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Herencia de recuerdos y llanuras

jueves, 15 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Pedro E. Páez Cuervo, poeta boyacense nacido en 1908, no había cum­plido los 30 años cuando cono­ció los Llanos Orientales. Evo­cando aquel viaje, cuenta que su sed de aventura lo hizo mar­char en busca de El Dorado, que no encontró, pero en cambio, dice, «saqué el material para el libro Casanare, el que fue conce­bido por el mágico esplendor de los paisajes llaneros».

En el momento en que un hijo suyo escribe estas líneas de res­cate de su poesía, han corrido 57 años desde que un boga le sembró en el alma la emoción llanera, gracias a la cual forjó el libro Casanare. Dicho libro no se publica nunca, si bien la mayoría de los poemas ven la luz en periódicos y revistas. En 1989, Germán Pardo García exalta esta poesía en Méjico, en brillante página de su revista Nivel.

El bardo alterna sus días en los Llanos entre el ejercicio de la medicina y el contacto con la tierra bravía. En medio de tora­das y yeguadas salvajes, al son de corridos y joropos, siente que la manigua lo su­byuga cada vez más. Mientras aspira paisajes y cultiva la pa­sión estética, se le ensancha el corazón en aquellos contornos del silencio y la inmensidad.

Su vida arde en fiebre de poesía. No concibe la existencia sino bajo la inspiración de las musas. No lo atrae lo material, abomina lo prosaico y se apasiona por los dones del espíritu y los destellos de la belleza. Su lira es un canto perenne a la mujer, los paisajes, los ríos, las pampas soberbias, los cielos majestuo­sos.

Moldea sus poemas con rigo­res de orfebre, bajo el efluvio de los amaneceres hechizados, y los decanta en las tardes sedo­sas y en las noches secretas. Sabe muy bien que la poesía, como las piedras preciosas, no necesita extensión sino magia. Él, que había viajado a los Lla­nos en pos de El Dorado, descu­bre la misma Tierra de Promisión que inspiró a José Eustasio Ri­vera. Ambos poetas, cuya voz lírica es lícito parangonar –con los matices propios de cada es­tilo–, describen paisajes interio­res junto con los panoramas de la tierra mítica.

Por épocas se ausenta de los Llanos, y a ellos regresa, con amoroso empeño, porque ese es su reino sentimental. Allí muere en su ambiente, en soledad de poeta. Como guardados en un arca, deja sus versos protegidos contra la impiedad del mundo. A sus hijos nos había hecho llegar, a través de los años, la herencia de poemas que hoy amuralla­mos en letras de imprenta con­tra la voracidad del tiempo.

Cuando en 1971 lo enterra­mos en Villavicencio, por los aires de las pampas se elevó una voz doliente que declamaba el soneto Interrogante y pregun­taba con las propias palabras del autor: ¿Quién cuidará mis versos cuando muera? El libro que hoy se pone en circulación gracias al patrocinio de Luis Alberto Páez Barón, sobrino y contertulio del poeta en una finca llanera, es la respuesta a ese clamor estreme­cido.

El Espectador, Bogotá, 6-III-1995

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Comentarios:

Pedro E. Páez Cuervo se hartó de paisa­jes, de llanuras, de ríos embravecidos, de garzas y de joropos y escribió poemas, relatos y leyendas del Llano. Ejerció la medicina, penetró en el alma de su gente, contó con humor pasajes de su vida meritoria, y alguna vez se interrogó a sí mismo y dijo: «¿Quién cuidará mis versos cuando muera?». Pues bien, 23 años después, Luis Alberto Páez Barón y Francisco Martínez Olmos han entregado un libro, Herencia de recuerdos y llanuras, que recoge todo aquello que nació de esa vida matizada de quijotescas andanzas y del sentimiento de un hombre boyacense, que asistió a la cita con la parca en Villavicencio y se fue pensando en que su trabajo quedaría al amparo del viento.

Gustavo Páez Escobar, un banquero que se cansó de ba­lances, de debes y de haberes, ha tenido la gentileza de ha­cerme llegar ese libro que trae un libérrimo mensaje, trozos de música, atardecer, reflexiones y vuelos majestuosos de albas aves. Veintitrés años después de la muerte del médico, poeta, periodista y escritor, aparece esta Herencia de recuerdos y llanuras. Gracias, Gustavo, por este gozo y este deleite. Guillermo García (redactor de El Espectador, 19-II-1995).

Leyendo esos sonetos de limpia factura parnasiana, donde los versos –briosos como los potros impetuosos– pasan «tascando frenos áureos bajo las riendas frágiles, recordamos, de inmediato, por el colorido, por el arrobamiento ante el  paisaje y por la sabiduría métrica con que están construidos, los rotundos de  José Eustasio Rivera en Tierra de Promisión. Y no solamente sentimos, al leerlos, las saudades de la vida eglógica y agreste de la Colombia de ayer, sino, a la vez, echamos de menos el estremecimiento romántico –los espasmos del alma – tan caros a nuestros padres y abuelos; y nos percatamos, no sin tristeza, de cuánto ha cambiado la sensibilidad, la temática y las apetencias de nuestros poetas y gentes contemporáneas. Vicente Landínez Castro (Repertorio Boyacense, Academia Boyacense de Historia, abril de 1995).

Por allá en 1872, a la temprana edad de trece años, empezó a brillar en el  firmamento de la literatura mexicana un astro de primera magnitud: Manuel Gutiérrez Nájera, reformador de la poesía en lengua castellana. De él bien puede afirmarse algo que Pedro Páez Cuervo, poeta colombiano, afirmó al hablar de los grandes escritores: «Las plumas elevan a los hombres lo mismo que a las aves: hacia el cielo». Hermosa figura ésta en que la palabra plumas –las de las aves y las que utilizan los escritores– son fundamentales. Luis D. Salem (Últimas Noticias, Ciudad de Méjico, 9-II-1995).

Don Pedro E. Páez Cuervo, nacido en un pueblo de Boyacá, Colombia, en junio de 1908, sintió sobre sus espaldas el peso de su misión al ser ungido divino bardo, y en busca de su inspiración, se escapó para los Llanos Orientales colombi­anos donde finalmente en Villavicencio, después de plasmar su obra poética rindió su vida al Creador a la edad de 63 años, el 29 de julio de 1971. De su Antología de Sonetos a Colombia y España quizás tengamos algunas muestras en el libro Herencia de recuerdos y llanuras publicado por sus hijos los hermanos Páez Escobar (entre ellos se encuentra nuestro gran amigo, banquero-novelista y periodista don Gustavo Páez Esco­bar). Este afortunado libro cuya pub­licación responde al clamor del pa­dre poeta: «Pero tiemblo de horror en el instante en que surge el tremendo interrogante: ¿Quién cuidará mis versos cuando muera?», resca­ta para la posteridad esos impecables sonetos y epigramas contenidos en los cinco apartes de la obra. Vicente Jiménez (La Semana, Orlando, Florida, 18-V-1995).

Para mí ha sido una grata sorpresa el encontrarme con un poeta fino, respetuoso de la rima y del idioma, y autor de impecables sonetos. Leyéndo­lo me he encontrado con un hermano en el amor a los Llanos colombianos y con un fino humorista, quien recuerda a ratos a Luis Carlos López. Óscar Echeverri Mejía, Occidente, Cali, 17-XI, 1995. El Colombiano, Medellín, 9-I-1996).

Pedro E. Páez Cuervo antes de cumplir los 30 años se fue a los Llanos «a buscar El Dorado” y se enamoró de esa tierra de promisión, “se lo tragó la… llanura” (parodia que a él mucho le habría gustado). Allá escribió su libro Casanare, que dejó inédito –a pesar de que fue elogiado por Germán Pardo García– y que 23 años después de su muerte se publica con el título de Herencia de recuerdos y llanuras (1994). “Es el himno sentimental de un vate olvidado que conjugó la vida con ideales quijotescos”, dice su hijo Gustavo Páez Escobar. Rogelio Echavarría (en su libro Quién es quién en la literatura colombiana).

El homenaje que tú y tus hermanos hacen a la memoria de tu querido padre me ha parecido bellísimo. Deduzco, al leer sus versos y prosas, que tu padre fue un hombre muy alegre, jovial, enamorado de la Belleza y de las bellas…, en fin, una persona muy querida cuyo recuerdo perdura para siempre en cada uno de ustedes. Aída Jaramillo Isaza (directora de la revista Manizales, 19-IV-1996).

 

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