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La desgracia del alcohólico

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Si el joven que por primera vez se toma una bebida alco­hólica, que supone inocua, supiera el daño que se hace al aumentar esa práctica a lo lar­go de la vida, tal vez preferiría no haber conocido nunca el licor. Una investigación reciente indica que el grupo de perso­nas con más riesgo de conver­tirse en adictos al alcohol o las drogas es el de los primíparos universitarios (entre los 17 y los 19 años).

Por desgracia, el bebedor no se da cuenta ni admite el daño progresivo que esa práctica causa en su salud física y en su estabilidad emocional. Lo que en principio se considera pasatiempo social, a la lar­ga, cuando la persona se deja llevar por el vicio, será un in­fierno. Siempre se comienza por pequeñas dosis de licor. Para muchos, es un medio de extroversión, una fórmula para vencer la timidez y adaptarse a los ambientes sociales. Y así, poco a poco, a medida que la persona se hace hombre y se enfrenta a los rigores de la vida, se vuelve dependiente del trago o de las drogas.

En estados avanzados so­brevienen las grandes crisis de la salud física y mental para responder con equilibrio y res­ponsabilidad a las exigencias del trabajo, al comportamien­to dentro de la familia y al desempeño en la sociedad. Es cuando el bebedor adicto de­searía no haberse tomado el primer trago. Pero como ya su voluntad es débil, en lugar de mermar la dependencia la aumenta.

La misma investigación señala que el 80% de los universita­rios consumen bebidas alco­hólicas, y de ellos el 20% se halla en grave peligro de caer en las drogas. Veamos estas cifras aterradoras: en Colom­bia hay más de un millón de alcohólicos, cerca de 300.000 drogadictos y millón y medio de personas más que marchan a pasos precipitados hacia el alcoholismo.

Colombia es un país canti­nero. El Estado lo prohíja. Pero este juicio puede hacerse más severo: el hogar es la mayor cantina social. Todo se festeja al calor de los tragos. En la bebida se busca lenitivo para las penas, para las inhibi­ciones, para los fracasos. Las consecuencias de ese desen­cadenado comportamiento son desastrosas: accidentes de tránsito, heridos, muertes, abusos sexuales, pérdidas irrecuperables en los negocios, separaciones  conyugales, rui­na espiritual….

De los tres departamentos del antiguo Caldas donde más trago se consume es el Quindío. Esto reza igual con hombres que con mujeres. Quizá sea oportuno un minuto de re­flexión para hallar explicación a tanto desvío moral, a tanta tragedia familiar, a tanta muer­te prematura. En la mayoría de los casos, todo comenzó por el primer trago, a veces el de los 17 años, y otras todavía a más corta edad.

La Crónica del Quindío, Armenia, 7-V-1994.

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