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El carnaval del voto

jueves, 12 de mayo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Hay palabras sueltas que dibujan la exacta imagen de los sucesos mejor que tanta palabrería ociosa con que nos empalagan, en determinadas circunstancias, los agentes de la noticia. En este histórico domingo 21 de abril en que el pueblo colombiano determina en las urnas su destino para el próximo cuatrienio, la palabra «carnaval» revolotea como paloma mensajera de buen presagio. Es, en efecto, auténtica la demostración de carnaval realizada por nuestro pueblo ante los ojos del mundo.

No es menester adentrarse demasia­do en las ondas radiales o de televisión para comprender la atmósfera democrática que respira la nación. Democracia envidiable para tanto corresponsal extranjero que, afanoso de noticias turbias, se ha encontrado con este país alegre y dueño de alto grado de civilización políti­ca, que parece utópico cuando en otras latitudes que se dicen más cultas que la nuestra no existen la tranquilidad, la sensatez ni la jovialidad de que ha hecho gala Colombia.

Como apuntaba una periodista co­lombiana días antes de los comicios, los corresponsales extranjeros estaban impresionados al no hallar las calles invadidas de tropas y carrotanques, ni sorprender metralletas parapetadas en los edificios, ni respirar el ambiente contagiado de desconfianza y de los temores comunes en las vísperas electo­rales.

Ahora, cuando esos representantes de los órganos noticiosos, muchos de ellos acostumbrados a presenciar y sufrir acontecimientos siniestros en sus propias patrias y en las patrias ajenas, y acaso autores de la mala prensa con que se nos castiga en ocasiones, llegan, ven y viven un espectáculo re­publicano pleno de colorido y eu­foria, no solo deben sentirse confusos y perplejos, sino también envidiosos y de pronto apenados.

Colombia padece, sobre todo en le­janos confines donde solo se nos nom­bra, si es que se nos nombra, por los hechos negativos, una crisis de buena prensa. Si en ingrata época de nebulo­sos recuerdos, distanciados por fortuna por el tiempo y el cambio de hábitos, hizo carrera la frase de país de cafres, ese concepto dejó de existir, así persista en la mente de ligeros intérpretes de ultramar otra sensación.

La madurez que ha ganado la nación tras estos 16 años de pactos políticos no solo de­muestra ante propios y extraños lo que vale la  conciencia colectiva que desvió así el curso de la historia para superar el pasado erróneo, sino que se presenta como ejemplo, que tiene mucho de reto, para los países que no han aprendido que la conviven­cia solo es posible por los canales democráticos.

Diáfana quedará la cara de Colom­bia después de este certamen caracte­rizado por la cordialidad. Los pe­riodistas del exterior, que han comen­zado a transmitir saludables mensajes, tendrán que completar sus corres­ponsalías afirmando nuestra decisión de paz y rechazo a los procedimientos violentos.

He visto, entre múltiples expresio­nes captadas por la televisión, una real­mente elocuente, y es la del locutor abriéndose paso por entre la  hetero­génea multitud que desfila en nutrido carnaval de vítores, de bombas, de ser­pentinas, y estimulada la animación ca­llejera con la implacable lluvia de ha­rina que no respeta y que pretende im­poner silencio, o música, mejor, en me­dio de semejante algarabía. La misma que se agita en el país entero y que es imposible acallar pues por todos los ca­minos suenan los tambores del carnaval en este memorable suceso polí­tico que pocas naciones pueden exhibir.

La Patria, Manizales, 25-IV-1974.

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