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Jonás

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

No es usual que un perro se llame Jonás. Pero así se llama el nuestro, el simpático habitante del predio campestre de Villa de Leiva. Nos lo regalaron de cuatro años, y ya se llamaba Jonás. Es posible que el nombre bíblico se lo hubiera puesto algún niño imaginativo que se fascinó con la historia de la ballena que se tragó al profeta, y a los tres días salió éste sano y salvo, y por supuesto triunfante,  del vientre monumental del cetáceo.

Sea lo que fuere, el noble animal se convirtió en miembro de la familia. Bien pronto se volvió objeto de admiración, entretención y cariño. Lo veo correteando por la finca, brioso, elegante y fiestero. Cuando llegamos a Villa Astrid, sale a recibirnos, en medio de alborozos exuberantes, con un palo en la boca a manera de bienvenida. Si no aparece rápido el palo, busca una piedra tosca –por lo general de buen tamaño– para cumplir su estricta y calurosa regla de protocolo. Y al acercarse a nosotros da unos cuantos brincos en el aire, como todo un acróbata de la agilidad y la gracia, para así testimoniar la alegría que lo embarga.

Cuando al término de la temporada advierte que nos preparamos para el regreso, agacha la cabeza en lo alto de la loma, y de allí no se mueve. Permanece absorto mientras ve el ingreso de las maletas a los vehículos, y luego entra a su casa, a paso lento, decaído y taciturno. Existe una oculta fibra sentimental que une a los animales con los hombres. No todos los hombres saben encontrarla. En Jonás, que es todo sentimiento y nobleza, distinción e inteligencia, su percepción de la alegría y el dolor es más aguda que en muchos de sus congéneres.

Al principio tuvo problemas con Brownie, su compañero de morada, a causa de los cuales solían enfrentarse en encarnizadas contiendas. Brownie llegó a compartir el espacio de la finca a los pocos días de nacido, y como ambos son labradores (Jonás, cruzado con bóxer), supusimos que se llevarían bien. Así ocurría por lo general, pero la paz se alteraba cuando surgían motivos de celos, o de territorio, o derivados del temperamento dominante de Jonás.

Luego de darles algunas clases de convivencia tomadas de textos científicos, vimos con satisfacción que las dos mascotas se habían sociabilizado por completo, y terminaron entendiéndose como un par de hermanos. Quienes saben de perros comprenden muy bien estas cosas.

Y pasó el tiempo. A Jonás comenzó a vérsele el pelo blanco, señal de madurez y vejez. Ya no andaba rápido, a veces se fatigaba, dejó de volar por el campo como una saeta… Me acordé de Piero, en su canción famosa: “Viejo, mi querido viejo, ahora ya camina lerdo… la edad se le vino encima sin carnaval ni comparsa”. Fue entonces cuando le agregué otro nombre, nombre honorífico y muy bien ganado: “el patriarca”.

Mi patriarca se había vuelto viejo. Revisamos su calendario, y nos cercioramos con desconsuelo de que ya tenía 13 años, que convertidos a la edad canina representaban 80 años. Con la edad, vinieron las enfermedades. No solo disminuía su brío habitual, sino que perdía el oído, el equilibrio y la vivacidad de otros días. Sin mayor dificultad le descubrimos las densas cataratas.

Varias enfermedades, todas a un tiempo, dieron cuenta de la decadencia evidente del patriarca. Lo mismo que nos ocurre a los humanos. Por algo el hombre y el perro se parecen. Nuestra mascota tuvo, dentro de una familia compenetrada con el sentimiento hacia los animales, las mayores atenciones en su vejez, y contó con todos los recursos de la ciencia.

Jonás ya no existe. Lo derrotó el calendario. Murió sin sufrimiento, este 8 de junio. Brownie duró buen tiempo lanzando ladridos lastimeros. Según el veterinario, esta es la manera de expresar su luto el compañero o compañeros sobrevivientes. El par de loros, con su algarabía habitual, hablaban su propio lenguaje, mientras el cortejo de gallinas rebuscaba en el pasto, con cierta tristeza, el alimento cotidiano.

Corrijo cuando digo que Jonás ya no existe: existe en el corazón de una familia que no olvidará su presencia en el terruño, donde se queda en medio de flores, de paisajes y de recuerdos gratos.

Eje 21, Manizales, 15-VI-2012.
La Crónica del Quindío, 16-IV-2012.
El Espectador, Bogotá, 16-IV-2012.
Adda Defiende los Animales, n.° 45, Madrid (España), diciembre de 2012.

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Comentarios

De la familia

A Jonás lo vamos a recordar porque sus sentimientos son muy cercanos a los de un ser humano, y en algunos, quizás mejores. Aprendimos muchas cosas de él, y sobre todo que el amor se puede manifestar de la forma más sencilla, y la tristeza también es grandeza. Una vez cuando nos íbamos le vimos una lágrima, y él quiso que no lo viéramos. Quizás por eso siempre se escondía en su casa. Fabiola Páez Silva.

Me conmueve mucho este gran homenaje a nuestro magnífico Jonás. Está totalmente descrito lo que vimos a su lado: alegría, amor desmedido, demostración de ese afecto, energía, siempre que estábamos en Villa Astrid. Lo disfrutamos y lo amamos. Liliana Páez Silva.

Espléndido artículo, escrito con magia y sensibilidad, que plasma con realismo y al mismo tiempo con belleza lo que fue la vida y obra de Jonás. Pedro Galvis Castillo.

Quedamos muy complacidos con el artículo sobre Jonás, pero sentimos mucha tristeza al saber que murió esa mascota tan especial. Generalmente los perros se convierten en parte de la familia y expresan con su actitud y su mirada todo su cariño y lealtad. Pedro Elías Páez Escobar, Ligia.

Muy bello el «poema» sobre Jonás. Describir y pensar lo que él fue es maravilloso, más cuando se ha compartido. Y siempre fiel se acostó en su madre tierra. Me pregunto a dónde irá ahora su espíritu sumiso. Creo que a nuestros corazones. Juan Carlos Campuzano M.

Yo les comentaba a los presentes que si el animalito hubiera sabido leer y escribir, también habría firmado el «derecho a morir dignamente». El «patriarca», sin padecimiento alguno, en menos de un minuto, incluyendo la búsqueda de la vena en una de sus patas y la postura de la inyección, inclinó la cabeza hacia adelante y quedó como dormido con las caricias… Jorge Alberto Páez Escobar.

Excelente historia de Jonás. Una descripción muy detallada y muy bien escrita. Humberto Escobar Molano.

Lloré mucho con esta historia pues he perdido ya tres mascotas que han sido mi vida y sé el dolor tan grande que se siente cuando tienen que irse, verdaderamente ellos son un miembro más de la familia. Consuelo Hustace (Estados Unidos).

De lectores

Me acompaña un hermoso labrador llamado Cicerón. Los labradores son muy inteligentes y consentidos. Cicerón es todo un personaje, conoce mis rutinas, tiene un lugar en mi estudio e indefectiblemente tenemos que salir a caminar a las 5:30 p.m. a veces hasta con sombrilla. Sabe cuando voy para Armenia y se sitúa junto al carro para que lo lleve. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Precioso homenaje a Jonás. No solo existe en el corazón de ustedes sino en el cielo perruno que estoy segura Dios ha destinado a esas leales criaturas. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Por medio de esta columna se hace partícipes a los lectores de todas partes que el bueno de Jonás se fue para no volver, y se fue para quedar en el corazón de los que lo quieren, tal como lo hacen los seres humanos. Loretta van Iterson, Ámsterdam.

Sé de sobra lo que es la muerte de un animal querido. Yo tuve un gato maravilloso, llamado Nikki, una verdadera maravilla. Mezcla de siamés y angora. (…) Mucho, mucho tiempo después, un día, en verano, nos dimos cuenta de que Nikki estaba enfermo. Lo llevamos al veterinario. Le recetó varias medicinas pero sin mucha esperanza. Esa noche lo acostamos en la cama de nuestro hijo, que era un lugar suyo donde solía ovillarse. En la madrugada me levanté para ir al baño y me encontré a Nikki casi a la puerta de nuestra alcoba, prácticamente muerto. Se había arrastrado penosamente los casi seis metros, de un dormitorio al otro, para venir a nuestro lado. De inmediato llamé un taxi y me largué al veterinario de guardia, no podía verlo sufrir. Le dieron una inyección en mi presencia, mientras él me miraba con unos ojos que me hacían llorar. Tanto como lloraron nuestros hijos al regresar de España (…) Paz a Jonás en el cielo de los animales, y ojalá se haga amigo de Nikki y de Platero. Ricardo Bada, Colonia (Alemania).

Hay que tener en el interior del alma una gran fibra humana  para manifestar el sentimiento de pena en la partida definitiva de un ser que en algún momento de nuestras vidas nos proporcionó alegrías, satisfacciones, como lo hizo “el patriarca”. Los animales tienen un mundo que nosotros los humanos pocas veces entendemos. Álvaro León Pérez Franco, París.

Soy una lectora de su artículo de El Espectador. Tengo una perrita 12 años y medio que lleva su vejez con dignidad, camina despacio, huele con más observación, les ladra a los jóvenes. Veo su carita más blanca y a veces sus ojos caídos cuando la tengo que dejar. Ha sido mi maestra en todo, como son los animales y la naturaleza. Solo quería decirle… qué maravilla su artículo, una bella experiencia como la suya me encantó compartir. Liliana Durán, Bogotá.

Su escrito sobre Jonás nos hermana. También tengo un labrador, se llama Mateo Montealegre,  también está cumpliendo 13 años y sufriendo los rigores de la edad adulta. Mateo llegó a decorar nuestras vidas en mi familia desde los 30 días de nacido, por lo que entiendo perfectamente su expresión poética del dolor que la partida de Jonás ha causado en usted y su familia. Trato de prepararme para el momento en que Mateo también termine su ciclo de vida y entre a formar parte del baúl de los bellos recuerdos. Libardo Montealegre M.

Qué crónica más bella. Qué sentimiento encierran tus palabras que puestas sobre el papel para perpetuar todo el cariño que ese ser devolvía a toda la familia cuando llegaban o el intenso dolor cuando partían, nos golpean a todos aquellos que, que con la misma sensibilidad, hemos amado y llorado a una mascota. Carlos Ochoa Martínez, Bogotá.

Hemos pasado por este trance doloroso, que solamente entendemos quienes lo hemos vivido. Luis Carlos Gómez Jaramillo, Bogotá. 

Los amigos como Jonás no se olvidan y si consigues otro perro llámalo igual y así perderás la capacidad de recordarlos llorando. Yo he tenido media docena de Polas a lo largo de mi vida de amante de los perros (tal vez tengo en exceso, dos grandes daneses, dos malineses, dos labradores, tres chihuahuas) y solo añoro llegar a estar tan viejo como ellos. Muy linda tu nota. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Yo llevé a mi perra a que viera a mi otro perro que acababa de morir golpeado por un bus antes de enterrarlo; no tenía heridas externas, así que no se veía muerto. La perra lo vio, se detuvo, lo olió de lejitos y se fue como si nada. Pensé que no le había dolido verlo muerto pero al día siguiente (y por tres días en total), no comió, no salió, no le ladró a nada: entendí que estaba en negación el primer día, que asimiló el golpe sobre la marcha e hizo el duelo a su manera. Los animales no manifiestan sus sentimientos como nosotros pero de que tienen los mismos sentimientos no hay duda. El de la H (correo a El Espectador).

Este tipo de historias debería llevarnos a revaluar el maltrato y sufrimiento que imponemos a la mayoría de animales (ya sea porque los matemos para la alimentación humana o porque arrasemos su hábitat para extraer recursos). Cualquiera que haya vivido una historia de callado entendimiento con una mascota sabe que los animales no son autómatas indolentes, sino seres sensibles como nosotros, y que por lo tanto deberían tener derecho a la vida, a la libertad y a no ser torturados. Condoricosas (correo a El Espectador).

Cuando el hombre piense en los animales, y hasta se compare con ellos, comprenderá más a su semejante y podrá vivir en paz. Qué historia más humana.  Yetti (correo a La Crónica del Quindío).

Qué artículo tan lindo y qué par de perritos tan lindos. Es muy cierto lo que su hija comenta sobre esos seres tan especiales en nuestras vidas, son unos magníficos compañeros, amigos, y ojalá los humanos fuéramos tan sinceros y leales como ellos. María Elena Arango Ossa, Bogotá.

Muy buena crónica, y me pone pensativa, pues mi mascota Tito está en esa misma edad. Pienso mucho en el momento de su partida sobre todo por mamá que tiene 93 años y es muy apegada a él. Esperanza Ospina Giraldo, Palmira.

Me uno a su tristeza. El sentimiento por los animales es la mejor pintura del alma y la grandeza de una persona. ¡Qué excelente recuerdo de Jonás! Carlos A. Restrepo, Medellín.

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En la muerte de Brownie

(Tenía 11 años calendarios y nos acompañó con amor y alegría en Villa Astrid. Fue operado de un cáncer, y al final murió en la clínica de un paro cardiorrespiratorio. Villa de Leyva, 11 de enero de 2018).

*

Brownie, sé que tan pronto como diste tu último aliento, Dios se llevó tu alma bella e inocente al cielo. Sé que ya te ganaste tus pequeñas alas peludas, que te las mereces con todo el amor perruno. Estoy orgulloso de ser capaz de amar a un ángel tan sorprendente como tú. Estoy aquí en la Tierra y no sé cómo te las estás pasando en el cielo, pero confío que realmente lo estés disfrutando. Espero que corras por hermosos prados y cielos perfectamente color chocolate como tú. Nos duele mucho, pero te agradecemos tu ímpetu y tu energía para vivir. El creador de tu nombre, tu mamá, tus tíos, tus abuelos y por supuesto tu papá te extrañaremos y estaremos en paz. Gracias. Juan Carlos Campuzano.

Amor, hermoso escrito y homenaje para nuestro hijo perruno. Brownicito ha sido parte de nuestra historia, y nos regaló lo más importante: su amor y lealtad incondicional. Nos enseñó a vivir alegres y a ser fuertes. Fue una parte de mi vida personal, importante para mi recuperación del cáncer. Él no lo logró, pero luchó hasta el final. Gracias, Brownicito, siempre estarás en mi corazón. Liliana.

Juan, hijita: no tengo sino agradecimientos por todas las atenciones con nuestro inolvidable Brownicito. Astrid.

Divinos los escritos, Juan y Lili. Salen palabras desde lo más profundo del corazón. Diana.

Me quedo sin palabras. Santiago Campuzano, Méjico.

El burrito Demo

lunes, 28 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

En el potrero de Turbaco, donde descansa hoy del asedio de los periodistas después del golpe de publicidad que se dio en la Cumbre de las Américas, Demo pensará que es mejor volver a ser borrico plebeyo, y no míster Donkey, como casi llega a ser si el presidente Obama se lo lleva para la Casa Blanca.

Demo sabía que su amo Silvio Carrasquilla gusta de ciertas extravagancias, como la de realizar unas elecciones simbólicas en honor de Obama, o la de pintar de blanco la casa de Turbaco para hacer una réplica de la Casa Blanca. Además, le adivinó la intención de deshacerse de él, pobre borriquito, que no podía defenderse. Con su fino olfato, le olió a su amo la intensa “obamanía” que lo dominaba. Es decir, su sumisión al imperialismo.

Ninguna gracia le hacía al pequeño Demo irse a encerrar en un palacio tapizado de alfombras mágicas, en lugar de disfrutar a sus anchas del verde pasto de su tierra marítima. Tampoco le halagaba  servir de jumento a Michelle y sus hijas Malia y Natasha. Alcanzó, eso sí, a sentirse bendito entre las mujeres. Aspiró entonces el aire tropical, se tocó la grupa nerviosa, se acarició el mentón conquistador, aguzó el magín sensual (¡mujeres, mujeres!, se dijo)… pero ¡no! Reaccionó a tiempo. Él prefería la libertad.

A trote, como si fuera un alazán y no el tierno borriquillo, llegó como una flecha, pletórico de bríos, hasta el populoso barrio El Bosque, de Cartagena. Por allí se puso a mirar hacia todas partes, a olisquearlo todo, hasta detenerse frente al Pley Club, cuyas luces de neón lo entusiasmaron. Luego, la reja se abrió para cinco hombres musculosos, con traza de gringos, que entraron desaforados a la mansión. Demo afinó el ojo y vio que al encuentro de los hombres veloces salía un grupo de bellas mujeres que estaban, sin duda, pendientes de su llegada.

Solo días después, cuando ya Obama y su séquito habían regresado a su país, oiría el borrico que las jóvenes damiselas eran prostitutas de alta calidad que cobraban onerosas tarifas, en dólares relumbrantes, entre las sábanas del Hotel Caribe. Los gringos, pertenecientes al Servicio Secreto de Estados Unidos, habían producido, con sus idas al Pley Club y sus embriagueces diarias, un escándalo mayúsculo con resonancia mundial. Pero esto no lo entendía Demo, burro como era, pues él nada había aprendido aún de política ni de relaciones internacionales.

Cuando volvió a Turbaco, su amo trinaba de la ira. Lo había preguntado por todas partes y nadie pudo dar razón de sus andanzas precoces. Entonces lo sometió a castigo ejemplar: esa noche dormiría en la tierra pelada, y no en lecho de paja. Demo lloró, con ojos dilatados de tristeza, pero nada dijo. (No dijo nada porque no sabía hablar, pero lo entendía todo). Cumplido el castigo, lanzó un rebuzno agudo, desenfrenado, victorioso. Y se preparó para recibir al presidente, que ya venía en camino.

Cuando Obama estuvo a corta distancia, Silvio codeó a su mascota.  Y le caló el sombrero con el símbolo del Partido Demócrata (nombre del que había salido, a lo costeño, el Demo abreviado que corre por estas líneas). Incluso le lastimó las orejotas eréctiles y blandas. El presidente, elegante en el vestir y en el andar, ágil y sonriente, saludaba a todo el mundo, sin propósito de detenerse en ninguna parte. La seguridad no se lo permitía.

Silvio ha dicho que el presidente se quedó mirando con admiración a Demo, y lo identificó, claro está, como uno de sus votantes latinos. Pero no: cuando el personaje pasaba por el frente del burrito fiestero, este agachó la testa, no en señal de reverencia, ni de respeto ni sumisión, sino de elemental prevención. Sencillamente, no quería irse para la Casa Blanca. Deseaba seguir siendo asnito plebeyo, como lo habían sido Platero, el rucio de Sancho Panza, el Burrito sabanero o el Burro flautista. Nada de míster Donkey.

Fue entonces cuando Demo escondió su clásica estampa tras el sombrero de la propaganda demócrata. Sonrió para sus adentros, con su amplia sonrisa asnal, de oreja a oreja. Y aquí se queda, en su propia tierra, después de estos coqueteos con la fama.

El Espectador, Bogotá, 26-IV-2012.
Eje 21, Manizales, 27-IV-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28-IV-2012

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Comentarios:

Rebuzné de gusto leyendo esta columna, más que columna, un cuento. Me parece incomparable y digna de guardar para enfrentarla a tanta babosada que se cuela en los diarios. Libaniel Marulanda, Calarcá.

Excelente artículo sobre el burrito Demo. Fue un bocado delicioso para iniciar este sábado pasado por agua. Hugo Hernán Aparicio, Calarcá.

Buena la columna, no sabía que este columnista tenía sentido del humor. Pero le faltó una puntilla: que el presidente Obama le agradeció al dueño del burro con una nota de su puño y letra, con solo la frase «muchas gracias» escrita en español. El agradecido propietario del solípedo dijo visiblemente entusiasmado que este era un recuerdo tan valioso para él que «ningún hacker árabe» (sic) tendría el dinero para comprar ese pedazo de papel. El de la H (correo a El Espectador).

Y la misión del burrito, igual a la de sus predecesores, será cargar agua para la sedienta población, porque cuando don Silvio abandone su casa «blanca», Turbaco aún estará sin acueducto. Jojecarte (correo a El Espectador).

Los perros de la guerra

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Jennifer, la cocinera de confianza de Alfonso Cano, salió de la vivienda junto con las dos mascotas del guerrillero: Pirulo y Conan, labrador dorado y perro criollo. Ella era la encargada de cuidarlos cuando no estaban con su amo, que era en contadas ocasiones. Por las mañanas, luego de asearlos y darles de comer, Jennifer los llevaba a dar una vuelta por los alrededores.

Cumplida su misión, aquel día entró con los perros a la vivienda, a las tres de la tarde. Entre la empleada y el par de mascotas se habían establecido grandes lazos de afecto. Los perros, nobles por naturaleza, poseen fino instinto para distinguir con rapidez a las personas que los quieren, y a las que, por el contrario, no los quieren. Y así mismo demuestran sus preferencias. Pirulo y Conan vivían jubilosos con Alfonso Cano, con quien habían realizado largas  travesías por la selva. Y con Jennifer, que les daba de comer y todos los días los sacaba a pasear.

Lo que ella no sospechaba era que sus pasos estaban vigilados. Los ojos de algún soldado vieron la entrada de los perros a la vivienda oculta en la espesa montaña, la que había sido usurpada a un indígena. Ya se sabía que el guerrillero se desvivía por sus mascotas hasta el punto de no permitir que se les dijera perros: había que llamarlos por sus propios nombres, equivalentes a los nombres de pila de los humanos en el agua bautismal. Las mascotas (se sabía con precisión que se trataba de dos perros) se convirtieron en su perdición. Pirulo lo acompañaba desde la antigua zona de distensión.

Sin quererlo (porque los animales no tienen malos sentimientos, como los hombres), las mascotas entregaron a Cano a las autoridades. Ese día, la casa fue bombardeada y en el ataque cayó el guerrillero más buscado del país, que varias veces se había escabullido como por arte de magia por entre las ráfagas que estuvieron a punto de darle captura o abatirlo. Esta vez lo delató su afecto por los perros, uno de los pocos afectos que conservaba. Conan fue herido en el combate y Pirulo huyó. Ambos dejan escritos sus nombres como personajes de la violencia colombiana.

En las filas contrarias, las del Ejército, hay una heroína: la perra Sacha. Era  experta en antiexplosivos, labor para la que había sido adiestrada durante largo tiempo, y en la que realizó más de cien operaciones exitosas. Se tiraba desde el helicóptero en compañía del soldado que guiaba sus pasos, y en la profundidad de la selva descubría las minas antipersonas y olfateaba la presencia del enemigo. Después de cinco años de combates, murió abaleada en el bombardeo al campamento del Mono Jojoy. Su maestro, el soldado Zamora, dice que su pérdida es igual de dolorosa a la muerte de un hijo. Para honrar su memoria, a Sacha le levantaron una estatua.

Durante el presente año, más de veinte perros antiexplosivos han caído en campos minados. Las noticias no suelen informar sobre estos mártires de la guerra. Son héroes anónimos que mueren en el campo de batalla y que carecen de una cruz o de un recordatorio dentro de las bajas de la población civil o militar. Las noticias de prensa informan así, por ejemplo: “Dados de baja diez guerrilleros en el Cauca”, y al día siguiente: “Fueron abatidos ocho policías en Arauca”. ¿Y los perros? Ellos no tienen prensa. No tienen dolientes.

Hay escuelas caninas de entrenamiento, tanto del Ejército como de la Policía, dedicadas a la lucha contra los explosivos, donde están matriculados estos perros inteligentes que se especializan en el rastreo de olores y de huellas, y a la postre mueren en los combates. Unos sobreviven. Otros ganan, con su muerte, medallas de heroicidad, como Sacha. O pasan a la historia, como Pirulo y Conan, por haber pertenecido a un guerrillero famoso. Todos merecen honores, no importa el campo donde hayan vivido.

La guerra no solo es de los hombres, sino también de los animales. Y no solo el perro es protagonista de las contiendas salvajes: a lo largo de la historia también se han empleado caballos, cabras, camellos, palomas mensajeras, aves de corral… Educados todos con el fin siniestro de ayudar al hombre a destruir a su propio hermano. Esa es la guerra: elemento monstruoso, rapaz, depredador, asesino,  que busca no dejar nada en pie, ni siquiera la nobleza y la inocencia de los animales.

El Espectador, Bogotá, 17-XI-2011.
Eje 21, Manizales, 18-XI-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-XI-2011.

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Comentarios:

Excelente columna de los animales de la guerra. Por fin algún medio se dio cuenta que ellos existen en esa guerra que se inventaron los humanos y que no tienen nada que ver. Jaime A. Reyes.

Me gustó el sentido homenaje a esos héroes, que son sacrificados,  al pagar con su vida la lealtad a sus amos. Recuerdo  los elefantes de Aníbal, el legendario estratega y conquistador cartaginés, quien  los convirtió en verdaderas máquinas de guerra. Gustavo Valencia García, Armenia.

Qué bello homenaje a los perros, a todos los animales que nosotros, los seres humanos, a veces tan crueles, a veces tan innobles, metemos en nuestras «broncas», como suele decirse en México. Diana López de Zumaya, colombiana residente en Méjico.

Muy buena nota. A mí también me ha llamado la atención la presencia de estos nobles animales en la guerra. Me pareció muy triste la suerte que corrió la perra Sacha.  No sé por qué razón las asociaciones defensoras de animales no hacen nada al respecto.  Carmen Arévalo (correo a El Espectador).

Acá en Estados Unidos,  los perros de la policía son oficiales de la policía y son condecorados por sus actos de valor y los respetan y protegen como a cualquier otro oficial. Mauricio Guerrero.

Victorias del toro

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A partir de enero de este año quedaron prohibidas las corridas de toros en  Cataluña (España). Cuatro años atrás, un crecido número de ciudadanos que apoyaban la abolición de la fiesta brava en medio de exaltados manifestantes del bando contrario, exhibieron frente al Parlamento una pancarta con esta  leyenda: “Cataluña: Si te quieres presentar delante del mundo, primero suprime las corridas de toros”.

Conseguir la votación final (68 votos a favor de la supresión y 55 en contra) implicó una larga lucha de las organizaciones y personas protectoras de los animales, que lograron convencer a la mayoría de parlamentarios de que las corridas de toros debían desaparecer de su territorio. Medida nada fácil, dada la  fuerte tradición taurina que existe en España.

Conseguido este propósito en una de las regiones más importantes de España, como lo es Cataluña, no queda difícil predecir que el ejemplo hará carrera en toda la nación y se  extenderá a los países latinoamericanos, herederos de la tradición taurina, algunos de los cuales, como Colombia, han hecho del toreo una industria de difícil erradicación.

Sin embargo, las cosas comienzan a cambiar. El senador Camilo Sánchez, que considera que el 95% de los colombianos están en contra del sufrimiento de los animales, lidera una acción parlamentaria para buscar que también en Colombia se prohíban las corridas, al igual que todo tipo de maltrato animal, como el practicado en los circos y en las peleas de perros y de gallos. Dijo Gandhi: “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados en la forma en la que tratan a los animales”.

Por lo pronto, el toro sale triunfador en la legislación de Cataluña. Poco a poco la gente de este territorio tomó conciencia sobre lo que significan las torturas que se infligen al pobre animal, convertido en espectáculo sangriento para espectadores fanáticos que se dejan manejar por las bajas pasiones. Pensar que las corridas de toros son una tradición cultural que debe respetarse, como algunos lo exponen como razón valedera para no hacer nada en contrario; o que se trata de una expresión artística, con el argumento de que grandes pintores del mundo las han magnificado en cuadros famosos, equivale a ensalzar la violencia como insignia humanizada del arte.

Lo cierto es que los matadores de toros, protagonistas bárbaros de las plazas atiborradas de multitudes frenéticas, gozan –y hacen gozar al público– con la sangre que brota de los músculos destrozados del cuello del toro. Y que le sale a borbotones por la boca agobiada de asfixia y angustia.  Este espectáculo, que se pretende presentar como refinado o sensacional, es avivado por esas masas delirantes que confunden el arte con la crueldad. Son las mismas masas que no quieren resignarse a que el rey de fiestas goce del derecho a la vida.

La revista española Adda Defiende los Animales, abanderada de las causas justas que conducen a la eliminación de las corridas de toros en el mundo, llega a los países de Latinoamérica como protesta denodada, que ya cumple veinte años, contra el salvajismo humano.

Luchadora inquebrantable de dicho postulado, la revista no ha desfallecido en su condena contra los horrores de la fiesta brava (nombre muy apropiado para calificar la insana diversión) y hoy proclama la medida de Cataluña como un paso adelante que llevará, sin duda, a nuevas victorias que bien se merece el toro, el ser más vilipendiado y torturado por el hombre en las plazas públicas.

Y que como ironía es el que le hace ganar vítores clamorosos a su matador, acrecienta su fama y lo vuelve más salvaje. ¿Qué diferencia hay entre el torero que mata y el público que aplaude?

El Espectador, Bogotá, 31-III-2011.
Eje 21, Manizales, 1-IV-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-IV-2011.

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Comentarios:

El toreo no tiene cabida en los países civilizados del siglo XXI. Es inmoral e indigno exaltar la violencia a través de espectáculos públicos como la matanza de toros. Aplaudo y me quito el sombreo ante los honorables legisladores, el señor Camilo Sánchez y el bloque de los 600. La Colombia del siglo 21 necesita gente de alta ética moral que haga brillar la luz del nuevo mundo. DonPedometro (carta a El Espectador).

Las corridas de toros son un espectáculo bárbaro que se deberá erradicar por la crueldad y desprecio a la vida de un animal noble, que tanto aporta al hombre en su alimentación y otros beneficios de su presencia vital.  No es posible que un enfrentamiento, en esas condiciones de desigualdad y desventaja, para el bruto noble, siga amparado por vetustas legislaciones que enarbolan cuestionados argumentos de vergonzosa tradición cultural y de falsa apreciación artística, para satisfacer el morbo de minorías y la codicia de empresarios interesados en fomentar y mantener el grotesco espectáculo. Gustavo Valencia García, Armenia.

Es una salvajada y algo absurdo en un mundo que se dice tan avanzado en todas las áreas: medicina, tecnología, ciencia, etc, que se sigan practicando estas muertes a animales indefensos y que las personas vayan supuestamente a ver arte y entretenimiento a costa de tanto dolor. Estoy de acuerdo: son iguales de culpables quienes matan como quienes disfrutan con las muertes. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Hace unas cuatro décadas asistí por primera y última vez a una corrida de toros en Bogotá. Desde entonces y al ver la crueldad de semejante espectáculo jamás volví  a pisar un ruedo. La verdad es que si vemos y leemos todos los días la crueldad con que paramilitares, guerrilleros y hasta miembros del ejército asesinan sin ninguna compasión a sus mismos compatriotas, todo con la complicidad de políticos y congresistas, no veo con extrañeza cómo esa misma dizque sociedad asiste a una corrida de toros donde la sevicia y crueldad se pavonean delante de la alta clase colombiana. Luis Quijano, Houston (Estados Unidos).

 

Los toros matan

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Si un torero mata a un toro, no hay noticia. Esto, por ser de común ocurrencia, ya no constituye novedad. Así nos hemos acostumbrado al cruento sacrificio de las reses de lidia. En cambio, si es el animal el que mata al hombre, esa sí es noticia. Es lo que ha sucedido en el caso del banderillero español Manolo Montoliú, muerto en España en días pasados. El hecho le dio la vuelta al planeta y produjo conmoción en el mundo taurino. Esta vez el toro pasó a la condición de asesino y sobre él cayeron los mayores denuestos.

Cuando en Colombia un toro terminó con la carrera de Pepe Cáceres, explotó un arrebato de ira taurina en el mundo entero. El personaje era demasiado grande, y el toro no podía ser sino un monstruo. Eso mismo ha ocurri­do, y ocurrirá siempre, con los ídolos de las multitudes. Me refie­ro aquí a los toreros, claro está, ya que los infelices toros, por más casta y señorío que posean, no pasarán de ser las eternas vícti­mas del escarnio en los ruedos de la barbarie.

Los taurófilos, legión uni­versal que vive enardecida con la sangre, no pueden perdonar que sea el toro el que se vengue de su verdugo. En esta orgía salvaje están permitidos todos los supli­cios que quieran infligirse al pobre bruto, y mientras más violencia y más dolor produzcan, mayores emociones despiertan en el públi­co. En ningún otro espectáculo existe tanta crueldad humana, tanta bajeza del instinto. Es allí donde el hombre, que se supone dotado de sensibilidad, demues­tra todo lo contrario: complacen­cia con la tortura.

Decir que en las lidias el hom­bre se animaliza, no es suficiente. Los animales tienen mejor com­portamiento que el ser humano y expresan hermosos sentimientos de ternura, de cariño y lealtad. Los animales observan reglas sociales que la humanidad no sabe practi­car. La fiera, fiera de verdad, es escasa. ¿Podrá decirse lo mismo de los hombres? ¿No son más fieras los toreros y sus públicos fanáticos, con su pasión sangui­naria, que el animal indefenso que martirizan para saciar apetitos morbosos? El peor canibalismo moderno es el que se vive en las plazas de toros.

El toro gigante de la corrida de Sevilla, que pesaba cerca de 600 kilos, estaba escogido para hacer la fiesta –con base en su lenta y horrenda agonía– de miles de espectadores ávidos de sangre. Manolo Montoliú, dies­tro en la faena, nunca calculó que aquel animal de los infiernos fue­ra capaz de clavarle los cuernos terribles en el pecho amaestrado para la gloria. Dice la noticia que primero le corneó el cuello y la cara y luego lo enganchó con el pitón derecho hasta causarle destrozos incalculables. La cornada fi­nal le perforó el corazón y le desangró las venas.

Así concluyó este drama mo­numental –en plaza monu­mental– donde la victima cobró esta vez el crimen impune que comete la sociedad contra el pobre toro, que carece de dolientes en todo el mundo.

El Espectador, Bogotá, 13-VIII-1992