionar en su mundo burgués, y al mismo tiempo lo enjuiciaba. En varios episodios se deja llevar por su tendencia al ensayo y afloran tesis sobre la formación calvinista, el puritanismo, el dominio materno, el choque religioso y de costumbres. Aquí se advierte la condición de intelec­tual que siempre ha prevalecido en López Michelsen.

Y no podía faltar el amor. Hay escenas de real romanticismo, con boleros al fondo y florestas encan­tadas. Si el libro no fuera una novela, sería un tra­tado del amor. Me parece que el autor logra éxito evidente en su tangencial ensayo sobre el bolero y su influjo social. «El pueblo, la clase media, lo mismo que esa sociedad de los clubes –dice–, todos utilizan el bolero con el mismo propósito, como el cuerno de caza simula la queja de la hembra».

El Espectador, Bogotá, 26.VII-2013.
Eje 21, Manizales, 26-VII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 27-VII-2013.

II

Siempre he sospechado que en el alma de López Michelsen durmió un romántico que se dejó despertar, y hasta dispersar, por el barullo de su destino político. Muchas páginas de Los elegidos no son sino la búsqueda del amor y del sexo, con el pretexto de la mujer elemental y sensual, mantenida en reserva y alejada de los suntuosos salones. El recuerdo del amor rosa, la mayor conquista de la juventud, no abandona nunca al hombre, ni en sus años seniles.

El novelista, que por esencia es biógrafo de sí mismo y no puede escribir sino sobre lo que siente, suele retratarse en sus escritos. A veces se adelanta al tiempo, porque también posee poderes de adivinador. Y lo que es más curioso y más sorprendente, de adivina­dor de su propia vida. Sin quererlo, el novelista no hace sino traducir su universo interior.

Con esta novela regresamos a una etapa distante de la vida colombiana. Comienza esta cuando el novel escritor tenía unos 31 años de edad e irrumpía, con el ímpetu de su futuro prometedor y el bagaje de su refinada educación inglesa, en la política colombiana. Por aquellas calendas su padre, gran estadista y hombre del alto mundo, ejercía su segunda presidencia y le abría paso a su hijo en la política y en los dorados salones de la burguesía.

Entonces López Michelsen ya intuía su destino privilegiado y disfrutaba de los gajes de la buena suerte, y fue cuando como paradoja debió de planear Los elegidos, documento de pro­testa social contra el círculo de los explotadores que él mismo vivía. Años más tarde, asilado en Méjico, salía la obra a la luz pública.

Ante el suceso bibliográfico del momento, Alberto Lleras Camargo calificó a López Michelsen como «el más valeroso de los escritores contemporáneos», aceptando el juicio de Hernando Téllez. Y además advierte que en la Cabrera (el «Du coté de la Cabrera» proustiano) debe haber una tumba abierta para el atrevido escritor.

¿Qué pasó para que López Michelsen no hubiera reformado en su gobierno el mundo que denunció? Quiso hacerlo. Fue cuando con su Movimiento Revolucionario Liberal se volvió disidente. Arremetió contra los poderosos y sus atropellos y ofreció grandes cambios sociales. Ya su padre, que era su brújula, los había impulsado.

El descendiente sabía, como el protagonista de su relato –el alemán B.K. perseguido por el régimen nazi y a quien los burgueses criollos de nuestro país terminaron despojando de sus bienes y de su tranquilidad–, lo que significaba el exilio y lo que dolía la persecución de los verdugos. Conocía el ambiente de intrigas y de canonjías tramado en las pirámides del privilegio. «El verdadero gobierno del país –dice entonces– lo constituye el alto mundo». Ahí va implícito el deseo de que haya cambio de fórmulas. Este reajuste de las costumbres no lo consigue, empero, cuando ejerce el poder.

Su novela es, por lo tanto, una protesta perdida. Desaprovechó el momento histórico para reformar el país. El instinto de adivinación que hay en el novelista parece como si hubie­ra puesto en sus labios esta frase pre­monitoria que pesco en la lectura de su novela: «Ahora comprendo que, a pesar de la distancia y de los años, y de que yo creía ser un explorador de mundos nuevos, no hice sino repetir entonces los mismos errores de mi juventud».

En Los elegidos se perciben en López Michelsen buenas dotes de narrador. Magnífico fotógrafo social. Es un libro bien escrito, que pertenece al género de las novelas intelectuales. De haber seguido de literato hubiera competido con Gabriel García Márquez. Creo que en las intimidades de López Michelsen protestó un novelista frustrado.

El Espectador, Bogotá, 2-VIII-2013.
Eje 21, Manizales, 3-VIII-2013.
La Crónica del Quindío, 3-VIII-2013.

* * *

Comentarios:

Leí el libro hace muchos años. Coincido con el breve análisis que hace la columna. Y la verdad, esta obra del doctor López Michelsen no requiere de mucho más juicio. Acertada la apreciación del poco cambio que presenta la estructura social y económica, de la década de los cuarenta a nuestros días. Gustavo Valencia García, Armenia.

Después de recordar mi lectura de esta novela, hace muchos años, afirmo que esta reseña es de las que llamarían clásicas porque toma cada párrafo como lo sintió el autor al obligarse a retratar algunas cosas que veía en su entorno burgués, muy a la manera como El gran Gatsby lo hizo a su modo en los mismos años de mi exjefe, con quien algún día hablamos de esa experiencia “atribulada”. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

Claro que siguen mandando «Los elegidos». Y seguirán. La historia de Colombia parece ser la negación de la historia y más la representación del “eterno retorno» de los griegos. Marx decía que la historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda, como comedia. Pero, si aplicamos eso a Colombia, creo que aquí Marx se equivocó: la primera vez fue tragedia, pero la segunda vez es desastre absoluto. Porque, cuando creemos que ya hemos tocado fondo, mira uno abajo, a nuestros pies y… ¡oh sorpresa!, estamos parados sobre un abismo. Jorge Mora Forero, colombiano residente en Estados Unidos.

Cuando López escribió Los elegidos era joven, inconforme y venía de Europa: un continente que buscaba acabar con los desequilibrios sociales. Cuando llegó al gobierno tenía 60 años y la piel curtida de la insensibilidad colombiana por el roce frecuente con amigos terratenientes, financieros y de los clubes sociales bogotanos, a quienes les importa un carajo el abismo social que separa a sus connacionales. Decartonpiedra (correo a El Espectador).

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