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Archivo para viernes, 20 de diciembre de 2013

Triunfo literario

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Gustavo Páez Escobar

Fernando Soto Aparicio cumple 80 años el próximo 11 de octubre. Su vida ha estado consagrada por completo al oficio de escribir, y sus obras publicadas llegan a 56 volúmenes. En octubre, coincidiendo con su aniversario natal –el que desde ahora celebra esta columna con efusión–, la editorial Panamericana le publicará el tomo 57, titulado El duende de la guarda (poemas dedicados al mundo de los adolescentes).

La producción de Soto Aparicio es desconcertante, por lo prolífica y creativa, hasta el punto de que no resulta fácil seguirles el rastro a todas sus obras. En la pasada feria del libro vieron la luz los títulos No morirá el amor (cuentos) y La amante de Lubina (teatro). Ha incursionado en la mayoría de géneros literarios, aunque en los campos donde más ha sobresalido y puesto su mayor empeño son el lírico y el narrativo. Con La rebelión de las ratas (1960), editada a los 27 años, y que se convertiría en su mayor emblema, se le abrieron las puertas del éxito.

Hace mucho tiempo leí el libro Soto Aparicio o la filosofía en la novela (1981), escrito por Beatriz Espinosa Ramírez luego de investigar durante cuatro años a los escritores más importantes del continente y encontrar que la obra del colombiano era la que mejor expresaba la identidad de los problemas sociales de Latinoamérica. La autora establece un paralelo entre Soto Aparicio y Morris West en cuanto al contenido de sus denuncias, y afirma que si el colombiano “hubiera escrito desde Europa tendría el reconocimiento universal que la crítica ha conferido a Morris West”.

Acaba de producirse un hecho por demás significativo que refrenda la apreciación de  Beatriz Espinosa. Este hecho lo constituye la distinción otorgada a Soto Aparicio, el pasado 30 de mayo, al ser el ganador, con el libro De la sombra a la luz (imágenes del secuestro), del premio como “mejor libro político de actualidad”, en la edición número 15 de los Latino Book Awards 2013. El concurso fue organizado por Latino Liberacy Now, Libros Publishing, Universidad de Arizona, Arte Público Press y el Instituto Cervantes de Nueva York.

Se analizaron obras de Portugal, España, Méjico, Estados Unidos y 14 países latinoamericanos. El libro ganador contiene una denuncia contra el secuestro y toma como enfoque, con texto del escritor boyacense, el caso de la congresista Consuelo González de Perdomo, secuestrada por las Farc en septiembre de 2001, y que permaneció siete años en poder del grupo guerrillero. Durante su cautiverio padeció tremendos infortunios, entre ellos la muerte de su esposo. Se trata de uno de los suplicios más despiadados que puedan infligirse al ser humano.

Además, el libro contiene 19 acrílicos de Mario Ayerbe González, oriundo de Pitalito (Huila), quien acredita brillante carrera en los campos de la pintura y la escultura, con exposiciones tanto en Colombia como en varios países de América y Europa. Y fue ejecutado en preciosa edición, que lo convierte en auténtica obra de arte.

Debe destacarse la labor cumplida por el editor, el exmagistrado huilense José Marcelino Triana Perdomo –“un simple enamorado del arte y la literatura”, como él mismo se define con modestia enaltecedora–, que no solo forjó la idea de transmitir, en forma patética y dolorosa, el drama del secuestro como uno de los mayores flagelos de la humanidad, sino que comprometió el arte de quienes podían expresarse con belleza a través de la palabra y de la pintura. A la postre, presentó el libro en Estados Unidos y lo vio coronado de gloria. Además, hay propuestas para traducirlo a varios idiomas.

Soto Aparicio obtiene este triunfo grande con la magia de su pluma maestra, que no ha conocido la fatiga ni el retroceso. Se trata, al mismo tiempo, de un triunfo de sus años laboriosos. De sus años de lucha inquebrantable.

Eje 21, Manizales, 14-VI-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 15-VI-2013.
Fundación Armonía, Bucaramanga, 18-VI-2013.
Red y Acción, Cali, 23-VI-2013.

* * *

Comentarios:

Soto Aparicio es un autor que admiro altamente. He enviado el artículo a mis amigos españoles. Saludos desde la Tertulia de Gijón. Ramiro Lagos.

Gracias por tan completa crónica de uno de mis escritores más admirados. Qué merecido premio ad portas de sus 80 años. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Él, lo sabemos, discreto como el que más, no ha hecho nada diferente que enriquecer las letras  colombianas y sin duda que su obra comenzará a darle la vuelta al mundo; merecidísimo galardón; su prosa es sencilla, amena, profunda, con un lenguaje cuidadoso, y penetra en los temas con la armonía  de un rayo de luz en la mañana. Su poesía, ni qué decir, es como rasgar un velo sin hacer ruido y descubrir de pronto la palabra exacta para cantar al amor y desnudar el alma. Inés Blanco, Bogotá.

Ambos, Fernando y Gustavo, hacen parte de esas generaciones en las cuales la literatura iba por otros caminos éticos y estéticos. Por otras vías de la información. Lúcidos ambos. Leídos y apreciados, son ejemplo de constancia. De ese trabajo silencioso en una habitación, con el computador al lado o con los cuadernos de apuntes, puliendo una frase, intuyendo nuevos temas, corrigiendo sin prisa para expresar cuanto se agita en el alma, buscando una cita o una referencia para apoyar sus ideas, atentos al devenir, igual que valorando lo pretérito, con los libros como lazarillos. Ambos, y cuantos transitan por generaciones iguales o cercanas, serán siempre dignos representantes de aquella literatura nacional que no se desespera por los aplausos ni busca ansiosa las prebendas editoriales a cualquier precio. Esta columna conmueve por su sentido de la amistad y por su agudeza crítica al evaluar la obra de uno de los mayores novelistas de Colombia y Latinoamérica. Umberto Senegal, Calarcá.

En mi condición de escritor y artista plástico, creyente de la grandeza de la literatura y del pensamiento colombiano, reconociendo también nuestras precariedades literarias y de identidad, pretendiendo un lugar merecido en los escenarios mundiales para nuestras voces creativas, hace dos años me propuse ir a la conquista de un gran logro e iniciamos la tarea de buscar la postulación  del nombre y la obra de Fernando Soto Aparicio al Premio Cervantes de Literatura 2014. Hemos avanzado en ese propósito. Para la divulgación mundial de su obra creamos el Grupo Lectores del Mundo con Fernando Soto Aparicio, que se encuentra en la red. Jesús María Stapper Stapper, Bogotá.

Te quería dar las  G R A C I A S  por lo que hiciste con la información sobre el premio, y con lo que escribiste sobre mí. No tengo palabras para agradecerte. También he recibido los correos de amigos que comentan tu columna. Te cuento que a mediados de julio, la Universidad donde trabajo ha organizado un acto académico con mucha altura, para darme un doctorado honoris causa (el 4o. que recibo). Fernando Soto Aparicio, Bogotá.

Volver al campo

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Gustavo Páez Escobar

El mayor problema que tiene Colombia es el de los desplazados. Se calcula su número en 5,5 millones, mientras el de toda América Latina es de 5,8 millones. Fuera de que la gran mayoría de personas que sufren este flagelo en la región pertenecen a Colombia, somos el país con más desplazados en el mundo.

Esta deshonrosa situación fue revelada en informe que acaba de conocerse en Ginebra. Según el Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno (IDMC), el año pasado huyeron de sus hogares 230 mil personas. Otro tipo de desplazamiento es el de los colombianos que se refugian en otros países, cuyo número se calcula en 400 mil. Desde hace muchos años, lejos de aplacarse esta calamidad, ha crecido hasta las cifras alarmantes que nos sitúan como una nación manejada por la brutalidad.

Otro aspecto dramático es el de la población infantil. Hoy, de cada 5 víctimas de la guerra, una es menor de 12 años, es decir, 1,2 millones de niños afectados por el conflicto armado. La violencia colombiana viene desde mediados del siglo XX, y durante este trayecto se han perpetrado toda clase de sevicias, asesinatos, despojos de la tierra, vejámenes y atrocidades como pocos pueblos han tenido que padecerlos.

La abolición de la esclavitud –en 1851– es letra muerta para muchos colombianos.  ¡Qué mayor esclavitud que la del hambre, la desnutrición, la carencia de techo, de educación y trabajo, la desprotección de la salud, el éxodo apabullante hacia los centros urbanos! Mientras tanto, detrás de las caravanas que huyen de sus parcelas y rompen a la fuerza sus raíces ancestrales, queda un reguero de muertos y un panorama de pavor.

Ahora que se habla del final de la guerra y se sabe de los avances que surgen en La Habana para alcanzar la paz, los desheredados de los territorios más sacrificados por el terrorismo en los campos –Nariño, Cauca, Valle y Chocó– perciben una lánguida luz que les hace abrigar la esperanza de volver a la vida familiar que les arrebató la crueldad humana.

Los diálogos que se adelantan entre el Gobierno y las Farc han de mirar, ante todo, hacia la Colombia destrozada por el odio, la maldad, la locura y el apetito de riquezas. Ha llegado el momento de reconocer las culpas y resarcir a las víctimas. El ambiente se presta para que así ocurra. El mundo tiene puestos los ojos en estos diálogos productivos, mientras grandes líderes expresan su voz de respaldo al presidente Santos, que en acto de valor y audacia nunca antes visto ha logrado emprender semejante empresa redentora. Entre tanto, algunos ánimos exacerbados –con el expresidente Uribe a la cabeza– tratan de entorpecer lo que es más conveniente para Colombia.

Son grandes los escollos que hay que superar, titánica la tarea de ponerse las partes de acuerdo, abrupto el camino para que los depredadores devuelvan las tierras mal habidas, pero no es imposible el acuerdo para que al fin se haga justicia y se propicie la paz de los campos. En los campos está la paz de Colombia.

Los desplazados deben volver cuanto antes a sus tierras. Al hacerlas producir con los planes de desarrollo que es necesario implementar, y con la reconquista del bienestar familiar que debe prodigarse a estos habitantes marginados de la sociedad, resurgirá una Colombia nueva: la Colombia agrícola que dejamos perder.

Falta una mano mágica para despejar la negra noche en que ha vivido el país durante medio siglo. Quizás ha aparecido esa mano. Sin embargo, muchos no quieren verla. ¡Y que florezcan las cosechas!

El Espectador, Bogotá, 7-VI-2013.
Eje 21, Manizales, 7-VI-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 8-VI-2013.

* * *

Comentario:

Cuando escucho las cifras del Dane, la reducción del desempleo, cuando me entero del maravilloso país que muestra el gobierno en el exterior, por ejemplo, en la reducción de los niveles de pobreza, lugar ideal para invertir, me pregunto: ¿Dónde vivo? Ese país no es Colombia. Colombia es el país descrito en la página Volver al campo, donde tenemos una esclavitud con otro tipo de cadenas. Creo que los grilletes son aún más fuertes. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Poetisas colombianas del siglo XX

viernes, 20 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el año 2001, Guiomar Cuesta Escobar y Alfredo Ocampo Zamorano unieron sus destinos en sorprendente idilio que ha resistido los embates del tiempo y mantiene la misma emoción de sus inicios. En el 2005, publicaron Concierto de amor a dos voces, salido de Apidama Ediciones, empresa que ellos dirigen. Ahora dan a la estampa el Nuevo concierto de amor a dos voces. Eros maneja los hilos ardorosos de estos poemas que ambos se escriben y que evidencian la llama de su amor.

Además, Apidama editó la antología Poesía colombiana del siglo XX escrita por mujeres, a la que Guiomar Cuesta y Alfredo Ocampo dedicaron varios años de investigación. En las 767 páginas de la obra, que corresponden al primer tomo, se reseña a las poetisas nacidas hasta 1949. En poco tiempo, según anuncian sus autores, vendrá la segunda parte.

En este tomo figuran 84 nombres femeninos, con sus respectivas fichas bibliográficas (435 libros en total) y juicios sobre sus creaciones. Se hace mención no solo de las mujeres que han gozado de amplia fama, sino que se rescata a otras autoras desconocidas o poco difundidas. Tal el propósito de la obra: destacar el mérito femenino y hacer ver la marginación de que ha sido objeto la mujer a causa del machismo imperante en la sociedad. Esa situación fue cierta en épocas pasadas, pero ha dejado de existir en nuestros días. La mujer de la actualidad, liberada ya del predominio masculino, conquistó el puesto destacado que merece. Esa es mi opinión personal.

Con todo, en el campo de la poesía las mujeres siguen formando grupo aparte en los “encuentros de poetas colombianas” de Roldanillo y Medellín. Prefieren que se les llame poeta, y no poetisa, legítima palabra con que se ha designado a la mujer que escribe poesía. No todas piensan igual. Una amiga poetisa me escribe lo siguiente: “Nunca he entendido por qué a algunas de mis colegas les molesta que las denominen como poetisas. Utilizar el masculino, para tal caso, no es coherente con el buen uso gramatical”.

La poetisa Esther López Martínez nació en Filandia (Quindío). Debido a su larga residencia en Medellín, donde murió en 1992, no figura en la lista de escritores quindianos. Ahora la rescata esta antología. Por otra parte, en la obra aparecerán omisiones inevitables –como en toda antología–, y es oportuno mencionar la de Fanny Osorio (1926-1988), sobre quien Dora Castellanos expresó alto concepto.

En el caso de Laura Victoria ocurre un hecho curioso. Ella acostumbraba disminuirse la edad conforme avanzaba el calendario (yo hallé por lo menos tres edades erradas cuando escribía su biografía), lo cual permitió un error en la antología: se anota como fecha de su nacimiento el año 1908, cuando el real es el 1904. En consecuencia, dice la obra que ella falleció de 96 años, cuando su muerte ocurrió casi a los 100 (le faltaron 6 meses para cumplir el centenario).

Por fecha de nacimiento, la primera poetisa erótica es Margarita Gamboa, nacida en El Salvador en 1899. Miembro de una tradicional familia caleña, la futura escritora se radicó en Cali hacia 1908, y allí murió en 1991. Laura Victoria, el emblema mayor de la poesía erótica de Colombia, tuvo acento nacional e internacional, mientras que Margarita solo lo tuvo en el área regional (Valle del Cauca). La obra de esta poetisa fue rescatada en 1999 en el libro titulado Margarita Gamboa: cien años de amor.

Bienvenida esta antología de dulce aroma femenino que nos ofrece, a mujeres y hombres por igual, la ocasión de valorar lo que debe ser valorado. Aquí concurren figuras relevantes del bello arte poético, como Laura Victoria, Margarita Gamboa, Dora Castellanos, Maruja Vieira, Carmelina Soto, Matilde Espinosa, Meira Delmar, Beatriz Zuluaga, Sylvia Lorenzo, Inés Blanco, Emilia Ayarza, Esperanza Jaramillo, Dora Mejía… Parabienes a Guiomar y Alfredo por la estupenda labor que cumplen  con su sello editorial.

El Espectador, Bogotá, 31-V-2013.
Eje 21, Manizales, 31-V-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 1-VI-2013.
Red y Acción, Cali, 2-VI-2013.

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Comentarios:

Conocí a Margarita Gamboa cuando vivía en Cali, entre 1959 y 1964; luego perdí su pista. Y desde luego a Maruja Vieira, que trabajaba en el Sena, donde yo fui director del Centro Industrial local. Y claro, a la hija de Eduardo Carranza, Mercedes. Juan Ruiz de Torres, Prometeo Digital, Madrid (España).

El tema de poetisas y poetas es como el de la poesía femenina, variaciones alrededor de nada como decía el Maestro Leo. A mí me gusta más que me digan poeta, pero no sé por qué algunas colegas no quieren oír hablar de poesía femenina. Y entonces, ¿cómo se le dice a la poesía escrita por mujeres? ¿Femenil? ¿Feminista? No vale la pena poner al idioma a hacer cabriolas… Poesía es o no es, pero eso lo dictamina el tiempo, juez único. Maruja Vieira, Bogotá.

Leí el artículo sobre la antología de poetisas de Colombia, nacidas antes de 1949, entre las que honrosamente me incluyeron. Estoy de acuerdo con que poetisa debe ser el título, sin necesitar recurrir al masculino. Mercedes Medina de Pacheco, Bogotá.

Me encantó el artículo por tratarse del mismo tema que yo ventilé en mi antología Mujeres poetas de Hispanoamérica (1991). Ahí incluí a doce poetas colombianas. Realmente, según se entiende el erotismo sin vendas, la primera mujer erótica fue Laura Victoria. No estoy muy de acuerdo en que se les llame a las poetas poetisas, porque una vez la prensa de Medellín llamó a la poeta santandereana Carmen de Gomez Mejia «pitunisa», en vez de poetisa. Ramiro Lagos, Greensboro (USA).

Me agradó enormemente el artículo. Vale la pena recordar que Sylvia Lorenzo, mi gran amiga, siempre protestó por el nombre de poetas para las mujeres que escriben poesía. El día que le leí mi poema ¿Poeta?… o ¿Poetisa?, me dijo: “ Las poetisas que afirman llamarse poetas son unas ignorantes pues desconocen que el femenino regular de poeta es poetisa». También me agrada que últimamente he oído hablar a Dora Castellanos de poetisas. Silvio Vásquez Guzmán, Bogotá.

 

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Los elegidos

viernes, 20 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

I

La edición de Canal Ramírez data de 1970. Adquirí la obra en la Gobernación del Quindío, siendo su autor presidente de la República, en verdad sin muchos deseos de leerlo pronto.

Quienes coleccionamos libros para leerlos algún día, y mantenemos a la mano los temas que más nos seducen en el momento, abrigamos la esperanza de que la vida nos conceda tiempo para revisar tanto material que va llenando los estantes del futuro. La lectura es ejercicio sin plazo. El verdadero placer reside en la relectu­ra selecta.

Leí el libro varios años después de haberlo adquirido y a los 32 de su primera salida, en 1953 (Editorial Guaranía de Méjico). Como lo recomienda Schopenhauer, llegué a sus páginas con mente abierta y sin el menor prejuicio. El verdadero lector es el que logra valorar el libro por sí solo, con abstracción del autor y de circunstancias favorables o desfavorables que puedan influir en el propio concepto.

En el caso de Los elegidos era fácil dejarse sugestionar cuando su autor, el doctor Alfonso López Michelsen, ocupaba el cargo de presidente de Colombia. Es decir, en momentos de gran efervescencia política.

Los elegidos de 1953, o sea, los privilegiados de la fortuna en cualquier tiempo, son los mismos que han dominado la vida colombiana. Y no se ve que vayan a desaparecer. De ayer a hoy, sin cambios fundamentales en las estructuras de un país que se divi­de entre opresores –la casta burguesa– y oprimidos –el pueblo silencioso–, la novela de López Michelsen nada ha corregido, si ese era su propósito. En algunos casos las distancias se han agrandado. De esta reali­dad no se salva ni el período presidencial del nove­lista (1974-1978).

La fuerza de los poderosos se concentra, en la fic­ción, en el camino de la Cabrera, y en la realidad, en los puestos claves del Gobierno y en los negocios. Es la nuestra una sociedad capitalista que se mantiene inalterable en sus sistemas de poderío y que el escritor no pudo reformar en su propio gobierno.

La influencia del oro, que condena a los desheredados al ostracismo y la soledad, quizás es más pronunciada ahora que en la década de los 40, cuando fue concebida la novela. Ya dentro del terreno narrativo, es posible que a la novela le falte mayor fuerza, más dinamismo en el desarrollo de la trama. En algunas partes el narrador asume el papel de crítico social y trata de sentar cátedra sin permitir que sus personajes se muevan solos. Pero logra mante­ner el interés del lector. Parece que López Michelsen compren­dió la carencia de fluidez y por eso en el prólogo advierte que se trata de un relato. Es, en cualquier forma, excelente radiografía del país.

Y una denuncia social, valerosa en su época, cuando el autor comenzaba a incursionar en su mundo burgués, y al mismo tiempo lo enjuiciaba. En varios episodios se deja llevar por su tendencia al ensayo y afloran tesis sobre la formación calvinista, el puritanismo, el dominio materno, el choque religioso y de costumbres. Aquí se advierte la condición de intelec­tual que siempre ha prevalecido en López Michelsen.

Y no podía faltar el amor. Hay escenas de real romanticismo, con boleros al fondo y florestas encan­tadas. Si el libro no fuera una novela, sería un tra­tado del amor. Me parece que el autor logra éxito evidente en su tangencial ensayo sobre el bolero y su influjo social. «El pueblo, la clase media, lo mismo que esa sociedad de los clubes –dice–, todos utilizan el bolero con el mismo propósito, como el cuerno de caza simula la queja de la hembra».

El Espectador, Bogotá, 26.VII-2013.
Eje 21, Manizales, 26-VII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 27-VII-2013.

II

Siempre he sospechado que en el alma de López Michelsen durmió un romántico que se dejó despertar, y hasta dispersar, por el barullo de su destino político. Muchas páginas de Los elegidos no son sino la búsqueda del amor y del sexo, con el pretexto de la mujer elemental y sensual, mantenida en reserva y alejada de los suntuosos salones. El recuerdo del amor rosa, la mayor conquista de la juventud, no abandona nunca al hombre, ni en sus años seniles.

El novelista, que por esencia es biógrafo de sí mismo y no puede escribir sino sobre lo que siente, suele retratarse en sus escritos. A veces se adelanta al tiempo, porque también posee poderes de adivinador. Y lo que es más curioso y más sorprendente, de adivina­dor de su propia vida. Sin quererlo, el novelista no hace sino traducir su universo interior.

Con esta novela regresamos a una etapa distante de la vida colombiana. Comienza esta cuando el novel escritor tenía unos 31 años de edad e irrumpía, con el ímpetu de su futuro prometedor y el bagaje de su refinada educación inglesa, en la política colombiana. Por aquellas calendas su padre, gran estadista y hombre del alto mundo, ejercía su segunda presidencia y le abría paso a su hijo en la política y en los dorados salones de la burguesía.

Entonces López Michelsen ya intuía su destino privilegiado y disfrutaba de los gajes de la buena suerte, y fue cuando como paradoja debió de planear Los elegidos, documento de pro­testa social contra el círculo de los explotadores que él mismo vivía. Años más tarde, asilado en Méjico, salía la obra a la luz pública.

Ante el suceso bibliográfico del momento, Alberto Lleras Camargo calificó a López Michelsen como «el más valeroso de los escritores contemporáneos», aceptando el juicio de Hernando Téllez. Y además advierte que en la Cabrera (el «Du coté de la Cabrera» proustiano) debe haber una tumba abierta para el atrevido escritor.

¿Qué pasó para que López Michelsen no hubiera reformado en su gobierno el mundo que denunció? Quiso hacerlo. Fue cuando con su Movimiento Revolucionario Liberal se volvió disidente. Arremetió contra los poderosos y sus atropellos y ofreció grandes cambios sociales. Ya su padre, que era su brújula, los había impulsado.

El descendiente sabía, como el protagonista de su relato –el alemán B.K. perseguido por el régimen nazi y a quien los burgueses criollos de nuestro país terminaron despojando de sus bienes y de su tranquilidad–, lo que significaba el exilio y lo que dolía la persecución de los verdugos. Conocía el ambiente de intrigas y de canonjías tramado en las pirámides del privilegio. «El verdadero gobierno del país –dice entonces– lo constituye el alto mundo». Ahí va implícito el deseo de que haya cambio de fórmulas. Este reajuste de las costumbres no lo consigue, empero, cuando ejerce el poder.

Su novela es, por lo tanto, una protesta perdida. Desaprovechó el momento histórico para reformar el país. El instinto de adivinación que hay en el novelista parece como si hubie­ra puesto en sus labios esta frase pre­monitoria que pesco en la lectura de su novela: «Ahora comprendo que, a pesar de la distancia y de los años, y de que yo creía ser un explorador de mundos nuevos, no hice sino repetir entonces los mismos errores de mi juventud».

En Los elegidos se perciben en López Michelsen buenas dotes de narrador. Magnífico fotógrafo social. Es un libro bien escrito, que pertenece al género de las novelas intelectuales. De haber seguido de literato hubiera competido con Gabriel García Márquez. Creo que en las intimidades de López Michelsen protestó un novelista frustrado.

El Espectador, Bogotá, 2-VIII-2013.
Eje 21, Manizales, 3-VIII-2013.
La Crónica del Quindío, 3-VIII-2013.

* * *

Comentarios:

Leí el libro hace muchos años. Coincido con el breve análisis que hace la columna. Y la verdad, esta obra del doctor López Michelsen no requiere de mucho más juicio. Acertada la apreciación del poco cambio que presenta la estructura social y económica, de la década de los cuarenta a nuestros días. Gustavo Valencia García, Armenia.

Después de recordar mi lectura de esta novela, hace muchos años, afirmo que esta reseña es de las que llamarían clásicas porque toma cada párrafo como lo sintió el autor al obligarse a retratar algunas cosas que veía en su entorno burgués, muy a la manera como El gran Gatsby lo hizo a su modo en los mismos años de mi exjefe, con quien algún día hablamos de esa experiencia “atribulada”. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

Claro que siguen mandando «Los elegidos». Y seguirán. La historia de Colombia parece ser la negación de la historia y más la representación del “eterno retorno» de los griegos. Marx decía que la historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda, como comedia. Pero, si aplicamos eso a Colombia, creo que aquí Marx se equivocó: la primera vez fue tragedia, pero la segunda vez es desastre absoluto. Porque, cuando creemos que ya hemos tocado fondo, mira uno abajo, a nuestros pies y… ¡oh sorpresa!, estamos parados sobre un abismo. Jorge Mora Forero, colombiano residente en Estados Unidos.

Cuando López escribió Los elegidos era joven, inconforme y venía de Europa: un continente que buscaba acabar con los desequilibrios sociales. Cuando llegó al gobierno tenía 60 años y la piel curtida de la insensibilidad colombiana por el roce frecuente con amigos terratenientes, financieros y de los clubes sociales bogotanos, a quienes les importa un carajo el abismo social que separa a sus connacionales. Decartonpiedra (correo a El Espectador).

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