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La carrera diplomática

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El nombramiento de los primeros siete embajadores de carrera en toda la historia de Colombia constituye un acierto del presidente Barco y el can­ciller Londoño Paredes. El manejo de las relaciones in­ternacionales no se puede improvisar y exige alta especialización y vasto conocimiento del complejo mundo de la di­plomacia, lo que solo se logra con experiencias y veteranía.

La dorada diplomacia se ha prestado para pagar servicios personales y satisfacer las ambiciones del clientelismo. Ha sido norma tradicional, que ahora se interrumpe con excelente criterio, la de premiar las lealtades políticas o las simpa­tías personales con la asignación de confortables embajadas, sin tener en cuenta si el elegido posee las condiciones de ido­neidad para representar bien al país.

En la misma forma como se hacen nombramientos a porrillo en cada cambio de gobierno, con el afán de cubrir cuanto antes las más sobresalientes casillas diplomáticas y consulares, se ha desconocido el mérito de quienes han consa­grado su vida al aprendizaje de tan delicada actividad. Un precedente honroso es el del propio canciller, que con­quistó la alta jerarquía por sus propios méritos, después de largos años de trayectoria y pericia en el campo de las re­laciones internacionales.

El promedio de servicios en el Ministerio de Relaciones Ex­teriores de los nuevos emba­jadores es de 32 años. Uno de ellos lleva 45 años de labores continuas, y el de menos tiempo tiene 23. Todos desempeñan sus posiciones con lujo de competencia, luego de haber pasado por diferentes respon­sabilidades.

En Colombia, sobre todo en la rama oficial, suele subestimarse la experiencia. Cuando el funcionario es antiguo, se le mira con desdén y se acos­tumbra arrinconarlo como a los muebles viejos. Se le considera ineficiente, porque sí, y llega a significar una carga o una in­comodidad para la empresa, que más a la moda se siente, aunque sea más improductiva, con la gente joven e inexperta. Se confunde la antigüedad con la decrepitud. Y olvidan, quie­nes así piensan, que la expe­riencia es la mayor fuente del conocimiento.

Los japoneses, que quedaron hundidos tras la guerra, aprendieron a utilizar la maestría de los trabajadores y por eso son hoy los líderes de la industria en el mundo. Ha dado un buen paso la Cancillería. Imita a los japoneses y sigue el ejemplo de florecientes empresas del sector privado que estimulan la experiencia y consideran al trabajador veterano el capital más valioso para el progreso.

El Espectador, Bogotá, 24-VIII-1988.

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