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Archivo para miércoles, 11 de noviembre de 2009

Líderes

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Un instante de Luis Carlos Galán

miércoles, 11 de noviembre de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El país recuerda en estos días los 15 años del magnicidio de Galán, ocurrido en Soacha el 18 de agosto de 1989. Y yo recuerdo el día en que lo conocí en Armenia, en 1979, hace 25 años. Fue un encuentro inesperado y efusivo, que voy a  reconstruir en esta página como tributo a su memoria. Hay hechos fortuitos que perduran en el sentimiento durante toda la vida, como este del saludo privilegiado con el dirigente político, lejos de discursos, de protocolos y afectaciones sociales.

Aquel día estaba yo invitado al acto en que el Comité de Cafeteros del Quindío iba a mostrar al líder nacional las instalaciones donde funcionaba, en la sede de un antiguo convento, una empresa extraordinaria: el Centro de Servicios para el Trabajador Cafetero, situado cerca a la plaza de mercado. El Comité había establecido dicha obra para satisfacer necesidades importantes del trabajador campesino, al tiempo que le brindaba esparcimiento y educación.

Los principales servicios consistían en consulta médica y odontológica, cine recreativo y educativo, alfabetización, restaurante, farmacia, salón de juegos, almacén agrícola, biblioteca, correo, televisión, peluquería y una enramada para practicar deportes. Se disponía además de un empleado experto para escribir las cartas que los trabajadores analfabetos, provenientes de otros sitios del país, desearan enviar a sus novias o familiares.

En ese momento había inscritos 3.500 campesinos, provistos del respectivo carné para hacer uso de los servicios, sobre todo los sábados y domingos. Era un verdadero club del campo, único en Latinoamérica. Pero a diferencia de un club social, no se expendían bebidas alcohólicas. Varios servicios se prestaban gratis, y otros a precios módicos.

Esta vez el político invitado era Galán, que ya poseía amplio prestigio en el país.  Yo me había encontrado con dos amigos, media hora antes del acto. Eran ellos los escritores Euclides Jaramillo y Alirio Gallego. De pronto, como un ser anónimo, vimos al personaje, completamente solo, que caminaba por entre los tenderetes y observaba con interés el movimiento de la ciudad y la actitud de la gente en ese sector popular. Nos apresuramos a saludarlo e hicimos la presentación de nuestros nombres y actividades (los tres, fuera de escritores, ocupábamos posiciones representativas en la ciudad).

Luego lo invitamos a tomarnos un café en un sencillo local vecino a la plaza de mercado. De inmediato surgió el diálogo cordial. Nos preguntó por las vicisitudes del café, por la vida social y económica de la región, por los problemas públicos. La conversación fluyó espontánea, como si fuéramos viejos amigos. Esa media hora de franca tertulia, en medio del ambiente desprovisto de solemnidad, agigantó la dimensión del caudillo.

Como admirador de la gran facilidad de palabra que tenía Galán, se me ocurrió preguntarle cómo había adquirido el don maravilloso de la oratoria, que hacía estremecer las plazas públicas. Ante lo cual, nos hizo esta sorprendente revelación: él era una persona tímida que no gustaba de las reuniones sociales de mucha gente, en las que se sentía cohibido y hablaba poco. Sus tertulias favoritas eran las que no sobrepasaban las cinco o seis personas, como la que  realizábamos en ese momento. Pero cuando se ponía ante un micrófono, se transformaba. Se olvidaba de su timidez, y su espíritu y sus ideas vibraban en presencia de las multitudes.

Cuando finalizó el acto del Comité de Cafeteros y los directivos del gremio lo invitaron a una reunión privada, el exministro y posible presidente de la República buscó entre la concurrencia a sus tres amigos ocasionales y se despidió de nosotros con un cálido apretón de manos, manifestándonos que habíamos sido sus mejores interlocutores en su paso por el Quindío.

Nunca más volví a hablar con Galán. Y siempre lo admiré desde la distancia. Cuando diez años después lo asesinaron en la plaza de Soacha, duré varios días conmocionado ante el monstruoso suceso que le arrebató la esperanza a Colombia en aquellos momentos cruciales.

 El Espectador, Bogotá, 9 de septiembre de 2004.

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Temas varios

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Los indeseables

miércoles, 11 de noviembre de 2009 Comments off

 Por: Gustavo Páez Escobar

La vida moderna no deja vivir en paz al individuo. El gigantismo y el alboroto que se sufren en ciudades como Bogotá, Medellín o Cali han desquiciado la tranquilidad de los habitantes y robado el tesoro de la privacidad. Ni siquiera en el seno del hogar, donde se supone que se está aislado de los asedios externos, se puede disfrutar de reposo absoluto.

Con solo pisar la calle, entramos en el mare mágnum de la vida citadina, de tan difícil manejo. A pocos metros aparece la señorita de la encuesta, que solicita nuestra opinión sobre asuntos sociales, económicos o políticos, o acerca de un producto industrial del cual no tenemos la menor idea. Le decimos que vamos de afán, pero ella aduce que el cuestionario es sencillo y nos frena el tránsito.

Luego surge el primer indigente del día, a quien entregamos unas monedas. Si la dádiva no le agrada, nos indica su tarifa. En cada cuadra, en cada esquina, en cada semáforo, tendremos que vérnoslas con el ejército de pordioseros, repartidores de volantes, vagos, desplazados y atracadores de que está llena la ciudad.

No todos los pordioseros son auténticos, y es difícil descubrir a los falsos. Hay quien pide limosna mostrando al niño en los brazos, o la lacra en la pierna, o la receta médica. Otro cuenta que acaban de robarle la billetera y solicita plata para el bus. El de más allá narra una situación dramática, para mover la compasión del transeúnte. Pero como las mismas historias las escuchamos varias veces en el día,  los dramas familiares pierden credibilidad.

A toda hora tenemos que esquivar a los energúmenos conductores del servicio público que andan como bólidos por las calles, no respetan los semáforos, violan todas las normas de circulación, profieren toda clase de vulgaridades y mantienen sorda a la ciudadanía con los pitos desaforados de sus vehículos. En cuanto al abuso del pito y el desespero ante el timón, ni siquiera las damas están excluidas de tales arrebatos, y hay algunas tan iracundas, que infunden pavor.

La irritación, la rudeza, la ordinariez, la insolidaridad son tal vez los vicios más comunes que brotan en la vía pública. Por ella desfilan rostros amargados, agrios, ariscos, aunque también, de improviso, alguna expresión cordial. Bogotá es una ciudad amable. Una de las capitales más bellas de América. Pero los malos ciudadanos la hacen hosca. Ellos son los indeseables de esta crónica.

La ramplonería da al traste con las costumbres refinadas de viejas épocas. La lista de expresiones plebeyas es extensa, y basta citar algunas: fumar en la oficina, en el ascensor o en el restaurante; escupir en la calle; orinar en las paredes; pintar letreros en los muros; robar las tapas de las alcantarillas; destruir los teléfonos públicos; utilizar el pito como medio de agresividad y no de emergencia… El uso inmoderado del pito refleja la histeria colectiva. Bogotá es hoy una ciudad de sordos y neuróticos.

Podría pensarse que el atropello concluye con el regreso a casa, pero no es así. La floreciente época del mercadeo y el internet, que está destrozando la paz hogareña, nos hace víctimas de toda clase de abusos e invasiones que atentan contra el derecho a la tranquilidad. Alguien llama a felicitarnos por el lote que nos acabamos de ganar. Si somos ingenuos, iremos a la oficina ‘milagrosa’ y allí sabremos que el premio consiste en la cuota inicial para adquirir un lote en el cementerio, que la firma trata de vendernos por un precio exagerado.

El mismo truco lo utilizan algunas empresas para anunciar que la suerte nos ha  favorecido con un plan hotelero en Cartagena o Santa Marta, que comprende la estadía gratis durante tres días, pero pagando nosotros el transporte aéreo y el consumo en el hotel. Por la noche llama una casa comercial a ofrecernos novedosos sistemas de crédito, o un banco a interesarnos por su tarjeta de crédito, o una revista que busca nuevos suscriptores con la mitad de la tarifa… ¿Cómo harán estos magos de la publicidad para descubrir nuestro teléfono, y por qué no respetan nuestras horas de descanso?

Estos desesperantes sucesos cotidianos, de los que nadie se libra, son el precio que tenemos que pagar en esta era deslumbrante de la tecnología y en este mundo caótico que hace mucho tiempo perdió el equilibrio.

 El Espectador, Bogotá, 25 de marzo de 2004.

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Volver a empezar

miércoles, 11 de noviembre de 2009 Comments off

 Por: Gustavo Páez Escobar

Tal vez el fracaso humano esté en detenerse y no reiniciar la marcha, en hundirse ante la adversidad y no sacar fuerzas para mirar adelante. Hay seres que ante las menores dificultades se ofuscan y se entregan a la perdición. Otros, por el contrario, que como el célebre estadista van de derrota en derrota hasta el triunfo final, saben que los escollos son apenas tropiezos pasajeros que se salvarán con voluntad de lucha.

Ningún triunfo vale la pena si no se consigue con sacrificio. La gloria espontánea no existe. Eso que llamamos buena suerte es apenas una oportunidad, un premio fugaz, pero nunca será sólida si no va acompañada por la perseverancia e inspirada por el deseo de no sucumbir. Los prohombres son los que han sabido superar los pequeños problemas y, fortalecidos por este ejercicio diario contra las emboscadas de la vida, que no da tregua a las mentes asustadizas, se crecieron ante las tempestades.

Incluso el pequeño esfuerzo, que mucha gente no hace porque lo cree insignificante, aporta algo positivo para la formación del carácter. No puede esperarse que haya hombres de temple si no han aprendido a ser pacientes, a soportar los reveses, a ser duros en los infortunios. Quien consigue sobrellevar las pruebas cotidianas y además lo hace con vigor interno, es el que se va lejos. Dejarse amilanar por los contratiempos y entregarse a infinitas lamentaciones -o bajar la guardia, como se dice en boxeo- es estar ya derrotado. No concibo los fracasados sino como un ejército de cobardes que se rindieron sin resistencia y luego se acostumbraron a su propia indefensión.

Quien no posea capacidad de resistir, que se entierre solo. Quien no esté hecho para el dolor, que no intente saber lo que es la gloria. El triunfo, que no puede ser gratuito, sabe mejor cuando es esforzado. Mírese bien la historia de los pueblos y se verá que sólo los hombres tenaces han coronado grandes hazañas. Bolívar fue héroe, pero antes tuvo que vencer inmensas tribulaciones, y no sólo las físicas de la guerra y de los tiempos adversos, sino las internas de su alma abatida por la ingratitud de sus amigos y la incomprensión de sus compatriotas. Si en los momentos cruciales se hubiera detenido, hoy seríamos esclavos. Si después de las derrotas no hubiera vuelto a empezar, el mundo se hubiera perdido de un genio.En el epílogo de la novela Manuel Pacho, un canto al heroísmo, dice Eduardo Caballero Calderón: “Personalmente me aburre seguirle la pista a un hombre cualquiera que a lo largo de doscientas páginas, o de toda una vida, no tiene un solo momento de elevación al plano si no de la genialidad y de la mística, sí al no menos deslumbrante del heroísmo, que ocasionalmente es accesible a todos”. Yo voy más lejos que el maestro al decir que estos hombres, incapaces de erguirse sobre la gleba de su mediocridad, me repugnan.

* * *

Miguel Olave Ríos, personaje palmirano, me llevó en reciente excursión por los caminos del Valle y del Cauca, territorios hoy dominados por las invasiones y los amagos de guerrilla, hasta una escuela de indígenas, arriba de Silvia, expresamente a que leyera la siguiente inscripción del padre Larrañaga, que copio aquí como regalo de viaje para mis lectores:

Aunque sientas el cansancio,

aunque el triunfo te abandone,

aunque un error te lastime,

aunque un negocio te quiebre,

aunque una ilusión se apague,

aunque el dolor queme tus ojos,

aunque una traición te hiera,

aunque ignoren tus esfuerzos,

aunque la ingratitud sea la paga,

aunque todo te parezca nada,

vuelve a empezar.

__________

 El Espectador,  Bogotá, 4 de octubre de 1984.
Aristos Internacional, n.° 45, Alicante, España, sept/2021.

Comentarios
(septiembre/2021)

Me encantó tu artículo Volver a empezar. Se ha dicho: si se siente cansancio, a descansar, no a declinar. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Este artículo es lo que pudiera llamarse «la lucha por la vida», pues ella consiste en ese sube y baja de acontecimientos, en una alternancia de sucesos positivos y negativos que la mayoría de seres humanos experimentamos a lo largo de nuestra existencia. Y el llamado éxito consiste en no dejarse apabullar por los negativos, así se repitan una y otra vez. Quien los afronta y supera, tendrá éxito, pero quien se rinde sin dar pelea, tendrá una vida mediocre y opaca, pues carece de ímpetu para «Volver a empezar». Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

 

 

 

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