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domingo, 8 de mayo de 2011 Comments off
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Biblioteca Banco Popular

domingo, 8 de mayo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

«Con el propósito de contribuir a una más amplia difusión de nuestra Historia y de nuestra Cultura, y en lo que la Dirección del Banco ha entendi­do que no es empresa ajena a sus obje­tivos sociales sino labor que con éstos se complementa cabalmente, se consti­tuyó un fondo especial destinado, en su fase inicial, a la publicación de obras de autores colombianos o de autores extranjeros en materias relaciona­das con nuestro país. Con la edición paulatina de estas obras se habrá de ir conformando la ‘Biblioteca Banco Po­pular…»

Tal el enunciado con que el doctor Eduardo Nieto Calderón puso en ma­nos del público, hace cinco años, el primer título de esta formidable serie que está llenando un vacío, con la ree­dición de libros agotados por completo y rebuscados antes en vano por nues­tro país intelectual. Se inició la biblio­teca con la biografía del general Hermógenes Maza, escrita para la ocasión por don Alberto Miramón, presidente de la Academia de Historia, obra que se agotó en cortos días y que el Banco, atendiendo la in­sistente demanda de los lectores, reimprimió poco después en tiraje más extenso.

Siguieron títulos de verdadero interés, todos meditados, todos calculados, y en  cada uno de ellos fueron resuci­tando viejas piezas de la intelectuali­dad del país, trozos descollantes de este inmenso acervo cultural, en sus diversas expresiones.

El Banco Popular recupera así, con el tesonero afán con que el doctor Eduardo Nieto Calderón sabe humanizar la rigidez del organismo crediticio, obras de invaluable significado en nuestro mundo cultural. No hay du­da de que la gente, por lo general perezosa para la lectura, por no decir que indolente para romper la ignorancia, se está familiarizando con los sucesos históricos y con las manifestaciones de la cultura a través de todos los tiempos.

Este difícil empeño del doctor Nieto Calderón comenzó concentrando la atención hacia el estudio de nuestro mundo aborigen (La civilización chibcha, Memoria sobre las antigüedades neo-granadinas, La melancolía de la raza indígena…), para ir entremezclando páginas significativas de la historia, como Francisco Antonio Zea, Memorias de un abanderado, Lecciones de Historia de Colombia (compendio que, en tres tomos, representa verdadero manual de historia patria), Orientación republicana, de Carlos E. Restrepo, y tantas más de imposible reseña en esta breve nota.

Se recogen, de paso, memorables jornadas costum­bristas, como los Artículos escogi­dos, de Emiro Kastos, o El rejo de enlazar, de Eugenio Díaz, o Museo de cuadro de costumbres, que reúne, en cuatro tomos, a los connotados exponentes del género en el siglo pasado. Matizando la colección están primicias como Los amigos del poeta, de Eduardo Carranza, o Regreso entre la niebla, de Alberto Ángel Montoya, o El Hombre que se adelantó a su fan­tasma, del mismo autor.

Van 57 títulos. Cada uno pesa en la bibliografía colombiana. Y no solo cuentan la calidad de los autores y la estupenda confección editorial, sino su ínfimo precio, pues el libro se distribuye por su costo de $ 20.oo o $ 30.oo, y en algunos ca­sos por debajo de él.

Por fuera de serie han aparecido li­bros de impacto: Panamá y su separa­ción de Colombia, Hacia el pleno empleo, Informe Musgrave, Desa­rrollo económico de Colombia, Tres puertos de Colombia.

Encomiable labor esta del doctor Eduardo Nieto Calderón que así res­taura el patrimonio cultural del país, lo mismo que lo hace en el campo de la cerámica precolombina con el Museo Arqueológíco del Banco Popu­lar, dos pilares de su sensibilidad pa­triótica y de su noble ancestro. Y para hacer más accesible el libro al grueso público, como si no fuera suficiente distribuirlo a través de las oficinas del Banco Popular, ha querido que tam­bién se confíe su difusión a las libre­rías aprestigiadas del país, como en Ar­menia lo hace la Foto-Club, manteniendo uniforme el precio de venta. Así se hace cultura.

«Aspiramos –dice en el primer nú­mero de la biblioteca– a que la fun­ción social que el Banco Popular desa­rrolla en el campo del crédito para be­neficio de los sectores populares, os­tente, además, con esa actividad com­plementaria, un contenido humanísti­co que contribuya no solo a justificarla en mayor grado, sino a enaltecerla».

La Patria, Manizales, 6-IV-1974.

* * *

Misiva:

Mucho le he agradecido el generoso despliegue sobre la Biblioteca del Banco. Es usted muy amable en sus apreciaciones y conceptos sobre esta modestísima obra que, sin embargo, sólo personas como usted saben valorar por lo menos en la intención que lleva. Eduardo Nieto Calderón, presidente del Banco Popular. 

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El desnudismo, una mentira

domingo, 8 de mayo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

No se resigna el hombre a permanecer en la penumbra y su instinto de notoriedad lo empuja, por no decir que lo obliga, a idearse los más exóti­cos medios para llamar la atención. La ley primaria de la conservación es la mayor fuerza creadora del universo, gracias a la cual se vive en permanente actitud de defensa frente al mundo voraz y cada vez más estrecho.

Aun las civilizaciones más anti­guas, en remotos tiempos donde la competencia por la vida era holgada y no había llegado el planeta al hacinamiento y los aprietos actuales, se unían en grupos para afrontar los peligros, las vicisitudes cir­cundantes. Era entonces acaso más placentera, me­nos agobiante la existencia, si bien cada época está marcada por sus propios problemas.

La humanidad, que ha probado los más diversos procesos de evolución, desde la edad de piedra hasta la supersónica del momento actual, vive ahora el ensayo del grito, del frenesí, del exhibicionismo. Con­tinúa el hombre dentro de su secular hábito de no conformarse con el ostracismo y protesta a pulmón lleno al sentirse asfixiado.

Nació, ayer no más, la moda «jipi» (palabra esta que los académicos, si no lo han hecho, deben patentarla cuanto antes, por expresiva), en un es­fuerzo malogrado de escape, de fugas imposibles, de irrealidad. Tonta manera esta de buscar la felicidad en los espacios siderales, tan distantes co­mo quiméricos, rebelándose en vano contra los mol­des de esta sociedad galopante.

No se combate la frustración con sueños sicodélicos ni con evasiones momentáneas. Pero estos protagonistas del ocio, trotamundos sin brújula ni equipaje, protestan, gritan, reaccionan en las formas más extravagantes contra los convencionalismos sociales, sin lograr descubrir el paraíso que todos buscamos.

Su reacción contra el mundo acicalado y con­formista que ellos piensan que es el causante de tanto infortunio, resulta estéril empeño. Todos es­taríamos matriculados en su movimiento si supié­ramos que la paz es conquistable con unas prendas andrajosas, con dejarse crecer la melena y la sucie­dad, con practicar el amor libre o inyectarse traicioneros soporíferos. Caduca escuela esta que, sin darse cuenta del todo, ha retrocedido en lugar de avanzar, al volver a la edad de las cavernas.

Es la era de la inconformidad. La ciencia, con sus prodigiosas evoluciones y sus intransigen­tes avances, acaso ha distorsionado esta época que debería ser más pausada. El ser humano, no pre­parado para tan acelerada metamorfosis, no asimila el progreso, la locura de nuestro tiempo, y resulta un desadaptado.

Por eso grita, por eso protesta, por eso busca la evasión. No lo consigue, ni nunca lo conseguirá, pues tal es la sentencia que pesa sobre la humanidad. Pe­ro se desespera, y rabia contra el sistema, y atropella a sus semejantes. Y hasta se rasga las vesti­duras, alegando, con Poncio Pilato, su mentirosa inocencia. Si el mundo debe recomponerse, no se logrará con frágiles voces en el vacío.

Tampoco desnudándose en público. Es otra fór­mula de protesta, imitada por la misma escuela de frustrados, de uno y otro sexo, y sin duda también de bufones, que anda dispersa esperando la inven­ción de nuevos sistemas para hacerse notar. Será por mucho tiempo, contra la prohibición y los rega­ños de las autoridades, y por eso mismo, un excelente medio para reírse de la sociedad.

Es otro recurso de evasión. Pintoresco, o ridículo, u obsceno, según la lente por donde se mire. Y tendrá más adeptos mientras mayor sea la prohibición y mien­tras se dispense más publicidad. El desnudismo se­ría, así, no solo una evasión, sino también una invasión.

Pero el insalubre método terminará extinguién­dose, pues hay cosas que se atrofian por cansancio y por falta de vigor. Hoy por hoy mentes mojigatas y asustadizas le están dando categoría al invento y estimulando el desnudismo que, así practicado, ni es morboso ni es provocativo. Quizás más bien tenga alto grado de infantilismo, si se piensa que la paloma de la paz no se enlaza con carreritas ner­viosas ni con cuerdas destempladas.

La Patria, Manizales, 4-IV-1974.
El Espectador, Bogotá, 15-IV-1974.

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El lustrabotas

domingo, 8 de mayo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Los lustrabotas del Quindío, un gre­mio organizado, escogieron este año la festividad de San José Obrero para fes­tejarse a sí mismos. Designaron su patrono y le pidieron a la ciudadanía que se acuerde de ellos cada 19 de marzo. Un solo día al año, a cambio de la constancia y la efectividad de este me­nudo servidor público que ayuda a la gente, en inevitables jornadas de sol a sol, con una caja de madera portadora de betunes, de cepillos, de telas y hasta de raras combinaciones acuosas, dócil instrumental en manos suyas con el que acomete la dura defensa contra un destino áspero.

Es el lustrabotas personaje fami­liar, pero olvidado. Anda de calle en calle, de café en café, vendiendo sus servicios a trueque de no dejar enveje­cer el calzado. Requiere de habilidad y de cierto toque artístico para que el cliente, tras escasos minutos en que debe borrarse el lodo, evaporarse el polvo y resplandecer el cuero, quede satisfecho y vanidoso.

Ser lustrabotas no solo consiste en embadurnar el cuero y darle brillo. Es­ta competida profesión no admite co­sas a medias. El trapo o el paño han de ser manejados con maestría en perse­cución de las suciedades que han pene­trado hasta las más ocultas costuras, para luego dejar tersa la superficie, que tal es la pretensión de ciertos parroquia­nos –falsos o pedantes intérpretes del poeta cartagenero– que siguen con­vencidos de que no hay como los zapa­tos viejos y olvidan que existen grietas que ya no se detendrán, o arrugas cada día más protuberantes, o fealda­des imposibles de mejorar.

Este humilde servidor de la humani­dad gana sus diarias batallas armado de fáciles herramientas de trabajo que co­bran, en su poder, significado y noble­za. Pocos oficios tan honrados como este donde la vida discurre con esfuer­zo, con tenacidad, con pulso firme. Es un amigo imprescindible de la civiliza­ción, aunque para proporcionar con­fort y limpieza tenga que vivir mu­griento, y quien, como pocos, tiene acceso a los diferentes niveles sociales de donde extrae confusos conoci­mientos de todos los aconteceres, que lo empujan a parlar de política, de eco­nomía o de sexo, de corrido y con chispazos geniales, cuando no a aseve­rar deslices o inconcebibles devaneos de algún parroquiano.

La letra menuda entra fácilmente por el oído del lustrabotas, pero la noticia suele desparramarse en sus labios. Aun­que así sea, su ingenua sabiduría lo convierte en sagaz traductor de este mundo que no es menos engañoso en mentes superiores.

Apenas justo que el lustrabotas tenga su día y bien escogido a San José como su padrino para que en adelante las cajas de madera salgan mejor pulidas de su taller. Grato tratamiento este de ponerle claridad a las prendas deslucidas. Con una buena lustrada se siente como si se desmanchara la conciencia. Y hay toda una poesía en el arte de rociarle colorido a la vida sacándole música a un par de zapatos  viejos.

La Patria, Manizales, 8-V-1974.

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El diablo anda suelto

domingo, 8 de mayo de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

La advertencia del Papa Pablo VI so­bre la existencia del diablo ha desen­cadenado los más diversos temores, pues no todo el mundo entiende que este personaje bíblico no tiene figura corporal, aunque sí está invisiblemente presente a todo momento, como el principio del mal que es. Querámoslo o no, lo llevamos a cuestas, cuando no es él quien hace lo propio, y pende de nuestra vida como el símbolo de la maldad.

Muchos, empero, ante las pa­labras papales temen encontrarse con este fantasma que la imaginación (por lo menos la mía, en un ayer ya supe­rado) lo representaba resoplando can­dela por todos los orificios, rojo de la rabia y de la vergüenza por habérsele despojado de su privilegio de príncipe de los ángeles rebeldes y listo a embes­tir con su tridente implacable y su mortífera cornamenta.

Hoy para mí no existe el espíritu maligno así encarnado, lo que no obsta para encontrarme con él a diario y a cada instante, vestido de las más disími­les maneras. No soy, contra lo que pueda de pronto sospecharse, un pose­so como la sordomuda de Usaquén de que habla algún periódico, en quien han fracasado todos los exorcismos e intentos parasicológicos, pues sigue ella de todas maneras soñando con el ejército de diablos que toda una vida la ha perseguido en plan de violarla, sin que las visiones hayan pasado de ser simples amenazas. Como la anciana es muda y sorda, y esto da lugar para pen­sar cualquier cosa, puede suponerse que los tales demonios no son otros que sus propios semejantes en quienes ha encontrado sin duda siniestras in­tenciones.

Harto me esforcé inculcándole a cierto amigo que no fuera crédulo, que no fuera liso, que dejara de ser tan pendejo, sin que me escuchara ni cre­yera en mis admoniciones, hasta que terminé viéndole crecer los cuernos que su mujer le puso. Pobre diablo este que, al igual que muchos, creen que todas las esposas son unas santas y olvidan que la mejor concepción del demonio es, ni más ni menos, con cola y con cuernos.

La Iglesia, a través de los siglos, ha reunido siempre el bien y el mal como fórmula inseparable de la natura­leza humana. Donde hay algo sano, siempre existirá el espíritu dañino tra­tando de atacarlo y de corromperlo. En el arte gótico eclesiástico se en­cuentran demonios retorciéndose al compás de danzas desbocadas y provis­tos de estridentes con los que arrojan las almas al infierno, figura esta de in­dudable provecho para la sana Edad Media.

En otros casos aparece el mal representado por un horripilante dra­gón que yace aplastado bajo los pies del santo. Sucede, en nuestros tiem­pos, que el mundo se ha desquiciado al influjo del desenfreno y es la voz del Papa la que se deja oír para recordar, cuando la perversión es tanta, que el diablo anda suelto.

Por ahí en las esquinas hay mucho ingenuo esperando verlo en carne y hueso. Y es posible que sueñen con él, cuando es tanto el miedo y la sensibi­lidad hacia este reptil que, sin darse cuenta los muy tontos, está dentro del propio ser, tratando de imponerse en la conciencia.

Y es que el Diablo, a quien esta vez le doy la solemnidad de una mayúscula, tiene muchos intérpretes. Lo conoce­mos como el «cojuelo» Asmodeo pa­seando por Madrid durante la noche y desentejando los techos, con un es­tudiante de la mano, para ver cuanto pasa en las puras e impuras intimida­des.

Desde siempre el hombre es un ser enredador, travieso y malévolo. ¿No ha visto usted, acaso, en su vecino, en su amigo, en su pariente, este siniestro personaje de Vélez de Guevara? No es­pere hallarlo con tridentes y vomitan­do chispas, pues a todo momento pasa a su lado con otra forma, si es que Asmodeo no se ha reencarnado en us­ted mismo cuando le da por ser fisgón y meterse en la vida privada de los de­más.

Una de las mayores condiciones demoníacas es la astucia. Y la astucia engendra la picardía, el engaño, la raposería, el dolo, la envidia, la usura, la calumnia… ¿Será preciso designar más diablejos para convencernos de que el Papa no se equivoca? Además, por ló­gica, el diablo es de pésimo genio, co­lorete y muy feo; aunque, por otra parte, habiendo sido Lucifer, o sea, ple­no de luz, conserva signos distin­guidos, lo que indica que nadie se salva de tener ingredientes satánicos, acen­tuados o en potencia.

Yo pintaría, en esta era moderna, mi propio diablo: un ser elegantón, muy cachaco, a veces feo, a veces her­moso, de ojos azules, signo de vi­veza, pero también de veneno, ágil, parlanchín, con sombrero ocultándole los cachos, sociable quizás, aunque sul­furoso, de pronto intelectual, de pron­to ignorante, astuto o falsamente apo­cado… Suministro tales rasgos genéri­cos para quienes andan despistados. Y en alguna parte le colocaría la cola. No debe olvidarse, finalmente, que el mundo no solo está poblado de demo­nios, ya que el mal no distingue sexos, y la diabla es la mujer del diablo.

La Patria, Manizales, 22-III-1974.
Revista Ventanilla, Banco Popular, junio de 1975.
El Espectador, Bogotá, 13-V-1983.

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