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Archivo para agosto, 2009

Ventisca

lunes, 31 de agosto de 2009 Comments off

nov_ventiscaLa campana estuvo tocando toda la noche a muerto. Chiras, presente en todo acontecimiento, entró repetidas veces a la iglesia, donde dos cirios cuidaban la soledad del difunto, pero no se amañó. Alborotado por las calles desiertas, se quejó a la luna, que no asomaba por ningún cerro. Ladró hasta que despuntó la primera luz de la alborada.

cenefita
Prólogo

La Universidad Central, dentro de su programa de promoción cultural, tendiente a exaltar los valores intelectuales de la Patria, presenta la novela Ventisca, cuyo autor es el destacado intelectual y atildado escritor y periodista Gustavo Páez Escobar.

Al leer y releer Ventisca, se encuentra el lector con una de las mejores páginas de la narrativa colombiana y latinoamericana, donde se enaltecen los mejores símbolos de nuestro costumbrismo campesino, en el cual los personajes se desenvuelven dentro de la soledad, la angustia, la desesperanza y la melancolía, sin que esté ausente, aunque sea lejana, una luz de realismo mágico en su relato hundido en el silencio y mezclado de pesimismo.

Definitivamente la vocación de Páez Escobar es la de narrador que ya se había expresado en 1971 con la publicación de su novela Destinos cruzados. En 1974 hace su segunda incursión con Alborada en penumbra, con un acento puesto en lo social, y posteriormente nos regala su tercer libro, Alas de papel.

Ese gran colombiano y escritor que es Otto Morales Benítez prologó el cuarto libro del autor Gustavo Páez Escobar, El sapo burlón y otros cuentos. Decía Morales Benítez que «la gran pasión del autor son los problemas relacionados con el universo cultural. Anda en azogue, defendiendo toda vislumbre de creación de sus amigos o de quienes admira en la lejanía. Vigila que se exalte a los grandes valores aun cuando no estén cerca de su intimidad y aun sin tener total identificación con sus ideas y sus expresiones estéticas. Él sabe que el hecho de que aquellos o estas tengan un destello, permanezcan un tiempo influyendo, va a mejorar a todos. Él acepta como evangelio que la comunidad se perfeccione en la medida en que escucha, examina o mira las obras de sus creadores. De suerte que ya tenemos establecido su sitio y su filiación». Estamos de acuerdo con Otto, hoy, al hacer esta cordial presentación de Ventisca.

Páez Escobar, nacido en Boyacá pero adoptado intelectualmente por el Quindío, aúna una mezcla boyacense-quindiana, es decir, un mestizaje interdepartamental que con su riqueza nos ofrece esta nueva satisfacción literaria, donde se relatan los mejores ancestros y tradiciones campesinas de estos dos nobilísimos departamentos.

En esta nueva entrega de Páez, también se advierte la influencia del gran novelista Juan Rulfo, especialmente en sus obras Pedro Páramo y El llano en llamas. Los tristes relatos de Rulfo se observan en Ventisca.

Así, en la novela surgen los chismes del día en la iglesia, contados por las beatas, los amores desnudos, la humildad campesina y sabia como la propia tierra, la dulzura del diálogo con la profundidad de la verdad, la alegría y tristeza de nuestros trabajadores que con sus machetes y sus callos solidificados por el trabajo son los hacedores de riqueza, las venganzas estériles e inútiles, los mitos de las serranías y la mulata Diana, denominada por Ofelia como la devoradora de los hombres.

Pero serán ustedes los lectores quienes den su veredicto y se regocijen espiritualmente con esta novela, que en mi sentir se encuadra dentro de una de las producciones más meritorias escritas por nuevos y viejos narradores colombianos.

Al agradecer a Gustavo Páez Escobar la oportunidad que dio a la Universidad Central de editar esta su sexta obra, lo hago con especial satisfacción intelectual y universitaria.

JORGE ENRIQUE MOLINA MARIÑO
Rector Universidad Central

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Un fragmento de la obra

Continuaba bajando la niebla. Eran nubes inmensas que cubrían las pocas casas del poblado. Apenas sobresalía la torre de la iglesia, que apuntaba hacia lo más alto del monte. La Serranía se fue ensombreciendo con la negrura del atardecer. Al día siguiente habría muerto fresco, una manera de mantener activa la crónica municipal.

La campana estuvo tocando toda la noche a muerto. Chiras, presente en todo acontecimiento, entró repetidas veces a la iglesia, donde dos cirios cuidaban la soledad del difunto, pero no se amañó. Alborotado por las calles desiertas, se quejó a la luna, que no asomaba por ningún cerro. Ladró hasta que despuntó la primera luz de la alborada.

Nunca Ofelia había sentido tanto miedo. A las doce y media abandonó el templo y se encaminó a su casa. Sus pisadas retumbaban en la quietud de la noche. Subiendo las escaleras de la casa se encontró con los ojos del mendigo. Se horrorizó y siguió su marcha. Pero el espectro no la abandonaba. La campana seguía doblando. Una lechuza se descolgó del naranjo y hendió el silencio con su sonido agorero.

«Hay pueblos que son peores que los muertos», pensó. Llegó tambaleando hasta su lecho. Estiró una pierna, muy despacio, y se quitó la media. Después hizo lo mismo con la otra. Cubrió la cara de los espejos para no ver fantasmas, y se metió entre las cobijas. Pared de por medio escuchaba los ronquidos de su padre. No lo despertaría por nada del mundo, porque era capaz con su propio miedo. Además, le guardaba rencor en ese preciso momento. Había sido indolente con el limosnero. Y de continuo experimentaba resquemor. Por él permanecía solterona. No le perdonaba que le hubiera ahuyentado quince años atrás al novio con que debía ahora compartir un lecho tibio, en lugar de la cama pegajosa que la entristecía.

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Comentarios

Fragmentos

Se trata de una gran novela. Bien trabajada. Incisiva, penetrante, hermosamente escrita. La historia en Ventisca es descarnada y dolorosa. Una parábola trágica. Pero Gustavo respeta a sus personajes. No habla por ellos. Los coloca bien parados y deja que ellos se expresen con fuerza y con naturalidad. Horacio Gómez Aristizábal, Dominical de La República, Bogotá, 17 de junio de 1990.

No importa que los hechos ocurran en un perdido pueblo y que se hable otra vez de las pasiones ocultas, pues el relato es llevado de tal manera, que uno no puede dejar el libro a un lado y ponerse a echar chistes. Me gusta Ventisca, no importa que a veces el autor pretenda moralizar o alterne al omnisciente narrador con un intento de diálogo al lector que de pronto es plural y acto seguido se vuelve uno solo. Es un relato claro y directo. Eduardo Yáñez Canal, El Espacio, Bogotá, junio 1990.

Cada personaje es una convulsa tragedia, secreta, que al final revienta en público como revienta la misma aldea estremecida por un terremoto. La Serranía es cualquier Macondo latinoamericano, una aldea de falso pudor. En todos los personajes hierven las pasiones represadas. El fruto del embarazo clerical de Ofelia es una incertidumbre, quizás el principio de una nueva generación más podrida que la anterior. El fin de la obra, condenar la beatería, la falsa moral, se logra. Es una obra que agarra al lector. José Antonio Vergel, Agencia de Prensa Novosti, Moscú, junio 1990.

El real protagonista de la novela no es Ofelia, ni el padre Carlos, ni el joven abogado Rigoberto, ni tampoco la mulata Diana. No. Es el amor. El amor que mueve el sol y las estrellas, como lo definió Dante Alighieri. Es el gran motor de la novela, y al final, la fuerza vencedora sobre los prejuicios sociales, los escrúpulos religiosos y hasta sobre el empuje ciego de las fuerzas telúricas que borraron el pueblo. Vicente Landínez Castro, Dominical de La República, Bogotá, 24 de junio de 1990.

Es un relato contra la hipocresía y que muestra el deseo al desnudo, en una sociedad que, como la nuestra, ha defendido tradicionalmente la gazmoñería y la pudibundez. Carlos Núñez Westendorp, El Espectador, Bogotá, 24 de junio de 1990.

Ventisca es un viaje por el laberinto insondable del alma humana. Allí, Páez Escobar explora sus pasiones positivas y negativas en medio de un universo ensordecedor y represivo. Recuerda en algunos de sus pasajes los esperpentos de Gorki y los purgatorios abismales de Rulfo. A la trama creciente, Páez Escobar agrega la sabia reflexión, la magistral narración de un hombre que ha observado por años el comportamiento de los hombres y, desde luego, la madurez de quien ha leído cuidadosamente las mejores novelas para escribir él también una. José Luis Díaz Granados, Revista Consigna, Bogotá, 30 de junio de 1990.

Justo afirmar que las huellas de Rulfo se manifiestan desde las primeras páginas de Ventisca, en una de las cuales incluye estas palabras del autor de Pedro Páramo: «Vivimos en una tierra en que todo se da, gracias a la providencia, pero todo se da con acidez. Estamos condenados a eso». Luis D. Salem, Excelsior, Méjico, 30 de junio de 1990.

Ventisca deja la sensación de una obra bien lograda en la que sin duda alguna lo que mejor consigue el autor es la construcción del ambiente, el clima, el sabor, el gusto de esa atmósfera pueblerina en la que la existencia transcurre sin que pase nada, en donde la nota predominante es el tedio. A Ofelia le falta más condimento, mejor elaboración sicológica. José Chalarca, Consigna, Bogotá, 15 de julio de 1990.

Sus personajes son de una vitalidad nada común y han de lograr que el nombre de Gustavo Páez Escobar sea recordado por quienes han leído y lean este texto narrativo. Germán Vargas, El Heraldo, Barranquilla, 19 de noviembre de 1990.

Páez Escobar cuenta una historia recta, sin discordancias argumentales, entretejida con lugares, escenas, personas y temas que nada tienen de especial en sí mismos pero que, gracias al tono, al nervio, al sentimiento y al lenguaje que el narrador combina con atinado estilo, adquieren universalidad y profunda dimensión humana. Humberto Senegal, El Quindiano, Armenia, 28 de marzo de 1991.

Me gustó muchísimo Ventisca. En ella manifiestas el magistral manejo de todos los elementos que deben asomar en la novela. Para que otros escritores disfruten de tu calidad literaria, dicha obra la he cedido en calidad de préstamo. A todos les ha encantado. Henry Kronfle, Miami Beach, Florida, 27 de febrero de 1992.

He tenido la emoción de vivir su apocalíptica novela Ventisca, cuyo electrizante argumento me devoró en pocas horas, dejándome sacudido y aniquilado por esa naturaleza vengadora y fatídica que termina por obliterar a La Serranía. Asimismo, me pareció detectar, en el tono espiritual de la novela, ráfagas de tempestuosidad pardogarciana, con sus vértigos y desolaciones de inmenso páramo; de lo cual pude concluir que la afinidad del autor con el poeta de la brizna y el cosmos trasciende lo meramente objetivo para llegar a posarse en las genuinas inextricabilidades del corazón. Roberto Pinzón Galindo, corrector de la Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 3 de abril de 1995.

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Un veterano quindiano

martes, 18 de agosto de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando hace 35 años llegué a Armenia conocí a César Hincapié Silva como un inquieto personaje de la vida municipal. Acababa de crearse el departamento del Quindío y él había sido el primer jefe de Planeación. El joven abogado de la Universidad Libre, especializado en España en Derecho Económico y Seguridad Social, también había adelantado en Brasil una maestría en Administración y Planeamiento, títulos con que comenzó a trabajar por la prosperidad de su tierra.

Después ocupó algunos cargos en la capital del país y allí mismo regentó la cátedra en distintas universidades. Radicado de nuevo en el Quindío, se consagró al ejercicio privado de su profesión, con presencia activa en la vida pública de la comarca. Sus intervenciones suscitaban polémicas y despertaban interés en la comunidad. Este contacto con los medios de su tierra lo vinculó a la actividad política, y a la vuelta de los años lo llevó a ser concejal de Armenia y diputado a la Asamblea del Quindío. También prestó su colaboración en el servicio exterior del país. Hoy es senador suplente del Quindío.

En 1993 editó el libro El camello de la Planeación, importante trabajo que se convertiría en manual de consulta de los estudiosos. Dos años después aparecía Inmigrantes extranjeros en el desarrollo del Quindío, una investigación que nadie había acometido sobre el poblamiento de la región con diferentes razas y culturas que determinaron un estilo social.

Tiempo después me encontré con varios cuentos suyos en el periódico La Crónica del Quindío, extraídos del diario acontecer de la comarca, que fueron incoporados en 1997 al libro Cuentos sobre el tapete. Después de la catástrofe sísmica del Eje Caftero, del 25 de enero de 1999, escribió un estudio que denominó La historia después del terremoto, cuya edición se agotó en pocos días, donde analizó lo positivo y negativo de la reconstrucción y sus dudas sobre el modelo económico y social que se escogió para ese objetivo.

Ahora publica su primera novela, Un veterano encuentra su destino, donde dibuja un conflicto de la actualidad colombiana, el del narcotráfico. El relato despierta interés desde las primeras páginas por la acción ágil como se mueven sucesos y personajes, lejos de retruécanos literarios y con el uso de un lenguaje sencillo y directo. Peñas-Frías, escenario de los acontecimientos, es un pueblo perdido en un lugar escarpado de la cordillera. Los notables de la comunidad, personajes lerdos y fosilizados, recorren las calles como sombras huidizas. ¿Qué pueden esperar estas poblaciones sin esperanza que se derrumban entre la resignación y el hastío insalvables, manejadas por dirigentes ineptos y habitadas por almas opacas? ¿Qué sociedad puede sobrevivir a merced de la pobreza, la explotación y el cretinismo?

Peñas-Frías es cualquier pueblo de Colombia. El novelista ha creado un pueblo imaginario -pero cierto-, que lo mismo puede ser su propia tierra nativa o el más escondido rincón de provincia. Ha erigido este prototipo como símbolo de la mediocridad social, y en medio ha situado a personajes de carne y hueso que pueden identificarse con los que existen en cualquier localidad.

Un veterano encuentra su destino es, por otra parte, una novela con fondo romántico en medio del bazar de las drogas y la corrupción del medio ambiente. Entre el turbión de los vicios públicos, la concupiscencia del dinero y el envilecimiento de una comunidad entera, brilla el amor como el sol maravilloso que dulcifica la vida.

El personaje real de esta novela es, para mi gusto personal, Peñas-Frías, el pueblito fantasma que se convierte en un eco de la conciencia nacional y de la conciencia individual de los colombianos. En él está representada la comedia humana, con sus miserias y grandezas. Cuando por las calles de la población discurren los miembros de la pequeña sociedad, es como si las mismas personas, transmutadas a otro ambiente, vivieran en el centro más populoso y allí se ocuparan de sus cotidianos quehaceres. La conducta permisiva que se vive en el rústico poblado es la misma, guardadas proporciones, que impera en las grandes ciudades. Nada cambia, porque el hombre es igual en todas partes.

El Espectador, Bogotá, 26 de agosto de 2004.
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De Vicente Landínez Castro

martes, 18 de agosto de 2009 Comments off

(Duitama, 15 de agosto de 2007)

Muy apreciado y recordado Gustavo:

Te confieso: soy un pésimo lector de novelas. Pero ésta tuya, Ráfagas de silencio, ejerció en mí, desde el principio, una rara fascinación, hasta el extremo de que no volví a hallar tranquilidad sino hasta después de haberla agotado por completo.

Su principal y mejor logrado personaje, la selva, me recordó persistentemente la atmósfera embrujadora de la única novela de José Eustasio Rivera, hasta el punto de considerar hoy tu obra como la hermana menor de La vorágine. Y esto a pesar de que ambas novelas, teniendo como escenario la selva, no tienen parecido en cuanto al argumento, los personajes, los sitios, ni tampoco por el tratamiento dado a la violencia que es bien diferente en las dos obras citadas.

No obstante, tienen en común en que una y otra son novelas de clara y genuina índole de protesta social. Ambas denuncian la corrupción de las autoridades en connivencia con los terratenientes; los desmanes del poder; la inequidad de los gobernantes para con los naturales, tratados peor que si fueran esclavos, y dejados abandonados a su suerte en medio de las enfermedades y las asoladoras epidemias propias del sofocante trópico; la avidez insaciable de los latifundistas y la venalidad de los jueces; y, a la vez, el conmovedor registro del amor desmesurado, pasional, biológico, religioso del indígena por la tierra; y el lastimoso estado de desolación de sus cuerpos y sus almas aventados por las ráfagas inmisericordes y ciegas de la más cruda violencia.

Y cual una nueva aurora de «rosáceos dedos», entre tanta maldad, aparecen los idilios de las gráciles hermanas, Anabel y Zulema, hijas del cacique; la primera, con el médico revolucionario; y la segunda, con el banquero honrado; ellas se mantienen casi inmaculadas, a pesar de la lujuria vegetal de la selva y de la efervescente concupiscencia de los blancos. Es una delicada y humana historia de amor narrada lejos de la cruda sensualidad, la vulgaridad, la pornografía y canallería tan apetecidas con fines comerciales y publicitarios de la mayoría de los nuevos novelistas nacionales. Tu narración, al respecto, desarrollada en un ámbito primigenio y paradisíaco, posee el encanto de una novela bucólica, y se desarrolla con una naturalidad y delicadeza casi castas.

Tu prosa, siempre sápida y plena de propiedad, en varios capítulos se torna dúctil, clara, casi transparente; y se adapta y se ciñe a las cosas descriptas revelándolas con fidelidad fotográfica, como si el idioma se ligara fuertemente a la superficie de las mismas, para destacarlas a la vista del lector, como si fueran un altorrelieve.

Cada capítulo de Ráfagas de silencio tiene la fuerza, el sortilegio, el color y el sabor de lo vivido. Tu libro, más que una novela, tiene el carácter interior y el secreto atractivo de una reminiscencia, de un fehaciente testimonio, de un diario íntimo, de unas escondidas memorias.

Tu novela es, entre otras muchas esencias, una apasionante crónica sobre un mundo aparentemente cercano, pero muy diferente del que habitamos. Y esta magnífica obra tuya nos hermana y nos acerca a esa otra faceta de Colombia tan desconocida como olvidada. A pesar de ello es un mundo en reserva, y en cierto modo, también, nuestro antiguo paraíso terrenal. Tú mismo escribiste, con toda la autoridad que te depara la experiencia, que «Hay que estar en la selva para admirar el prodigio de la creación del mundo».

Gracias nuevamente por la generosa oportunidad que me diste de disfrutar el conocimiento de Ráfagas de silencio; obra ésta que por sus muchos méritos y calidades está llamada a ocupar muy pronto alto sitio en la Historia de la Novela Colombiana; y cosechar, en vida tuya, merecidos reconocimientos y galardones en la República de las letras.

Recibe el fuerte abrazo de tu viejo amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro.

 

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De Fernando Soto Aparicio

martes, 18 de agosto de 2009 Comments off

(Revista Integración Boyacense, No. 4, Bogotá, octubre de 1986)

Raro es hallar dentro de gentes metidas en las disciplinas de la economía y de la banca, un escritor. Gustavo Páez Escobar lleva años vinculado al mundo (para mí oscuro y misterioso, indescifrable) de las finanzas. Y dentro de ese trajín cotidiano, ha sacado tiempo para escribir varios libros, cuentos (El sapo burlón) y novelas (Destinos cruzados y otras), que se leen con interés y agrado.

¿Qué es lo que hace una novela? Es difícil contestar a esta pregunta, y más en la época actual, cuando la narrativa en general ha ido de un extremo a otro, levantándose, cayendo y volviendo a tomar el camino. Páez Escobar hace una literatura clara, sin pretensiones elitistas; una narrativa para leer y disfrutar, para entender. Comunicante y ágil, de lenguaje directo e inmediato.

Estos Destinos cruzados son una historia de amor, con altibajos, sufrimientos, intrigas, mentiras y verdades, que vienen a terminar en un final lógico, no por lo feliz y justo menos evidente.

Hay otra novela suya, Ventisca, donde se aprecia de nuevo su capacidad narrativa. La protagonista es una mujer que trasciende los límites de lo inmediato y se convierte en símbolo, dentro de una gran catástrofe causada por la furia de la naturaleza que arrasa un pueblo y deja sólo escombros. En ella, como en las otras novelas de Páez Escobar, hay una especie de soplo de Dios, una justicia más allá de la justicia del hombre, que coloca las cosas en su sitio y los seres en su lugar.

La narrativa de este novelista tiene un sello de comunicación inmediata. Además, ha comprendido que el papel esencial del escritor es contar cosas; y saberlas contar para que se las entiendan. Así son sus novelas; y sus cuentos, pintados de un ligero humor, siguen la misma pauta. Buen narrador Páez Escobar, que ha salido de los límites geográficos de su terruño, y ha establecido sus reales de narrador en todo el país.

 

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De Carlos Botero Herrera

martes, 18 de agosto de 2009 Comments off

(La Patria –Revista Dominical–, Manizales, 19 de diciembre de 1982)

«Dos especies de escritores tienen genio: los que piensan y los que hacen pensar», dice un generalizado proverbio. Para mí, y seguramente para quienes ya han degustado de su lectura, en Gustavo Páez Escobar se reúnen estas dos virtudes, porque en realidad él es un verdadero pensador, consciente a plenitud de lo que su mano asienta, y por eso sus escritos no pecan, ni podrán pecar nunca, de ligereza y precipitud, ya que ellos llevan la auténtica definición del hombre que medita y recapacita cada lance literario.

Su producción tampoco se lee como simple noticia, ni menos para salir del paso, porque quien disfruta de su lectura tiene que sacarle provecho espiritual, luego de pensarla, meditarla y saborearla a conciencia.

Es notable el avance de Páez Escobar en el difícil campo de las letras, tomando como su iniciación de escritor serio y profesional la fecha de 1971, cuando publicó su primera novela, Destinos cruzados, extendiendo, en prodigiosa marcha de inalterable voluntad, las virtudes y singularidades de su honesta capacidad. Honesta, porque esta es otra cualidad sumada a las múltiples de que puede ufanarse el artista.

Y su honestidad va más allá de toda posibilidad humana, pues esta se confunde con la abierta sinceridad y ruda franqueza de sus conceptos, por muchas razones meritorios. Este Páez Escobar duele a veces en sus apreciaciones, pero ello es producto de una inequívoca conducta y de un inalterable temperamento. Es su filosofía personal, depurada y bien calificada, sostenida, en su talento y en su lucha, por una férrea voluntad y una envidiable disciplina.

A veces se piensa si la capacidad y la facilidad literaria de Páez Escobar se confunden con sus labores de alto ejecutivo bancario, pero se debe entender que, una y otra, marchan en forma independiente, y se haría difícil aceptar que esa gran elocuencia artística, con tonos de seriedad y simpatía, cuando no humorísticos, producida con un elevado sentido de responsabilidad hacia la brillante exigencia de su inspiración, se ligara al frío sentido de las cosas materiales y se valorara en la misma proporción de los mercados bursátiles.

Sin embargo, habrá que reconocer que, de su normal y angustioso papel de ejecutivo, se debe nutrir alguna parte de sus cosechas, porque en aquel campo brotan también las consideraciones que puedan merecerle la conducta y la penuria del hombre común. Solo está en la mente del artista delimitar las diversas fronteras de su comportamiento en los distintos tramos de su actividad y reconocer la influencia de unos y de otros para el desenvolvimiento de los mismos.

La edad aparente de Gustavo Páez Escobar da para pensar que es mucho lo que se puede esperar de su ya demostrada capacidad, y que su última obra, Caminos, se podrá contar luego, cronológicamente, como una de sus primeras producciones.

En cuanto al Quindío se refiere, tenemos que aceptar, de muy buena gana por cierto, que desde hace algún tiempo para acá Gustavo Páez Escobar ha sido abanderado de la región en cuanto al aspecto literario se refiere, aspecto no limitado a los ya varios libros publicados sino al hecho importante de hacer parte de la nómina de colaboradores permanentes de El Espectador y La Patria, diarios que lo cuentan como a uno de sus más capaces articulistas.

La cultura quindiana tiene en Páez Escobar un valioso eslabón, e injusto sería no incluirlo entre los valores propios de la tierra, hacia la cual ha demostrado su buena conducta y simpatía. Y es que la región y sus gentes lo tienen como a uno de sus más preclaros hijos.

Decir que Gustavo Páez Escobar hace parte vital del meridiano cultural del Quindío es apenas sensato como concluyente reconocimiento a sus múltiples méritos, como lógico es agigantar su figura espiritual a la altura de los más claros exponentes de las letras regionales, como Julio Alfonso Cáceres, Baudilio Montoya, Humberto Jaramillo Ángel, Jesús Arango Cano, Euclides Jaramillo, Carmelina Soto y tantos otros merecedores de justos galardones.

(Sigue una entrevista con el escritor).

Concluimos esta agradable e ilustrativa charla con el hombre del día en el Quindío en cuanto a literatura se refiere, Gustavo Páez Escobar, cuyas obras, a nivel nacional, han dado y seguirán dando qué decir, porque se trata de un estilo renovado, ágil, prudente y contemporáneo, bajo la disciplinaria escuela de una personal superación. Este es el hombre, el escritor que Armenia muestra a Colombia, no como una continuidad de sistemas sino como una continuidad de voluntades y valores.

 

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