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Dolorosa pérdida quindiana

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar 

El título de la novela de César Hincapié Silva, Un veterano encuentra su destino –cuya presentación realicé hace un año en Armenia ante una nutrida concurrencia–, parece premonitorio de la tragedia que habría de sobrevenirle al autor. Nunca, por supuesto, el novelista pensaría que manos criminales, guiadas por los peores instintos de bajeza y salvajismo, pudieran perpetrar semejante atrocidad. El hecho ha estremecido las fibras más sensibles de la sociedad quindiana.

En Hincapié Silva se conjugaban acrisoladas dotes de caballerosidad, cultura y civismo. Trabajador incansable de su región, hizo de la abogacía y la política las herramientas adecuadas para mantenerse en diálogo constante con sus paisanos y buscar caminos de progreso para la comunidad. Siempre estuvo comprometido con el bien común, unas veces como funcionario público, otras como concejal de Armenia o diputado a la Asamblea del Quindío, otras como catedrático o agudo e inteligente periodista.

Fue el primer jefe de Planeación del Quindío y desde allí impulsó el desarrollo de la comarca emprendedora que emergía en el concierto nacional, gracias a su espíritu de progreso y su sentido de organización, como el “Departamento Piloto de Colombia”. El joven abogado y economista, que se había especializado en Brasil en Administración y Planeamiento, contaba no sólo con el vigor de la juventud sino con el apoyo de los conocimientos, y su vocación de servicio le permitió el exitoso desempeño de su cometido.

Fue en aquellos días de 1969 cuando, llegado yo a la ciudad como gerente de un banco, conocí al personaje y entablé con él perdurable amistad. Después se radicó en la capital del país, donde ocupó algunos cargos y fue docente en varias universidades. De regreso en Armenia, abrió su oficina de abogado y comenzó a intervenir, como conferencista, escritor y periodista, en la vida pública de la región. Sus actuaciones provocaban polémica, y con ese motor se debatían muchos asuntos de interés local. El periodismo lo llevaba en la sangre y lo ejercía como instrumento de combate y tribuna cultural.

Se inició en dicha labor bajo la orientación de Gilberto Alzate Avendaño, su ídolo político, de quien sacó la garra del gladiador y el talante del intelectual. Sus primeras notas las escribió en el Diario de Colombia, cuando lo dirigía el caudillo caldense. En el Viejo Caldas fundó el periódico Desarrollo y Cultura, donde hizo famosa la columna El muro de las lamentaciones. Dirigió la publicación Hoy Quindío, adscrita a La Patria, y por último fundó el Correo de Occidente, quincenario de esmerada edición y fino contenido cultural y político. Para él la cultura y la política eran inseparables.

La tarea literaria, que se le acentuó en la última década, y que en el momento de su muerte lo tenía consagrado a la elaboración de una nueva novela, se tradujo en varias obras que enriquecen el patrimonio cultural del departamento: El camello de la planeación, Inmigrantes extranjeros en el desarrollo del Quindío, Cuentos sobre el tapete, La historia después del terremoto y Un veterano encuentra su destino. Pocos días antes de su muerte, declaró: “Me siento satisfecho porque además de mis actividades profesionales, sociales y públicas tuve tiempo para la parte intelectual. Me siento satisfecho de tener una capacidad permanente de trabajo”.

La escritura le surgía a borbotones, como cascada incontenible, y él se jactaba de su capacidad para producir libros voluminosos. Así mismo era su conversación: fluida, ágil, amena, rica en ideas, a veces torrencial. Gran conversador. De la misma manera, las cuartillas le brotaban a granel. Era como si la muerte lo estuviera apurando. Le faltó vida para realizar una serie de proyectos que le bullían en la mente. Se los frustró el torvo destino, que a veces se agazapa en la punta de un puñal.

Su formación académica lo alejaba de mezquinos intereses, y con el intelecto libraba todas sus batallas. Su trono estaba en la sapiencia y su campo de batalla, en la crítica social. Era un espíritu burlón y, como Voltaire, manejaba la sátira corrosiva y la pluma urticante. Con ese talante desplegó sus ideas moralistas. Sus críticas levantaban ampollas en el vecindario, pero se recibían con respeto y fomentaban la moral pública. Siempre transitó por los senderos de la verdad y la justicia.

Mucho me temo que el vacío que queda en su residencia al desaparecer la célebre Tertulia de César, donde todos los viernes y desde hace 30 años se reunía con sus amigos a hablar de cultura y de temas sociales, no lo llenará nadie en la ciudad. Con su muerte infame, otro terremoto ha sacudido la comarca quindiana. Pero aceptemos este consuelo: las ideas no se asesinan, porque las ideas nunca mueren.

El Espectador, Bogotá, 26 de mayo de 2005.

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Comentarios:

He quedado estupefacta por la noticia. Esta semana vi las películas La Virgen de los sicarios y María, llena eres de gracia. Y parece que los mensajes de estas películas no son exagerados. Colombia está enferma de un cáncer social demasiado grave. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Tu columna toca todas las facetas relevantes del genio y personalidad del gran quindiano. Me han conmovido la sinceridad y nobleza de tu manera de expresarte sobre un amigo cuya generosidad de corazón y honda humanidad quizá no supe interpretar en su valor trascendente y puro. Héctor Ocampo Marín, Bogotá.

Mi más sincero pésame por la muerte de tu buen amigo. Uno se va quedando solo y al final mira hacia atrás y no ve sino cruces. Linda la nota que le dedicaste. Hernando García Mejía, Medellín.

Qué tristeza la muerte trágica de César Hincapié. A través de tu artículo y de las noticias de prensa pude darme cuenta de su vida meritoria y valiosa. En mi juventud conocí a sus padres y fui amiga de su mamá, doña Rina, profesora de música en el conservatorio de Manizales, y persona muy apreciada y querida en la ciudad. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

¡Qué pena que estas cosas ocurran en Colombia y en nuestra querida Armenia, y a una cuadra de la catedral! Hugo Palacios Mejía, Bogotá.

Comparto plenamente tu homenaje a César Hincapié, descendiente de dos insignes maestros de la música y el canto, fundadores de conservatorios de música en Manizales y Armenia. Pienso que con la muerte de César se apaga no solo su vida sino, también, el vigoroso liderazgo cultural de una familia que sirvió con inmensa generosidad a la región quindiana. César Hoyos Salazar, Bogotá.

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