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Un presidente que perdió Colombia

lunes, 30 de noviembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

Bajo el título Otto Morales Benítez, de la región a la nación y al continente, el profesor e historiador caldense Albeiro Valencia Llano acaba de publicar, con el patrocinio de Fasecolda, un texto serio y bien documentado sobre la trayectoria humana, cultural y política del ilustre colombiano, cuya presencia en la vida pública y la solidez de sus convicciones le dieron mérito para llegar a la Presidencia de la República. Sin embargo, se desaprovecharon sus dotes de estadista.

El autor de la obra, tras varios años de investigación sobre esta atrayente personalidad, y a medida que analiza en sus páginas el itinerario del personaje, repasa la historia colombiana en gran parte del siglo pasado. Lo hace a la luz de valiosos documentos que ofrecen una visión certera sobre el acontecer nacional en etapas cruciales, como la violencia, la dictadura militar y la crisis de los partidos. De paso, muestra la actuación del político caldense en la mayoría de tales sucesos, unas veces como miembro de su partido, otras como ministro, otras como delegatario de altas misiones, y siempre como luchador de las ideas y la democracia.

La lectura del libro me ha permitido volver la mirada en torno a las campañas presidenciales adelantadas por Morales Benítez, sobre las que poseo claro conocimiento, tanto por mi carácter de observador atento de los hechos en aquellos días, como por mi cercana amistad con el escritor. Desde 1974, como lo precisa el biógrafo, prestantes jefes políticos, parlamentarios, intelectuales y gente de otros sectores comenzaron a agitar su nombre para la candidatura presidencial. Esta idea se robusteció en 1977 con el apoyo de otros líderes políticos y de notables escritores y periodistas.

En 1979, Carlos Lleras Restrepo propuso una lista de posibles candidatos y entre ellos destacó a Morales Benítez, cuyo nombre fue acogido en provincia por varios directorios liberales. Al año siguiente, Alberto Lleras Camargo, en discurso pronunciado en Medellín, volvió a mencionarlo para la alta dignidad. Diarios como El Universal, de Cartagena, y La Patria, de Manizales, por encima de banderías partidistas, se sumaron a la propuesta.

En Pereira se le rindió, por iniciativa de un grupo de políticos (Hernán Jaramillo Ocampo, conservador, y los liberales Juan B. Fernández, Fabio Lozano Simonelli e Iván Marulanda), grandioso homenaje popular al que asistieron representantes de distintas actividades, sin distingo de partido y en nombre de periódicos regionales, del mundo intelectual y del alma nacional. Residente yo por aquellos días en la ciudad de Armenia, asistí al acto y me encontré con una manifestación apoteósica.

En medio de semejante expresión de simpatía arrancó la precandidatura presidencial –que más visos tenía de candidatura formal– de Otto Morales Benítez, quien desde entonces comenzó a recorrer el país y analizar los grandes problemas nacionales. Asimismo, conforme se movía entre la clase política y buscaba caminos de identidad entre sus copartidarios, surgían las interferencias, las ambiciones, los asedios y los enredos de la politiquería. En febrero de 1981, en célebre carta a María Elena de Crovo, el precandidato le decía: “Entendí entonces por qué tienen que seguir progresando en el país tan aceleradamente los peores vicios, aquellos que nos apabullan a todos los colombianos”.

Asfixiado entre este enrarecido ambiente, se retiró de la campaña. Frente a la red de obstáculos y a la pérdida de valores, vio que el terreno era intransitable para ser candidato. En 1982 volvió a agitarse su nombre, pero declinó esa posibilidad ante la desunión de su partido. Un año después, en los finales del gobierno de Belisario Betancur, surgió un movimiento de respaldo a su nombre, con el título de  “Amigos de Otto”. En febrero de 1984, los liberales de Caldas lo proclamaron como candidato de su partido, y el diario conservador La Patria manifestó que sería un excelente sucesor de Belisario Betancur. De nuevo, en todo el país se pronunciaron vigorosas voces de respaldo.

Pero el liberalismo pasaba por difíciles momentos, tanto por la disidencia de Galán desde el Nuevo Liberalismo, como por el surgimiento de otros factores de discordia y preocupación. Por aquellos días aparecían las mafias de las drogas y brotaba la corrupción política, de manera voraz, con olvido de la disciplina y los valores éticos y morales. “Entonces –declararía Morales Benítez al periódico El Liberal, de Popayán– ya no era necesaria una ideología y una doctrina, mucho menos un programa, porque comenzaron a ingresar a la política los que tienen más audacia, agallas y plata para comprar el poder”.

En tales condiciones, dejó el campo abierto para que fuera otro el candidato de su partido. En agosto de 1985, la convención liberal escogió el nombre de Virgilio Barco, y con esa bandera obtuvo la victoria para el período 1986-1990. Y a los “Amigos de Otto” nos quedó una frustración patriótica, a la que vez que se nos ahogó un sano deseo: que si el candidato de la moral y la decencia –el  candidato que veíamos arrollador y que encarnaba una esperanza– hubiera luchado más por sanear los vicios de su propio partido y se hubiera enfrentado con mayor decisión a los caciques de siempre, habría obtenido el triunfo. Y Colombia no habría perdido a un gran presidente.

El Espectador, Bogotá, 19 mayo de 2005.

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