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Revista Manizales

martes, 11 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Sostener una revista literaria es una acción valerosa. Lo importante no es crearla, sino perseverar en ella. Vemos con frecuencia el anuncio de nuevos títulos de revistas por todos los lugares del país, y nos enteramos de los propósitos optimistas de sus autores, que por lo general decaen al poco tiempo de iniciar la marcha.

Los primeros números son, inclusive, novedosos y revela­dores de una fina  inducción al abrupto terreno de las letras. Si le seguimos el rastro a la nueva casa literaria edificada como estandarte de sólida resistencia, al poco tiempo solemos hallarnos con la sorpresa de su derrumbe como frágil estructura.

Seamos reconocidos con todos estos intentos, duraderos o no, y sobre todo admiremos la vida plena de la publicación que, desafiando temporales, se mantiene victoriosa y no cesa en el empeño de seguir irradiando cultura, una labor quijotesca pero dignificante.

Tal es el caso de la Revista Manizales, la que acaba de  llegar a su edición  número 472, con 39 años de trabajo continuo. Fue fundada por los esposos Juan Bautista Jaramillo Meza y Blanca Isaza, los incomparables pregoneros culturales que un día unieron su vida en el fuego del amor y la poesía, y cogidos de la mano –como van la inspiración y la estética–, no se dejaron desvane­cer en medio de los inevitables desfallecimientos de una  labor sacrificada, y con ánimo sereno y luchador demostraron la contundente proeza de superar las marcas comunes y sostenerse invictos para mu­cho tiempo.

Poetas ambos de claros arpegios y de transparentes notas líricas, entonaron su alma romántica y cumplieron la feliz parábola que se escribe con el corazón para que logre conservarse en el tiempo. La ciudad de Manizales los coronó como poetas excelsos en el diciembre de 1951, y esos pedestales ya nunca se moverán del afecto de una ciudad que también, como ellos, es sentimental y no deja marchitar los signos del espíritu.

Ella murió en 1967, y su compañero, quemando el corazón en la congoja de una dura prueba, atizó el sentimiento para producir mejores resonancias. Hace dos años falleció él. Cumplió con dignidad y con bello estilo su compromiso vital y dejó inmenso patrimonio para la cultura, trabajado con entrega total y absoluta armonía interior.

Parecía que con él iba a desaparecer también la revista, pero su hija Aída demostró de pronto que también era capaz de portar la antorcha. Poco a poco, en forma silenciosa y elocuente, como amanece el día, Aída fue vertiendo en las páginas por ella misma consentidas el poder que llevaba oculto. Al lado de sus padres había respirado ambiente de libros, de poesía y de sensibilidad artística. Dueña de una prosa fluida y expresiva, evoca paso a paso la memoria de sus padres y produce su propio estilo, en el que se advierte independencia y donaire.

Así prosigue la Revista Manizales, con nuevos bríos. Este ejemplo de tenaz resistencia es enaltecedor. Aída Jaramillo Isaza es el retoño fecundado para no dejar perecer la fértil semilla.

La Patria, Manizales, 7-X-1980.

 

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La Armenia antigua

lunes, 10 de octubre de 2011 Comments off

Mi Revista

 Por: Gustavo Páez Escobar

(10 crónicas)

1

Mario Álvarez Maya, archivador de recuerdos y cosas viejas de Armenia, ha puesto en mis manos una joya inestimable que algún día ingresará al  patrimonio histórico de la ciudad, por donación que hará a una biblioteca o universidad. Se trata de Mi Revista, órgano cultural y noticioso que comenzó a circular el día 5 de mayo de 1934 y que se editaba semanalmente en la Empresa Tipográfica Vigig.

Parece que el esfuerzo editorial no llegó muy lejos en el tiempo, pero sí en la profundidad. Mario, que guarda empastados en dos tomos los números difundidos, me ha facilitado por lo pronto el primero de ellos, que abarca hasta el número 12, aparecido el 8 de septiembre de 1934, o sea, a cuatro meses de la fecha inicial.

Han corrido 46 años desde aquellas publicaciones. Qué interesante resulta hoy comparar la ciudad de aquellos tiempos, que se muestran sosegados y candorosos, con los actuales, movidos y desenvueltos. Esta revista es hoy una ver­dadera curiosidad que muchos desearían poseer, y parece que su propietario ha tenido que resguardarla contra el apetito de sus amigos.

Creo que para facilitármela tuvo que pensarlo dos veces, y al hacerlo, me considera sin duda persona seria para devolver lo prestado. No será ninguna infidencia contar que Diego Moreno Jaramillo le viene insistiendo, desde hace veinte  años, que se la obsequie o se la venda a cualquier precio, lo que Mario no hizo siquiera cuando aquel era ministro. Yo me la robaría si no fuera tan honrado.

Trataré de llevar a los lectores al­gunos datos interesantes que irán surgiendo conforme recorra los recuer­dos de aquella Armenia de 1934, que aparecen plasmados, aquí y allá, en el material escrito y gráfico del mundo retenido que pocos sa­ben que existe en las páginas de esta revista hoy desconocida.

Colcultura realizó hace poco un in­ventario de las revistas del país, las actuales y las ya extinguidas, y fue como si resucitara un mundo miste­rioso y mágico en muchos casos. Sin embargo, no descubrió la revista de Armenia y no sé si sea jactancioso afirmar que el inventario quedó mal hecho, ya que esta publicación, por lo simpática y sui géneris, constituye algo excepcio­nal.

Maravilla cómo sus directores te­nían en aquella época la capacidad de fabricar cada ocho días la gaceta escrita en perfecto castellano, con magnífica impresión tipográfica y avisos de gran nitidez, y que además editorializaba sobre temas nacionales con sorprendente propiedad, sin olvi­dar lo lugareño. Se le daba sitio destacado a la literatura nacional y mundial, por lo general con un cuento de impacto y algunas poe­sías del mejor gusto.

Además estaba lo pintoresco y lo humorístico, con el gracejo, la adivi­nanza y el chascarrillo. Había un con­curso semanal que premiaba con un peso cada chiste escogido, lo que permitió sostener una galería selecta y variada que mantenía el entusiasmo y estimulaba la creatividad. Temas profundos sobre ciencia, literatura o filosofía, y ligeros sobre modas, cine o cocina, le daban tono encanta­dor al material, porque sabían inter­calarse con gusto y maestría.

La revista, en síntesis, tenía de to­do un poco. ¿Cómo cabía tanto material en esta publicación hebdomadaria, sin los adelantos técnicos de hoy en día? Es algo que debe contestar Mario Álvarez Maya, testigo excepcional. Lo primero para revelar es que cada nú­mero tenía alrededor de cincuenta páginas. El papel era de primera cali­dad y ha resistido el rigor de los años. Las fotografías se conservan mejor que el mismo Mario, y esto es mucho decir, ya que mi amigo goza de salud envidiable.

Se inclina uno ante el idioma. La puntuación, la redacción, la ortogra­fía eran perfectas. O sea, los vie­jos nos ganaban en todo. Quedaron unas portadas como para enmarcar. Unas veces era Bolívar, pero no un Bolívar cualquiera;  otra, la reproduc­ción del óleo campesino; más tarde, la figura escultural de la actriz de ci­ne, en esplendoroso juego de tintas. ¿No será esto suficiente para sostener que Armenia tuvo la mejor revista del país?

Me propongo ir escarbando el te­soro para dar algunas puntadas que permitan retro­ceder a los tiempos en que el mundo era descomplicado y fascinante.

Detalle interesante es saber que esta revista de lujo valía diez centavos. El narrador de un buen chiste se ganaba un peso, o sea, el valor de diez revistas. Un aviso imponente prego­naba: «Hotel Atlántico. Único de primera clase en Armenia. Capacidad para ochenta pasajeros. Precios diarios desde $2.oo a $4.oo. Habita­ciones con servicio sanitario, y baños de agua fría y caliente. Cocina criolla y europea».

Más tarde debió de suceder algún grave trastorno económico, por­que la tarifa se modificó de $2.50 a $4.oo. Pregunten ustedes, por pura curiosidad, cuáles son hoy los costos hoteleros de la ciudad.

2

Que yo sepa, de los médicos que en 1934 ofrecían sus servicios desde las páginas de Mi Revista solo sobrevive el doctor Eduardo Arango Palacio. Eran 14 médicos, buen número para la localidad de estrechos linderos como era la Armenia de aquella época. Hoy el doctor Arango Palacio se encuentra retirado de su profesión y disfruta del descanso de la vida sosegada entre los atractivos de su finca cafetera, después de haber deambulado con buena brújula por los ca­minos del mundo.

Me comentaba él sus experiencias por el lejano Oriente, y yo, que algo he leído, aunque no me he dado sus lujos, le recomendé el libro En Ansia se muere bajo las estrellas, de José María Gironella. Quedó encantado de su lectura, y yo, vanidoso de haber viajado por esquivos países imaginarios.

Eduardo recordará la placidez de la comarca donde ejercía una medicina más humana que la actual; y es buen testigo de la evolución que se ha operado hasta llegar a los tiempos actuales de estrépito y desenfreno. No sé si precisará hoy la Calle de Encima, donde conjuraba las enfermedades. Otras direcciones médicas se anunciaban así: Segunda Calle Real, Calle del Chispero, Costado Sur de las Galerías, Frente a la Compañía Eléctrica del  Quindío, Frente a la casa de don Rogerio Gómez, Bajos de la Pensión Alemana, Calle Real.

Muy cerca de la nómina de los médicos se hacía propaganda a la famosa O.K., a cinco centavos el sobrecito con dos cápsulas, con la siguiente incitación:

«Dolor de cabe­za. Entre numerosos medicamentos contra dolores de la cabeza, medicinas de la antigüedad, y aún practicadas por gen­tes sencillas, están estas: Pelos de perro colocados entre un paño que ha de aplicarse fuertemente de una sien a la otra, pasando por la frente del pacien­te. Inhalaciones de humo de algodones empapados en alguna resina combustible. En la actualidad, naturalmente, dentro de los grandes adelantos científicos, usamos con verdaderos resultados inmediatos drogas como la O.K. y los productos de la casa Bayer».

En un ángulo de la misma página se anunciaba el Almacén Volga, en los bajos de la casa de don Juan Bautista Jaramillo. El aviso muestra un barco velero navegando por aguas movidas. Ignoro qué significaba esa referencia, y se me ocurre pensar que se aludía al hecho de que la mercancía tenía que surcar los océanos, como era la usanza en aquellos días.

Hay una gama de avisos interesantes, ilustrados con figuras y leyendas sugestivas, una manera de hacer sentir las dolencias o apetecer los artículos. Frente a la Agencia Central de Leches, de Justo Díaz, se pinta la abultada vaca de ubres exuberantes que provoca exprimir, sobre todo ahora que el nutritivo producto viene falsificado. El machete Collins, que desde luego se vendía en el Almacén Vigig, muestra su resplandeciente filo como para tumbar montañas. Y la lámpara Coleman, «el sol de la noche», lo invita a uno a alumbrarse con más efectividad que con estos tem­blorosos focos eléctricos que nos trajo el progreso convulsionado.

«Si es usted mujer tome píldoras Hermosina para gozar de completa salud», es un consejo insistente que se repite por toda la revista, como fórmula mágica de eterna juventud.

3

Un semanario como Mi Revista, elaborado con tanta calidad, por lógica debía estar bien dirigido. Esa es la explicación para que Armenia hubiera contado en el año de 1934 con la que bien podría considerarse la mejor revista del país. Su cubrimiento no era puramente local, sino que abarcaba lo que hoy es el Viejo Caldas y toda la zona de occidente, con penetración hacia Bogotá y otros centros.

Su director, Onel Márquez Giraldo, había venido de Antioquia y estaba formado en la escuela de El Espectador. Esto de tener la semilla de  El Espectador es sello de garantía. Onel Márquez era brillante figura intelectual y conocedor profundo de los misterios del periodismo. Lo acompañaba como administrador el señor Bernardo Molina Ortega, persona clave para desarrollar idea tan temeraria.

Como patrocinador indispensable estaba Vigig, la empresa increíble que  desconcierta por su capacidad para emprender obras. Armenia no ha tenido, y tal vez nunca tendrá, otro hombre de tan largos alcances. Vigig, además de industria local, era un hecho nacional. Puede decirse que Vigig era Armenia. Industria cimera, con diversas variantes, en todo estaba presente. Don Vicente Giraldo, su fundador y propietario, se ganó con justicia el  título de pionero del desarrollo del pueblo in­cipiente que no tenía trazas de llegar tan lejos. Bastó que lo empujaran hombres de aquellas dimensiones.

En el caso de don Vicente se aplica cabalmente el término de «arriero’; o sea, el que arrastra el progreso. Era una especie de hormiga que todo lo movía. Produjo la primera despulpadora de café, máquina que tenía la propiedad de despulpar el café sin des­trozarlo. Descubrimiento fantástico en aquel tiempo. Ella se imponía en todos los mercados del país y hoy simboliza el empuje de aquella gente visionaria.

Don Vicente era el cerebro portentoso que de todo sacaba una idea. Alguna vez conocí los residuos de su famosa fábrica de espermas, mecanismo elemental y genial al mismo tiempo. Se daba el lujo de ser productor nacional de espermas, porque su mercan­cía invadía el comercio del país, llevando de paso el nombre de Armenia. Era elemento cívi­co de primer orden. Y mecenas de la cultura, como se ve por Mi Revista. El sostenimiento de ella costaba dinero, pero él era el quijote capaz de accio­nar todos los resortes. Por eso su memoria es grande. La mayoría de los capitales, muy amasados y egoís­tas, se evaporan al no dejar vestigios constructivos. El rico sólo es importante en la medida en que le sirva a la comunidad.

Las personas antiguas todavía recuerdan los cuadernos y lápices que este industrial múltiple elaboraba a gran­de escala para los estudiantes de la época. También producía textos de estudios, bellamente impresos, y en ellos se formó una generación.

4

Mario Álvarez Maya fue gerente de la Empresa Tipográfica Vigig por espacio de doce años. Así se van entendiendo las cosas, y ahora queda fá­cil saber por qué conserva con tanto esmero los números de Mi Revista, que yo repaso con verdadero deleite. Fue como si hubiera salvado del naufragio un tesoro.

En la misma empresa se editaría, años más tarde, el periódico Sata­nás, nacido bajo la iniciativa y el quijotismo de Alfredo Rosales. Era un semanario de variedades, con tono humorísti­co, que llevaba diversión a los arme­nios con finas ocurrencias y agudas críticas sobre la vida parroquial. Su director fue acumulando un buen archivo gráfico (otra reliquia de la ciu­dad) sobre la Armenia de aquella épo­ca, el que conserva celosamente y suele divulgarlo en las páginas del mismo periódico.

Satanás, un diablo inquieto, no ha desaparecido, si bien ha pasado por muchas angustias e interrupciones. Parece que ha habido inestabilidad diabólica, pero el periódico, bien que mal, ha logrado sostenerse a flote.

Satanás está hoy bajo la direc­ción de Francisco Elías Valencia y tiene, como se ve, la virtud de la resis­tencia, como que recibió las aguas bautismales en 1941. Francisco Elías trata a veces de resbalar, pero luego se endereza. Y es que hacer periodis­mo es labor ímproba.

Siendo Mario Álvarez Maya gerente de la Empresa Tipográfica Vigig, lo sorprendió allí el 9 de abril de 1948. Mientras el país ardía, él apresuraba la edición de Satanás durante una noche en realidad diabólica. El personal había desocupado las ins­talaciones y sólo permanecía el fiel y experimentado tipógrafo. En las pri­meras horas del 10 de abril salió el periódico a la calle con elocuentes tes­timonios gráficos sobre los atropellos cometidos en Armenia. Dice Mario que fue el único periódico en Colom­bia que circuló aquel día.

El recuerdo de Vicente Giraldo, con su célebre emblema de Vigig, está en el corazón de los armenios, sobre todo de los viejos. Pero su im­perio terminó con él. Alfonso Giral­do, su hijo, o Alfonsito, como por ahí se le nombra –no sé si con afecto o con sentido de disminución–, play boy internacional, recorredor de mundos y perseguidor de reinas, sería el personaje pintoresco de esta historia, y nunca fue el que salvó la tradición de su estirpe. Más bien, la acabó. Fue, si todavía no lo es, el perfecto buscaplaceres, el de la buena vida, el de los salones dorados y la aventura romántica. Dicen que dilapidó el tesoro.

Pero hay que unirlo a estas remembranzas de la Armenia antigua, no porque haya hecho nada por su pueblo, sino por haber dejado de hacerlo. Los descendientes de don Vicente Giraldo no continuaron su obra, obra gigantesca que, de haber proseguido con los bríos de aquel hombre singular, habría hecho de Armenia la ciudad más industrial de Colombia.

Aquí habrá que lanzar un miserere por lo que se hizo y luego se abandonó. Las generaciones suelen ser ingratas con sus antepasados. Yo rescato ahora el nombre de Vicente Giraldo de entre las páginas amarillentas de Mi Revista y veo que resurge una época vigorosa, pletórica de realizaciones, forjadora del estilo de un pueblo y orientadora de su futuro, si bien el mensaje no tuvo imitadores, aunque se escribió con suficiente aliento para que no se perdiera en el polvo de los años.

5

En mayo de 1934 fue huésped de la ciudad el doctor José María Velasco Ibarra, presidente del Ecuador, quien en declaraciones para Mi Revista expresó lo siguiente:

“Colombia, país magnífico, cuyas masas humanas tienen la felicidad de reunirse donde quieran, amparadas por gobiernos que han extraído de sus mismas entrañas, es un modelo de democracia que merece imitarse».

Y más adelante:

«Diga usted al gobierno distrital de esta bella ciudad, y por conducto de Mi Revista al pueblo de Armenia, que he admirado  profundamente su insuperable energía y su valor ante la historia, pues que, de la montaña bravía que dominara este suelo feraz, hace sólo cuarenta años, ha hecho emerger una ciudad populosa, en la cual no se sabe qué admirar más: si el amor al trabajo o el amor a la libertad”.

El 24 del mismo mes de mayo llegó a Armenia, de paso para Pasto, el doctor  Mariano Ospina Pérez, gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, acompañado de varios de los delegados al congreso cafetero programado en la capital nariñense. Mi Revista ofrece una foto en el hall del Hotel Atlántico (cuyas tarifas, como se recordará, estaban entre $ 2.50 y  $ 4.oo diarios), foto en la que aparece el doctor Ospina Pérez con su comitiva. Ya que se menciona esto de las tarifas de la época, vale la pena anotar que el costo de la carrera dentro del área urbana, en automóvil, era de $ 0.50; el puesto a Calarcá, $ 0.20, y a Circasia, por una carrete­ra que se supone bastante mala, $ 0.40.

Los caminos nacionales de 1934 eran lentos y difíciles. Los distin­guidos huéspedes pernoctaron en Armenia para proseguir luego su itinerario a Pasto. Y aquí tuvieron ocasión de encontrarse con un pueblo pujante que les despertó hondo entusiasmo. El doctor Ospina Pérez visitó los alma­cenes de la Federación que estaban al cuidado de don José Manuel Jaramillo, quien con este motivo ofreció una copa de champaña.

Como «pueblo inimitable por sus costumbres y su amor al trabajo» calificó a Armenia quien años después sería Presidente de Colombia; y ex­presó su deseo de que se fundara aquí una granja agrícola experimen­tal y se llevara a cabo, en la pla­za pública, el próximo congreso cafe­tero.

Este movimiento de personajes ha­ce notar el interés que despertaba la naciente ciudad como zona de impulso. Todos admiraban el vigor y la inteligencia de la raza, la fecundidad de la tierra, los bellos paisajes y la hospitalidad de los moradores. Veían, por otra parte, su privilegiada situa­ción geográfica, de fácil acceso hacia cualquier sitio del país.

Era lugar obligado para pernoc­tar, y se codeaba el viajero con gente cordial y simpática. En 1969, cuando la ciu­dad concedió al doctor Carlos Lleras Restrepo, en ese momento presidente de Colombia, el Cor­dón de los Fundadores, recordó él con cariño la noche en que había llegado aquí conduciendo el cadá­ver de su padre, muerto en el exterior y traído por barco hasta el puerto de Buenaventura. Con palabras emo­cionadas, que tuve la suerte escuchar (hacía poco me había radicado en Armenia), se refirió el presidente Lleras al calor humano que había hallado aquella vez y que le dejó, hacia la ciudad y su gente, imborrable recuerdo.

Estos hitos de historia, recogidos aquí y allá, entrelazan la semblan­za de la ciudad que fue levantán­dose altiva, laboriosa y convencida de su capacidad para construirse su futuro dinámico.

6

El director de Mi Revista, hombre bien re­lacionado en el país, recibió el plebiscito de per­sonas notables que le anunciaban el propósito de colaborar en sus páginas. En ellas desfilan nombres de primer orden en las letras, e inclu­so políticos como Jorge Eliécer Gaitán, que se entusiasmaron con la propuesta formulada por la revista. Más tarde irían apareciendo nuevos colaboradores que enaltecían con su plu­ma el órgano periodístico cada vez más fe­cundo. Oigamos algunas palabras:

Augusto Ramírez Moreno: «Si yo quisiera fun­dar un gran diario, lo fundaría en Armenia des­de donde puede distribuirse aceleradamente hacia todos los puntos cardinales, porque la ciudad pa­rece vaciada sobre la rosa de los vientos».

Bernardo Arias Trujillo (autor de la novela Risaralda, quien moriría cuatro años después): «Tengo la certidumbre de que será algo que enorgullecerá a Caldas, no solamente por las altas calidades y excelen­cias de su rector mental, sino porque es Armenia una estrella de caminos hacia los cuatro puntos cardinales de la República y su distribución más fácil y profusa que en cualquier otra ciudad colombiana».

Adel López Gómez: «He recibido tu invitación a colaborar en Mi Revista. Tu carta me trae una necesaria inyección de optimismo respecto al por­venir intelectual de esa tierra donde nací y donde por largos años he esperado que florezcan las incancelables cosas del espíritu».

Jorge Eliécer Gaitán: «Con muchísimo gusto colaboraré con Mi Revista, bajo su acertada di­rección, en cuanto tenga un momento para ha­cerlo».

Luis López de Mesa: «Usted sabe ya con cuánto alborozo contemplo empresas de primera línea como la que me anuncia. Por ella haré cuanto esté a mis alcances».

Otto de Greiff: «Además tuve la buena suerte de poder apreciar de cerca lo que va a ser Mi Revista. Los lectores de otras partes van a admirarse grandemente cuando vean cómo Arme­nia dispone de un equipo tipográfico que no tiene que envidiar al de ninguna empresa editorial del país».

José Reyes (natural de Tunja): «El año pasado me di el gusto de viajar hasta Buenaventura. Su tierra es hermosa, querido señor, y por ella y para ella me alienta su obra a la que contribuiré seguro de que en sus manos irá adelante por muchos años».

Manuel José Forero (actual presidente de la Academia Colombiana de la Lengua): «Tengo sumo interés en conocer la revista. Colaboraré con gusto al la­do tuyo; ciertamente procuraré darte algo que considere pueda ser leído con agrado allá».

Joaquín Estrada Monsalve: «Se yerra al afirmar que el Quindío no es sino una víscera económica de la patria, de propósitos meramente agropecuarios. Conjúganse aquí fuerzas espiritua­les de muy claros abolengos, que presentan estas tierras no ya como un burgo financiero sino bajo una vigorosa mezcla de las energías materiales y los valores éticos y mentales, aliados en la prosecución del progreso».

Rafael Arango Villegas (el célebre autor humorístico de Asistencia y camas). Tengo muchísimo gusto en acceder a su solicitud, colaborando en Mi Revista,  aunque no sea con mucha asiduidad, pues debo manifestarle que la escasa chispa que en otros tiempos tuve, me la apagó la pobreza, hasta el punto de que ya sudo a mares para echarme cualquier gracejo vulgar».

Baudilio Montoya (el rapsoda del Quindío): «Para atender a la exquisita demanda que me hicieras, te envío un haz de sonetos».

¿No serán suficientes estos testimonios para deducir, medio siglo después, la trascendencia de aquel esfuerzo editorial que aparte de imprimir magnífico material llevaba el nombre de Armenia «sobre la rosa de los vientos»?

7

No es sino repasar las páginas de Mi Revista para descubrir el estilo de la ciudad en 1934. El café se entre­lazaba con la literatura, y sobre esto habría que anotar que existía mayor preocupación por las inquietudes del espíritu, sin descuidar la economía regional. Alguien me comentaba cierta vez que la cultura del caturra había terminado con la otra cultura.

He leído con mucho cuidado un editorial donde se urgía por la construcción de la línea férrea a Ibagué. Estaba desde aquella época propuesta la solución por Salento, perforando montaña. Los tiempos han corrido y el problema sigue igual.

El colegio de las Hermanas Bethlemitas era re­ferencia elegante de la Armenia antigua. La sociedad se graduaba en él y estaba ufana de conseguir ese rótulo. Este establecimiento data de buen tiempo atrás, o sea que las Bethlemitas tienen hondas raíces en el medio. Y continúan manteniendo la categoría de magníficas edu­cadoras.

A las páginas del semanario llegaban colaboraciones de toda la nación y sobre todo de célebres escritores. Se citan, al vuelo, los nombres de Ciro Mendía, Lino Gil Jaramillo, Adel López Gómez, J. Restrepo Jaramillo, Baudilio Montoya, Jaime Buitrago Cardona, Humberto Jaramillo Ángel, Agripina Restrepo de Norris (directora en Calarcá de la revista Numen, excelente publicación), Tomás Calderón, Bernardo Arias Trujillo, José Reyes, Joaquín Estrada Monsalve. Y hasta el empresario quindiano Leonel Herrera Castaño, que era adolescente, pecaba en poesía. ¿Volvería a hacerlo?

Nótese que los escritores de la región, comprendida en ella el Viejo Caldas y Antioquia, animaban con su presencia la circulación de la revista. Es decir, le ponían ritmo a la vida. Me he detenido en los cuentos Sangre en el camino, de Adel López Gómez, entonces en la plena juventud de sus 34 años, y La fecunda venganza, de Humberto Jaramillo Ángel, cuya edad es mejor no tocarla, ya que él se ha proclamado joven en cualquier época.

Como en todo material escondido se descubren sorpresas, me tropecé, en el caso de Humberto Jaramillo Ángel, con cuatro gruesos adverbios terminados en «mente”, algo que lo horroriza. Cuando él comenta un libro suele decir cosas de este jaez: «Magnífica la trama, y qué bella la expresión, pero le conté catorce feos adverbios terminados en ‘mente»… Nunca he comprendido su ojeriza contra esta noble figura gramatical, que bien empleada, a lo Lleras Camargo, le da fuerza y colorido a la oración.

Humberto me decía el otro día que él ya se fue así, o sea, peleado con el adverbio y con quien ose utilizarlo. Pero en 1934, por infidencias de esta revista oculta, Humberto no era ajeno al advervio terminado en mente. Los escritores, desde luego, evolucionan y se arrepienten de sus pecadillos. ¡Comprendido perfectamente!

8

Era alcalde de Armenia Braulio Botero Londoño. Estamos en 1934, en las páginas de Mi Revista. En algún titular se critica la lentitud municipal para pavimentar las calles. Ahora, 46 años después, se censura el descuido para tapar los huecos del asfalto…

No había llegado todavía el infier­no del pavimento. Escribo a propósito lo de «in­fierno», ya que el pavimento también significa re­troceso. Las calles en 1934 eran polvorientas, pero tenían reposo. Hoy pueden relucir, pero son arrebatadas. Antes había tiempo para la delectación. Hoy la mente y el corazón viven perplejos. ¿Sería mejor la Armenia antigua? Que lo digan los viejos. Y no olviden que cada época trae sus propias circunstancias.

A Braulio Botero Londoño se le ocurrió un día fundar su célebre Cementerio Libre de Circasia. Fue la protesta que se presentó en razón de algún obstáculo, o muchos obstáculos, puestos por la pa­rroquia del pueblo para enterrar los muertos. Se supone que cayeron muchos anatemas sobre los habitantes de Circasia, actitud imperante en aquellos tiempos de seve­ras costumbres religiosas. Pero ahí sigue el Ce­menterio Libre, admirado en todo el país como obra maravillosa que se creó sin ningún sentimiento de irrespeto, sino con sentido de albergue, de protesta y libertad. También se dirá dentro de algunos años que en 1980 Armenia creó el horno crematorio, costumbre que se abrirá paso, pero que ahora suena extraña y atrevida.

Así cambian los tiempos y así cambian las ciudades. Así pasamos de la calle soñolienta a la avenida frenética.

No se sabe, en fin de cuentas, si es mejor el pueblo lento o la ciudad briosa. Leyendo las noticias de aquella época y contemplando las fotos que protegió la revista, frente a ciertos signos de nuestros días, hay motivo para la reflexión. No creo, por ejemplo, que la expresión angelical que muestra en una foto Alberto Gutiérrez Jaramillo cuando comenzaba a gatear, corresponda con su actual actitud desembarazada ante la vida.

No todo varía en sentido adverso. Los tiempos evolucionan. Habrá que repetir que cada día trae su afán. Y también su alegría. Nunca ha permanecido la humanidad estática. Se mueve entre los cambios de las  costumbres y la metamorfosis de los hombres.

Años más tarde, dentro de este acelerado proceso que todo lo transforma, quién sabe cómo nos verán otras generaciones. Por lo pronto, continuemos echando una mirada atrás y diciéndonos que todo tiempo pasado fue mejor. Es el mensaje que parece transmitir Mi Revista. Será una manera de consolarnos. Para los hijos, quizá la época que trato de reseñar no pasa de ser anticuada, o sea, una edad bobalicona. ¡Allá ellos y aquí nosotros!

9

Roberto Henao Buriticá, nacido en Armenia, aparece en una fotografía frente a la estatua de Bolívar, de la que es autor. Tan acostumbrados estamos a los símbolos patrios y a la presencia de los próceres en parques, avenidas y sitios especiales, que pocas veces nos detenemos a indagar por la historia de esas obras. En el caso de Roberto Henao Buriticá es oportuno recordar que se trata­ del famoso escultor que como hijo de Armenia elaboró el monumento a Bolívar que honra la plaza principal.

Leo en Mi Revista el inquietante artículo titulado La esquizofrenia de Baudilio,  donde su autor ofrece facetas de la personalidad del vate quindiano, que merecen análisis. La nota señala signos de desorden mental en aquel trovero emblemático de la geografía quindiana y asegura que esa característica le mantenía encendida la chispa con que fabricaba sus poemas. Cojo al vuelo la intención de dicho artículo pa­ra agregar que en el genio existe siempre algún signo de anormalidad, si por tal se entiende la manera de pensar o proceder por fuera de lo común. Baudilio Montoya dejó geniales brochazos poéticos en el mapa de la región. No puede desconocerse su talento, y aquí hay que coincidir en que era, en efecto, un cere­bro «anormal».

Hay otro destacado personaje literario en la galería de colaboradores de Mi Revista: Santiago Vélez Escobar, conocido como el Caratejo Vélez, uno de esos individuos que hacen época por sobresalir con actuaciones originales. Venido de Antioquia, deambulaba por el territorio del Viejo Caldas exhibiendo su bohemia consuetudinaria. Poeta repentista, disparaba sus dardos amorosos a la mujer amada en cualquier taberna o tertulia callejera, al igual que lo hacía Baudilio. Trovero tierno y sentimental, el Caratejo poseía versátil imaginación muy dada a la conquista amorosa. Sus versos son ingeniosos y en ellos se respira, unas veces la tristeza de la vida, otras la nostalgia de la mujer, otras el humor mezclado de amargura.

Entabló una demanda en verso contra la mujer que no quería corresponder sus asedios románticos. Los vates de la época, amigos suyos y aun los desconocidos, aportaron nuevas piezas judiciales, en armoniosa versificación, dentro del pleito amoroso. La demanda es uno de los libros curiosos de la poesía colombiana. Me viene a la mente su recuerdo al encontrarme con la estampa del Caratejo en esta foto de 1934, en compañía de la poetisa Luz Stella, que no sé de quién se trata.

10

Los personajes de la época, sobre todo los escritores y los poetas, han sido favorecidos en este recuento por ser ellos los que mejor traducen el significado de aquella generación. También se han analizado algunos ras­gos, tomados casi al azar, que pintan el estilo de la ciu­dad en los tiempos de la aldea remota.

Las inscripciones con que los antiguos expresa­ban sus costumbres deben ser objeto de cuidadoso análisis para poder tomarle el pulso a la historia. Bien hace Mario Álvarez Maya en conservar con celo la colección de aquella revista y protegerla, como el te­soro que es, de la codicia de sus amigos. Mejor lo ha­rá si la dona, como ofrenda a su ciudad, a alguna bi­blioteca local que garantice su supervivencia.

Para matizar y concluir el recorrido por la aldea, si es que algún día no me da por escarbar de nue­vo en estas fuentes inagotables de los archivos viejos, voy a citar varios titulares pin­torescos de la revista, a los que  agrego algunas apostillas de mi propia invención:

«Mata a su hija para cobrar una póliza de $ 400”. (Los tiempos no cambian. Cambia el valor monetario).

«Siguiendo la costumbre india, se quema el cadáver y se arrojan las cenizas al mar». (El mar nos queda le­jos, pero las autoridades están adelantando el horno crematorio).

«Se llegará a diagnosticar científicamente el naci­miento de un macho o de una hembra». (La humanidad viene preocupada por este asunto sin im­portancia. Más debiera afanarse por la paternidad irresponsable y la explosión demográfica).

«Seis sacerdotes de tres religiones en conferencia para purificar el teatro». (Ni con las fuerzas combi­nadas del católico, el protestante y el rabino se expul­saría hoy al diablo de ciertos teatros del mundo. Ni del alma).

«Plaza de Riosucio. Víctima el pueblo de una trage­dia. Muertos por la política». (El pueblo natal de Otto Morales Benítez, que goza con la carcajada del diablo, fue víctima de la violencia en 1934. Ese era el país de entonces, y el mismo de hoy y de mañana si nos dejamos dominar por los odios).

«Una joven cose, borda, plancha y lo realiza todo con los pies». (Raro fenómeno. Por eso se habla de mu­jeres que «meten la pata»).

Como último brochazo, he aquí la pintura del usure­ro con que Pedro Nel Loaiza castigó el dinero ca­ro:

»El usurero se compone de una mezcla infame de la­drón, vampiro y enterrador; ladrón, porque roba a los indefensos; vampiro, porque chupa la sangre de los desheredados; enterrador, porque come de los ahoga­dos. El código no castiga a estos estranguladores sociales». (Lo peor es saber que en nuestros días las instituciones se volvieron usureras. Ni ayer ni hoy los códigos han servido de nada contra los pajarracos que seguramente exprimieron al bueno de don Pedro Nel, que en paz descanse).

¿Habrá cambiado la humanidad en estos 46 años? Parece que no, según se desprende de estos titulares: sólo viene en otra envoltura.

Falta expresar las gracias a quienes con paciencia siguieron el curso de estas deshilvanadas notas. Fue un paseo en puntillas por la dormida aldea que nos robó la civilización. No se trazó ningún plan especial y tampoco se forzó mucho el cerebro, para que las imágenes de la época brotaran al natural, con la intención de echarle una mirada franca al pasado.

Nos falta a veces retroceder los pasos. El pasado debe ser motivo de meditación, y por qué no, de encanto. Nos ayuda a seguir adelante. Estoy muy reconocido con las personas que me han expresado sus simpatías por esta sencilla serie de sucesos locales recuperados en buena hora. Y sobre todo con quien puso en mis manos la revista admirable.

-La Patria, Manizales, 27, 31 de agosto, 2, 4, 7, 9, 16, 19, 23 y 24 de septiembre de 1980.
-Revista de la Academia de Historia del Quindío, mayo de 2015.

* * *

Comentario:

Como ha venido contándolo, en ágiles y sutiles crónicas, Gustavo Páez Escobar, antes de los años 30 se fundó en Armenia una fuerte y moderna empresa editorial: la Vigig. Era, su propieta­rio, Vicente Giraldo, «el hombre que reía como un niño y que luchaba como un león», se­gún lo dijo un escritor de aquella época.

¡Qué hombre, qué ti­tán y qué genio creador de empre­sas fue Vicente Giraldo! No pare­cía, de pronto, un solo hombre: parecía un ejército (…)  Pero no se trata, en esta glo­sa, del concreto caso de Vicente Giraldo sino de su editorial. ¡Qué empresa aquella! De no haber­se vendido, en esa época, hoy por hoy sería, seguro, una de las me­jores, en su género, de Colombia.

En esta editorial se levantaron, en linotipo, los primeros libros quindianos. Y en esos talleres fueron impresos, cosidos y entregados a sus autores. Sabiendo lo que era el arte editorial de entonces, resultaron, las varias obras que allí se publicaron, de magnífica calidad. Magnífica nitidez. Y Mi Revista, una excelente revista litera­ria (…) Humberto Jaramillo Ángel, La Patria, Manizales, 30-IX-1980. 

 

 

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Revista Aleph

sábado, 8 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Rara vez un ingeniero siente vocación de humanista. Las matemáticas son una ciencia precisa y rigurosa que, por lo frías, prácticamente son incompatibles con la literatura. La mente del matemático, formada entre logaritmos y precisiones milimétricas, no se acomoda fácilmente al cultivo de las letras. No es lo mismo hacer un edificio que escribir una novela o un poema. Ambas obras son de altura, pero tienen ingredientes distintos.

La mente del literato exige flexibilidad y no está regida por conceptos fijos. Es por esto sorprendente hallar a un ingeniero dirigiendo una revista cultural. Casi es tan extraño como el escritor que además construyera trazados de ingeniería. El hecho, por lo singular en cualquiera de los dos casos, es relevante.

Una hazaña cultural

Carlos Enrique Ruiz, ingeniero civil, orienta en Manizales una excelente publicación de estricto tipo cultural, nacida en 1966 y que luego de algunos recesos ha llegado a sus treinta ediciones. Aleph es un símbolo matemático.

La idea de los fundadores de la revista, un inquieto grupo de estudiantes universitarios que hoy deben de ser profesionales respetables, fue crear un órgano que conjugara las ciencias, la técnica y las humanidades como soporte del progreso. La primera carátula fue dedicada a Albert Einstein y trajo unos materiales «contrastados» que indicaban el propósito, acaso todavía incierto, de fundir la cabalística con las humanidades para buscar la supervivencia de la cultura.

De aquel grupo queda Carlos Enrique Ruiz, profesional de la ingeniería que no ha salido de los predios universitarios, ahora desde el área docente, como catedrático de la Universidad Nacional en Manizales. La revista subsiste gracias a su tenacidad, a sus inmejorables condiciones de hombre batallador de las ideas. Aleph representa una bandera, un derrotero por la superación del hombre.

Cada número constituye una hazaña económica. Lo primero que hice al caer un ejemplar en mis manos fue buscar los anuncios comerciales, no porque estos me importen un bledo, sino para identificar a los patrocinadores de la cultura, cada día más ausentes. La revista no cuenta con apoyo económico  oficial ni privado. Esto es enaltecedor, desde luego, pero… ¿cómo se sostiene la revista? La financiación corre por cuenta de ciertos mecenas, que todavía no han desaparecido de este planeta tan materializado, con suficiente quijotismo –y don Quijote, después de Cristo, es salvador del mundo– para no naufragar en estas corrientes de la apatía cultural.

Asociados en el arte

Oigamos estas palabras en boca del director: «Esto será posible si logramos reunir dineros suficientes para asumir los costos. ¿Cómo conseguirlo? Se ha sorteado un tapiz donado por su autora, la artista argentina Anielka Gelemur-Rendón, con resultados relativamente satisfactorios, en cuanto a las finanzas de las aleph 29 y 30. ¿Y lo otro? Veremos».

El último número, que contiene cultura de pasta a pasta, atestigua la vigencia del postulado inicial. La carátula es un dibujo a lápiz de un muchacho con expresión indescifrable, signo del mundo contemporáneo, de Merceditas Mejía de Bolaños, dibujante, pintora y ceramista. Hay un manuscrito autógrafo del escritor uruguayo Mario Benedetti y una entrevista que le hace el director. Otro manuscrito autógrafo del poeta-folclorista argentino Atahualpa Yupanqui, en su paso por Manizales.

En páginas centrales y en papel de honor está el bambuco Nostalgia, en pentagrama, de Ramón Cardona García, músico y compositor caldense, muerto en 1959, una de las figuras grandes de la expresión musical del país. Ligia Alcázar, escritora centroamericana, esposa del poeta colombiano Jorge Artel, escribe un poema en la contracarátula. Es como un susurro, como una rúbrica para rematar el material selecto.

En torno al folclor

Y como tema de investigación está el pensamiento de cuatro eximios escritores nacionales, oriundos del Viejo Caldas: Jesús Mejía Ossa, Octavio Marulanda Morales, Euclides Jaramillo Arango y Julián Bueno Rodríguez, en torno al folclor: su filosofía, su actualidad y sus aportaciones, Son cuatro trabajos maduros, de amplio vuelo y enjuiciadores de una realidad cultural tanto en América como en Colombia y en el Viejo Caldas. Se repasa la cultura de estos tres departamentos que han aportado signos valederos dentro del acervo nacional. Hay un inventario de escritores, artistas, promesas regionales, y un enjuiciamiento crítico de los nuevos tiempos y sobre todo del futuro, que es de reto.

La noción del folclor no siempre precisa su verdadero alcance. Hay quienes confunden lo cursi, lo populachero, con el alma del pueblo. El folclor es el conjunto de las tradiciones y las costumbres de un país, con sus poemas, leyendas, modos de encarar la vida. Es tema extenso que se aborda a veces sin ningún bagaje, como sí ocurre por parte de los escritores invitados y del director de la revista.

Voces respetables

Veamos algunas opiniones sobre el folclor, recogidas en Aleph:

«Nuestras raíces están en el legado de civilizaciones anteriores, en los secretos que aún guardan los indígenas recostados en la montaña, donde siguen siendo el alma ritual y cantora de la naturaleza» (Carlos Enrique Ruiz). «El folclor, como sociología de lo cotidiano, se manifiesta en el hacer, en el pensar, en el decir de ese mismo pueblo. En todo aquello que tiene vigencia tradicional y hondura de tiempo por generaciones»(Jesús Mejía Ossa).

«La cultura para Colombia debe empezar desde la escuela, por no decir desde la cuna; debe tener su alborada en los arrullos maternos, en las rondas, en los juegos. El niño que no es sensibilizado para el arte desde los primeros años, pierde flexibilidad espiritual y emocional para sentir la música, la pintura, la danza, la poesía y todo cuanto tenga que ver con la percepción estética» (Octavio Marulanda Morales).

«La gente está convencida de que el folclor no existe sino en música. Nuestra televisora, por medio de animadores ignorantes en grado sumo, se ha encargado de llevar a los colombianos una permanente infusión entre lo folclórico y lo popular. Una de estas animadoras, la más bonita pero la más ignorante, supongo, nos dijo en estos días: ‘En el próximo programa vendrán los niños a hacernos folclor’ (sic), como quien dice, a enseñarnos a hacer pan-de-queso. Como si el folclor se fabricara como fabricar tiraos» (Euclides Jaramillo Arango). «El hombre es libre en la medida que se descubre a sí mismo y se proyecta con fuerza hacia afuera, al tiempo que devolviéndose al pasado para escudriñar sus herencias culturales se lanza hacia adelante, y contribuye así a la liberación de los demás» (Julián Bueno Rodríguez).

El motor de la provincia

La verdadera cultura nace en la provincia y emigra a los centros, donde por lo general termina sofisticada, mientras lo realmente vernáculo continúa conservándose intacto en su fuente de origen. Aleph es un motor de la cultura regional. Esto sólo justifica su existencia. Pocos, en realidad, se dedican a defender y propagar el patrimonio de los pueblos. A los más les gusta irse por las ramas, por lo frondoso, descuidando las raíces. Lo auténtico está en la provincia colombiana.

Carlos Enrique Ruiz, una mente inquieta que se va a lo hondo de nuestros problemas, propone en su revista temas controvertidos, para sopesarlos y digerirlos. No hay duda sobre la calidad de sus debates. Este órgano bata­llador del pensamiento es una de las mejores revistas culturales de la actualidad colombiana.

Algo más que un signo matemático

Todo esto, y mucho más, pone de presente lo que es Aleph, la revista fundada hace trece años en los re­cintos de una universidad de provincia. No quiere salirse de su esencia universitaria, porque el saber no podrá desvincularse nunca del terreno investigativo. Pero no es afectada, y además es accesible a todos. “La entendemos –dice su director– como un órgano de provincia, sin ambiciones del saber metropolitano, ni poses de genialidad, no alineada a vertientes del pensamiento que hoy disputan su prevalencia en terrenos no propiamente culturales».

Habrá que agregar, para rematar, que universitario no es solo el que estudia en una universidad, sino también el que rastrea la universalidad del conocimiento. Ya se ve que Aleph, con su referencia borgiana, es algo más que un símbolo matemático.

La Patria, Manizales, 13-VII-1980.

 

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El mundo de los niños

sábado, 8 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La Editorial Bedout, la gran empresa antioqueña que lanzó al país la idea del bolsilibro, con pleno éxito, publica trimestral­mente la revista El Im­presor, excelente medio cultural que se distin­gue por su pulcritud tipo­gráfica y la calidad de sus temas. Como director se desempeña con lujo de competencia Hernando García Mejía, cuentis­ta y poeta caldense que a base de tenacidad con­quistó un puesto destaca­do en la literatura colombiana.

Desde joven se interesó por la poesía, hasta lo­grar, a los veintiocho años, la publicación de su primer libro, Entre el asfalto y las estrellas, muy ponderado por la prensa nacional. Como cantor del amor y de la mujer siguie­ron tres libros más de poesía romántica, uno de ellos laureado en un concurso en Barcelona (España).

García Mejía, a la par que vate lírico, cultiva la literatura infantil y con ella ha creado un maravi­lloso universo movido por su delicada percepción de las emociones del ni­ño, campo nada fácil de dominar. Para poseer la delicadeza con que ur­de las pequeñas y sabias aventuras de sus persona­jes, se requierealma sensible para inter­pretar el mundo infantil.

El mismo autor se descubre así: «Porque, ¿sabes una cosa, pequeño? El ni­ño y el poeta siguen sien­do la misma persona soñadora. O, mejor: el poeta es un niño grande. Continúa siendo, a pesar de su forma adulta, de sus problemas y de la se­riedad que le demandan sus tareas, el niño de siempre».

Pero sería falsa la pre­sentación si sus fábulas no estuvieran accionadas por esos misteriosos re­sortes que manejan la fan­tasía sin afectación y ha­cen soñar educando. Difí­cil compromiso el del na­rrador infantil que de­be ser, ante todo, un gran sicólogo para que sus lec­ciones penetren con sutileza y provecho a la men­te del niño. Aparte de la técnica en el manejo del lenguaje apropiado, esta­rá la capacidad para con­vencer y orientar. El mundo se está dislocando por­que se olvida de los niños. «Conduce bien a un niño y harás un hombre», recomendó John F. Kenne­dy.

Cuento para soñar y La estrella desea­da son dos pequeños li­bros de la colección Be­dout salidos de la pericia de García Mejía para comunicarse con el mundo infantil. El último de ellos obtuvo en 1974 el premio Rafael Pombo, y esto ratifica la cali­dad del autor.

Hay que insistir en la necesidad de encauzar la juventud si se aspira a un mundo mejor. No sobra, y además es urgente, que los adultos lean esta literatura que muchos des­precian, si se pretende encontrar la propia alma que a veces se nos refun­de por falta de orientación. No dejar nunca de ser ni­ños es una fórmula salva­dora.

La Patria, Revista Dominical, Manizales, 4-XI-1979.

 

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Revista Vivencias

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Una gentilísima carta de doña Mar­tha Uribe de Lloreda, directora de la revista Vivencias, me recuerda que la suscripción quedó vencida desde el año pasado. Tal recordatorio me pro­duce desazón. Y para tratar de endere­zar el descuido, imperdonable para quien siente la cultura y a veces tiene sus humos de escritor, permítame usted, doña Martha, que me apene en público por su tirón de orejas.

Valga la ocasión para amonestar, ya por mi cuenta, a los suscriptores de la extraordinaria revista caleña que de pronto siguen pensando que, a pesar de morosos, van a continuar recibien­do números de cortesía. Si nos metimos a la cultura es para ser perseveran­tes. Es una manera de anticiparme a otras cartas, doña Martha, y le anoto de paso que, como gerente de banco, sé conseguir clientes y cobrar cartera.

Vivencias, fuera de ser un órgano de gran calidad literaria, es una de las mayores demostraciones de creativi­dad. Sus realizaciones son elocuentes. No solo se ha sostenido durante varios años como esfuerzo inquebrantable que empuja la inquietud intelectual del país con dos concursos de novela, hoy por hoy el mayor evento con que cuenta el escritor, sino que estimula otras expresiones culturales. Conseguir que la revista salga con regularidad es de por sí una afirmación.

En un principio se dispensó poca cre­dibilidad a este grupo de damas que lanzaban ideas medio bulliciosas en un medio que, como el caleño, no parecía el más propicio para parcelar un programa de largo vuelo en manos de unas señoras hasta ese momento desconocidas en el mundo de las letras. Cali, ciudad industriosa, con temporadas tauri­nas y mujeres hermosas, acaso no favo­recía la imagen de tales proyecciones.

Se pensó en unas damas tocadas de burguesía que se asociaban para dis­traer el tiempo. Sus apellidos no ha­cían presagiar nada diferente. No se su­ponía que estos elementos de la alta sociedad, tertulias de clubes y de cos­tureros, fueran capaces de mezclarse en aventuras que generalmente tienen más sabor a bohemia que visos de cosa seria.

Pero nos despistaron al coger altura. Han explotado, en alguna forma, sus apellidos tan bien enraizados para ha­cer cultura, y de la buena. Atrajeron el interés de la Fábrica de Licores y de otros organismos públicos y privados, los sostenedores de los concursos lite­rarios. Y pusieron en Cali, en medio de las corridas de toros y del jolgorio del pueblo entusiasta, una cuna de la cultura.

A la revista se vincularon egre­gias figuras de la intelectualidad. Se de­baten ideas, se plantean tesis, se escri­ben cosas novedosas… Cada dos años lanzan un nuevo novelista. Estos pro­gramas suponen fuertes erogaciones. Y detrás del engranaje, el consorcio de intrépidas damas, hábiles no solo como promotoras de relacio­nes públicas sino como intelectuales y polemistas, luchan contra viento y ma­rea por no dejar sucumbir la empresa.

Han demostrado, para reto y ver­güenza de muchos falsos apóstoles de las letras, que no se trata de las señoronas que supusimos zurciendo cuartillas en los salones sociales, sino de autén­ticas trabajadoras de la cultura que es­criben poesía y editoriales, que susci­tan controversias, que se untan de tin­tas y galeradas.

Por eso y por mucho más he corrido a despacharle a doña Martha el cheque de $300.00 que estaba refundido en mi cabeza olvidadiza. Escribo la cifra para que otros se matriculen o se pon­gan al día, antes de que llegue el tirón de orejas. La cultura se hace con ti­rones de oreja, con intrepidez y tam­bién con dinero.

Y una revista, sobre todo de la calidad de Vivencias, no vive de milagro. La propaganda, si algo tiene esta nota de ella, es espontánea, a manera de «mea culta», y que no se piense que aspiro a ganarme ningún con­curso de novela, pues la cabeza no da para tanto.

La Patria, Manizales, 20-III-1976.

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