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Adriano Páez: poeta del dolor

jueves, 15 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Antonio Cacua Prada ha publicado con el patroci­nio de la Alcaldía de Chiquinquirá –entidad que cumple extraordinaria labor cultural bajo los auspicios de Napoleón Peralta Barrera– un libro que rescata del olvido la vida y la obra de un destacado escritor boyacense del siglo pasado: Adriano Páez. Hoy pocos saben, incluso en Boyacá, que esta figura de las letras que poco se menciona en nuestros días, so­bresalió en la segunda parte del siglo XIX en los campos del periodismo, la poesía, la diplo­macia, la política y la docencia.

Nacido en Tunja en el año 1844, desde muy joven, apenas de 16 años, inicia su labor lírica. Y a los 20, es periodista. Con su inteligencia precoz despierta ad­miración de quienes lo ven de­sempeñarse en los ca­minos de la literatura. De sus lares nativos se traslada a la población santandereana de Socorro, donde conquista las posiciones de diputado a la Asamblea del Estado Soberano de Santander, subsecretario de Gobierno, secretario general del Estado y procurador del mismo. Más tarde será diputado a la Asamblea de Boyacá. Su sensibilidad lo lleva a identificarse con la causa de los humildes y deja por doquier –lo mismo en los años iniciales de su carrera pública, como a lo largo de toda su vida– pruebas de su bondad humana.

En la rama docente, que ejerce con ejemplar aposto­lado, imprime su carácter de humanista. En Bogotá es nombrado secretario general de la Universidad Nacional. Ya por entonces incursiona con talento y el aplauso de los escritores más notables en las esferas de las revistas y los periódicos de renombre. Sus ideas conquistan creciente interés.

En 1870, se traslada a Fran­cia como cónsul en El Havre, posición que desempeña por espacio de cuatro años. Desde allí colabora con prestigiosos periódicos y revistas europeos y entabla amistad con importan­tes figuras literarias. Se hace amigo de Víctor Hugo, quien años después le expre­sará, al agradecerle el envío de una revista desde Bogotá: «Usted es un noble espíritu, y con mi cordialidad correspondo a la de usted. Usted sabe cuánto amo a su generoso país. Yo tengo, como usted, amor a la luz, y por religión la libertad».

Adriano Páez es de los primeros escritores colombia­nos que luchan por la unidad latinoamericana. En París funda la Revista Hispanoame­ricana, y en Londres, la que bautiza La América Latina. A su regreso a Colombia en 1876, entra como director de El Diario de Cundinamarca, y al año si­guiente dirige la revista La Pa­tria. En sus ensayos da muestra de profunda erudi­ción. Su vena poética de estos años acentúa el dolor humano. Es una herida que se agranda con la tragedia del escritor, ya que en Europa había adquirido la enfermedad de la lepra.

Con los pocos ahorros que trae de su ejercicio diplomático compra en Bogotá, en las lade­ras de Monserrate, la quinta apacible que denomina La So­ledad, en la que se refugia sin perder el contacto con el mundo de las letras. Más tarde, urgido de clima caliente, se traslada a La Unión, camino a Fómeque, donde adquiere la casaquinta Vista Her­mosa. Cuando apremian las necesidades económicas, se ve obligado a vender el terreno para poder subsistir.

En 1880, contrae matrimonio con Carolina Baños, mujer admirable que ha de acompa­ñarlo hasta sus últimos días. La pareja se instala en Agua de Dios a fines de 1889. El poeta escribe allí el libro Viaje al país del dolor, estreme­cido testimonio de su angustia espiritual y física, que soporta con enorme fortaleza. Cuando se prepara a visitar a sus compañeros de infortunio para llevarles una palabra de con­suelo, como es su costumbre diaria, el brioso alazán lo lanza al suelo y le produce mortal herida. Muere pocos días des­pués, el 2 de abril de 1890, a los 45 años de edad.

Antonio Cacua Prada, al reca­pitular esta vida insigne, le hace justicia al escritor y periodista que cien años atrás enalteció el nombre de Colombia, y que hoy, como un estigma del propio dolor del poeta, su recuerdo yace sepultado en las sombras del olvido.

El Espectador, Bogotá, 20-XII-1994

 

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