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Los perros de la guerra

sábado, 11 de febrero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Jennifer, la cocinera de confianza de Alfonso Cano, salió de la vivienda junto con las dos mascotas del guerrillero: Pirulo y Conan, labrador dorado y perro criollo. Ella era la encargada de cuidarlos cuando no estaban con su amo, que era en contadas ocasiones. Por las mañanas, luego de asearlos y darles de comer, Jennifer los llevaba a dar una vuelta por los alrededores.

Cumplida su misión, aquel día entró con los perros a la vivienda, a las tres de la tarde. Entre la empleada y el par de mascotas se habían establecido grandes lazos de afecto. Los perros, nobles por naturaleza, poseen fino instinto para distinguir con rapidez a las personas que los quieren, y a las que, por el contrario, no los quieren. Y así mismo demuestran sus preferencias. Pirulo y Conan vivían jubilosos con Alfonso Cano, con quien habían realizado largas  travesías por la selva. Y con Jennifer, que les daba de comer y todos los días los sacaba a pasear.

Lo que ella no sospechaba era que sus pasos estaban vigilados. Los ojos de algún soldado vieron la entrada de los perros a la vivienda oculta en la espesa montaña, la que había sido usurpada a un indígena. Ya se sabía que el guerrillero se desvivía por sus mascotas hasta el punto de no permitir que se les dijera perros: había que llamarlos por sus propios nombres, equivalentes a los nombres de pila de los humanos en el agua bautismal. Las mascotas (se sabía con precisión que se trataba de dos perros) se convirtieron en su perdición. Pirulo lo acompañaba desde la antigua zona de distensión.

Sin quererlo (porque los animales no tienen malos sentimientos, como los hombres), las mascotas entregaron a Cano a las autoridades. Ese día, la casa fue bombardeada y en el ataque cayó el guerrillero más buscado del país, que varias veces se había escabullido como por arte de magia por entre las ráfagas que estuvieron a punto de darle captura o abatirlo. Esta vez lo delató su afecto por los perros, uno de los pocos afectos que conservaba. Conan fue herido en el combate y Pirulo huyó. Ambos dejan escritos sus nombres como personajes de la violencia colombiana.

En las filas contrarias, las del Ejército, hay una heroína: la perra Sacha. Era  experta en antiexplosivos, labor para la que había sido adiestrada durante largo tiempo, y en la que realizó más de cien operaciones exitosas. Se tiraba desde el helicóptero en compañía del soldado que guiaba sus pasos, y en la profundidad de la selva descubría las minas antipersonas y olfateaba la presencia del enemigo. Después de cinco años de combates, murió abaleada en el bombardeo al campamento del Mono Jojoy. Su maestro, el soldado Zamora, dice que su pérdida es igual de dolorosa a la muerte de un hijo. Para honrar su memoria, a Sacha le levantaron una estatua.

Durante el presente año, más de veinte perros antiexplosivos han caído en campos minados. Las noticias no suelen informar sobre estos mártires de la guerra. Son héroes anónimos que mueren en el campo de batalla y que carecen de una cruz o de un recordatorio dentro de las bajas de la población civil o militar. Las noticias de prensa informan así, por ejemplo: “Dados de baja diez guerrilleros en el Cauca”, y al día siguiente: “Fueron abatidos ocho policías en Arauca”. ¿Y los perros? Ellos no tienen prensa. No tienen dolientes.

Hay escuelas caninas de entrenamiento, tanto del Ejército como de la Policía, dedicadas a la lucha contra los explosivos, donde están matriculados estos perros inteligentes que se especializan en el rastreo de olores y de huellas, y a la postre mueren en los combates. Unos sobreviven. Otros ganan, con su muerte, medallas de heroicidad, como Sacha. O pasan a la historia, como Pirulo y Conan, por haber pertenecido a un guerrillero famoso. Todos merecen honores, no importa el campo donde hayan vivido.

La guerra no solo es de los hombres, sino también de los animales. Y no solo el perro es protagonista de las contiendas salvajes: a lo largo de la historia también se han empleado caballos, cabras, camellos, palomas mensajeras, aves de corral… Educados todos con el fin siniestro de ayudar al hombre a destruir a su propio hermano. Esa es la guerra: elemento monstruoso, rapaz, depredador, asesino,  que busca no dejar nada en pie, ni siquiera la nobleza y la inocencia de los animales.

El Espectador, Bogotá, 17-XI-2011.
Eje 21, Manizales, 18-XI-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-XI-2011.

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Comentarios:

Excelente columna de los animales de la guerra. Por fin algún medio se dio cuenta que ellos existen en esa guerra que se inventaron los humanos y que no tienen nada que ver. Jaime A. Reyes.

Me gustó el sentido homenaje a esos héroes, que son sacrificados,  al pagar con su vida la lealtad a sus amos. Recuerdo  los elefantes de Aníbal, el legendario estratega y conquistador cartaginés, quien  los convirtió en verdaderas máquinas de guerra. Gustavo Valencia García, Armenia.

Qué bello homenaje a los perros, a todos los animales que nosotros, los seres humanos, a veces tan crueles, a veces tan innobles, metemos en nuestras «broncas», como suele decirse en México. Diana López de Zumaya, colombiana residente en Méjico.

Muy buena nota. A mí también me ha llamado la atención la presencia de estos nobles animales en la guerra. Me pareció muy triste la suerte que corrió la perra Sacha.  No sé por qué razón las asociaciones defensoras de animales no hacen nada al respecto.  Carmen Arévalo (correo a El Espectador).

Acá en Estados Unidos,  los perros de la policía son oficiales de la policía y son condecorados por sus actos de valor y los respetan y protegen como a cualquier otro oficial. Mauricio Guerrero.

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