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Archivo para octubre, 2017

Nóbel

martes, 31 de octubre de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Leí en Eje 21 el comentario que hace Cazador, autor de la columna Gazapito, sobre el término Nobel (o Nóbel, con tilde). Sobre esta materia escribí el 14 de octubre de 2016 el artículo que le da pie a Cazador para exponer su punto de vista sobre dicho vocablo.

No es que nuestra opinión sea contraria, o rígida –y él mismo reconoce que “la lengua es dinámica”–, sino que el tema ha dado lugar a variadas discusiones sobre cómo se escribe y se pronuncia en español el apellido sueco del inventor de la dinamita –Alfred Nobel, en su lengua nativa–, quien por otra parte es el creador de los  premios que dejó estatuidos en su testamento para condecorar a aquellos “que durante el año anterior hayan otorgado los más grandes beneficios a la humanidad”.

¿Nóbel o Nobel (con tilde o sin tilde)?, he ahí la controversia frente al idioma español. Mucha tinta ha corrido en ambos sentidos. El debate es sano. Mientras tanto, la Real Academia de la Lengua ha mostrado indecisión, si bien admite que una mayoría de los hablantes hispanos pronuncia la palabra con acento en la o.

Argos era partidario de la palabra llana (o grave): Nóbel. Esa tesis la expuso en 1980 en su columna Gazapera de El Espectador, y la refrendó 2 años después,  artículo que está incluido en el libro Gazaperas gramaticales (Universidad de Antioquia, 1992), y dice así:


Nóbel

De mi querido amigo Luis Antonio Mendoza he recibido una amable cartica en      la cual me hace la siguiente consulta:

«Ahora que el país estrena Premio Nobel se escucha mucho el término, unas          veces con acento en la última sílaba, otras en la penúltima. ¿Cuál es la forma       correc­ta de su pronunciación?»

 Respuesta

 Aun sabiendo que es éste un tema fatigoso ya por lo muy trillado, pero en vista que varios amigos me han formulado consulta igual a la que me hace el amigo Luis Toño, me voy a permitir copiar una Gazapera que sobre él publiqué hace dos años (27-IX-80). En ella comentaba la siguiente frase, precisamente del mismo García Márquez galardonado ahora con dicho premio:

‘Alfred Nobel (con acento en la e y no en la o) creó el premio en 1895.’

 Al amigo Gabo le dije en ese entonces:

«No creas que voy a gazapearte. Sólo quiero hacerte una insinuación: no  pierdas el tiempo tratando de co­rregir la acentuación que le da casi todo el mundo aquí al apellido sueco Nobel. El autorizado gramático pro­fesor Pangloss  ha sermoneado en todos los tonos que la palabra es aguda. Pero la gente continúa diciendo Nóbel.

«Hasta yo me atreví una vez a soltar mi opinión, y a fin de ver si era escuchada mi flébil voz acudí a la descrestática y expresé doctoralmente que Nobel es voz occítona (*), por ser abreviatura del apellido latino Nobelius, cuya vocal tónica  es la e. Pero no les valió.

«¿Sabes cuándo van a aprender a decir Nobel? Cuando le adjudiquen el premio  a Borges.

«Hay varias explicaciones para esta anomalía acen­tual. Una de ellas es que la gente de mediopelo cultural considera más fina o de cachet la acentuación grave que la aguda de una palabra, y la esdrújula que la grave, y así dicen Nóbel y no Nobel, Caldas Mótor y no Mo­tor, Omar (con acento en la O) y no  Omar, cónclave y no conclave, ópimo y no opimo, et sic de caeteris.

«Otra razón para que digan Nóbel hay que bus­carla en el Larousse –en el cual    todo el mundo cree a ciegas– que le marca tilde a la o. Ese sí es el del gazapo.»

Noviembre 20 de 1982


(*) Quizás aquí se le fueron las luces al gazapeador, ya que la palabra correcta es oxítona (con x), que quiere decir “agudo, que lleva el acento prosódico en la     última sílaba”. Occitano (con doble c y sin tilde) es la persona natural de Occitania. ¿O Argos escribió adrede el error, bromista como era, obedeciendo a la descrestática? GPE

Eje 21, Manizales, 29-X-2017.

Comentarios

Me parece que la discusión resulta bastante bizantina e inútil. Creo que si el apellido es extranjero y se escribe Nobel, eso se debe respetar, pues no es palabra que esté incluida en nuestro idioma español. En cuanto a cómo la pronuncia la gente, es la percepción y cultura de cada quien, pues no nos debe corresponder determinar cómo se debe pronunciar una palabra de un idioma extranjero. Gustavo Valencia, Armenia.

Se revive una vieja polémica con esto de Nobel o Nóbel. Es cierto que la mayoría de personas en nuestro medio dice Nóbel y el uso ha venido consagrando esta forma aunque no sea la correcta. El Diccionario panhispánico de dudas así lo consigna y recomienda la forma aguda (Nobel). En esta nota también está la palabra cónclave, cuya forma correcta es conclave (concláve), pero muchas personas cuando yo la pronuncio así, me corrigen. ¡Qué vamos a hacer! Me parece plausible la explicación de estos cambios acentuales que propuso Argos al decir que muchas personas encuentran de más cachet la forma grave que la aguda y debido a ello se va extendiendo la forma incorrecta. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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El celular, rey de la locura

martes, 31 de octubre de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nunca se imaginó el ingeniero electrónico Martin Cooper que el teléfono móvil,   inventado por él en 1973, traería al mundo, junto con el avance portentoso de la ciencia, graves problemas para la conducta humana. Cooper hizo aquel año la primera llamada desde un teléfono celular, marca Motorola, y con ello produjo una revolución en el campo de las comunicaciones.

Se gastaron 15 años y 100 millones de dólares para el desarrollo del invento. Los primeros “ladrillos”, que pesaban alrededor de 1 kilo, costaban en el mercado 3.995 dólares (que con la conversión de nuestra moneda equivalen hoy a 12 millones de pesos).

La cibernética mueve al planeta. Resulta ingenuo ignorar el poder del computador, del celular y la tableta, de la televisión y los múltiples sistemas de enlace, de placer y utilidad prodigados por el llamado mundo virtual o digital, del que nadie puede escapar. Empresa que se atrase en sistemas está perdida. Persona que no tenga mediana noción sobre los métodos en boga está condenada al fracaso.

El auge de la conexión universal se volvió avasallante. Ya el hombre no puede prescindir del celular, y de hecho lo lleva a todas partes, cuando no es que duerme con él. Hay parejas que se comunican mejor por WhastApp, Facebook o Twitter que frente a frente. Y las hay que antes de saludarse por la mañana buscan el celular. No existe diálogo en el comedor ni en la reunión familiar, porque las llamadas lo interceptan. En promedio, se revisa el celular 110 veces al día. Esto se convirtió en manía, en dependencia, en obsesión.

En el mundo hay unos 300 millones de adictos a sus celulares. Cosa seria, ya que la adicción es trastorno delicado. Mucha gente, al no sentirse “conectada”, sufre. El invento que Cooper realizó para la comunicación produjo en la mayoría de los casos el efecto contrario: acabó con la conversación, con el reposo y la mesura. Aisló a la gente, la absorbió, la mecanizó.

Se perdió el encanto de la intimidad hogareña, del encuentro con los hijos. El celular está en todas partes, es cierto, pero anda como diablo suelto por las calles, los consultorios, las iglesias, los colegios, las salas de velación, las cárceles… Su utilización mientras se maneja, ocupado el conductor en la lectura o envío de mensajes, o en la vista del Instagram mágico, causa más accidentes y muertes que el alcohol.

¿Cuántos celulares se roban en Colombia? Según cálculo de Nancy Patricia Gutiérrez, presidenta de Asomóvil, al finalizar el año este robo llegará a 1’432.000 aparatos, la mayor cifra que se registra en los países latinoamericanos, con gran impacto sobre la economía nacional.

Hay que ponerle freno a la tecnología mal empleada. Existen campañas que buscan hacer reflexionar a la gente sobre este monstruo desbocado, mediante el uso racional de los novedosos aparatos que deslumbran y de paso destruyen la convivencia y la felicidad.

La humanidad necesita desintoxicarse de la era digital. ¡Desenchúfate!, es el aviso que exhibe un restaurante que ofrece el 10% de descuento a las personas que no usen el celular en sus comidas. Este personaje del modernismo, en buena hora ideado por Martin Cooper, y en mala hora tergiversado por la locura del hombre, constituye al mismo tiempo un progreso y un peligro. Ojalá no se olvidara esta premisa.

El Espectador, Bogotá, 27-X-2017.
Eje 21, Manizales, 27-X-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 29-X-2017.
Mirador del Suroeste, Medellín, n.° 64, febrero/2018.

Comentarios

Muchas gracias por este artículo que pude leer gracias al celular. Aparte de esta gran comodidad, el aparato en cuestión se ha convertido en un compañero inseparable pero cansón, por lo menos en mi caso, pues me ha arrebatado en parte esa deliciosa «maña» de tertuliar con mis congéneres. Bien describe la nota esta nueva adicción humana que va resultando desastrosa en sus efectos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Maravilloso comentario. Es una verdad de a puño. Ojalá lo leyera el mundo entero. Ojalá a alguien se le ocurriera inventar el antídoto a la genialidad de Martin Cooper. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

Pertenezco a las personas que no tienen Smartphone. La verdad es que no me gusta para nada la idea de tener que consultarlo 100 veces al día. Parece que consultar correos demanda 5 minutos de atención. Entonces, el escolar que mire 6 veces el correo en una hora, aunque solo sea echándole un vistazo, gasta 30 minutos del tiempo dedicado a las tareas. Hoy, aún me encuentro frecuentemente entre comensales que miran –todos– su teléfono móvil durante la cena. Loretta van Iterson, Ámsterdam (Holanda).

Muy oportuna y urgente esta reflexión en torno al mal uso de los celulares. Es desesperante estar con alguien que constantemente revisa su correo y contesta llamadas que podría devolver más tarde. El celular mal empleado ejerce un dominio que entorpece la comunicación personal y familiar. Tengo varios amigos que ya han suspendido WhastApp. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Encontré en una agenda esta frase de Einstein: «Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas». Ligia González, Bogotá.

Los estragos de la envidia

miércoles, 18 de octubre de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Miguel de Unamuno (1864-1936) fue el escritor y filósofo español más destacado de su generación. Ocupó tres veces la Rectoría de la Universidad de Salamanca. El último período se inició en 1931 y concluyó en octubre de 1936, cuando fue destituido por orden de Franco y condenado a arresto domiciliario. Agobiado por      el desespero, la tristeza y la soledad, murió tres meses después, el 31 de diciembre, en forma repentina.

Su pensamiento político lo mantuvo enfrentado a la República española por la división social originada en los comienzos del siglo. En 1917 escribió la novela Abel Sánchez, obra brevísima, y densa en ideas. En ella dibuja la anatomía de la envidia, basado en la historia de Caín y Abel, y crea dos personajes modernos, similares a los bíblicos: Joaquín Monegro y Abel Sánchez.

Estos tienen sangre española, como que el propósito del novelista es resaltar la envidia como un mal de su patria. Al mismo tiempo, le sirven de protagonistas de la pasión más extendida por el mundo. La envidia es un mal universal y eterno. Se inocula en el organismo desde la concepción de la criatura.

La novela lleva como subtítulo “Una historia de pasión”. Es la pasión que nace en el paraíso terrenal con los dos hijos de Adán y Eva: Caín, que se dedicaba a la agricultura, y Abel, al pastoreo. Al presentar sus ofrendas en los altares, Dios  prefirió la de Abel. Enceguecido por los celos, Caín mató a su hermano.

Al final de su vida atormentada, Joaquín Monegro (Caín) dice: “¿Por qué nací en tierra de odios? ¿En tierra en que el precepto parece ser: ´Odia a tu prójimo como a ti mismo´?”. Es la misma pregunta que puede hacerse el hombre colombiano. Aquí el odio germina como la mala hierba. Se extiende por todas las capas sociales, pero tiene más raigambre en las altas esferas del poder, que transmiten esa úlcera del alma a los seguidores de sus causas políticas, y estos se encargan de inyectarla a diestra y siniestra como una lepra social.

Nos odiamos sin motivo. Sin saber por qué. No fue suficiente la visita del papa Francisco, que vino a predicar el perdón y la reconciliación, y no logró penetrar con sus mensajes de paz en el alma de quienes parecen nutrirse con la envidia y el odio como si fueran un alimento sano.

Al presidente Santos, artífice de la paz, lo odian los políticos malquerientes y sus huestes, que riegan ese veneno por las redes y los periódicos. Lo que hay en el fondo, para qué dudarlo, es envidia. Envidia por hacer lo que ellos no pueden hacer.

El odio es envidia. “Un envidioso jamás perdona el mérito”, dice Pierre Corneille. Ya lo había advertido Ovidio desde lejanos tiempos: “La envidia, el más mezquino de los vicios, se arrastra por el suelo como una serpiente”.

Grandes núcleos de la población colombiana piensan y proceden de otra manera. Entienden que la convivencia está por encima de la envidia y el odio. En Colombia hay más Abeles que Caínes. La novela de Unamuno, que cumple 100 años de escrita, serviría para hacer pensar a los violentos que la vida es más grata, más sana y más útil, cuando se consigue controlar este morbo destructor. Por desgracia, con él  nace el ser humano.

El Espectador, Bogotá, 13-X-2017.
Eje 21, Manizales, 13-X-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 15-X-2017.

Comentarios

Absolutamente cierto: «cizaña» regada a lo ancho y largo del país. Jamás han visto con alegría el triunfo ajeno. Cuando alguien triunfa, saltan a desprestigiarlo haciendo uso de lo más bajo que albergan en su ser. Ni Botero, Patarroyo, Llinás o Gabo se han librado de sus ladridos. En otro país más agradecido y menos ignorante, el actual presidente estaría gozando de inmensa popularidad en las encuestas. Sin embargo, con el tiempo la Historia, ese gran juez, sabrá evaluarlo y ubicarlo en el sitio de honor que le corresponde. William Piedrahíta (en La Crónica del Quindío).

La envidia es un veneno que corroe el alma y hace daño a los demás. Pero como todo sentimiento negativo, realmente a quien enferma es a quien alimenta un rencor hacia los demás, es quien vive con esa carga y un corazón enfermizo. Opino que cuando nacemos venimos inocentes y nos contaminamos de la maldad del mundo. Liliana Páez Silva, Caracol, Bogotá.

Muy oportuna la mención de la novela de Unamuno. A propósito, te comento que la semana pasada estuvimos dos días en Salamanca conociendo tantas joyas arquitectónicas que allí existen, entre ellas la Universidad. El último  día entramos a desayunar al Café Novelty, que está ubicado en la Plaza Mayor y me llamó la atención la estatua de un señor en una de las primeras mesas. Al averiguar, supe que se trataba de Gonzalo Torrente Ballester, quien vivió y murió allí. Fue colega de Unamuno y en dicho café se reunían con otros pensadores, escritores y profesores a tertuliar. Este café data de 1904. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Me fascinó la columna Los estragos de la envidia. No sabía que Unamuno había terminado sus días preso. Estoy muy de acuerdo con la premisa de que «el odio es envidia». Quiero creer que «en Colombia hay más Abeles que Caínes». Colombia Páez, El Nuevo Herald, Miami.

A duras penas la vida

martes, 3 de octubre de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con el título de esta columna fue bautizado el libro de cuentos del escritor quindiano Eduardo Arias Suárez que ha puesto en circulación Sello Editorial Red Alma Mater, con sede en Pereira, empresa que tiene como objetivo fortalecer e integrar las universidades públicas del Eje Cafetero, dentro del propósito de preservar y difundir el patrimonio cultural de las regiones.

En la colección Clásicos Regionales se han reeditado valiosas obras que deben llegar a las nuevas generaciones como tributo a los autores y motivo para recuperar la memoria histórica, social y cultural que ha quedado olvidada bajo el correr de los años. Ojalá este organismo contemple la reedición de la obra Jornadas, de Luis Yagarí, publicada en Manizales en 1974, y que contiene las famosas crónicas de este columnista estrella de La Patria, periódico al que estuvo vinculado por más de 50 años.

Los 38 cuentos de Arias Suárez que conforman el libro que aquí se comenta fueron escogidos por Carlos Alberto Castrillón, profesor de la Universidad del Quindío, quien elabora un detenido estudio sobre la producción del autor durante cerca de 30 años, a partir de 1921. Su muerte ocurrió en Cali en 1958.

Se calcula que Arias Suárez escribió alrededor de 150 cuentos. Entre estos se hallan dos de antología, publicados en 1927: Guardián y yo y La vaca sarda. En el libro actual, A duras penas la vida (nombre sacado de uno de sus cuentos, y muy representativo de la dura existencia del escritor), se recogen textos de toda su labor cuentística: Cuentos espirituales (1928), Envejecer y cuentos de selección (1944) y Cuentos heteróclitos (1957), lo mismo que muchos otros que vieron la luz en diversos periódicos y revistas.

Este último libro fue publicado por la Biblioteca de Autores Quindianos en 2016, lo que indica que permaneció 59 años esperando edición. Esta es la cara amarga del oficio de escribir. El Quindío está de plácemes por volver sobre las huellas de su hijo epónimo, que marcó toda una época como excelente cuentista nacional y el narrador más destacado del antiguo Caldas.

A través de sus relatos pintaba su propia realidad humana y recreaba la vida de los seres humildes que circulaban a su lado. Era un agudo buceador de almas. Con las dotes literarias del humor, la ironía, la amenidad, el realismo y la fantasía, y otras veces del absurdo, el delirio y la locura, creaba personajes del común y escenas alucinantes.

La cotidianidad era el escenario de sus enfoques, y en medio de su ámbito de desvarío, de soledad, de evocación y ensueño surgían criaturas agobiadas por las cargas de la existencia y desubicadas en su propio entorno. Ese era su clima espiritual. Hay escenas circuidas de miedos, de horror, de fantasmas, de ecos de ultratumba, que denotan el mundo atormentado que caminaba con él. En varias de sus narraciones abusa del “yo”, como una expresión de sus propias desventuras y su angustiada existencia. Este es un signo sicológico, de alto significado en su narrativa.

Otros factores destacables de su ejercicio literario son la emotividad, la ternura, la introspección. Era un ser introvertido y pensante. Así, imprimió a sus personajes la fuerza interior que poseen. Sin tales atributos no hubiera podido llegar a nuestros días.

El Espectador, Bogotá, 29-IX-2017.
Eje 21, Manizales, 29-IX-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 1-X-2017.

Comentarios

Leí con gusto tu columna y agradezco de nuevo tu deferencia con Eduardo y de contera con el Quindío y nuestro grupo familiar. Carlos Alberto Castrillón me obsequió un ejemplar de la edición A duras penas la vida y lo leí con gran deleite. Creo que a ustedes dos se les debe el rescate de Eduardo del olvido. Luis Fernando Jaramillo Arias, Bogotá.

El escritor Eduardo Arias Suárez, familia de Alejandro y Jesús María Suárez, fundadores de Armenia, fue gran cuentista, relegado al ostracismo como casi todos los hombres de letras en Colombia. Es un motivo de orgullo quindiano que se exalte su nombre aunque sea después de fallecido. Juan Machuca Rico, Armenia.

Gracias al escritor Gustavo Páez Escobar estamos conociendo la grandiosa obra literaria póstuma de Eduardo Arias Suárez, hijo de esta tierra. Señores gobernantes del Quindío y Armenia: hagan algo por la cultura nuestra rindiéndole tributo y reconocimiento a este ilustrísimo escritor. Orlando Cárdenas Valencia, Armenia.

Guardián y yo es un cuento maravilloso, conmovedor, que nos habla de la dignidad y la honradez de un hombre, compartidas con el «alma» de su perro. Yo he experimentado a lo largo de mis años el afecto por los animales, en especial los perros, compañeros desde la infancia. Todo cuanto narra Eduardo Arias Suárez en su historia lo he visto y vivido con ellos: lealtad, afecto, comprensión, diálogo, sentimiento, risas y llantos. Inés Blanco, Bogotá.  

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