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El desnudismo, una mentira

domingo, 8 de mayo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

No se resigna el hombre a permanecer en la penumbra y su instinto de notoriedad lo empuja, por no decir que lo obliga, a idearse los más exóti­cos medios para llamar la atención. La ley primaria de la conservación es la mayor fuerza creadora del universo, gracias a la cual se vive en permanente actitud de defensa frente al mundo voraz y cada vez más estrecho.

Aun las civilizaciones más anti­guas, en remotos tiempos donde la competencia por la vida era holgada y no había llegado el planeta al hacinamiento y los aprietos actuales, se unían en grupos para afrontar los peligros, las vicisitudes cir­cundantes. Era entonces acaso más placentera, me­nos agobiante la existencia, si bien cada época está marcada por sus propios problemas.

La humanidad, que ha probado los más diversos procesos de evolución, desde la edad de piedra hasta la supersónica del momento actual, vive ahora el ensayo del grito, del frenesí, del exhibicionismo. Con­tinúa el hombre dentro de su secular hábito de no conformarse con el ostracismo y protesta a pulmón lleno al sentirse asfixiado.

Nació, ayer no más, la moda «jipi» (palabra esta que los académicos, si no lo han hecho, deben patentarla cuanto antes, por expresiva), en un es­fuerzo malogrado de escape, de fugas imposibles, de irrealidad. Tonta manera esta de buscar la felicidad en los espacios siderales, tan distantes co­mo quiméricos, rebelándose en vano contra los mol­des de esta sociedad galopante.

No se combate la frustración con sueños sicodélicos ni con evasiones momentáneas. Pero estos protagonistas del ocio, trotamundos sin brújula ni equipaje, protestan, gritan, reaccionan en las formas más extravagantes contra los convencionalismos sociales, sin lograr descubrir el paraíso que todos buscamos.

Su reacción contra el mundo acicalado y con­formista que ellos piensan que es el causante de tanto infortunio, resulta estéril empeño. Todos es­taríamos matriculados en su movimiento si supié­ramos que la paz es conquistable con unas prendas andrajosas, con dejarse crecer la melena y la sucie­dad, con practicar el amor libre o inyectarse traicioneros soporíferos. Caduca escuela esta que, sin darse cuenta del todo, ha retrocedido en lugar de avanzar, al volver a la edad de las cavernas.

Es la era de la inconformidad. La ciencia, con sus prodigiosas evoluciones y sus intransigen­tes avances, acaso ha distorsionado esta época que debería ser más pausada. El ser humano, no pre­parado para tan acelerada metamorfosis, no asimila el progreso, la locura de nuestro tiempo, y resulta un desadaptado.

Por eso grita, por eso protesta, por eso busca la evasión. No lo consigue, ni nunca lo conseguirá, pues tal es la sentencia que pesa sobre la humanidad. Pe­ro se desespera, y rabia contra el sistema, y atropella a sus semejantes. Y hasta se rasga las vesti­duras, alegando, con Poncio Pilato, su mentirosa inocencia. Si el mundo debe recomponerse, no se logrará con frágiles voces en el vacío.

Tampoco desnudándose en público. Es otra fór­mula de protesta, imitada por la misma escuela de frustrados, de uno y otro sexo, y sin duda también de bufones, que anda dispersa esperando la inven­ción de nuevos sistemas para hacerse notar. Será por mucho tiempo, contra la prohibición y los rega­ños de las autoridades, y por eso mismo, un excelente medio para reírse de la sociedad.

Es otro recurso de evasión. Pintoresco, o ridículo, u obsceno, según la lente por donde se mire. Y tendrá más adeptos mientras mayor sea la prohibición y mien­tras se dispense más publicidad. El desnudismo se­ría, así, no solo una evasión, sino también una invasión.

Pero el insalubre método terminará extinguién­dose, pues hay cosas que se atrofian por cansancio y por falta de vigor. Hoy por hoy mentes mojigatas y asustadizas le están dando categoría al invento y estimulando el desnudismo que, así practicado, ni es morboso ni es provocativo. Quizás más bien tenga alto grado de infantilismo, si se piensa que la paloma de la paz no se enlaza con carreritas ner­viosas ni con cuerdas destempladas.

La Patria, Manizales, 4-IV-1974.
El Espectador, Bogotá, 15-IV-1974.

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