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Las mipymes: motores de progreso

miércoles, 6 de enero de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

El Club de Banqueros y Empresarios, presidido por Mauricio Borja Ávila, gerente nacional de Vivienda del Banco Popular, ha publicado un importante libro digital: Principales conceptos financieros y contables para mipymes. Conocí dicha obra por el presidente del consejo de administración de Coempopular, Alfonso Cuenca Ramírez, y la leí con atención. Tanto él como Eduardo Pacheco Zapata, gerente de esta entidad, y su equipo directivo asistieron a un provechoso curso sobre la  materia dictado por 16 conferencistas en torno a la organización cobijada bajo el acrónimo mipyme: micro, pequeña y mediana empresa.

Este vocablo, que ha hecho carrera en los últimos años, se robustece con la ley aprobada en días pasados para impulsar el emprendimiento en Colombia. Emprendimiento y emprendedor son palabras que se refieren al esfuerzo, la actitud y la aptitud para acometer proyectos que conduzcan a la creación de nuevas empresas y, por consiguiente, al desarrollo económico y laboral del país.

Este sector cuenta con una herramienta fundamental y es la ley 590 del 2000, cuyo espíritu es promover el crecimiento de las mipymes. En los 20 años corridos desde entonces han sido creadas numerosas empresas de este tipo que se han convertido en motores del progreso nacional. Su participación en el PIB es del 28 por ciento, y alrededor del 67 por ciento del empleo en Colombia, según datos de la revista Dinero. El presidente Duque manifiesta que este es uno de los principales programas de su gobierno, y aspira a vigorizarlo mucho más en el tiempo que le falta.

El libro en referencia contiene las normas básicas para la correcta ejecución de los campos contable y financiero que deben seguir las empresas a fin de obtener el éxito de sus actividades. Cuando se carece de esta disciplina, tarde o temprano se llegará al fracaso. Las quiebras que ocurren en la vida empresarial se deben en buena medida a la falta de preparación o de interés para el manejo y control de las cifras, más que a la falta de oportunidades para los negocios. Este libro, que posee eminente carácter didáctico, suministra explicaciones, cuadros, ejercicios y otras pautas necesarias para el oficio de emprendedor.

En el pasado, la entidad abanderada de este sector fue Acopi, fundada en 1952,  la que tuvo notable desempeño como impulsora de la “pequeña y mediana industria”, como entonces se denominó. Hoy, 68 años después, continúa en el mismo propósito como agremiación que busca el fortalecimiento de las mipymes. En aquella época, Acopi y el Banco Popular se unieron en solidarias campañas de apoyo al área productiva, representada en lo que hoy son las micro, pequeñas y medianas empresas.

Es preciso anotar que el Banco Popular fue el primer líder de la industrialización del país. Auspició la creación de Acopi, y en 1967 fundó la Corporación Financiera Popular, que cumplió exitosa función como instituto crediticio y de asistencia técnica. El Banco Popular llegaba a los sectores más necesitados de la población y fomentaba el desarrollo nacional con planes de vasto alcance.

De ayer a hoy muchas cosas han cambiado en el país. Y seguirán cambiando. La pandemia traerá sorpresas y transformación. El mundo será distinto. En medio de este proceso subsiste la necesidad de crear más y más empresas rentables, bien organizadas y dirigidas, que sean eslabones del bienestar colectivo y canales de la realización personal de los empresarios.

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El Espectador, Bogotá, 2-I-2021
Eje 21, Manizales, 1-I-2021
La Crónica del Quindío, Armenia, 3-I-2021

Comentario 

Muy buena la remembranza financiera sobre Acopi y el Banco Popular acerca de su contribución al fomento de la pequeña y mediana Industria, en el pasado. Pero son tantos los desaciertos, mentiras y promesas incumplidas de este fallido gobierno actual que ya resulta difícil empezar a creerle. Gustavo Valencia García, Armenia.

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El detestable 4 x 1.000

sábado, 21 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Uno de los impuestos más aborrecidos por los colombianos es el del 4 x 1.000 sobre los movimientos financieros. ¿Qué economista o político fue el autor de esta singular iniciativa? Ojalá alguien nos lo cuente. Se creó en el gobierno de Andrés Pastrana mediante el decreto 2331 del 16 de noviembre de 1998, en una cuantía del 2 x 1.000 y con carácter transitorio de un año. Y va a cumplir quince años.

Su finalidad era resolver la aguda crisis financiera que se vivía en aquellos días. Luego vinieron la recesión económica y el terremoto del Quindío, y para remediar sus efectos se echó mano a este tributo que ya había mostrado su eficacia y no causaba mayor resistencia en la opinión pública. La ley 633 del año 2000 mantuvo el impuesto para la reconstrucción del Eje Cafetero, lo elevó al 3 x 1.000, y lo volvió permanente.

La sabiduría popular dice que la mejor manera de hacer permanente una norma es crearla con carácter temporal. A veces solo se necesita agregarle el “articulito” a que se refirió hace pocos años un célebre personaje del país. De ese facilismo nacen la improvisación, el atropello, la sinrazón y la injusticia con que muchos legisladores y altos funcionarios manejan la suerte de los ciudadanos.

Veamos qué más ha ocurrido con el mentado impuesto que hoy produce el rechazo y la ira del país entero. Como se trata de un gravamen silencioso y continuo que afecta las operaciones bancarias, se volvió cómodo para los gobernantes. En el año 2003 vino un nuevo incremento, al 4 x 1.000, esta vez para conjurar la crisis de las finanzas públicas. Siempre habrá un motivo. En el 2010 se aprueba desmontarlo, con lo que 1se cumpliría la oferta del presidente Santos en su campaña presidencial. Pero surge la emergencia por la ola invernal, y no se toca. ¿De dónde se sacaría la plata para semejante catástrofe? El motivo de siempre. La burla de siempre.

Llegamos al 2013. El Presidente tenía previsto bajar dos puntos en el presupuesto del 2014, y los otros dos puntos (hasta eliminar el odioso tributo) en los años 2015 y 2016. Pero llegó el paro obrero, y los beneficios ofrecidos al gremio ascendían a 3,1 billones de pesos. ¿De dónde sacarlos? ¡Del 4 x 1.000, obvio! Oigamos esta victoriosa –a la par que ligera e insensible– declaración del ministro de Hacienda: “Si el impuesto sirvió para rescatar a los bancos cuando se creó, ahora debe servir para rescatar el agro”.

Lo de siempre: el facilismo. ¿Por qué no se piensa en un impuesto a los dividendos, del 4 o el 5 por ciento, como lo propone el representante a la Cámara David Burguil? ¿Por qué no se reduce el gasto público? ¿Por qué no se idea una medida sensata, en lugar de acudir a la cuerda de menor resistencia? Dice el senador Juan Mario Laserna que “el 4 por 1.000 no es la fuente de financiación ideal, porque es un impuesto distorsionante”. Impuesto que, por otra parte, atenta contra el ahorro del país, ya que mucha gente prefiere guardar la plata “bajo el colchón”, en lugar de pagar contribuciones absurdas.

Así de fácil se maneja la paciencia de los colombianos. Se administra en función de la conveniencia personal, del afán del momento, del menor esfuerzo, no del bien público. Lo que ha sucedido con el 4 x 1.000 (que se decretó para un año y hoy llega a quince) pertenece al estilo irresponsable con que se dictan muchas normas. Esto no corresponde a un ejercicio serio, planeado y eficiente, sino, por el contrario, a falta de estudio, de reflexión y de tino para saber encontrar las fórmulas maestras.

El Espectador, Bogotá, 18-IX-2013.
Eje 21 (editorial), Manizales, 19, IX-2913.
La Crónica del Quindío, Armenia, 21-IX-2013.
Mirador del Suroeste, N° 49, Medellín, diciembre;2013.

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Comentarios:

Muy interesante punto de vista. Creo que el tema debe mover a la reflexión sobre las soluciones de fondo y de largo plazo, en lugar de las que salen de la creatividad de nuestros ilustres dirigentes que solo miran un poco más allá de las narices. Luis Fernando Jaramillo Arias, Bogotá.

Artículo muy acorde con la realidad del país: lo que es transitorio se vuelve permanente (hasta los presidentes lo saben, hacen el primer periodo como transitorio para reelegirse en un segundo periodo permanente…)  José David Arango F., Bogotá.

Si el 2 por 1.000 que impuso Pastrana a los colombianos fue para salvar a los banqueros, ¿por qué ahora que todos los trimestres anuncian utilidades de 3, 4, 5 billones no nos llaman a los colombianos a participar de ellas? Se socializan las pérdidas pero no las utilidades. Justicia para los de ruana. Nemizaque (correo a El Espectador).

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Tarifas financieras

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el primer encuentro que tuvo el presidente Santos con los banqueros les manifestó  lo siguiente: “Hay que ser imaginativos, hay que diseñar programas, hay que hacer publicidad creativa, hay que ver la forma de bajar los costos de tener una cuenta bancaria o los requisitos para entrar al sistema bancario, sin elevar demasiado el riesgo de las entidades”.

Casi nada es lo que se ha conseguido como respuesta del sector financiero al mensaje presidencial. Y han corrido nueve meses desde que se inició el actual Gobierno. Desde los inicios de su administración, el presidente Santos expuso como punto vital para impulsar una de sus locomotoras el de aumentar la bancarización del país, programa consistente en obtener, mediante mayores atractivos, el ingreso a la banca de un buen número de colombianos que, pudiendo hacerlo, se mantienen marginados de esas instituciones.

El nervio para lograrlo está en la disminución razonable de los altos costos que pagan  los usuarios de las cuentas y de las tarjetas bancarias. En el manejo de una cuenta de ahorros, por ejemplo, los bajos rendimientos que recibe el cliente quedan borrados, en la mayoría de los casos, por la cantidad de contribuciones que deben pagarse al sistema. Por eso, buen número de colombianos prefiere dejar su dinero “debajo del colchón”, con este elemental raciocinio: ¿para qué guardo mi plata en el banco si salgo perdiendo, y además me expongo a que desaparezca en manos de los defraudadores que hacen de las suyas en las entidades financieras?

Este potencial de dinero improductivo se está perdiendo para la economía del país. De ahí el interés del Gobierno por lograr ingresarlo a la banca. Sin embargo, los banqueros han estado remisos a disminuir sus tarifas. En vista de lo cual, el ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry, adoptó con ellos una posición severa al advertirles, hace varios meses, que si no se conseguía ese propósito de manera armónica, se pensaría en la intervención de las tarifas.

Por su parte, el superintendente financiero, Gerardo González, habló de mano dura contra los abusos de algunas entidades, y el vicepresidente, Angelino Garzón, dijo que las entidades “no tienen contemplación” a la hora de hacer esos cobros. Así caldeado el ambiente, el Gobierno decidió aumentar la tasa de usura como un incentivo a la banca, que de esta manera cuenta con un margen superior para el rendimiento de la cartera.

Tres o cuatro entidades financieras anunciaron, con grandes titulares en la prensa, la eliminación de algunas tarifas. Actitud plausible, aunque aislada, que no soluciona el problema de conjunto. Mientras tanto, la pelea del ministro de Hacienda con la banca se ha apaciguado. La gente se pregunta qué ha sucedido después de tanto alboroto, para que las cosas en líneas generales sigan lo mismo. María Mercedes Cuéllar, presidenta de Asobancaria, ha mantenido no solo una posición cerrada en defensa del gremio que representa, al oponerse a la rebaja de las tarifas o a su intervención, sino antagónica frente al ministro Echeverry.

En estos días la Superintendencia Financiera publicó en la prensa un cuadro donde se discriminan las tarifas y las tasas de interés por las tarjetas débito y crédito que cobran (o no cobran) las entidades bancarias que operan en Colombia, y al principio de la página aparece esta anotación: “¡Nosotros le informamos, usted decide!”.

El propósito de este aviso –se entiende– es el de que los propios clientes escojan, bajo dicha consideración, el organismo que más les convenga. Es una especie de veto contra las tarifas más costosas. Pero cabe pensar que por este método no se atacará la raíz del problema. Se esperan medidas efectivas para que la clientela de los bancos pueda respirar mejor. Esta lucha viene desde hace varios años.

El Espectador, Bogotá, 19-V-2011.
Eje 21, Manizales, 19-V-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 21-V-2011.

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La cultura del centavo

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

De acuerdo con el proyecto de ley presentado por el ministro de Hacienda,  un automóvil que hoy vale veinte millones de pesos pasará a valer veinte mil pesos. Una casa de cincuenta millones de pesos se comprará por cincuenta mil pesos. Con ochocientos pesos, una familia de escasos recursos –donde tres de sus miembros ganen el salario mínimo– atenderá el costo de la canasta familiar. Un almuerzo popular se conseguirá por tres pesos y el boleto en Transmilenio, por ocho centavos.

¡Alto! Este arte de magia no ca­be en Colombia, donde el poder adquisitivo de la moneda es cada vez más apabullante, y menos con gobierno tan alcabalero como el actual, que no halla qué más impuesto decretar. Esta fórmula de ilusionismo se desvanece al contemplar el mismo proyecto en el que el salario mínimo bajará de $260.000 a $260, y así todos los activos. Es decir, con una moneda tan desvalorizada como la nuestra, el ministro de las finanzas se ha armado de tijeras para quitar tres dígitos a los ingresos y los egresos, con lo cual quedaremos en el mismo estado precario de antes.

Sin embargo, de esta fórmula salen varias ventajas: 1) dejaremos de portar tantos billetes y monedas en los bolsillos, dinero que, por insignificante que sea, nos ex­pone a un secuestro; 2) las calcula­doras de ocho dígitos volverán a ser útiles; 3) aprenderemos a ma­nejar decimales, ejercicio que ya no dominamos por culpa del tec­nicismo; 4) los choferes de buses y taxis no se quedarán con las vuel­tas; 5) para no darle gusto al mi­nistro con su acariciado tanto por mil (una de las prácticas más noci­vas para el país por los perjuicios que causa a los bancos y al ahorro nacional), no llevaremos más pla­ta al sistema bancario; 6) volvere­mos a consentir como antaño, cuando en verdad teníamos soli­dez económica, las monedas devaluadas que hoy no reciben ni los pordioseros.

Lo más importante del proyecto es regresar a la cultura del centavo. El envilecimiento actual de la mo­neda no permite sopesar los billetes de baja denominación. Y los de alta, como el de $50.000 que se anuncia, pierden eficacia en breve tiempo. Como el dinero vale tan poco —y prueba de ello son los tres ceros que pretende cercenar de un tajo el ministro—, lo botamos o lo derrochamos. Pero qué difícil con­seguirlo en este país de desemplea­dos e improductividad.

Los gringos sí apre­cian el valor de su moneda. En Or­lando, cuando paseaba yo en el automóvil de un ami­go, observaba que él consultaba siempre el precio de la gasolina en diferentes estaciones y escogía la que le ofreciera tres o cuatro centa­vos menos. Esto mismo ocurría en las compras en los supermercados. Así, de centavo en centavo, mi ami­go protegía su propio bolsillo y de paso me daba una regla elemental de economía hogareña.

Estados Unidos tiene una eco­nomía fuerte porque ha enseñado a manejar los cen­tavos, que allí sí valen. No como en Colombia, donde se vuelven ripio. No ignoran los norteamerica­nos que los centavos son los que ha­cen los capitales, y por eso, los cuidan. Eso mismo ocurre en los países adelantados del mundo.

Si la fórmula de comprar por veinte mil pesos el carro de los veinte millones fuera cierta, habríamos encontrado el tesoro de Alí Baba. Pero no: como se trata de simple ficción, seguiremos tan pobres como antes. Lo ideal es buscar las herramientas para poner a producir al país y repartir con justicia los bienes sociales. Ojalá de este proyecto saliera una enseñanza: la de volver al sentido e la sensatez y el equilibrio monetario.

El Espectador, Bogotá, 1-XII-2000.

 

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Don Manuel y el café

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El Fondo Cultural Cafetero ha puesto en circulación el libro Historias económicas del café y de don Manuel, del que es autor Otto Morales Benítez. Es un detenido estudio sobre los antecedentes y el desarrollo de la historia del café alrededor de un personaje de leyen­da, a quien se conoció en el mundo internacional del grano como Mister Coffee, don Manuel Mejía.

Morales Benítez, que tanto ha profundizado en los hechos y en los hombres notables que forjaron la gloria del Gran Caldas, repasa ahora esta extraña personalidad, de difícil repetición en los tiempos actuales, que du­rante 20 años protagonizó, como gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, uno de los liderazgos más prolon­gados y más auténticos del país, con resonancia en el resto de naciones cafeteras. Era considerado  el líder de mayor prestigio en el ramo, y tanta era su autoridad, que los mercados del mundo se movían con sus fórmulas maestras. Se le respetaba y se le temía al propio tiempo.

Huérfano de padre a los dos años, crece al lado de su abuelo José María Mejía, pionero de la industria cafete­ra en Caldas, uno de esos robles de antaño que había apren­dido de la vida práctica a hacer empresa grande y a irra­diar en los suyos las virtudes del bien y del progreso. El viejo leía cada ocho días, al calor de la armonía hogareña, el que había bautizado como «Re­glamento para el gobierno doméstico de la familia de la casa», toda una constitución que inculcaba principios, imponía deberes y formaba a los miembros del clan con las reglas del buen ciudadano. Una de esas normas acon­sejaba como hora propicia para acostarse la de las nue­ve de la noche, y para levantarse la de las cinco y me­dia de la mañana, en el caso de las mujeres; y para los hombres un sueño más breve.

Don Manuel, apelativo de respeto y cariño que adquirió para toda la vida, aprendió de su abuelo el or­den y la disciplina que más tarde implantaría en su carrera de negocios, lo mismo que el dominio del ca­rácter y la templanza de la voluntad. Cuando en 1916 es nombrado gerente del Banco del Ruiz, cargo que desem­peña hasta 1925, ostenta condiciones sobresalientes de moralidad, imaginación y buenas maneras; con estos dones manejaría años después los complicados hilos del mercado cafetero del país.

Antes de llegar a tan alto designio había quebra­do dos veces en sus negocios particulares. Primero co­mo exportador de café en Manizales y luego como comerciante en Bogotá. La crisis de los años 30 le deja serias desgarraduras. Viaja a Honda, a la edad de 43 años, abatido y solitario, y allí se recupera, de nuevo en la actividad del café. Alfonso López Pumarejo, que lo ha­bía conocido en Manizales siendo los dos negociantes del grano, y que ahora es presidente de la República, lo escoge de la terna –con cierta oposición del gremio cafetero– pera ser el gerente de la entidad. Así se inicia este liderazgo de 20 años, hasta que la muerte lo fulmina el 10 de febrero de 1958, en su propio escrito­rio, de un paro cardíaco.

Había recibido la Federación sin recursos y con pre­cios deprimidos en los mercados internacionales. Con este reto se lanza a la empresa audaz de rehabilitar un organismo postrado, tarea que cumple en forma asombrosa hasta situar a Colombia como modelo mundial de produc­ción. Al país le crea conciencia cafetera. Del silencio y la discreción hace sus armas más poderosas para ganar todas las batallas, incluso las de superación de sus quiebras enriquecedoras.

Nacen bajo su administración el Fondo Nacional del Café, la Flota Mercante Grancolombiana, el Banco Cafetero y la Compañía Agrícola de Seguros. Amplía los Almacenes Generales de Depósito y los llena, como en un cuento fantástico, con los granos multiplicadores de la rique­za colombiana. «Necesitamos un fantasma como don Ma­nuel», gritan en el Brasil. Lleras Restrepo, que como ministro de Hacienda en 1939 había librado con él gran­des combates –entre ellos, el del Pacto de Cuotas–, lo llama «hombre sin tacha, discreto, afectivo y efectivo, buen amigo».

Este libro de Otto Morales Benítez cumple dos obje­tivos primordiales: honrar la memoria de un caldense y un colombiano ilustre y enriquecer la bibliografía ca­fetera.

El Espectador, Bogotá, 12-XII-1990.