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Tríptico de Marta Nalús

miércoles, 27 de octubre de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

El quehacer poético de Marta Nalús lo conforman los libros El amante (2002), Mar de noviembre (2006) y Tríptico (2021). A su vez, esta última obra tiene tres capítulos: Los muros de la casa, Dibujados por la Luna y El árbol de la vida. Ya desde niña, Marta le confiaba al río Chicamocha, en Soatá, las intimidades de su fibra sentimental.

Desde entonces no ha dejado de hacer poesía, en forma silenciosa e intimista, que ha concatenado en estos tres escalones que constituyen una producción emotiva,  reflexiva y depurada. Se enamoró del mar a los doce años, e hizo de esa imagen una atalaya para contemplar el mundo a través de variados horizontes. El mar la seduce. Desde tiempo atrás ha tenido en mente la novela La sombra del mar, que pensaba concluir en Viena al finalizar su carrera laboral. Allí residió en los años 70, y ese era el escenario preciso para ponerle punto final al proyecto narrativo.

Sin embargo, algo se interpuso para que hubiera aplazado el plan de la novela. Y surgió este Tríptico, que se convierte en la memoria que acaso le hacía falta para ahondar en sus sueños y sentimientos. La ilustración de la cubierta y páginas interiores es autoría de su hijo Valeriano Lanchas, el famoso cantante de música lírica y ópera.

La fusión del mar, del amor y los recuerdos representa la esencia de la obra poética de Marta Nalús. Cuando evoca los “muros cansados de la casa”, vuelve a sus propias raíces ajadas por el paso de los años, y estas brotan nítidas, no como la arteria rota, sino como el latido persistente de la sangre. Ve a sus padres entre las nieblas del tiempo y percibe el aroma de las flores. “¿Dónde quedaron –pregunta– las noches iluminadas de los cuentos? ¿A dónde fueron las risas al compás de la pelota en el parque enmarcado por geranios, lirios y azucenas?”.

Y brota en su poemario la edad de la ilusión, cuando “frente al fuego y la penumbra quisiera decirte muchas cosas de aquellas que acercan nuestras vidas y que entonces nunca nos dijimos. Cosas que se niegan a sucumbir en la memoria”. La vida, en efecto, es un enlace entre lo que fue –o pudo ser– y lo que perdura como rezago, y otras veces como testimonio, de la pasión fugaz o del amor duradero.

Hay en su poesía, ya en la cumbre de la existencia, un tono de nostalgia, de olvido y soledad. Esa, por cierto, es la señal característica del ocaso de la vida. Pero también se siente en sus poemas un aire de sosiego y de paz. Todos estos signos son connaturales al ser humano, y así lo resalta Marta en estas líneas finales de su hermoso libro: “Escapé para siempre de la elipse que envolvía la memoria. Ahora soy libre y vago por los mares abrasada por este sol que atardece y quema en silencio los recuerdos”.

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El Espectador, Bogotá, 23-X-2021.
Eje 21, Manizales, 22-X-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 24-X-2021.

Comentario 

Enhorabuena por Martha y su bello poemario, ilustrado por su hijo Valeriano. No en vano los años tejen, hilan y perpetúan en la memoria los caminos recorridos. Escribir poesía y plasmar en ella los aconteceres que hicieron y hacen parte de la  vida es un verdadero privilegio. Imagino que se trata de un recorrido sereno, evocador, amoroso y necesario para dejar que el mar interior se deslice en voces, añoranzas y dulces o amargos recuerdos. Todo se vale en el momento de llenar con alegría o con nostalgia las páginas de la vida que llegan como olas a la hoja blanca y dejan un rumor de espuma y un perfume salobre en el ambiente. Es justamente cuando el corazón de la memoria se eleva con las olas y se remansa dulcemente en las arenas de la playa siempre añorada. Inés Blanco, Bogotá.

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Dos poetisas editoras

lunes, 20 de mayo de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Bajo el ambiente de la Feria Internacional del Libro, magno evento que ha llegado a su edición número 32, tuve el placer de leer una variedad de poemas de dos distinguidas escritoras amigas mías: Guiomar Cuesta y Carmen Cecilia Suárez. De edades similares, la vocación por las letras nace en ellas desde muy jóvenes. Sus obras han merecido público reconocimiento, y ambas crearon desde buen tiempo atrás sus propias empresas editoras: Apidama Ediciones (Guiomar) y La Serpiente Emplumada (Carmen Cecilia).

La diferencia entre ambas está en su estilo. Siguen sus propios caminos y sus propias ideas, lo que es apenas obvio al saberse que cada escritor es un mundo. Además, se distinguen por el manejo ortográfico: mientras Al ritmo de los manglares en tiempos de jazz (de Guiomar) carece de signos de puntuación, Luz de lluvia (de Carmen Cecilia) los tiene. La falta de puntuación es tendencia moderna en la poesía, práctica que no entiendo. La coma, de tanta utilidad para captar el sentido y el ritmo de la frase, me parece que es preciosa herramienta de la poesía.

Guiomar Cuesta inició en 1978 su carrera poética con Mujer América, América Mujer, obra que le abrió la puerta de la literatura. En los 41 años transcurridos ha publicado 20 libros, y su nombre ha adquirido renombre nacional e internacional. Es miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de otros notables organismos, y ha ganado numerosos premios.

Al ritmo de los manglares le hizo ganar el primer premio del Certamen Internacional de Poesía Luis Alberto Ambroggio, edición 2018, obra movida por bellas imágenes que impulsan músicas ancestrales en las que afloran las raíces africanas e indígenas. Se siente aquí un armonioso lenguaje que habla con la naturaleza e incursiona en los senderos del alma. Toma al mangle –vocablo que en lengua caribe o arahuaca significa árbol retorcido– como símbolo de la biodiversidad, a la que le canta en las 126 páginas del libro. Este acento se percibe en otros de sus libros. Por otra parte, es gran abanderada del feminismo.

Carmen Cecilia Suárez alzó vuelo literario con el libro de cuentos Un vestido rojo para bailar boleros (1988) y hoy acumula un número de obras parecido al de Guiomar. De la narrativa pasó a la poesía, y sus temas están enfocados hacia la pareja, el erotismo y la naturaleza femenina. Sus poemas más caracterizados resaltan la intimidad de la pasión amorosa. Esto explica por qué una de las colecciones de su editorial lleva el nombre de Laura Victoria, la pionera de la poesía erótica en Colombia en los años 20 y 30 del siglo pasado.

En la Feria Internacional del Libro presentó Luz de lluvia, breve poemario adornado con pinturas de Marina Suárez Mantilla, en acrílico. En el género amoroso, se encuentran títulos como Poemas del insomnio (después del vino), Espacios secretos, Retazos en el tiempo, Poemas para leerte antes de morir. En este último hace esta anotación: “Por aquellas dimensiones proféticas de la poesía, el título de este libro nació muchos meses antes de que supiéramos que pronto iba a morir. A mi querido amigo, a quien no alcancé a leerle todos los poemas”. A pesar de la claridad de la dedicatoria, me atreví a preguntarle si se trataba de una ficción, y ella me respondió que había sido un amigo cierto a quien mucho había querido.

Carmen Cecilia tiene un doctorado en Educación de los Estados Unidos, ha participado en ferias del libro en Guadalajara y en Frankfurt y su nombre está incluido en el Diccionario universal de creadoras, edición en francés que cuenta con el patrocinio de las Naciones Unidas.

El Espectador, Bogotá, 11-V-2019.
Eje 21, Manizales, 10-V-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-V-2019.

Comentarios 

Qué bueno insistir en la importancia de la puntuación en la escritura y en llamar poetisas a las dos escritoras. La puntuación da ritmo, como los silencios a la música, y la palabra poetisa suena no solo romántica sino también poética. Josué López Jaramillo, Bogotá.

Guiomar y Carmen Cecilia han sido personas dedicadas en cuerpo y alma a su destino con la palabra. Admirable labor en procura de plasmar sus huellas y la de tantos otros escritores que han salido de sus propios sellos editoriales. La perseverancia y el amor a la poesía las hace emblema, orgullo y ejemplo para tantos poetas que desean ver en letras de molde sus producciones. Estoy totalmente de acuerdo con la puntuación en la poesía y en cualquier escrito, eso ayuda a la cadencia y a leerla y entenderla mejor. Inés Blanco, Bogotá.

Muy merecido el reconocimiento a Guiomar no solo por su éxito literario reconocido a nivel internacional, sino también por su labor con editora al lado de su esposo Alfredo Ocampo Zamorano. Sus triunfos me alegran mucho en esta larga amistad. Esperanza Jaramillo, Armenia.

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Dos poetisas editoras

miércoles, 15 de mayo de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Bajo el ambiente de la Feria Internacional del Libro, magno evento que ha llegado a su edición número 32, tuve el placer de leer una variedad de poemas de dos distinguidas escritoras amigas mías: Guiomar Cuesta y Carmen Cecilia Suárez. De edades similares, la vocación por las letras nace en ellas desde muy jóvenes. Sus obras han merecido público reconocimiento, y ambas crearon desde buen tiempo atrás sus propias empresas editoras: Apidama Ediciones (Guiomar) y La Serpiente Emplumada (Carmen Cecilia).

La diferencia entre ambas está en su estilo. Siguen sus propios caminos y sus propias ideas, lo que es apenas obvio al saberse que cada escritor es un mundo. Además, se distinguen por el manejo ortográfico: mientras Al ritmo de los manglares en tiempos de jazz (de Guiomar) carece de signos de puntuación, Luz de lluvia (de Carmen Cecilia) los tiene. La falta de puntuación es tendencia moderna en la poesía, práctica que no entiendo. La coma, de tanta utilidad para captar el sentido y el ritmo de la frase, me parece que es preciosa herramienta de la poesía.

Guiomar Cuesta inició en 1978 su carrera poética con Mujer América, América Mujer, obra que le abrió la puerta de la literatura. En los 41 años transcurridos ha publicado 20 libros, y su nombre ha adquirido renombre nacional e internacional. Es miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de otros notables organismos, y ha ganado numerosos premios.

Al ritmo de los manglares le hizo ganar el primer premio del Certamen Internacional de Poesía Luis Alberto Ambroggio, edición 2018, obra movida por bellas imágenes que impulsan músicas ancestrales en las que afloran las raíces africanas e indígenas. Se siente aquí un armonioso lenguaje que habla con la naturaleza e incursiona en los senderos del alma. Toma al mangle –vocablo que en lengua caribe o arahuaca significa árbol retorcido– como símbolo de la biodiversidad, a la que le canta en las 126 páginas del libro. Este acento se percibe en otros de sus libros. Por otra parte, es gran abanderada del feminismo.

Carmen Cecilia Suárez alzó vuelo literario con el libro de cuentos Un vestido rojo para bailar boleros (1988) y hoy acumula un número de obras parecido al de Guiomar. De la narrativa pasó a la poesía, y sus temas están enfocados hacia la pareja, el erotismo y la naturaleza femenina. Sus poemas más caracterizados resaltan la intimidad de la pasión amorosa. Esto explica por qué una de las colecciones de su editorial lleva el nombre de Laura Victoria, la pionera de la poesía erótica en Colombia en los años 20 y 30 del siglo pasado.

En la Feria Internacional del Libro presentó Luz de lluvia, breve poemario adornado con pinturas de Marina Suárez Mantilla, en acrílico. En el género amoroso, se encuentran títulos como Poemas del insomnio (después del vino), Espacios secretos, Retazos en el tiempo, Poemas para leerte antes de morir. En este último hace esta anotación: “Por aquellas dimensiones proféticas de la poesía, el título de este libro nació muchos meses antes de que supiéramos que pronto iba a morir. A mi querido amigo, a quien no alcancé a leerle todos los poemas”. A pesar de la claridad de la dedicatoria, me atreví a preguntarle si se trataba de una ficción, y ella me respondió que había sido un amigo cierto a quien mucho había querido.

Carmen Cecilia tiene un doctorado en Educación de los Estados Unidos, ha participado en ferias del libro en Guadalajara y en Frankfurt y su nombre está incluido en el Diccionario universal de creadoras, edición en francés que cuenta con el patrocinio de las Naciones Unidas.

El Espectador, Bogotá, 11-V-2019.
Eje 21, Manizales, 10-V-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-V-2019.

Comentarios 

Qué bueno insistir en la importancia de la puntuación en la escritura y en llamar poetisas a las dos escritoras. La puntuación da ritmo, como los silencios a la música, y la palabra poetisa suena no solo romántica sino también poética. Josué López Jaramillo, Bogotá.

Guiomar y Carmen Cecilia han sido personas dedicadas en cuerpo y alma a su destino con la palabra. Admirable labor en procura de plasmar sus huellas y la de tantos otros escritores que han salido de sus propios sellos editoriales. La perseverancia y el amor a la poesía las hace emblema, orgullo y ejemplo para tantos poetas que desean ver en letras de molde sus producciones. Estoy totalmente de acuerdo con la puntuación en la poesía y en cualquier escrito, eso ayuda a la cadencia y a leerla y entenderla mejor. Inés Blanco, Bogotá.

Muy merecido el reconocimiento a Guiomar no solo por su éxito literario reconocido a nivel internacional, sino también por su labor con editora al lado de su esposo Alfredo Ocampo Zamorano. Sus triunfos me alegran mucho en esta larga amistad. Esperanza Jaramillo, Armenia.

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Regresa Blanca Isaza

lunes, 22 de octubre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Medio siglo después de su muerte, ocurrida en Manizales en septiembre de 1967, regresa la poetisa Blanca Isaza (mejor, Blanca Isaza de Jaramillo Meza, como le gustaba figurar). Regresa en el precioso libro que lleva por título Blanca, como única palabra que la define en el ámbito regional y que representa el color de la nieve. Eso fue ella: nieve, luz, claridad, diafanidad.

El libro, impreso con arte exquisito por Matiz Taller Editorial de Manizales, se convierte en tributo que rinden a la poetisa el municipio de Abejorral, donde nació en enero de 1898, y la Universidad de Caldas, en nombre de la comarca a la que se vinculó desde los tres años de edad. Es una antología de su obra, en 272 páginas, compilada por Alba Mery Botero, Fernando León González y Juan Camilo Jaramillo. En el prólogo, el profesor de la Universidad de Caldas Nicolás Duque Buitrago hace detenido análisis sobre las facetas de esta producción literaria.

Blanca comenzó a escribir poesía a los 14 años, y tiempo después se le citaba al lado de las grandes poetisas latinoamericanas. Con Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou tuvo estrecha amistad y muchas de sus cartas fueron conservadas por su hija Aída. Alternaba la poesía con la crónica, el cuento y el cuadro de costumbres. Su obra está conformada por 17 libros.

Su palabra es fluida, espontánea, limpia, sin afectaciones ni adornos superfluos. Le brotaba el adjetivo preciso y rechazaba el término impropio. Este rescate literario muestra un legado del bien decir, fortalecido por el uso exigente del idioma y la sensible expresión de las ideas. “Se canta porque sí, porque es preciso fraguar la vida en moldes de belleza”, dijo la poetisa.

Además, dictaba conferencias, asistía a eventos cívicos y culturales, realizaba intensas obras sociales, dirigía su propia revista, y como si fuera poco, era madre de 13 hijos, a la usanza de la época. “Mujer múltiple”, la llama el prologuista. Desde la publicación de su primer libro, Selva florida (1917), hasta el día de su muerte, fueron 50 años dedicados al arte y el hogar. Esas fueron sus dos pasiones entrañables, que se volvieron la justificación de su vida.

Era maestra de la crónica. En la antología se recogen textos magistrales inspirados por su atenta  percepción del mundo cotidiano, al que penetraba con ojo avizor y mente lúcida. La lluvia de los pájaros muertos sobre la ciudad, días antes de la aparición del cometa Halley, adquiere el carácter de cuento fantástico que gira entre la realidad y la ficción. El turpial inválido, comprado  en Armenia, es un canto al amor y al dolor, aspectos que se mezclan en la frágil criatura que enternece el alma.

En la crónica titulada La ilusión del oro estalla la angustia de la madre ante la aventura del hijo que se va a la montaña en busca del tesoro de las minas, y nunca lo encuentra. Con motivo de la muerte de Barba-Jacob, Blanca escribe una perturbadora página en la que narra los infortunios del poeta frente a la indolencia de sus amigos y el desamparo de la patria. En el campo de la poesía es autora de estremecidas creaciones, como Preludio de invierno, Camino de llanto, La vejez del árbol, Y llegará por fin una mañana, Canto a Abejorral, Cuentos a Aída. Y en el cuento, recoge cuadros de tierna sutileza en los que unas veces es el niño el protagonista y otras, el adulto que recorre los caminos de la fantasía.   

Su hija Aída fue la última directora de la revista Manizales, fundada por la poetisa en 1940 y que en unión de su esposo, Juan Bautista Jaramillo Meza, dirigió hasta 1967, cuando ella falleció. Luego, el marido quedó al frente de la nave hasta 1978, cuando el desaparecido fue él. A partir de entonces, Aída, en forma sorprendente –ya que no se le conocían tales habilidades–, tomó el timón y condujo el barco durante 26 años, hasta diciembre de 2004, cuando fue clausurada por estrechez económica, tras 64 años de labor continua. La revista Manizales era alta insignia cultural de Caldas, y es de lamentar que no hubiera recibido el apoyo que requería en el momento más duro de su existencia.

Los esposos Jaramillo Isaza fueron coronados poetas en diciembre de 1951. Sus nombres brillaron durante largo tiempo en la cultura regional e incluso nacional. Este libro de Blanca hace resurgir el pasado glorioso. Hoy, Esperanza Jaramillo García, nieta de la pareja ilustre, ocupa puesto destacado en el campo de la poesía. La semilla quedó bien sembrada.

La célebre casa de los esposos, situada en la Avenida Santander número 45-05, fue comprada por un anticuario hace 3 años. Todo el archivo de la revista y los documentos protegidos por Aída pasaron a una sala abierta en la Universidad de Caldas, en la que fue creada, bajo el auspicio de Francisco González, de la misma universidad, la cátedra denominada Blanca Isaza, que busca recuperar la memoria de quienes forjaron la grandeza intelectual y material de la región.

De los 13 hermanos, la única sobreviviente es Aída Jaramillo, en cuyos oídos repercuten, sin duda, estas palabras desoladas que Blanca sembró en su poema Camino de llanto: “Hermano, el soplo helado del infortunio pasa; / hermano, qué tristeza, se ha acabado la casa, / la casa solariega donde la vida era / un discurrir amable de anhelos y cariños”… 

El Espectador, Bogotá, 12-X-2018.
Eje 21, Manizales, 12-X-2018.
La Crónica del Quindío, 14-X-2018.

Comentarios

No había oído hablar de ella y como me ha sucedido varias veces, una nota tuya me ha dado a conocer personajes de la zona cafetera ignorados por mí. Admirable esta multifacética mujer, pues con una prole tan numerosa, pudo destacarse en otros campos como el cultural y el social. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Le reenvío una parte del boletín de la Corporación Otraparte (Casa Museo Fernando González, Envigado) en donde se invita a un homenaje a Blanca Isaza Londoño. Su oportuno y buen artículo sobre esta poeta fue incluido en el mismo. Jesús Antonio Camacho Pérez, antropólogo, Abejorral.

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Renace un escritor caldense

lunes, 22 de octubre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Hace años, muchos años –cuando residía en Armenia–, oí hablar por primera vez de Tomás Calderón. Fue poco lo que supe de él, fuera de que había muerto dos décadas atrás y se había destacado como columnista de La Patria con el seudónimo de Mauricio, y además sobresalía como escritor y poeta. Al paso de los días, me llegaban vagas noticias sobre su vida y su obra, y nunca logré conocer un libro suyo. Esto confirma el olvido que cae sobre los hombres de letras.

Solo ahora vengo a saber quién es en realidad Tomás Calderón, por la antología que publica el historiador y escritor caldense Pedro Felipe Hoyos, con prólogo de Augusto León Restrepo, exdirector de La Patria (y además político, columnista y poeta, que nos está debiendo su nuevo libro de poesía erótica). Esta bella edición de Tomás Calderón consta de 255 páginas en tamaño 21 x 23 cm, y está elaborada en excelente papel y enriquecida con añejas fotos de personas, paisajes y otras referencias de la región.

Tanto el prologuista como el compilador presentan enfoques valiosos acerca del escritor y su obra, la que se recoge en este acopio de páginas exquisitas, de que disfrutaron los lectores del diario manizaleño durante los 33 años de ejercicio periodístico del personaje hoy olvidado (1921-1954). Y se ofrece una muestra selecta de sus poemas, cuentos y prosas.

Tomás Calderón nació en Salamina el 7 de marzo de 1891, y murió en Manizales el 18 de mayo de 1955. Las dos poblaciones fueron para él objeto de sus entrañables querencias. Viajero pertinaz por pueblos colombianos y geografías foráneas, siempre, sin embargo, llevaba a sus dos amores –Salamina y Manizales– como emblemas que le enternecían la emoción.

Hay algo que me anima sobremanera al leer sus escritos: el camino, que fue para él una presea del espíritu. El sentido del viaje, del movimiento, del tránsito por las rutas de la vida, tan marcado en su sensibilidad, le imprimía nervio, aliento, poesía. Una vez manifestó que quería para su tumba este epitafio: “Aquí yace un camino”. Ignoro si se cumplió su deseo. Ojalá alguien nos lo cuente.

Soy otro enamorado de los caminos. En mi libro bautizado con este rótulo en 1982, y guardado en la Cápsula de El Tiempo, digo: “La vida está cruzada por caminos. Cada idea es un camino”. Otra obra mía es El azar de los caminos (2002). Tal vez este apego sentimental fue el que me hizo ganar el título de barón de los caminos, otorgado –por mediación de Hernán Olano García– por la Imperial Orden de la Doctora de la Iglesia Santa Elizabeth de Hesse –Darmstadt–. ¿Peco de vanidoso? No. Lo que deseo es mostrar mi sorpresa y admiración frente al hallazgo de otro escritor que hizo del camino una filosofía de la vida, y celebrar esa coincidencia.      

Tomás Calderón escribió páginas magistrales. Una de ellas –la que más me ha impactado– es la dedicada a Rosalía Mendoza, la gitana. La conoció cuando la llevaban en el ataúd para el cementerio, y meditó: “Tuve la impresión de que se moría el alma de un camino, de tantos que tiene el mundo. Los caminos también se mueren. Pero has muerto muy bien, en un camino, junto al río, bajo los árboles polvorientos”.

Luego confiesa para sí mismo, cuando hacían desaparecer a la gitana bajo las paletadas de tierra: “Serías mi novia, Rosalía Mendoza. Bajo el embrujo de tus ojos pensativos, yo sería un poeta triste de senderos, melancólico de ciudades viejas, enfermo de mares…” Esta declaración estremecida me hace evocar los poemas enamorados de Baudilio Montoya, el rapsoda del Quindío, al borde de los caminos.

Otra crónica memorable es la que pinta el furor de la borrasca en la profundidad del monte, como si el desastre sucediera en el mismo momento de la lectura. La mortaja es un cuento alucinante que tiene como protagonista a sor Juana de la Cruz, y deja en la mente del lector la sensación de la santidad y el amor reunidos. Ese es el poder de la palabra, que tanto ejercitó Tomás Calderón con su vocabulario castizo, elocuente y poético. Fue maestro de la legítima crónica, tan escasa en nuestros días, así como del adjetivo preciso y la metáfora refulgente.

Es un placer leerlo. Las letras caldenses están de plácemes con el rescate de este gran escritor olvidado, fallecido hace 63 años. Lo mismo debe ocurrir con Luis Yagarí, cuya muerte ocurrió en Manizales en 1985, y que también permanece en el olvido. Ambos, brillantes cronistas de vocación, hicieron una época. Una vez dijo Tomás Calderón: “Yo escribo por una necesidad de mis nervios”.

El Espectador, Bogotá, 1-IX-2018.
Eje 21, Manizales, 31-VIII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-IX-2018.
La Píldora, Cali, n.° 196, nov-dic/2018.

Comentarios 

Debe usted leer Minutos, el libro que Arturo Zapata le publicó a Tomás Calderón en 1936, donde el camino, en el sentido budista, se convierte en una metáfora de la vida. Pedro Felipe Hoyos, Manizales.

Roberto Vélez Correa me habló más de una vez de la prosa de Calderón y me consiguió dos o tres columnas. Me decía Roberto que de él no se supo tanto, porque tenía la manía de escribir con seudónimo y que cuando lo hizo con su nombre no alcanzó el mérito suficiente para quienes no sabían quién era Mauricio. Mil gracias por permitirme recordar los diálogos con los muertos. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Tus escritos siempre descubren valores y lugares regionales olvidados o ignorados por muchos. El caso de Tomás Calderón es un claro ejemplo de ello. Yo creo que exceptuando a sus coterráneos de la época, pocas personas conocen al personaje y su obra. Qué honda huella debiste dejar en Armenia y qué reconocimiento te deben, porque te has encargado de divulgar la existencia de muchas figuras de esa bella región que son desconocidas en el resto del país. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Tomás Calderón era hermano de mi abuela materna. Siempre nuestra familia estuvo en contacto con él, sobre todo cuando se fueron a vivir a Saboya, hermosa y grande hacienda, a 25 minutos de Manizales en la carretera al Magdalena. Tomás (Mauricio) trabajaba en La Patria y almorzaba en nuestra casa y ya hacia las 5 p. m. regresaba a Saboya con amigos de ese vecindario. Cuando llegué al Valle del Cauca estuve alojado en Palmira, en la casa de Diego Calderón, laboratorista e hijo de Tomás. Quisimos hacer ese trabajo literario de rescatar los escritos de Tomás, pero nos resultaba difícil. Ahora Mauricio Calderón, hijo de Diego y nieto de Tomás, abogado residente en USA, se entusiasmó con la idea y al llegar a Manizales tomó contacto con Pedro Felipe Hoyos y se logró este deseo literario. Alberto Gómez Aristizábal (médico, director de la revista La Píldora), Cali.

Cuánta alegría e interés me causó la lectura de esta página acerca del renacimiento del escritor caldense Tomás Calderón. Es, como en la crónica de la gitana Rosalía, cuando lo acabo de conocer (fallecido hace 63 años) y desde ya me he enamorado de su pluma y de sus crónicas. Cautiva su encanto de escritor y poeta. Podría decirse que el escritor Tomás Calderón ha resucitado para beneplácito de los lectores. Los caminos nos pertenecen, los que conocemos, imaginamos o deseamos desde nuestro recorrido interior. Inés Blanco, Bogotá.

Soy, como suscriptor de La Crónica del Quindío, asiduo lector de su columna. En la del domingo 2 de septiembre, destaca usted la obra del escritor y poeta Tomás Calderón. Autor también del primer himno del tradicional colegio Rufino J. Cuervo, y de la letra del himno de Armenia en 1927. Lo cual quedó consignado, como homenaje, en el libro Colegio Rufino José Cuervo-Centro 100 años 1910-2010. Testimonios que hacen historia. Jairo Orozco Hernández, Armenia.