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La Línea

domingo, 22 de mayo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El tramo carreteable de mayor incidencia para la economía de la nación anda en constantes apuros. Siempre ha sido un paso difícil este de La Linea. No son muchos kiló­metros  los  que  van de Cajamarca a Calarcá y su recorrido se hace, al paso regular de un automóvil, en una hora. El doble, y quizá más, gasta un vehículo de carga. Es un trayecto básico, como que se trata de coronar el punto más alto de la cordillera para poder unir dos grandes pedazos del mapa separados por una naturaleza agresiva.

Es un recorrido lento, escabroso y azaroso. Hay momentos en que el motor, por más templado que se encuentre, trata de re­belarse. Los vehículos suben a paso de tortuga, en lucha contra un tránsito pesado y contra las amenazas de un terreno sembrado de obs­táculos. Luego se desciende con la máquina en acecho y los nervios en punta, abriéndose paso por entre riscos que parecen bambolearse en la altura.

Muy pocos colombianos ignoran las características de esa carretera. Es la vía de mayor importancia para el país. Por ella transita la carga que se recibe y se entrega en Buenaventura, puerto clave de nuestra economía, y se transportan los grandes recursos del occidente y del sur. Por más atención que ha recibido, con fuertes erogaciones presupuestales, nunca se ha logrado normalizar su servicio. Ni se conseguirá, pues la lucha contra la naturaleza es dispareja. Aun en tiempo normal la vía ofrece no pacas dificultades.

Cuando no es un barranco que se despren­de cerrando el tránsito y exponiendo  vidas, es un vehículo de alto tonelaje que se queda atravesado en cualquier curva, inmóvil como la roca contra la que logró sostenerse, obstruyendo  durante horas, y a veces durante días —y esto no es exageración—, el tránsito afanoso que avanzaba en ambos sentidos.

El invierno agrava el problema. Los derrumbes son frecuentes no solo en el paso de La Línea, sino a lo largo de todo el trayecto Ibagué-Armenia, por tratarse de una zona erosionada y propensa a los deslizamientos. Su conservación no solo demanda mucha técnica, ma­quinaria y operarios, sino que debe atenderse a un costo muy elevado. Y lo que es peor, existe una permanente amenaza de catástrofes por las montañas que a cualquier momento pue­den derrumbarse y por el riesgo del tránsito en esta zona de difícil acceso.

Se viene insistiendo, desde mucho tiempo atrás, en la necesidad de abrir una vía diferente. Hay estudios adelantados y proyectos concretos, con altas inversiones y a largo plazo, como que se trata de una obra gigante, de gran in­geniería. Pero hay que comenzar.

Se anuncian hoy soluciones apropiadas para Quebradablanca. Esto sucededespués de que el pro­blema hizo crisis con pérdida de vidas y con inmensos daños materiales. No es tarde para actuar con mayor decisión en el caso de La Línea. Las últimas noticias indican que los derrumbes son permanentes, activados por el crudo invier­no.

Antes que lamentar una nueva catástrofe, no es mucho pedir que las autoridades determinen si la vía debe seguir siendo transita­da o si es mejor bloquearla del todo, aun a riesgo de eventuales trastornos, mientras se ofrecen mayores seguridades. No es tarde tampoco para re­vivir los proyectos de la otra troncal y poner la primera pie­dra, o dar el primer plazo en esta obra fundamental para el desarrollo del país.

El Espectador, Bogotá, 23-XI-1974.

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