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Núñez, escéptico y sensual

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Ambas condiciones se refundieron en esta extraña personalidad que dirigió por largos años los destinos de Colombia y cuya imagen está ligada a la Historia como un hecho sobresaliente de la nacionalidad. Fue tres veces Presidente y bajo su mandato se gestaron obras de gran trascendencia que han resistido el paso de los años y demuestran que se trata de un talento superior.

Durante su segundo período presidencial, ejercido dentro de muy complejas circunstancias, le hizo frente a la rebelión de los radicales y promulgó la Constitución de 1886, que partió en dos la historia de Colombia. Disuelto el país por movimientos separatistas, impuso la soberanía nacional y le imprimió consistencia a un Estado sólido, con un Gobierno fuerte.

Era el hombre más avanzado de la época, alrededor del cual giraba la atención pública. Se separaba del mando por breves períodos, y regresaba a él llamado por las urgencias de aquellos tiempos convulsionados. Murió en 1894, a la edad de 69 años, cuando se proponía regresar de nuevo a Bogotá a tomar el mando,

De figura magra y desgarbada, era un ser escéptico y esencialmente cerebral. Se vivía en aquellas calendas bajo los rigores del país gramatical, de célebre estirpe en la vida nacional. Colombia atraía la admiración y hasta la envidia  de los territorios vecinos, menos preparados que el nuestro.

La Constitución del 86, escrita por Miguel Antonio Caro, fue proclamada por Núñez con la prosopopeya que merecía, y representa, a más de pieza jurídica de primer orden, ejemplo de perfecta gramática, sobre la que se dice que sólo le faltaba no estar escrita en latín.

Caro, otro talento de la época, escribió una renombrada Gramática Latina y tradujo en forma magistral La Eneida y Las Geórgicas. Y Núñez era también literato de ponderado mérito, pensador profundo, ensayista denso, periodista y poeta de vasta difusión. Y es autor de la letra del himno nacional.

Este hombre sombrío, calculador y rencoroso, facetas que se unen a su temperamento sensual y romántico para completar la figura controvertida que mantiene en estudio a historiadores y sociólogos, poseía extraños ingredientes  anímicos. Con sus defectos y cualidades es uno de los grandes de Co­lombia. Nunca se dejó tentar por los halagos del dinero y fue, en cambio, defensor incorruptible de la mo­ral.

Entre sus escritos quedan los sabios consejos que redactó para sus hijos, como manual de acendrada filoso­fía para el recto ejercicio de vivir. No hay que extrañar sus profun­das convicciones, si se había formado en Inglaterra y allí se compenetró de las enseñanzas del realismo, la mesura ante la vida, el don de la transacción y el sentido elemental para tratar los problemas.

Sus enemigos lo apodaban el sátiro del Cabrero. Era, por supuesto, término despectivo para referirse a su inclina­ción por las mujeres. Núñez, que conforme gustaba marginarse de la gente, amaba a las mujeres e hizo del idilio su pasión vital. En su biografía hay mujeres tentadoras que pasaban por sus senti­mientos como un aire renovador. A los veinte años de edad su padre lo envía a Panamá para sacarle el cuerpo a la llegada de una hija próxima a nacer, un lío que resul­taría bochornoso.

En Panamá queda una galería de mujeres apasionadas: Conchita Picón, Dolores Galle­gos, Nicolasa Herrera, Gregoria de Haro…. sin mencio­nar otros nombres de oculta reseña, de las cuales se enamoraba y luego huía.

Pero el gran amor de su vida fue Soledad Ro­mán. No se casó con ella, y vaya uno a saber por qué, si era la dama aristocrática que se incrusta en el alma del amante fogoso. A su lado protagonizó uno de los capítulos más escandalosos de la Historia. Era un amancebamiento público que desde el propio palacio de los presidentes hería los pudores de la  sociedad pacata de entonces.

Este hecho denota el escepticismo de Núñez por las costumbres imperantes y además pone en evidencia una gran pasión sentimental. Ella, la mujer religiosa y recatada, resistió to­das las críticas y se mantuvo por encima de los rumores,  hasta cerrar los ojos del ardoroso amante bajo el oleaje del Caribe tropical, que tantas emociones despertó en este hombre sensual y escéptico, romántico e intelectual, una de las fi­guras cimeras de Colombia en todos los tiempos.

La Patria, Manizales, 6-I-1981.

 

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