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Testamento lírico de Óscar Echeverri Mejía

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Nació predestinado para la poesía. Casi un niño, ya hacía sus primeros versos  furtivos. Lo descubre el intelectual Fabio Vásquez Botero, quien en carta  secreta al diario La Patria, de Manizales, anota: “Tiene un trino vacilante que denuncia al pichón, pero la idea –honda y purísima– revela que él es también de la ‘Real Casa de Madrid’. En la poesía está amaneciendo. De trucos y primores idiomáticos ignora lo mejor. Carece de información. Eso sí: su edad biológica lo absuelve del pecado: tiene 17 años”.

Y han corrido 60 años. Hoy, ya informado de los menesteres del sagrado oficio,  Óscar Echeverri Mejía es uno de los poetas grandes de Colombia. Lleva 22 libros publicados. Su obra es ejemplo de casticidad y galanura gramaticales. En sus co­lumnas de prensa ha batallado siempre por la pureza del idioma. Esto le hace conquistar, a los 38 años de edad, su ingreso a la Academia Colombiana de la Lengua, y sobre todo el respeto de sus colegas y la admiración de sus lectores.

A su descubridor literario es preciso reconocerle el don de la profecía. El pupilo se fue lejos y ya coronó los nimbos de la gloria. Tras una vida de total entrega al arte de los dioses, el adolescente de los 17 años, que ahora recrea la edad dorada en un predio campestre de Buga, ha demostrado asombrosa vitalidad entre surcos sentimentales y copiosas cosechas líricas. Su pasión por el campo se la transmitió su padre, un poeta y elemental –“a la manera del pájaro que canta sin recordarlo luego”–, quien le hirió el alma con las embriagueces de la naturaleza y lo incitó a ser cantor de montañas y paisajes.

El mundo cotidiano ha sido capturado por la honda sensibilidad de este viajero de encantados caminos; unas veces fueron las sendas de su tierra colombiana, y otra, las lejanas geografías a donde se desplazó con su valija diplomática y su maleta de ensueños. Con su Lección lírica de Colombia, que es un viaje emotivo por el alma de la patria, fue recibido con aplausos en la Academia Colombiana de la Lengua. Con España vertebrada, un canto a la tierra ajena que le dio albergue maternal y le ensanchó los horizon­tes poéticos, refrendó su amor por la historia y los pueblos.

Óscar Echeverri Mejía, de raza an­dariega, no fue hombre de residencia fija. Transitó muchos senderos y pro­bó muchos vinos. Nace en Ibagué, y a los tres meses se traslada a Pereira,  la que considera su cuna verdade­ra. Se moviliza por distintos lugares de Colombia. Como diplomático visita España, Méjico, Venezuela y Pana­má. Trotador de mundos y experien­cias diversas, en la edad del sosiego se afinca, con la piel curtida y el corazón lozano, en su parcela idílica de Aguasabrosa.

Analicemos el significado de esta morada: agua sabrosa. El agua ha sido para él obsesionante. El mar siempre lo ha seducido. En su alma resuenan, y lo abisman, las gaviotas, las caracolas, los oleajes, las barcas, los arrecifes, los cielos abiertos, con sus ecos de eternidad. Botella al mar se denomina su columna de prensa, y dos de sus libros reciben los nom­bres de Mar de fondo y Escrito en el agua.

Uno de sus poemas más her­mosos es el titulado El mar inmóvil de los Llanos, donde establece el símil entre las aguas embravecidas del océano y el embrujo de las llanuras. Allí sitúa al hombre con sus deslumbramientos, soledades y borras­cas interiores.

Este maestro de la palabra, artífice del soneto clásico y la metáfora de fina estirpe, y romántico por naturaleza, le ha cantado a todo. Su alma no tiene país, ni fronteras. Tal es el fin de la auténtica poesía. Su primer libro, Destino de la voz (1942), publicado a los 24 años de edad, sería premoni­torio de su vocación irrenunciable. Pudo haber sido hombre de negocios, pero prefirió serlo de versos. Su pa­rábola está escrita. Sin embargo, si­gue enhebrando emociones en su paraíso de Buga. Es un alma cau­dalosa como los ríos y los mares que se deslizan por su obra.

Severino Cardeñoso Álvarez, escri­tor y periodista español, rinde tributo al ilustre colombiano en espléndida edición de 400 páginas que recoge no sólo un gran volumen de la poesía de Óscar Echeverri Mejía, sino juicios críticos y valiosas referencias sobre su vida y sus libros. El homenajeado no conoce personalmente al editor, lo que representa un milagro dentro del mundo avaro de las publicacio­nes. Este hecho insólito, y desde luego envidiable, pone de relieve la valía de la obra. Con la grata sorpresa para el vate de que la tierra lejana a la que cantó en sus poemas, hoy retribuye su afecto. El libro es un testamento lírico. Pero el poeta resiste aún muchas travesías.

Boletín de la Academia Colombiana, Nos. 187-188, enero-junio de1995.
Revista Manizales, diciembre de 1995.
Dominical – La Tarde, Pereira, 11 de febrero de 1996.

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