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Alborada en penumbra

martes, 22 de septiembre de 2009

nov_alborada Quedó dueña de todo. Los enemigos tuvieron que rendirse ante la evidencia. Aquello resultó sorpresivo, pero irrefutable. Cuando menos imaginaban, apareció la persona que aplastó la avaricia. Quedaron burlados. Y ella, satisfecha. Estaba defendiendo el capital que compartía, su propio capital. Era una propiedad de familia. Y sentimental. Haciéndolo, honraba al mismo tiempo la memoria de su madre.

cenefitaPrólogo

EL AUTOR Y LA OBRA

Cuando un amigo nos solicita que le saquemos de pila un hijo, nos hace un honor y nos proporciona la oportunidad de acercarnos más a él en cariño. Y si ese hijo es un libro, más grande es el honor y el cometido se hace de obligatoria aceptación.

Gustavo Páez Escobar, un joven que con éxito se está asomando a la literatura nacional, me ha entregado el manuscrito de su segunda novela, Alborada en penumbra, para que yo la presente a los lectores. Mi tarea quedaría bien cumplida manifestando lo que me sucedió con el conocimiento de los originales: que recibidos éstos inicié su lectura y tres horas después, tres inolvidables y cortas horas, la suspendí cuando le di vuelta a la última página. Esto quiere decir que la novela se lee, como comúnmente se dice, de un tirón. ¿Por qué? Porque se trata de una obra amena, interesante y muy bien concebida, con unos personajes que apasionan por la perfecta pintura que de ellos hace el autor, y una trama que no deja decaer el interés del lector un solo instante.

El autor ha cumplido, en estas páginas, la misión del buen novelista: entretener y, entre líneas y sin pedanterías ni alardes de catedrático, llevarle un mensaje a la comunidad. Líbreme Dios de ser yo un puritano. Pero me produce asco la aplaudida novela moderna plagada de vocablos gruesos, groserías absurdas y porquería en todas sus páginas.

Si se gusta de sensualismo en la literatura, más agradable es buscar ese sensualismo en el delicioso estilo del Marqués de Bradomín, por ejemplo, que en las alcantarillas de Henry Miller. Escribo esto porque la obra de Páez Escobar, con un telón de fondo escabroso, no contiene un solo mal decir, una sola palabra de mal gusto. Y sí un desenvolvimiento que presenta al autor como un profundo conocedor del alma humana y del comportamiento social, ya que todo aparece aquí como calcado de una realidad que él debió conocer plenamente.

La novela costumbrista, un poco pasada de moda, es grata para los viejos porque su lectura nos hace rememorar, y ya se dijo que rememorar es vivir. La histórica ya no se lee, porque las gentes comprendieron que en ella casi siempre se pierde la verdad de la historia sin que se halle el interés de la novela. La policíaca distrae a determinados lectores que van con la seguridad de que al final hallarán una sorpresa, que por esa seguridad ya no lo es. La rosa proporciona llanto a las quinceañeras que ya saben, desde la primera página, el feliz desenlace. La novela social, como ésta de Páez Escobar, es para todos los públicos que la admiran y la gustan.

Pero más que la obra de Páez Escobar, que es muy buena, me llama la atención la persona del autor. Porque entre nosotros, como tuve oportunidad de manifestarlo en alguna ocasión refiriéndome a él mismo, conocemos ingenieros humanistas, médicos poetas, abogados ensayistas, pero no habíamos estado frente al caso de un banquero novelista.

Un banquero que del aterrador ajetreo de los números que maquiniza la inteligencia, y de la tremenda responsabilidad de ser jefe de finanzas, toma tiempo para escribir cuentos y novelas mostrando con ello no sólo una envidiable capacidad para el trabajo, sino un exquisito gusto por las cosas del espíritu a través de su devota consagración intelectual. Y esto lo presenta como una personalidad subyugante. Dejo al lector con Alborada en penumbra y seguro estoy de que él, como yo, no saldrá defraudado de su lectura.

EUCLIDES JARAMILLO ARANGO

cenefita

Un fragmento de la obra

Sonó el teléfono.

–Es para usted, señora –indicó la criada.

–Necesito hablar urgentemente contigo –expresó Horacio–. Deseo que vengas en seguida a mi oficina.

–¿No podría ser otro día? Tengo proyectado hacer unas compras para el matrimonio de Virginia.

–¡Por favor, Raquel, te necesito hoy mismo!

Raquel ascendió los trece pisos del edificio. Horacio, preocupado, recorría la oficina de extremo a extremo. Su rostro se veía fatigado. En un momento de furor, lanzó al suelo el símbolo de su poderío, la inseparable varita.

Raquel se inclinó y recogió el adminículo.

–¿Qué te sucede?

–No te había visto –se sorprendió–. Siéntate. Tengo problemas.

Tomaron asiento. Horacio no podía estar tranquilo. Quería iniciar la conversación, pero se reprimía. Repasaba la figura de su amante, la analizaba con cuidado y seguía meditando.

–Te noto intranquilo. ¿Qué sucede?

–Algo delicado.

–Tómate un coñac

–No es mala idea.

Bebieron. El licor produjo alivio. Y Horacio se sintió más animado para hablar:

–Voy a formularte una pregunta delicada, que debes contestar con toda sinceridad.

–La espero, Horacio.

–¿Puedo confiar plenamente en ti?

–¿Lo dudas?

–¡Dímelo con más firmeza!

Raquel pareció encararse a la duda y así se expresó:

–Mi vida se ha arruinado a tu lado. Contigo se fueron a pique muchas ilusiones. Te busqué. Me aferro a tu protección. Y ahora te pertenezco por completo. Mi suerte está a tu lado. Soy una mujer repudiada. ¿Qué más quieres que te diga?

–Eso quería escuchar. Necesito esa convicción. Se me presentan dificultades y tú vas a ayudarme a salir del aprieto. –¡Explícate de una vez!

–Tengo problemas económicos.

–No te entiendo.

–Sirve otro coñac…

Bebieron de nuevo. Raquel, sin dejar conocer su curiosidad, apuró la bebida de un sorbo.

–Ahora te voy a hablar con reposo. Coinciden varias cosas. He hecho un negocio que vale un dineral. Mi capital peligra. Alguien persigue mi fortuna. Está en camino un embargo que pretende por lo menos traumatizar mis negocios. Viene de la competencia. No será difícil que nadie me arruine, pero no puedo permitir que se menoscabe el capital, ni que el escándalo merme mi prestigio. Por otra parte, mi esposa ha iniciado juicio de separación de bienes. Eso me debilitaría. Debo insolventarme… Para eso es preciso obrar pronto. El traspaso de bienes es la solución. Pero debe ser rápido, muy rápido. No puedo darles gusto a mis enemigos. ¡Y no se lo daré, miserables!

Hubo una pausa. Raquel entendió la dificultad, pero se conservó serena. Y Horacio, analizándola, se preguntaba si ella sería la persona indicada.
Sin pensarlo más, exclamó:

–¡Vas a recibir todas mis propiedades! Debo insolventarme. A tus manos llegará mi capital. ¡Mi capital, íntegro!

–No entiendo…

–Mi abogado lo tiene todo preparado. Sólo se requiere tu decisión. Debes firmar unos papeles y… ¡todo perfecto!

–Explícate, Horacio.

–Aparecerás como la dueña oculta de mis propiedades. El caso resultará normal. Habrá algunas dificultades, pero la lógica nos favorece. Mucha gente sabe que me enriquecí a costa de tu madre. Se murmura que me apoderé de su fortuna. Tú, como hija, eres la propietaria de esa herencia. Yo no había hecho otra cosa que ser el depositario. Ahora que se aproxima un ejército de abogados, los destruiremos a todos… ¡A todos! Ante la presencia de unos documentos, no haré otra cosa que entregar lo que no me pertenece. ¡Eres la dueña absoluta de todo! ¡Y huirán los miserables!…

Raquel, medio confusa, medio asustada, preguntó:

–¿No confabularán que se trata de una maniobra fraudulenta?

–Los abogados saben más…

–¿Y no te da miedo que me quede con tu fortuna?

Horacio se impresionó. Pero reaccionó pronto:

–No tendría sentido. Te conozco muy bien. Para ti ha dejado de tener importancia el dinero. Sólo aspiras a la cantidad necesaria para vivir bien. Cuidas el hogar y con eso te basta. Aceptas que el dinero está bien en mis manos y lo compartes conmigo.

–Sólo quería probarte, Horacio. Has sido generoso conmigo y complaces todos mis gustos. Nunca podría traicionarte. ¿Para qué el maldito dinero? He recibido de él grandes lecciones, para que a estas alturas me impresione.

–No se conoce, por otra parte, nuestro concubinato –prosiguió Horacio–. Hemos sido prudentes. Eso favorece más la maniobra. Un día te propuse que vivieras conmigo, a los ojos del mundo. Aplazaste la decisión. Eres mujer inteligente

–¡Y astuta! –concluyó ella.

Media hora más tarde se presentó el abogado. Portaba numerosos papeles que fue extendiendo sobre el escritorio. Raquel, con pulso firme y mente lúcida, firmó con solemnidad cada documento que le presentaba el profesional y poco le importó no conocer su contenido. Se sentía segura de lo que hacía.

Quedó dueña de todo. Los enemigos tuvieron que rendirse ante la evidencia. Aquello resultó sorpresivo, pero irrefutable. Cuando menos imaginaban, apareció la persona que aplastó la avaricia. Quedaron burlados. Y ella, satisfecha. Estaba defendiendo el capital que compartía, su propio capital. Era una propiedad de familia. Y sentimental. Haciéndolo, honraba al mismo tiempo la memoria de su madre.

cenefita

Comentarios

Fragmentos

Es una excelente obra narrativa en cuya estructura no falta un solo detalle primordial. Personajes que se mueven, con entera libertad, en su mundo. Cada actor vive su propia vida y es dueño de su propia libertad y de sus propios actos. Juan Ramón Segovia, La Patria, Manizales, 14 de octubre de 1974.

Sus novelas tienen excelentes cualidades en sus varios aspectos: orientación recta, ambientes adecuados, vivacidad en los personajes, animación en las escenas. Cuanto se haga por enriquecer el género de la novela en Colombia es digno de alabanza. Manuel José Forero, Academia Colombiana de la Lengua, Bogotá, 24 de octubre de 1974.

Alborada en penumbra ratifica y da preeminencia a la labor intelectual y literaria de Páez Escobar. Hay allí afán de perfección y robustos logros en la búsqueda de un estilo y en la creación de un universo. Personajes acosados por la egolatría y juventudes decididas por el hedonismo. Víctimas todos de la droga, de la envidia y de la superficialidad, de la ausencia de principios rectores. Héctor Ocampo Marín, La República, Bogotá, 27 de octubre de 1974.

Las vidas de Alborada en penumbra son veraces y humanas y están trabajadas en materia de verdad y con anclaje firme dentro del medio y las costumbres. Relato fácil, de grata fluidez, sin rellenos innecesarios, este de Páez Escobar, se sigue del principio al fin sin decaer un momento y sin que la acción pierda nada de su interés. Adel López Gómez, La Patria, Manizales, 27 de octubre de 1974.

La tesis de la novela está bien expuesta, los diálogos se suceden en forma natural, y el lector va de capítulo en capítulo interesándose más y más en los actos que describe. Gustavo Páez Escobar tiene facilidad muy notoria para novelar. Juan Bautista Jaramillo Meza, La Patria, Manizales, 2 de noviembre de 1974.

Nunca pensamos que en esta obra encontráramos tantos elementos de juicio como para saludarla como una verdadera revelación en la literatura colombiana. El final, sin la truculencia de las novelas policíacas, es uno de los más sorprendes, y en él se nota la maestría y el conocimiento de la condición humana que tiene Páez Escobar. Es una de las nuevas novelas colombianas que muestran a uno de los cultores más serios, concisos y conocedores de la narrativa y del suspenso. Mario Escobar Ortiz, La Patria –Revista Dominical–, Manizales, 27 de julio de 1975.

No había tenido la oportunidad de leer Ventisca y luego de hacerlo, se ubica dentro de mis novelas preferidas. La forma como mi papá logró describir la ambición, pérdida de valores e ironía de la vida, me pareció sorprendente. Durante toda la lectura pude identificar la sabiduría que mi papá tiene sobre la vida. Gustavo Páez Silva, Bogotá, 4 de marzo de 2008.

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