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La pesadilla de un banco

martes, 27 de octubre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

En Medellín me enteré del libro que Alberto Donadío acababa de publicar con el título de El uñilargo, en Hombre Nuevo Editores de esa ciudad, sobre la quiebra del Banco Popular en el gobierno del general Rojas Pinilla. Obra que me llamó la atención, ya que a dicho organismo estuve vinculado durante largos años y tuve, por lo tanto, ocasión de conocer el escándalo financiero a que se refiere Donadío. Ingresé al Banco Popular en el período de transición que va de los años de la crisis (1953-1957) a la subsiguiente etapa de saneamiento.

Esa interesante experiencia me permitió escribir en El Espectador (julio de 1991) tres crónicas tituladas Yo vi crecer un banco, en las que describí el proceso de rectificación financiera y moral que se llevó a cabo hasta lograr que la entidad quedara en los primeros puestos de la banca nacional. Dicho resultado se obtuvo gracias a los denodados esfuerzos hechos por la administración de Eduardo Nieto Calderón, que permaneció en la institución durante 17 años.

En 1950 nacía en Bogotá el Banco Popular bajo el liderazgo de Luis Morales Gómez, al convertirse el Montepío Municipal en banco prendario. Su capital inicial fue de $ 700.000 (US$ 250.000 de entonces). Abrió operaciones con seis empleados y $ 4.500 en caja. Nada fácil resultaba el reto de competir con los poderosos bancos de la época: Bogotá, Colombia y Comercial Antioqueño. Con todo, el éxito no se hizo esperar. En corto tiempo, al hacerse realidad la idea de democratizar el crédito, se impuso un nuevo estilo financiero en el país. Y la empresa comenzó a crecer.

En junio de 1953, con el golpe militar de Rojas Pinilla, habrían de ocurrir las graves desviaciones de que da cuenta Donadío. El conocido investigador apoya su testimonio en pruebas de la mayor credibilidad. Cumplido el primer año de gobierno, que fue de progreso y rectitud, a Rojas se le despertó la ambición por los negocios de tierra y ganados que lo haría incurrir en delicadas anomalías. Entran aquí en juego la compra fácil que el general hacía de ingenios en quiebra y el regalo generoso de reses que le llegaba de los hacendados.

El Banco Popular, que cada vez obtenía mayor vuelo gracias al apoyo oficial, se convirtió no solo en el financiador de los negocios particulares del general y sus amigos, sino en la caja menor del gobierno, contando con el necesario enlace del gerente de la casa bancaria, Luis Morales Gómez. Afirma el libro que Morales Gómez “dilapidó ingentes sumas en inversiones que fueron un fiasco”, entre las que se mencionan las sucursales en el exterior, la creación de la aerolínea Lloyd Aéreo Colombiano, la fundación de una fábrica de grasas en San Andrés y el manejo del periódico La Paz, gaceta adicta al gobierno, bajo la orientación del banquero Morales Gómez.

En estas operaciones se producía una lenta sangría económica y se violaban las sanas costumbres bancarias. El superintendente del ramo, Jorge Echeverri Herrera, que había detectado esta serie de ilícitos, los denunció ante el presidente Rojas y el ministro de Hacienda, Carlos Villaveces, y presentó un proyecto para intervenir el Banco, documento que debía firmar el ministro. Acto seguido, y en forma sorpresiva, Luis Morales Gómez fue nombrado ministro de Hacienda, sin desprenderse de la gerencia bancaria, ante lo cual el superintendente, así desautorizado, se vio precisado a renunciar a su cargo.

Después de la caída de Rojas, la Junta Militar determinó salvar la institución, pero a un costo exorbitante. Las pérdidas totales, según las cifras que presenta Donadío, ascendían a 55 millones de pesos (unos 9 millones de dólares), y la cadena de desfalcos y malas inversiones sumaban 24 millones de dólares. La operación de salvamento costaría, en dinero de hoy, unos dos billones de pesos. “Hasta ese momento -dice el autor del libro-, la historia de Colombia no registraba un caso de corrupción de esa magnitud”.

Ojalá dicho precedente hubiera servido para frenar en el futuro nuevos capítulos de inmoralidad. Lo cual no ocurrió así. La historia se repetiría en otros estruendosos escándalos financieros. El recuento que hace Alberto Donadío de aquellos hechos olvidados es elemento valioso para que las autoridades extremen las medidas de control a fin de evitar gigantescos fraudes, como el recordado en este libro, y que para desgracia del país suelen quedar impunes o castigados con mínimas penas.

El Espectador, Bogotá, 4 de marzo de 2004.
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