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Pobres ricos

viernes, 22 de noviembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Las autoridades calculan que la fortuna del ‘Loco’ Barrera supera los 834 millones de dólares. Cifra amasada en su vertiginosa carrera en el tráfico de los narcóticos. Por informes que condujeran a su captura, el Gobierno colombiano ofrecía $5.000 millones, y el de Estados Unidos, US $5 millones.

Estas elevadas cuantías (más de 14.000 millones de pesos colombianos) miden la importancia y peligrosidad del delincuente dentro del azaroso terreno de las drogas. Los señuelos del dinero destruyen lealtades. Esto fue lo que sucedió en este caso: personas cercanas a él suministraron datos valiosos para rastrear sus huellas. El capo no tenía sosiego, ni territorio seguro, ni posibilidad de escape. Y sospechaba que sus propios amigos podían ser sus mayores delatores.

Bien sabía que el dinero se hizo no solo para comprar bienes suntuosos, sino para corromper a la gente. ¿Cómo ignorarlo, si transitaba por los oscuros senderos de la inmoralidad, donde no existen principios sino billetes de banco? Sus inversiones en finca raíz, carros lujosos, fincas de recreo, papeles bursátiles se esparcían por muchas partes.

Buscó escondederos en varios países, siempre en plan de fuga y con breve residencia en cada lugar para que no descubrieran su presencia. Argentina, Brasil, Perú, Bolivia, Uruguay, Venezuela figuran en la lista de este nervioso transeúnte que en ninguna parte encontraba tranquilidad. Viajaba con pasaportes falsos porque sentía los ojos de las autoridades puestos en él. Y descubrió que tanto dinero, en lugar de protegerlo, lo denunciaba. Pero no podía prescindir de él y cada vez lo incrementaba con voluminosos negocios que no lograba controlar.

Tenía dos grandes debilidades, como todo capo que se respete: las mujeres y los automóviles deslumbrantes. En Venezuela mantenía un lote de las mejores marcas: Porsche, BMW, Mercedes Benz, Alfa Romeo y Jaguar. Los que no podía disfrutar, porque este capricho le estaba prohibido dentro de las precauciones elementales que le imponía su vida clandestina. Para no llamar la atención, se movilizaba en carros corrientes. Tremendo sacrificio para este ricachón que pensaba que todo podía adquirirlo con su fortuna desbordada.

Varias amantes discretas llegaban hasta sus viviendas en Venezuela, mientras su esposa residía con dos de sus hijos en Argentina. Una de esas amantes vivía en Bogotá y desde allí viajaba a visitarlo. Estos viajes frecuentes permitieron detectar la presencia del prófugo en Venezuela. Otra amante descubrió las heridas que el ‘Loco’ se había causado en las manos, en su propósito de destruir sus huellas dactilares. Todos los caminos estaban taponados. El mafioso no tenía por dónde escapar, y aun así se hacía ilusiones con el poder de su riqueza compradora de conciencias.

Cuando la guardia venezolana le dio captura en una cabina telefónica, ofreció a los policías la bolsa de panes que portaba, revelándoles que ese había sido su único alimento en los últimos días y “no quería que se perdieran”. Así llegó a su final este pobre acaudalado que en su eterno peregrinaje de los últimos años no encontró un sitio de reposo.

Se repite la historia de otros grandes narcotraficantes, como Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha y Carlos Ledher, que prisioneros de sus astronómicos caudales terminaron como simples delincuentes en desgracia, sin hallar un minuto de paz. Con todo, la lección no se aprende.

El Espectador, Bogotá, 16-XI-2012.
Eje 21, Manizales, 16-XI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-XI-2012.

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Comentarios:

Curioso que nadie dijo nada de cómo vive la mamá del Loco Barrera. Una señora que tiene dos hijos con discapacidades mentales («uno como mucho hace mandados y al otro tengo que bañarlo todavía», dice la señora en un paupérrimo español cundiboyacense), un pedacito de finca y una escopeta sin cartuchos –pero tranquila–. Sin educación definitivamente toda la plata del mundo se va como agua en las manos, pero valorar la tranquilidad es algo que no enseñan en el colegio. El de la H (correo a El Espectador).

Columnistas como usted hacen que nosotros los lectores anónimos –ya no tanto, desde cuando gracias a estos espacios entramos en contacto con quienes eran inaccesibles habitantes de torres de marfil–, sintamos La Crónica más cerca de nuestra vida intelectual y social. Este texto de hoy es ejemplo de su capacidad de leer, asimilar, deducir y compartir con sentido crítico una noticia. Faustino Echeverría (correo a La Crónica del Quindío).

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Las cartas de antaño

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Una reciente crónica de Fabián Forero en el diario El Tiempo ha revelado una noticia insólita: que la escritura a mano existe todavía. En medio de este mundo que ha roto con bellas costumbres del pasado, esto de saber que aún se usan las cartas manuscritas, comprendiendo entre ellas, por supuesto, las cartas de amor, nos da un alivio a quienes no podemos resignarnos a la disolución de normas y principios que definieron el estilo de los viejos tiempos. Y marcaron nuestra propia alma.

Dicha crónica descubre una entidad estatal que yo creía extinguida: los Servicios Postales Nacionales, que hoy funcionan con la marca 4-72. Curiosa identificación del nuevo organismo postal. Investigando su procedencia, supe que este número identifica las coordenadas que posee Colombia en el globo terráqueo. Los antiguos Correos de Colombia de días remotos, o la Administración Postal Nacional (Adpostal) de época menos antigua, han quedado reducidos a tres números: 4-72. Y a un color distintivo: el azul.

Ruth Romero Daza, mujer de 40 años, toda de azul vestida, inicia su recorrido diario a las 8:30 de la mañana. Cada día debe entregar, de puerta en puerta, 50 cartas en Bogotá, y lo hace en su bicicleta todoterreno, que se las sabe todas. Como ella, otros 389 carteros ejecutan el mismo oficio. En este frágil vehículo se transportan todavía esquelas de amor de parejas que guardan alguna semilla de romanticismo. También va la carta para el preso, o para el comerciante, o para el acreedor. Es un residuo del pasado que se niega a desaparecer, a pesar de la arremetida del correo electrónico.

“Internet sepultó el correo tradicional”, dice Fabián Ramírez, funcionario de 4-72. Y agrega que hoy se entregan en Bogotá unas 2.000 cartas semanales escritas a mano, mientras antes se despachaban hasta 20.000. Lo deplorable de este cambio mutilador es que antes la gente escribía sus cartas con esmero y reflexión, vale decir, con buena redacción, con ortografía, con raciocinio, con respeto y elegancia. Hoy, en aras de la velocidad, de la simplificación y el facilismo, a los corresponsales no les importa chapucear el idioma y cometer las mayores burradas.

El manejo de las tildes, de las mayúsculas y las minúsculas, la donosura y la claridad de la expresión son cosas del pasado. El mundo moderno ignora los códigos del bien decir. Lo que importa es ir rápido, sin detenerse ni profundizar en nada. La estética epistolar desapareció. Antes la correspondencia era un género literario. Hoy es un campo baldío. Por fortuna, todavía quedan exponentes que tratan de salvar lo poco que resta de este desastre universal.

La internet trajo mucho progreso al mundo. Pero al mismo tiempo sacrificó muchos valores. Carmen Zamora, amiga mía colombiana que vive en Los Ángeles (Estados Unidos), me cuenta que al ir a matricular a su pequeño hijo en el colegio, notó que entre los elementos que debía llevar no le pedían lápices ni bolígrafos. Creyó que se trataba de un olvido de la profesora, pero no fue así: esta le informó que dichos utensilios sobraban, y le indicó que en cambio debía llevar un computador manual donde el niño aprendería a escribir y pintar con el lápiz digital.

Por todo lo dicho, anoto que me causó sorpresa y admiración el saber que todavía hay personas que escriben sus cartas a mano, y una entidad que se encarga de llevarlas a sus destinatarios. Ojalá 4-72, que parece una empresa obsoleta en este mundo iconoclasta y arrasador, sobreviva en medio de la tormenta.

Quedan parejas que practican aún el método de “cartearse”, aunque no dentro de la velocidad e impersonalidad del correo electrónico (cuando no se emplea bien, vale la pena aclarar), sino a mano, con un bello sentimiento a flor de piel y acaso con una gotita de perfume sobre el filo del papel, como lo hacían los enamorados de antaño.

Esto puede ser una ilusión o una utopía, pero es que el hombre debe conservar el derecho a soñar. Cuánto diera yo por que algún día tocara en mi puerta la mensajera Ruth Romero Daza, con su bicicleta todoterreno, su uniforme, su gorra y su mochila pintados de azul. Lo difícil es encontrar la corresponsal para semejante aventura.

Eje 21, Manizales, 22-VI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 23-VI-2012.
El Espectador, Bogotá, 23-VI-2012.

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Comentarios:

Cuántas veces he añorado la carta, la tarjeta, la palabra de puño y letra. A los niños se les va privando de incursionar con sus medios en el mundo de la escritura, de la comunicación personal, etc.,  y ni qué decir de la lectura, todo condensado. Falta el delicioso contacto con las carátulas, el voltear de las hojas, los largos ratos con el libro entre las manos. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Los ordenadores no interpretan la emoción de los trazos contenida en la caligrafía de cada letra ni la carga de intimidad de los contenidos expresados con colores y aromas. MedaJoZa (correo a El Espectador).

¡Nostalgias del ayer! Ah, cómo no recordar aquellos tiempos idos, de cartas perfumadas y de tiernas palabras endulzadas con el más sutil embrujo de la inocencia primaveral. Cartas que iban y venían, unas, contando sus tristezas y sus cuitas de amor, las más, añorando no poder estar al lado de su amor (…) En mi caso, duré cinco años escribiendo cartas de amor para mi amada. Hoy llevo 43 años de casado con la que crucé cartas perfumadas con pétalos de rosa y pensamientos del camino, de aquellos tréboles de cuatro hojas. Hecnomef (correo a El Espectador).

Don Gustavo Páez me ha hecho recordar mis viejos tiempos de niño, cuando el cartero le llevaba la correspondencia y los telegramas a mi papá. Era una persona querida del pueblo. Foción Bustamante Carrascal (correo al El Espectador).

En tiempos del ordenador y del correo electrónico, las bellas cartas de amor viven un momento agónico. Los carteros de hoy en día sólo nos traen propaganda: jamás nos dan la alegría, de cartas, como Dios manda. Alab Buriticá Trujillo (correo a El Espectador).

Quiero manifestarle que comparto plenamente su parecer y sentir, y a la vez contarle que aquí en Venezuela la marca Montblanc promueve un concurso anual y premia a quien, a juicio del jurado, haya escrito la más bella carta de amor. Gracias por proporcionarnos ese bonito recuerdo. Aminta Urdaneta, Barquisimeto.

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Un ala histórica

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Hace cuarenta años sucedió el primer accidente aéreo en Armenia. Es el único que ha ocurrido allí. En aquella época sólo volaban en la región avionetas de Aerotaxi, de capacidad muy reducida.

Yo debía viajar a Bogotá, con mi esposa y los tres hijos, en la avioneta accidentada,  para asistir al día siguiente (17 de diciembre de 1971) al matrimonio de un hermano mío. Y había adquirido los tiquetes con suficiente anticipación. De pronto, por una de esas corazonadas que a veces suelo sentir, me dio por adelantar un día la fecha del viaje.

El gerente de Avianca me manifestó que eso era muy difícil, ya que todos los vuelos estaban copados. De todas maneras, me avisaría si a última hora alguien cancelaba el viaje. La llamada se produjo faltando pocos minutos para las seis de la tarde. Me volvió entonces el alma al cuerpo (presionado como estaba por aquel presentimiento que me tenía intranquilo): un viajero acababa de dejar disponibles los puestos precisos para que toda mi familia pudiera viajar un día antes.

Desde Bogotá llamé por teléfono a mi secretaria, y al otro lado de la línea escuché un grito prolongado e indefinible. En medio de mi desconcierto, no acertaba a saber qué sucedía. Mi secretaria, llena de terror, balbuceaba palabras inconexas. Cuando al fin logré que se serenara –y con dificultad se convenció de que no hablaba con un muerto–, me contó que momentos antes se había accidentado la avioneta y habían perecido todos sus ocupantes.

A esa hora mi nombre y los de mi familia corrían de boca en boca por toda la ciudad. Las emisoras no cesaban de transmitir la trágica noticia. Sin embargo, nosotros éramos los únicos que nos habíamos salvado de la lista siniestra, donde figurábamos a pesar de la cancelación de los cupos para aquel día.

Después se sabrían varias historias insólitas. En la misma nave pensaban viajar Ómar Giraldo Ramírez, exalcalde de Armenia, junto con Óscar Jaramillo, José Mejía y otros conocidos hombres de negocios, a las exequias de Mario Jaramillo Uribe en Bogotá. Al no obtener cupo en Aerotaxi, contrataron una avioneta expresa, y también se salvaron.

El comerciante bogotano Jaime Francisco Velilla, de visita en Armenia, iba a viajar esa noche por el aeropuerto de Pereira, atendido por modernos aviones jet, pero como le urgía llegar a Bogotá, lo hizo por el de Armenia y encontró la muerte. Un joven de Sevilla, hijo de un carpintero, estaba feliz con el regalo del tiquete aéreo que con esfuerzo le había prometido su padre para cuando obtuviera el grado de bachiller. Era el primer viaje que hacía por avión, y la muerte le truncó la dicha.

Inés de Hincapié tomaba clases de pintura con mi esposa, y se alegró al saber que viajarían las dos en el mismo vuelo. Iba acompañada de su hijo, el arquitecto Carlos Hernando Hincapié, a quien su novia se quedó esperando en Bogotá para la ceremonia del compromiso matrimonial. La ironía del destino determinó que en  la autopista que conduce a la zona de los cementerios del norte, nos cruzáramos, mi esposa y yo, con el cortejo fúnebre del capitán Sánchez Roa, piloto de la nave.

La frágil avioneta se accidentó a dos minutos del aeropuerto El Edén y cayó sobre la hacienda El Cabrero, célebre en la región. Al tratar de buscar la pista debido a la falla de un motor, la nave perdió el equilibrio y se precipitó a tierra. Un ala salió disparada por el aire y llegó hasta el Club Campestre, situado a corta distancia del aeropuerto. Allí se levantó un monumento con el ala mirando al cielo, que evoca  esta página luctuosa en la historia del Quindío.

Dentro de los designios inescrutables de la muerte, toda una familia se salvó de milagro, gracias a Dios, aquel 16 de diciembre. Días atrás había publicado mi primer libro, Destinos cruzados, y me faltaba mucho camino por recorrer en el campo de las letras. Mi hijo varón tenía diez meses, y las dos hijas eran unas niñas que despertaban a la vida. Todo un semillero de esperanzas, como los verdes campos del Quindío con sus cosechas en flor y sus agraciadas chapoleras.

La muerte es un visitante repentino e insospechado, que llega cuando menos se espera y clausura a veces los mejores sueños. El destino anda en contravía es el título de un libro del escritor quindiano Euclides Jaramillo Arango. Por su parte, Julio Flórez anota: “Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!”.

El Espectador, Bogotá, 9-VI-2012.
Eje 21, Manizales, 8-VI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 9-VI-2012.

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Comentarios:

Magnífico relato. Me acuerdo además que en ese viaje pereció la esposa del dueño del almacén Don Mario, quien ese día se ganó la lotería de Manizales, hecho que dio lugar a que el ingenio maligno de algunos paisanos hiciera circular chistes macabros. Óscar Jiménez Leal, Bogotá.

Tremendo, impresionante testimonio. Yo me salvé de la misma manera, pues iba a viajar en el vuelo de Avianca que terminó trágicamente cerca del aeropuerto de Madrid, a finales de 1983. En ese accidente murieron muchos valiosos intelectuales latinoamericanos, entre ellos Ángel Rama, Martha Traba y Manuel Scorza. Yo me quedé en París y a la mañana siguiente me llamó un amigo para darme la espantosa noticia. Carlos Vidales, Estocolmo, Suecia.

Me quedo sorprendida por los hechos que narras. Sí, tienes razón: al corazón hay que ponerle atención, muchas cosas se pueden o se podrían evitar si las personas escucháramos esa voz interior o premonición que anuncia, por lo general, cosas no muy buenas. Gracias a tu intuición salvaste la familia y el futuro de todos. Inés Blanco, Bogotá.

Amor, honor y libertad

miércoles, 30 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El nombre original de la película –The Lady–, producida en el Reino Unido bajo la dirección del cineasta francés Luc Besson, fue cambiado en su versión al español por el de Amor, honor y libertad.

Difícil saber cuál de estas tres palabras posee mayor valor en la existencia humana. Unidas, representan en la película el mayor símbolo del coraje de Aung San Suu Kyi, la líder birmana que en defensa de la democracia lo sacrificó todo en la lucha heroica que libró por la libertad de su pueblo. Su proeza le hizo ganar en 1991 el premio Nóbel de la Paz. Pero la dictadura militar, que la tenía prisionera, le impidió recibirlo.

Esta gran señora de la resistencia birmana ha escrito una de las páginas más sublimes de los nuevos tiempos en el capítulo sin fin de la opresión, la tortura y la muerte con que los depredadores buscan perpetuarse en el poder. Mujer intrépida que se enfrentó, derrotando su propio miedo, al imperio de los déspotas.

Pocas películas basadas en hechos reales han transmitido la historia con tanta fidelidad. Rebecca Frayn gastó tres años escribiendo el texto, y para darle mayor veracidad usó los nombres propios de los personajes: Aung San Suu Kyi, la heroína, y Michael Aris, su esposo, otro gran protagonista en la lucha contra la dictadura, representados por Michelle Yeoh y David Thewlis. Quien estudie la vida del país a partir del asesinato en 1947 del general Aung Sang, padre de Suu Kyi, y vea la cinta, sabrá que los sucesos son auténticos y se han decantado con la magia de esta producción deslumbrante y estremecedora.

La actuación de la activista birmana se inicia en 1988, cuando regresa al país tras concluir sus estudios en Oxford, trabajar en las Naciones Unidas y ser profesora en la India. El pueblo la impulsa para que dirija un movimiento contra el gobierno dictatorial, y ella, que no tiene formación ni intención política, siente conmoverse su espíritu ante el estado de crueldad imperante y acepta dirigir la Liga Nacional para la Democracia, inspirada en el espíritu pacifista de Gandhi.

En 1989 queda bajo arresto domiciliario. Al año siguiente, su movimiento gana las elecciones por inmensa mayoría, y la junta militar ignora el resultado electoral. Por supuesto, no entregará el poder a los civiles. Y acrecienta su saña contra quien ha llevado al pueblo a la victoria. Victoria pírrica, de la que se ríen los conmilitones de la usurpación y el oprobio. Cuando en 1991 se le otorga el Premio Nóbel de la Paz, los militares le ofrecen el exilio para que viaje a Suecia a recibir el galardón, a cambio de su silencio ante el mundo.

Rechazada la propuesta infamante, continúa privada de la libertad. En total, sufrirá 21 años de cautiverio. Su esposo, que ha tenido que abandonar el país, lucha por conseguir la visa para reunirse con su mujer, pero la junta militar se la niega. Michael Aris muere de cáncer de próstata en marzo de 1999 sin volverse a ver con ella.

También sus hijos están ausentes y no pueden regresar a Birmania. Sola, aislada de su familia y sometida a torturas físicas y sicológicas, la gran dama mantiene una idea fija: la libertad de Birmania. El tiempo para ella transcurre en completo desamparo, en absoluta desolación, bajo las botas y las armas de los verdugos.

Sale liberada el 13 de noviembre de 2010. En la puerta de su casa-prisión la vitorean 3.000 personas. El 16 de junio de 2012 se traslada a Oslo a recibir el Premio Nóbel de la Paz otorgado en 1991, y cuatro días después la Universidad de Oxford le entrega el doctorado honoris causa que le había conferido en 1993.

El país, aniquilado por la larga dictadura militar, ha entrado en el lento camino de reconstruir la democracia con el gobierno civil instaurado en el 2011. Ha dejado de llamarse Birmania: ahora es Myanmar, y ya su capital no es Rangún sino Naipyidó. Quizás esta metamorfosis, este cambio de piel, contribuya a formar otra nación. Hoy Suu Kyi tiene 67 años. Su martirio no ha sido en vano: se ha desgarrado el corazón para darle la libertad a su pueblo. Ha protegido el honor. Y ha escrito con su heroísmo una grandiosa historia de amor.

El Espectador, Bogotá, 17-VIII-2012.
Eje 21, Manizales, 17-VIII-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-VIII-2012.

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Comentarios:

Caso completamente opuesto al de Benazir Bhutto: cuando todo parecía estar mejorando para las mujeres en el mundo islámico a través de ella, la matan en público y encima detonan una bomba en la manifestación de apoyo, siendo todo transmitido por TV en vivo. La eficiencia para provocar terror llevada al máximo. EldelaH (correo a El Espectador).

Como no es cine comercial no la verán aquellos grupos y sectores que necesitan con urgencia lecciones de vida, ejemplos de personajes inspiradores, verdaderos personajes a los cuales idolatrar y seguir. Al contrario, con nuestra miserable cultura en la que el ídolo es el mafioso o traqueto, el estereotipo de la prepago vacía, el futbolista o el reguetonero, vamos para ningún lado, vamos al abismo cultural. Antonioruizvelez (correo a La Crónica del Quindío).

Lo importante es el mensaje. Su contenido y lo que sé, son tus deseos de aportar al crecimiento de una sociedad menos mediatizada que la actual. La crítica a los guiones es la muestra de la diaria charlatanería local. Excelente artículo. Jorge Eliécer Orozco Dávila, Armenia.

Acerca de la líder de Birmania y Premio Nobel, la columna es magnífica porque nos aproxima a la historia de esta gran mujer y su lucha por la democracia de su país. Es una historia conmovedora y muy valiente. Increíble tanto atropello de estos gobiernos en pleno siglo XXI. Pareciera que el Medioevo no hubiese pasado ya hace más de 800 años. Inés Blanco, Bogotá.


Premio Nobel, con acento en la e, no Nóbel. darojas53 (correo a ElEspectador.com).

Respuesta.– Supuse que algún lector haría esta crítica idiomática. Y apareció la  persona.  Sigo sosteniendo la tesis que expuse en nota publicada en El Espectador el 29 de noviembre de 1982, donde digo:

¡Otra vez la discusión sobre si es Nóbel, palabra grave, o Nobel, aguda! La gente seguirá pronunciándola con acento en la o, y de ahí no la sacará nadie, a pesar de los eruditos, porque así le suena mejor. El hab­la es asunto de oído, que se decanta en la costumbre. El pueblo manda, y cuando se le lleva la contraria, aparecemos como pedantes. La erudición también consiste en interpretar la tendencia del idioma.

Aparte de las razones de Argos sobre la preferencia de Nóbel, por el caché de la entonación y su refrendación en el Larousse –el más popular de los diccionarios–, yo agrego lo siguiente: la Nueva enciclopedia temática (1969) también le marca tilde a la o.

La revista Time, en su publicación del 1° de noviembre, anota que “Colombia tiene una tradición literaria modesta». Esto le da pie a Álvaro Navia Monedero (Carta del Día, 12 de noviembre) para pedir el correcto empleo del apellido sueco y demostrar así que no somos atrasados. Según don Álvaro, debe ser Nóbel, con acento en la o, y respalda su tesis con una lección de gramática alemana.

¡No nos compliquemos la vida! La fonética cambia de una lengua a otra, y en últimas es la costumbre la que se impone. El pueblo es el que les da sonoridad y gracia a los vocablos. GPE

El fantasma del banco

martes, 29 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Si no se hubiera tratado de Leonel Gómez, el celador más calificado de la oficina, tal vez no habría creído yo en la historia del fantasma. Esto ocurría en el Banco Popular en Armenia, donde Leonel consideró un día que dentro de las novedades del servicio debía reportar la aparición del fantasma al gerente de la oficina, que era yo.

Lo escuché en silencio y con incredulidad. Cuando me dio la sensación de que la cosa era en serio, ya no tuve duda de que el celador no sufría de ninguna alucinación. Él me aseguró: en las noches, cuando el banco permanecía en silencio, comenzaban a sentirse movimientos extraños, como abrir y cerrar escritorios, toser, caminar de un lado al otro.

Avezado como era Leonel en el desempeño de su cargo, creyó al principio que se trataba de una persona, y con su arma se preparó para el ataque. Luego, se convenció de que era un fantasma. Y recordó que algo similar le había ocurrido cuando prestaba sus servicios en orden público como suboficial del Ejército. En aquella ocasión, el caballo a su servicio se encabritaba al pasar por cierto lugar del camino. El caso se volvió rutinario y terrorífico.

Alguien le aconsejó que llevara consigo un frasco de agua bendita, y cuando el caballo se ofuscara, lanzara el agua en los alrededores de la bestia. Con esa acción, desapareció el fantasma, o el espíritu, o el espectro, o el duende, que de todas estas maneras se conocen dichas visiones paranormales.

En el banco, los golpes, ruidos, voces y movimientos misteriosos se volvieron  persistentes. Hasta que la situación se tornó casi familiar. Me puse a estudiar entonces textos sobre la materia y llegué al convencimiento de que en el banco vagaba un alma en pena, otro de los sinónimos de la lista antes anotada.

El suceso llegó al clímax una noche en que el celador sintió el tecleo de una máquina de escribir. A la noche siguiente, con otro celador, volvió a repetirse el episodio, pero esta vez con una adición: el carro de la máquina se movía solo, de un extremo al otro, como si lo manejara la mano de la mecanógrafa (que a esa hora dormía el sueño de los justos).

Cuando me enteré de tal novedad, me formulé esta conjetura: me había llegado competencia. Pero no en las cifras, los préstamos y las rentabilidades. ¡Aparecía un nuevo escritor en el banco! Y él me aliviaría de la carga de sentirme tan solo. Alcancé incluso a alegrarme, pero luego me situé en la triste realidad: se trataba de un escritor fantasma. Por lo tanto, había que continuar explorando el campo de los espíritus. Imposible dejar de creer en ellos, si Leonel y sus compañeros certificaban lo mismo. Y me acordé del dicho popular: “No hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay”.

Como en el banco había un fantasma real –y no fabricado por la imaginación–, en modo alguno podía ignorarse su existencia. Para familiarizarme más con el tema y sentirme yo mismo fantasma, salí disparado a la librería y adquirí dos obras famosas: El fantasma de Canterville, de Óscar Wilde, y El fantasma de la ópera, de Gastón Leroux.

Deduje que había un alma en pena que, asfixiada en la atmósfera calenturienta del dinero, buscaba su liberación. El pobre fantasma hacía todo lo posible para que lo sacaran de su prisión, y nadie lo entendía, nadie lo compadecía. Abría y cerraba escritorios, tosía, daba pasos de persona grande, tecleaba las máquinas… y era como si nadie lo escuchara.

Una noche, después de una tertulia de trabajo con los jefes de sección, al llegar a la puerta del edificio y encontrarnos con Leonel Gómez, nos pusimos a bromear sobre la historia fantasmal. Al día siguiente, Leonel me contó que el espíritu se había indignado con nuestras chanzas e irrespetos, y después de agitarse como un ciclón por todo el recinto de la oficina, se había encerrado en la pieza de los celadores.

Leonel, que estaba preparado con el frasco de agua bendita, se enfrentó al personaje y roció el contenido mientras de la pieza salía una corriente impetuosa (llamada “cúmulo de energía negativa”) que lo hubiera derribado si lo coge de frente, y que fue a desintegrarse contra la pared adyacente.

Desde entonces desapareció el fantasma. Y aquí, treinta años después, estoy yo contando la historia.

El Espectador, Bogotá, 10-V-2012.
Eje 21, Manizales, 11-V-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-V-2012.
Revista El Velero, Cooperativa del Banco Popular, n.° 22, diciembre de 2012.
El Qindiano, Armenia, 6-VIII-2021.


Este artículo lo volvió a publicar el periódico El Quindiano, el 6 de agosto de 2021, con la siguiente nota introductoria:

En el banco Popular de Armenia también hay fantasmas

El exgerente del banco Popular de Armenia, escritor Gustavo Páez Escobar, recordó un episodio donde un vigilante de la entidad relató la existencia de fantasmas en el edificio de la entidad, ubicado en la calle 21 entre carreras 16 y 17, centro de la capital quindiana. Este episodio fue recordado por Gustavo Páez a propósito del ya famoso fantasma de la alcaldía de Armenia, que hizo su aparición el pasado lunes.

Presentamos el texto del escritor y exgerente del banco Popular Gustavo Páez Escobar:


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Yo tenía 14 años y mi primo 16, estábamos jugando en casa de mi abuela, de repente miramos hacia el cuarto de mi difunta tía y la vimos como buscando algo en una esquina donde antes de su muerte había un baúl, volteó y nos miró –una mirada indescriptible, aterradora– y salió rumbo al corredor, iba con las manos pegadas al cuerpo, como encajonada y al llegar a un punto se hundió bajo el piso de la casa. Los dos –mi primo y yo– vimos exactamente lo mismo…  Patecaucho Cybernético (correo a El Espectador).

Espíritus de personas que habitaron ese lugar, en el cual pudieron haber muerto padeciendo grandes sufrimientos. Los ruidos y voces producidos por esas entidades se llaman sicofonías. Erudito (correo a El Espectador).

Muy simpática la anécdota. Soy incrédulo de estos sucesos paranormales, aunque conozco a varias personas que aseguran con mucha convicción haberlas vivido, o a su vez, haber conocido a quienes tuvieron alguna experiencia de este tipo. Por tanto, me adhiero al famoso refrán “no hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay”. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Fantástica anécdota. En Armenia hay muchos cuentos de fantasmas. Y este último ha quedado en vídeo para no dejar dudas. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Qué bueno que este artículo cobre de nuevo vida, lo hace de manera paralela al protagonista de la historia, ser fantasmagórico que asustó a Leonel durante varias noches y que seguramente era un alma perdida y con el toque del agua bendita se fue a descansar, sin imaginarse que 39 años después aún seguirían de él hablando.  Liliana Páez Silva, Bogotá.

Qué maravilla de artículo escrito hace tantos años y qué bueno que el periódico lo haya vuelto a publicar. Datos históricos entretenidos, y propicios por la noticia del fantasma de la alcaldía de Armenia. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.