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Cancún, ejemplo para imitar

viernes, 16 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La isla de Cancún tiene 300.000 habitantes y es conocida como la joven de Méjico. Hace apenas 20 años se proyectó como sitio de atracción para fortalecer la economía de la península de Yucatán, y hoy es un paraíso del turismo internacional. Méjico, que ha hecho del turismo una de sus rentas más importantes, recibe por Cancún la quinta parte de la cifra total que por dicho concepto ingresa al presupuesto de la nación.

En reciente visita a la isla, la que se encuentra rodeada de una naturaleza prodigiosa y está favorecida con los servicios de una estructura turística de primera calidad, me hice la siguiente reflexión: ¿Por qué en Colombia no sucede lo mismo? Tenemos maravillosos encantos naturales, climas para todos los gustos, dos mares, gente amable, sitios exclusivos, y sin embargo… Este sin embargo es el que nos distancia de países desarrollados en turismo como Méjico.

Nos han faltado visión y audacia para explotar las riquezas de que disponemos. No hemos tenido ni el presidente ni el ministro de Hacienda que hayan concebido el turismo como uno de los recursos más sólidos para robustecer las debilitadas finanzas. En Colombia los gobernantes lo resuelven todo con impuestos.

La hotelería de Cancún, que ofrece alrededor de 20.000 habitaciones, se halla entre las más avanzadas del mundo. Esto no hubiera sido posible de no contar con las ventajas de la ciudad construida con los mayores sistemas de planeación, y con visión futurista, donde todo está calculado para el crecimiento estable. Primero se pensó en la estructura de los servicios públicos, en el diseño del casco urbano, en la adecuación de las playas y los sitios de interés público, en la construcción de las vías (en las que no se encuentra un sólo bache en cualquier recorrido que realice) y en la formación de la conciencia turística.

Sobre esas bases vino el desarrollo de lo que es hoy el centro dinámico y fascinante, visitado por viajeros de todas las nacionalidades, el que cada día progresa más y conquista mayores divisas para el progreso de la nación. ¿Podrá decirse lo mismo de Cartagena, Santa Marta o San Andrés?

Hay que admitir, con dolor patria, que en Colombia carecemos de vocación turística. Los gobiernos no se han preocupado por estimular esa vena dormida, y por eso los colombianos se van al exterior en busca del turismo seguro y confortable.

En el sitio que presento como modelo de turismo –y que me perdonen las comparaciones odiosas– existen otros dos factores fundamentales que hacen sentir cómoda a la gente, en los que vale la pena meditar. El primero, el de la amabilidad que se dispensa al visitante en cualquier lugar a donde llegue. El ambiente de hospitalidad está regado por toda la isla. Por eso, se regresa de allí con un sentimiento grato. Y el otro, el de la seguridad. Los sistemas de vigilancia en la isla, y sobre todo la noción de respeto al turista que allí se ha inculcado, permiten disfrutar de absoluta tranquilidad. Y quedan deseos de volver.

El Espectador, Bogotá, 7-VI-1997.

 

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