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«Itinerario» de Otto Morales Benítez

domingo, 15 de mayo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

No es necesario, para rastrear el pensamiento de Otto Morales Benítez, y tampoco para entender su vigorosa personalidad, haber seguido con cuida­do su brillante itinerario público, ni incursionado en los libros que han brotado de su prolífica imaginación. Se llega a este escritor de mane­ra desaprensiva, y hasta con familiaridad, aunque no se le conozca de cerca, por el aliento que irradia su difundida hidalguía, que se presiente pegada a sus obras.

Su cordialidad es una institución y un reto dentro de nuestro mundo político y literario, tan dado a los amaneramientos. Intelectual de recia contextura, su estilo, con todo, está libre de alardes académicos y de pedanterías —de tan común ocu­rrencia—, para transmitir fácil la idea y hacerla accesible y sabia al propio tiempo.

Hombre de intensas compenetraciones intelectuales, ha alternado el servicio público con su irrenunciable devoción a las letras. Lo vemos, casi un niño, trajinando ya en los almácigos de las aulas provincianas, que conocieron desde temprano sus inquietudes literarias. Su afán de progreso se mani­fiesta en forma inequívoca apenas despejados los primeros peldaños escolares, y lo que en prin­cipio pudo ser, como sucede en muchos, inde­cisa perspectiva ante la vida, sería en él, con el correr de los días, propósito incancelable. No contento con escudriñar, a marchas aceleradas den­tro de su vehemente prurito de superación, los linea­mientos de los grandes pensadores del mundo, ha­bría de sumergirse en los océanos de la ciencia para extraer las riquezas que hoy atesora su patrimonio cultural.

Fue, y sigue siéndolo, líder de su generación. Y tal ha sido el influjo ejercido en el país literario —para no seguir hablando del político, que él man­tiene subordinado—, que otros hombres ilustres, dis­tanciados por el tiempo y el caudillaje de distin­tas escuelas y movimientos intelectuales, terminaron afiliándose a la que con tanto afecto y orgullo invoca de seguido como «mi generación».

Otto Morales Benítez, amante de su época y de su gente, regresa muchas veces al agro y a sus recuer­dos provincianos, enraizados de tal manera en su sensibilidad, que al escrutar su mundo interno y buscar en sus raíces explicaciones no siempre descifrables, encuentra las claves que le dieron impulso en la vida.

Con la misma facilidad con que recorre los ca­minos del universo y se arroba entre paisajes, entre murmullos y vientos extraños, penetra al alma de las personas. Es, por sobre todo, agudo intérpre­te de la humanidad. Sus incursiones en los terrenos de la historia no se conforman con el simple esbozo de los prohombres de las gestas patrias, sino que ausculta la vida de los héroes, explora sus debilida­des y grandezas, interpreta una época, tam­bién con sus marañas y sus intrincados orígenes, y modela sabios tratados sobre sociología, y no tan solo nuestra, sino además de otros pueblos.

Con igual delicadeza estudia los personajes literarios, los trabaja, los desdobla y los hace comprender. Fino catador de los alimentos del espíritu, son sus ensa­yos fértiles campiñas que hasta el viajero más desprevenido podrá disfrutar al abrigo de la hospi­talidad y del remanso que solo plumas maestras como la suya saben prodigar en medio del tráfago cotidiano.

Termina, de pronto, este viaje a lo largo del caudaloso pensamiento recogido en el último libro de Otto Morales Benítez y se experimenta el recón­dito deseo de continuar la marcha. Al voltear la últi­ma página de su itinerario intelectual, se sabe que se volverá a degustar con el mismo o acaso con superior placer este breviario de permanente consulta.

En la conciencia del país ha quedado impre­sa la huella de este maestro de la hidalguía, de la carcajada abierta y de la pluma en ristre. La carca­jada espontánea y este libro de nutritivas páginas producen la misma sensación: un tónico contra la acidez.

La Patria, 15-VIII-1974.

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