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De la humildad a la grandeza

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

A 150 años del natalicio de Marco Fidel Suárez y 78 de su muerte, el tiempo se ha encargado de mantener su nombre como el de uno de los hombres más ilustres del país en los campos de las letras, la cultura y la política. Su período presidencial se vio afectado por serios contratiempos, muy propios de aquella época –como la ferocidad de las guerras civiles, las discordias de los partidos y la crisis económica de 1921–, pero la historia le reconocería sus dotes de gobernante y sus acendradas virtudes humanas, intelectuales y patrióticas.

Nace el 23 de abril de 1855 en Hatoviejo, hoy municipio de Bello, en una desmantelada choza donde su madre, Rosalía Suárez, se gana la vida en el oficio de lavandera. Con los precarios ingresos que recibe, y que años después incrementa con el amasijo de galletas que el propio Marco Fidel vende antes de ir a la escuela, la humilde mujer atraviesa una etapa amarga, que no logra superar a pesar de sus esfuerzos por obtener otro nivel de vida.

Este ambiente de pobreza y abandono ensombrece los primeros años del infante y le transmite acerbas sensaciones sobre la sociedad. La condición de hijo natural, tan grave en aquella época, es un estigma que lacera su juventud. Ya en la cumbre del poder, superado con su férrea voluntad aquel maltrato social, y orgulloso con ser el hijo de la lavandera, siente agrado al llamarse a sí mismo el “presidente paria”, y se refiere a su madre como “mi abejita diligente”.

El amor por Rosalía es tan arraigado, limpio y noble, que la ha entronizado en el corazón como su reina irrenunciable. El padre de Marco Fidel, José María Barrientos, esclarecido miembro de la sociedad antioqueña, que no había reconocido a su hijo por gazmoñerías de la época, un día le propone que use su apellido. Pero él le contesta que, si durante tanto tiempo se ha dado a conocer con el sólo apellido de su madre y así ha adquirido notoriedad, no tiene por qué cambiar de denominación, y por tanto conservará su autenticidad.

De las experiencias de la niñez y la juventud se deriva el temperamento tímido y nervioso, movido por ocultos brotes de insatisfacción e hiperestesia, que tendrá toda la vida. Ciertos gestos sombríos y actitudes hostiles nacen de su carácter inseguro y le crean inestabilidad emocional, circunstancia que en la edad adulta, tal vez como una represalia contra la desigualdad humana, lo lleva a empuñar la pluma mordaz contra sus detractores. Esta conducta se refleja con mayor acento en varios pasajes de los Sueños de Luciano Pulgar, obra deslumbrante sobre las letras, la filosofía, la historia y la condición humana, donde campean la sátira, la crítica política y el bello estilo, dones que motivan a don Juan Valera para declararlo como “el Cervantes de nuestro siglo”.

A los 14 años se matricula en el Seminario de Medellín, donde se descubre su precoz inteligencia. No sólo sobresale en la gramática y el arte, las matemáticas y la física, la teología y el derecho canónigo, sino que abriga la firme ilusión de ser sacerdote. Deseo que se trunca al negársele ese destino. En vista de lo cual, ingresa como maestro a la escuela de varones de Hatoviejo. En 1879 se alista en la guerra y es nombrado teniente en el campo de batalla. Derrotado su ejército, regresa a la vida civil con tres frustraciones: la de no haber podido ser sacerdote, la del fracaso militar y la de haber perdido el puesto de maestro.

Resuelve entonces irse para Bogotá. Un año después irrumpe en el mundo de las letras con un ensayo sobre la Gramática Castellana, que resulta premiado por la Academia Colombiana de la Lengua. A partir de entonces su nombre vuela como un meteoro en el panorama cultural: reemplaza a Miguel Antonio Caro como director de la Biblioteca Nacional, se desempeña como amanuense de Rufino José Cuervo, es elegido miembro de varias academias y escribe eruditos ensayos sobre diversas materias. Con Caro, Carrasquilla y Marroquín integra la nómina  de los retóricos, que tanto lustre le dará al país.

Alterna las tareas académicas y literarias con la penetración en el derecho internacional, y un día descubre la política, que no es su campo de acción, pero que llega a seducirlo. En 1885 es nombrado funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, organismo del que será ministro en tres ocasiones, lo mismo que ministro de Instrucción Pública y encargado del Ministerio de Hacienda. En 1914 es presidente del Congreso y director de su partido. Y en 1918 es elegido Presidente. En este mismo año fallece en Estados Unidos su hijo Gabriel, de 19 años, pena de la que, junto con la pérdida de su esposa en 1899, nunca se repondrá.

El cadáver de su hijo es traído en barco al año siguiente, y para atender los costos de la repatriación ha tenido que vender sus sueldos. Esto da lugar a furiosas manifestaciones de protesta, a la cabeza de las cuales está Laureano Gómez, que tilda el acto como una indignidad. En noviembre de 1921 renuncia a la Presidencia, forzado, ante todo, por las presiones políticas que recibe a raíz de la aguda crisis económica y financiera que vive Colombia, de la que no es responsable, y en segundo lugar, por los ataques de Laureano Gómez a raíz de la venta de los sueldos. En acto de decoro –y al mismo tiempo de humildad–, Marco Fidel Suárez, al dejar la Presidencia, devuelve las condecoraciones que le habían sido conferidas por varias naciones.

Ya por fuera del poder, se suscitan encendidas controversias bajo el fragor de las pasiones políticas. Pero el devenir de los años hace fulgurar su figura como la del gran estadista que tuvo que ejercer el gobierno en medio de un país destrozado por la guerra y carcomido por el sectarismo. Se le escarnece hasta extremos inauditos, incluso por parte de sus secuaces. Sufre la adversidad con temple espartano, y al mismo tiempo con inmensa tristeza. Su honradez y dignidad son superiores a su tiempo. Una personalidad de su época, situado en terreno contrario –Luis Eduardo Nieto Caballero–, proclama, apartándose del montón, que Suárez “es un excelso patriota”. Este juicio lo redime de la iniquidad.

Marco Fidel Suárez muere en Bogotá el 3 de abril de 1927, a los 72 años de edad. En Bello, convertida en monumento nacional, se conserva la modesta choza, visitada todos los años por miles de turistas e intelectuales, donde el personaje llegó al mundo y engrandeció la historia.

El Espectador, Bogotá, 2 de agosto de 2005.

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Comentarios:

Bello y bien documentado tu artículo sobre Suárez, una de las figuras humanas más puras y apasionantes de la historia colombiana. Hernando García Mejía, Medellín.

Leí sus artículos sobre Laureano Gómez y Marco Fidel Suárez. Magnífica labor desarrolla usted tratando de rescatar la verdadera historia de Colombia. Ojalá todos los colombianos pudiéramos, más temprano que tarde, llegar a conocerla. Alberto Segura Rojas, Lima (Perú).

Me ha conmovido mucho lo que escribiste sobre Marco Fidel Suárez porque desde niña mis padres me enseñaron a quererlo y a apreciarlo. Admito tu ecuanimidad para narrar los sucesos y las desdichas de este compatriota sin igual. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

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