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Corte de cuentas

sábado, 11 de febrero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Las esperanzas de cambio que se manifestaban en Colombia hace cuatro años, son muy parecidas a las que existen en estos momentos de crisis nacional. Traumatizada la nación por el proceso 8.000, que le quitó gobernabilidad a Samper y destruyó sus pregonados planes de mejoramiento social, se confiaba en que el gobierno de Pastrana significaría una época de rectificación y progreso. Las promesas que en 1998 halagaron el ánimo de los colombianos y determinaron el triunfo electoral de entonces, bien pronto comenzaron a desvanecerse y a la postre la nación sufrió la misma frustración vivida desde mucho tiempo atrás.

La opinión general indica que hoy el país está peor que hace cuatro años. La suerte del gobierno de Pastrana comenzó a desviarse desde que Tirofijo dejó vacía la silla en el encuentro del Caguán. A partir de ese gesto desobligante, las conversaciones de paz se convirtieron en una de las mayores farsas que hayan ocurrido a lo largo de la historia, realidad que nunca quiso aceptar el Gobierno, no por falta de evidencia, sino por exceso de confianza en la guerrilla habilidosa y prepotente.

La desmedida terquedad presidencial frenó, como en el caso de Samper, la ejecución de los programas anunciados a los cuatro vientos. Hoy, al término del cuatrienio, llegamos a la desastrosa realidad de un pueblo cercado por la pobreza, el desempleo y el terrorismo, los mayores frentes que deberá atacar el gobierno de Uribe. La complacencia con que se trató a los grupos subversivos, debilidad o ingenuidad que ellos supieron aprovechar para aumentar su poder bélico y entronizar su presencia en todo el territorio nacional, permitió el estado de guerra en que hoy nos encontramos.

A Pastrana le faltaron norte y liderazgo. Parecía desconocer el camino para donde se dirigía, y por eso el país andaba al garete: con ministros peleándose a la luz pública, con altos funcionarios comprometidos en negociados y conductas ilícitas, con frágiles medidas para taponar las arterias rotas de la economía y de la angustia popular, con creciente éxodo de desplazados… En fin, con un desgobierno cada vez más maniatado por la inoperancia. De tropezón en tropezón, la imagen presidencial se desgastó hasta límites insospechados en los momentos de triunfo: el 64 por ciento de los ciudadanos tiene sobre el presidente que se va una opinión negativa.

No todo, sin embargo, ha sido fracaso y no sería justo dejar de reconocer algunos logros. El primero de ellos, el buen manejo de las relaciones internacionales y sobre todo el rescate de credibilidad ante Estados Unidos, cuya confianza hacia Colombia se había deteriorado a raíz de la infiltración de dineros mafiosos en la campaña de Samper. Al final de su mandato, Pastrana terminó dándoles un zarpazo a las guerrillas al conseguir que los gobiernos del mundo las deslegitimaran como fuerzas políticas, asignándoles su verdadero carácter de terroristas, lo que facilita la captura de sus cabecillas en el ámbito universal.

El Plan Colombia, programa diseñado para combatir el narcotráfico y crear medios de bienestar social dentro del conflicto armado, es otro triunfo del Gobierno, y sus beneficios habrán de verse más adelante. El proceso de modernización de las Fuerzas Armadas, reflejado tanto en su mayor capacidad profesional como en la dotación de superiores elementos de combate, le asegura a Pastrana puesto destacado en la lucha contra la subversión.

Ningún colombiano puede en justicia ignorar los esfuerzos de Pastrana por conseguir la paz. Es cierto que se equivocó de caminos, de estrategias y en algunos casos de amigos, pero tuvo las mejores intenciones de acertar. Fue un patriota, a pesar de sus errores, y hoy muestra el aspecto del hombre desmejorado físicamente como consecuencia del trabajo angustioso que libró, en el que comprometió sus energías y empeños para tratar de salvar al país. Será el futuro el que exprese su veredicto claro sobre esta etapa sometida a tantas complejidades y tantos fenómenos sociales. Hoy la pasión nacional no permite el juicio sereno.

La nueva esperanza de cambio –esperanza que resucita cada cuatro años – va ahora dirigida hacia el gobierno de Uribe, en quien se cifran las mayores ilusiones por la recuperación de la patria. Él sabe de sobra dónde está parado y cuáles son las angustias populares. Hoy, como en los gobiernos precedentes, se anuncian sustantivas reformas sociales, políticas y económicas para curar las graves calamidades que nos agobian.

Ojalá dentro de cuatro años no haya que hacer el mismo balance negativo entregado por los mandatarios en los últimos tiempos. No nos falle, señor Presidente. Que Dios y su tierra paisa lo iluminen.

El Espectador, Bogotá, 31-VII-2002.

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