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El retiro de Álvaro Orduz

viernes, 16 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En carta a los directores de El Espectador, Álvaro Orduz León anuncia el cierre de su empresa publicitaria a partir del primero de enero de 1997, luego de 60 años de servicios.

Ha cumplido sus compromisos pecuniarios, y sólo queda a favor de sus clientes, según sus palabras, un saldo de simpatía y solidaridad. No es que lo haya vencido la edad (85 años) sino que aspira a gozar en su última etapa de merecido descanso.

Álvaro Orduz es pionero de la publicidad en Colombia. Cuando esta actividad comenzaba apenas a vislumbrarse como una de las columnas vertebrales de los negocios, él fundó en Bogotá la primera agencia, la que sobrevivió sin interrupciones durante toda una vida de esfuerzos, dinamismo y proyección. En su carácter de abanderado de la nueva ciencia, se vinculó a grandes empresas y visitó muchos países.

En la avenida Jiménez con carrera Décima, sitio de la última sede, quedará un vacío difícil de llenar. Al cerrar las puertas al público, la agencia precursora de la publicidad capitalina entra en la paz de los méritos ganados y se va del aire después de realizar positivas jornadas de servicio a la comunidad,

A Álvaro Orduz, destacado ejecutivo y brillante expositor en los escenarios internacionales, lo tentaron muchas propuestas provenientes de otras naciones. Pero él mantuvo siempre su fe indeclinable en Colombia y en su gente, más allá de los halagos económicos, y por eso perseveró hasta el final.

Hoy el país está inundado de agencias publicitarias que se mueven en las redes cada vez más tecnificadas, intrincadas y exigentes de las modernas comunicaciones. No obstante, la empresa de Álvaro Orduz desafió todos los obstáculos y conservó el vigor de los primeros días.

Fue toda la vida publicista. Pero además actuó en diversos escenarios, y en todos deja huella perdurable. Ha sido poeta, pintor, crítico de arte. Es autor del excelente libro publicado hace varios años: El arte asesinado. En él analiza el decaimiento del arte en los tiempos modernos y ofrece profundos temas de controversia y meditación. Su prosa ágil y polémica riega ideas aquí y allá con la velocidad de la metralleta y la reflexión del especialista. Su carácter franco y combativo, independiente y razonador, le ha permitido decir verdades mondas y lirondas y controvertir a las vacas sagradas.

Ya dije que Álvaro es también poeta. Sus amigos cercanos dicen que es poeta clandestino. Quizá. Lo cierto es que en este terreno se le conoce y admira más en Méjico que en Colombia. En la plazoleta del Instituto de la Nutrición, en Ciudad de Méjico, está esculpido un magistral soneto suyo dedicado a don Quijote, obra ganadora en un concurso internacional donde él compitió con figuras consagradas de la poesía. El poema se titula La cruz y la rosa y puede catalogarse como un clásico de la poesía castellana.

Con el cierre de la veterana agencia de publicidad algo se resquebraja en la historia de Bogotá. Pero Álvaro se ha ganado el premio de su edad dorada y merece un aplauso de despedida.

El Espectador, Bogotá, 31-XII-1996.

 

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